A la edad de tres años, en medio de una fiesta familiar, Mercedes Halfón sufrió una contusión fuerte en la cabeza y a partir de ese día sus ojos dejaron de estar coordinados. Al menos eso es lo que le contó su abuela, creando así un mito primigenio que explicaba el destino de la autora.
Lo cierto es que tanto la abuela como la madre de Mercedes Halfon pertenecían ya a un linaje de mujeres que nacieron estrábicas y fueron “corregidas” por el bisturí de un médico. Un linaje al que la autora se integró una vez comenzada la infancia. Solo que, a diferencia de ellas, a Mercedes no quisieron operarla: su caso era demasiado complicado y los médicos vaticinaron que, de hacerlo, el resultado a largo plazo sería negativo.
Tras la muerte de su oftalmólogo de cabecera, la narradora empieza a visitar a una nueva, la doctora Horvilleur, quien le prescribe un método con el que pretende hacerla recuperar la visión que ha perdido. Este nuevo método, así como las visitas a un consultorio lleno de niños estrábicos, dispara los recuerdos y la reflexión acerca de lo que Halfon llama “los trabajos de la vista”.
Este libro, a medio camino entre el ensayo y el relato autobiográfico, constituye un recorrido por el territorio de la vista, los ojos, su forma, sus detractores, sus próceres, sus santos, las patologías y las metáforas que la rodean. Poeta antes que narradora, Mercedes Halfon se adentra con mucha delicadeza en los meandros de la vista y de la ceguera. El trabajo de los ojos es un libro de apenas cien páginas, de escritura fragmentaria y abundante en elipsis, en el que le corresponde al lector encontrar sus propias respuestas al torrente de preguntas que la autora plantea.
Encontramos en él anécdotas literarias pasadas por el tamiz de sus obsesiones personalísimas como aquella en la que el niño Jean-Paul Sartre juega con su amigo Paul Nizan en el patio de la escuela, uno con un estrabismo divergente y el otro convergente. También aparece Borges, por supuesto, y James Joyce dictando sus textos y contestando, a quien lo interrogaba al respecto, que la ceguera era lo menos importante que le había sucedido en la vida. A Mercedes también le suceden algunas cosas a lo largo de este libro. Mientras escribe, queda encinta y se pregunta con razón si su hijo heredará su condición o si por el contrario tendrá la vista perfecta de su padre.
Entre las muchas estirpes que recorren la literatura occidental, hay una constituida por los escritores ciegos. Mercedes Halfon se ha dedicado a seguirles la pista a sus miembros y a la forma en que cada uno de ellos supo hacer frente a su propia condición. No es de extrañar. También ella desde muy joven encontró refugio en los libros para protegerse de las inclemencias que azotan a quienes ven menos que los demás.
“También aparece Borges y James Joyce dictando sus textos y contestando, a quien lo interrogaba al respecto, que la ceguera era lo menos importante que le había sucedido en la vida”
“En algunos lugares consideran al estrabismo una ‘disposición viciosa’. Debe ser por esa caracterización que es tan mal considerada en el canon de belleza occidental (...) El efecto social negativo de tener los ojos cruzados también tiene su tradición.”
Y como suele ocurrir a quienes desde jóvenes fueron mordidos por los dulces colmillos de la literatura, también ella comenzó a practicarla. “Se da por sentado que es posible elegir un enfoque u otro para lo que sea que se haya decidido hacer. Pero el enfoque es el que nos elige a nosotros. Lo que hacemos, lo que nos gusta, las personas a las que vamos a amar son el resultado de nuestra única forma posible de enfocar.”
Así, Halfon ve una profusión de métaforas en los eventos mundanos que otros considerarían ordinarios, y crea explicaciones que escapan siempre a la obviedad, a lo previsible. Se trata de un libro breve, fresco y sorprendente, que atesorarán los amantes de lo inclasificable.
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