“Y el 1° de agosto, agarrate”, decía hace unos días un editor. Hablaba, claro, del precio de los libros. Que subieron de manera dispar: de agosto de 2021 a esta parte hay aumentos del 54, del 64, del 82, del 100, del 118 e incluso del 166 por ciento. Mientras tanto, entre julio de 2021 y julio de 2022, según cálculos privados -los oficiales todavía no salieron- la inflación en el país fue del 69 por ciento. Los libros, en muchos casos, se encarecieron por arriba de la inflación. ¿Qué pasa? El sector explica distintas cosas. Todo el mundo habla, nadie quiere que salga su nombre.
Por un lado, está el dólar. Parte del papel que se usa para los libros es nacional, pero no alcanza para todos. Y otra parte es importado, que entra a dólar oficial. “Se trae de Brasil, donde achicaron el cupo”, cuentan desde una editorial mediana. Y desde otra: “Hoy podés comprar a 2 dólares el kilo y va a pasar a 5 dólares en breve. En estos seis meses aumentó un 190 por ciento”.
El nacional, claro, es entre un 25 y un 30 por ciento más barato que el importado, pero, cuentan, “no hay una hoja”. Y la cartulina para las tapas es toda importada. “Debe haber tenido un aumento del 100 por ciento tranquilo”, dice un editor.
A comienzos de julio, otra editora explicaba: “Me vino el lunes el 8 por ciento de aumento en el papel; ese viernes el 15 por ciento, el lunes siguiente el 12.. y al contado. Si querés pagar a 60 días como fue siempre, sumá el 5 por ciento mensual. Eso más la variacion del dolar oficial”. Por las políticas de importación, además, nunca es seguro que se pueda traer una partida. “Cuando me llaman porque hay una resma disponible compro, sin preguntar calidad ni precio”, contaba un destacado editor argentino.
“Por el mismo libro que me hizo hace un año una imprenta me pasó el 120 por ciento de aumento”, explica la editora. Entonces, sí: subieron los precios. “Aumenté el 1° de julio y ya estoy perdiendo plata”.
¿Algunos ejemplos? Nuestra parte de noche, la aclamada novela de Mariana Enríquez, hace un año costaba 1.795 pesos y hoy, 4.150. Las tres vanguardias, un ensayo de Ricardo Piglia, pasó de 1.200 a 2400, limpiamente el doble. El mismo porcentaje sufrió La virgen cabeza, la novela de Gabriela Cabezón Cámara. De animales a dioses, el ensayo del historiador israelí Yuval Noah Harari, se fue de de 2.249 a 4.749: un 111 por ciento.
Y -dolor para sus múltiples amantes- Todo Mafalda, un librazo de 600 páginas que recoge las historietas del gran personaje de Quino, se fue de 3.370 a 8.950 pesos: el 166 por ciento. Se hace con papel importado. Aumento y falta de financiación pegaron.
En realidad, si en vez de tomar desde julio de 2021 se toma desde este enero, se ve que gran parte de esos aumentos se produjeron durante 2022. Si de julio a julio el libro de Piglia aumentó el 100 por ciento, de enero a agosto subió un 73. El de Enríquez subió en siete meses de 2022 el 93 por ciento y en los 12 que van de julio a julio, un 131.
A eso hay que agregarle que las editoriales entregan los libros en consignación y los cobran dos o tres meses después de vendidos. “Si la inflación es del 7 por ciento mensual, un retraso en el precio puede ser fatal”, calculaban desde una editorial pequeña.
Es que el papel está escaseando en el mundo. Un factor es -se sabe- el crecimiento de la paquetería. Compramos mucho por Internet, hay mucho para envolver. “Prefieren hacer cartón corrugado que papel para libros. Es más redituable”, dicen desde el sector editorial.
¿Solución para que los libros salgan? Una es sacar -aún- menos ejemplares de cada título: si lo mínimo hace 15 años eran 3.000 y ahora 2.000, ya se están tirando 1.500 como cosa normal e incluso 800 de algunos que se prevé que no serán pasión de multitudes.
Imprimir menos ejemplares no es menor: un libro, para venderse bien, tiene que “inundar” el mercado, tiene que estar disponible en muchas librerías de todo el país. Si hay pocos ejemplares eso simplemente no es posible. Entonces las probabilidades de que encuentre su lector bajan. Un círculo vicioso: cuanto menos, menos.
“Bajamos las tiradas para poder tener novedades. Y también por la baja en las ventas. Las dos cosas. Porque se va a lo seguro, más seguro todavía”, cuentan. Y otra vez: “estamos administrando el papel”.
Una librera agrega un dato: las compras de libros del Estado -que para 2022 estimaban en unos 8 millones de ejemplares- le cambian el año a cualquier editorial y son decisivas para las medianas y pequeñas. Es un impulso vital para el sector. Pero el Estado paga el 50 por ciento del precio de lista. ¿Cuánto tiene que costar el libro para que la editorial no pierda plata en esa venta, que será la más cuantiosa de su catálogo? Una medida virtuosa -la compra de libros- también puede empujar los precios. Y, por supuesto, la demanda de papel.
Desde FAIGA, la Federación Argentina de la Industria Gráfica y Afines, tienen otra mirada: “El papel aumentó en forma normal dentro de lo que es la producción de libros. El problema no está en la producción sino en la distribución y en la venta de librerías”, dice uno de sus miembros, Rodolfo Marchese. “El problema no es el libro, el problema es el desequilibrio en la economía del país”, apunta. Y lanza una frase demoledora: ¿Los libros son caros? ¿Cuántos libros vale un celular?
Nobleza obliga, un librero aclara que, si bien los aumentos informados son precisos, los títulos cuyos precios más se ajustan son los que más se venden. De los que menos, los editores se olvidan. O tratan de venderlos a precios viejos.
Aún así, van algunos más: Zama, de Antonio Di Benedetto, en año pasó de 1.130 pesos a 2.200 (un 95 por ciento); Vivir vida feminista, de Sara Ahmed, pasó de 1.350 a 3.200 (137 por ciento); La uruguaya, de Pedro Mairal, se fue de 1.560 a 3.000 (92 por ciento).
Dólar, escasez, falta de financiación, problemas de importación, dificultad para prever. Un cocktail que nos explota en la biblioteca.
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