No alcanza con ser una periodista reconocida, como lo es Edna Liliana Valencia. No alcanza con haber trabajado en el equipo que hizo ese éxito internacional -y esa belleza- que es la película Encanto, inspirada en la cultura colombiana. Nada parece alcanzar: Valencia es negra y por eso le resultó sospechosa a la Policía Nacional en el aeropuerto de Cali. Quisieron revisarle el cabello a ver si ahí llevaba droga. Como se negó la hicieron pasar por raxos X.
¿Por qué a ella? Ellos hablaron de prevención; ella, de racismo. Ese racismo que damos por descontado, que hace que este pelo sea sospechoso y aquel no. Simplemente... ¿simplemente?
Justo este julio apareció en español Reunión, un libro que tiene que ver con eso. Pero no en Colombia, no en América; en Inglaterra. Natasha Brown, que también es negra, muestra cómo, ni en los espacios progresistas la igualdad es igualdad y que ni aunque seas una ejecutiva, con prepaga cara y abrigos de calidad, dejás de ser extraño.
Su personaje es exactamente así: una ejecutiva que viaja en business de Londres a Nueva York con asiduidad. Ni piensa en eso, va directo al mostrador que corresponde a esa clase. Pero de repente uno de los empleados le corta el paso. Lo cuenta en segunda persona: “Usted viaja regularmente... “. Y dice así (la traducción es mía): “En Heathrow, el domingo por la tarde, el asistente se interpone en su camino antes de que pueda llegar al escritorio de business. Coloca una mano firme contra la parte superior de su brazo. Los dedos del asistente -¿quién sabe qué más habrán tocado? – ahora presionan en la suave lana gris de su abrigo”.
¿Por qué el hombre que está ahí para ayudar hace esto? Porque ni se le ocurre que esa persona, con esa piel, con ese cabello, con esa juventud, tenga que pararse en la fila de los pasajes más costosos. Seguramente es un error.
Sigue Brown: “Miras esta mano sobre tu cuerpo; las motas de suciedad debajo de sus uñas, los pelos pálidos brotando de su piel húmeda. Y luego su dueño, el asistente, señala y habla en voz alta, como si no lo entendieras, dice: ‘El registro de clase turista’ está allí”.
Como Valencia, y con el mismo enojo, el personaje de Brown tiene que demostrar su “inocencia”. “El asistente no reconocerá su boleto, no, solo le indicará que se acerque a la larga cola”, cuenta en el libro.
No es la única que vez que le pasan cosas así, por supuesto. Va caminando un grupo de jóvenes están parados en un puente, con una nena, un poco haciendo nada, un poco escupiendo al agua. A medida que ella pasa se dan vuelta, la miran. La tensión se siente: “Mantén la cabeza baja, sigue adelante. No hay atrás, ni siquiera adelante; darse cuenta de esto. Solo hay a través de él, sin fin, hollándolo. Este ambiente hostil. Esta vida hostil. Y luego, esa palabra, esa palabra que imbuye incluso a los niños en un puente con la riqueza y la estatura de este gran imperio británico; su arquitectura, sus paredes, estatuas asoman magníficas por todos lados –esa palabra que te escupe la niña que escupe, antes de rociar más saliva entre sus dientes”.
Nunca será inglesa del todo, eso es lo que da a entender en el libro, aunque lleve generaciones en esas tierras y aunque parte de su riqueza se haya hecho a expensas suyas y de sus antepasados.
Esto, con toda claridad, dice Natasha Brown en Reunión, un libro duro. “Nacida aquí, padres nacidos aquí, siempre aquí y, sin embargo, nunca de aquí. Su cultura se convierte en parodia sobre mi cuerpo”, dirá.
Y, con amargura: “Yo pago mis impuestos, todos los años. Todo el dinero gastado en mí: educación, atención médica, ¿qué más, carreteras? Todo lo he devuelto. Con creces. Ahora todo es beneficio. Soy lo que he sido siempre para el imperio: puro y puto beneficio”.
¿Es algo del pasado el racismo? Pregúntenle a Edna Liliana Valencia.
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