Tres libros para entender por qué el racismo sigue entre nosotros

La vida cotidiana está llena de escenas discriminatorias. La literatura y el ensayo se ocupan de hacerlas bien visibles para desarmarlas.

Natasha Brown, Claudia Rankine y Rachel Khan, autoras de ficciones y ensayos.

Algunos momentos.

Una noche de 1988, en el memorable Parakultural de San Telmo, Buenos Aires, está dando un concierto la banda punk Todos tus muertos que tiene al frente a Fidel Nadal, uno de los primeros representantes de la comunidad afrodescendiente en el rock argentino. Y arranca la canción “Mandela”. Dice: “Oh, qué placer ver al apartheid caer/Oh, qué placer ver al apartheid caer/Más de 25 años/Tuvieron preso a Nelson Mandela”. De pronto, pregunta Fidel con afán pedagógico al público: “¿Conocen a Nelson Mandela?”.

En la canción “Así se habla”, del disco Anoche (2005) de Babasónicos, Dárgelos, que siempre está atento a lo que está por debajo del discurso social imperante, canta lo siguiente: Será tu condición racial o tu lugar de privilegio”. Y, un verso después, salta con fuerza al estribillo y grita: “Vamos, quiero una explicación!”.

En el 2012 se estrena el ciclo Escenas de la novela argentina, donde el escritor Ricardo Piglia repasa algunos momentos mínimos y desfasados de la centralidad literaria que le sirven para ver todo un campo cultural. En un momento habla de Una excursión a los Indios Ranqueles de Lucio V. Mansilla y dice: “Conflictos y armonías de las razas en América, de Sarmiento, es un texto racista, explícitamente, positivista y racista. Toda la teoría de la inmigración es una teoría de mejorar la raza, es una teoría que tiene como objetivo traer un tipo particular de sujeto que permite mejorar la base equívoca, supone la mixtura del indio con el español. Entonces la tradición del racismo en la Argentina es una tradición que no está presente en el debate porque nosotros no tuvimos negros ni tuvimos un debate racista con la esclavitud ni con la necesidad directa de la construcción de una racionalidad que permitiera entender la explotación de la mano de obra esclava, la animalización del otro asociada con la necesidad de racionalizar un tipo de explotación imposible de aceptar racionalmente si no es así. Pero, sin embargo, es un trabajo para hacer el de la tradición racista en la política dominante”.

Mayo de 2022. El canal Encuentro estrena la serie Marrón: el primer programa en la historia de la televisión argentina que encara y enfrenta directamente –e intenta comprender- el problema del racismo estructural en nuestro país.

Este último momento es importante porque crea un vórtice con la salida de tres libros que intentan, a su modo, comprender el racismo en este momento histórico en otras partes del mundo occidental: el ensayo Solo nosotros, una conversación estadounidense (Eterna Cadencia) de Claudia Rankine; la novela Reunión (Anagrama) de Natasha Brown; y el manifiesto Raza (Ediciones Godot) de Rachel Khan.

Antropología del presente

La voz de Claudia Rankine (Jamaica, 1947) en Solo nosotros está situada y marcada: inmigrante, negra, universitaria. Esa es la esquina desde la que se creó una cosmovisión y una intervención de la realidad en cuanto al racismo. Sin embargo, su tono es calmo y pausado. Lúcido y complejo, pero calmo y pausado como quien desanda cada uno de los lugares comunes que se pasan por alto al pensar la problemática. Porque intenta comprender qué sucede con el racismo en Estados Unidos luego de tantos años de lucha y en el que no parece haber ningún cambio en el cotidiano. Desde la abolición de la esclavitud para acá, parece decirnos Rankine, no hubo posibilidad de conquistar una libertad plena, certera, real o siquiera una simple convivencia pacífica.

Ahora bien, ¿dónde está el problema? Las preguntas no paran a lo largo del libro: “¿Cuál fue el desarrollo desde la Ley de Naturalización de 1790, que restringía la ciudadanía a ‘cualquier extranjero que sea una persona blanca libre’, hasta llegar a nuestras múltiples leyes inmigratorias? ¿Qué fue necesario para separar el concepto de ciudadanía de la frase ‘persona blanca libre’? ¿Cuál fue la trayectoria del Ku Klux Klan después de su formación al final de la Guerra Civil, y qué relación tuvo con los Códigos Negros, esas leyes aprobadas posteriormente en los estados del sur para restringir las libertades de las personas negras? ¿El gobierno de Estados Unidos bombardeó la comunidad negra en Tulsa, Okahoma, evento también conocido como la masacre de Black Wall Sreet en 1921? ¿Cómo se volvieron blancos los italianos, los irlandeses y los eslavos? ¿Por qué la gente cree que los abolicionistas no podían ser racistas?”.

Es por esto que Rankine se desliza por distintas zonas, se fuga de la biblioteca y va al encuentro de su material de estudio en aquellos territorios donde el racismo sigue flameando sin pudores: redes sociales, una cola en un aeropuerto, cursos de capacitación antirracista, una clase de una universidad, entre otros lugares. Por otra parte va al encuentro de data dura (estadísticas, fuentes, gráficos), de la poesía, de la voz del escritor James Baldwin, la fotografía, de las declaraciones en medios, de la publicidad, entre otras manifestaciones de un contexto para ver cómo dialogan, cómo interactúan. El libro invita al pensamiento y al diálogo, y, por otra parte, a ejercer una política de la mirada más atenta y percibir esos microrracismos que parecen definir, mucho más que los grandes relatos de concientización, un modo de ser en cuanto a las diferencias y la aceptación.

Un grito individual

Si uno se pregunta qué pasa en Francia con el racismo en la actualidad, la lectura de Raza de Rachel Khan parece intentar responder esta pregunta que no es nada sencilla en este momento histórico. Bailarina, atleta, jurista y actriz, Khan es una autora que elige ponerse de pie y encuentra al manifiesto como una forma de expresión para reflexionar la complejidad de la lucha antirracista en su propio país. Ella no es nada complaciente con el propio movimiento del que formó parte y del que ahora, en muchos aspectos, se siente ajena. Dice: “Los movimientos identitarios reivindican a viva voz la deconstrucción de los imaginarios coloniales para terminar creando otros peores bajo el pretexto del pos-colonialismo. Al igual que la extrema derecha dividen la historia de Francia poniendo de un lado los reyes y las reinas y, del otro, la esclavitud y la colonización.”

Es en este aspecto también que su lucha –una lucha ardiente del presente en muchísimas partes del mundo- va por la lingüística y por restablecer lo que considera el valor de ciertas palabras. Explica: “Los victimistas decidieron que la desaparición de la palabra ‘raza’ implicaba la negación de las discriminaciones, incluso la consagración de un ‘racismo de Estado’. Explican así lo que nadie cuestiona: aunque no hay más razas, sigue habiendo racismo, de allí la útil expresión ‘razado’ para designarse”. Razado refiere a nuestra expresión racializado. Y desde ahí, Khan se enfrenta a su propio colectivo: “Se trata de definirse por el color de una piel que, en la historia, ha sufrido el racismo. Este nuevo casillero permite indignarse cómodamente de las injusticias que uno podría sufrir. Es algo bastante cómodo. Esta palabra encierra la posibilidad (¿la libertad?) de ser o de sentirse discriminado. Apoyándose en hechos de otra época o de otro lugar, los razados se coronan héroes de una guerra librada por otros”. Es en el uso de la lengua donde Khan encuentra una consistencia y materialidad mayor que obliga a pensar de otro modo el racismo en Francia y además impulsa una reflexividad sobre los desbordes –y atrocidades- posibles en nombre del bien.

La fantasía (imposible) de la integración

Reunión es una novela que trabaja sobre la contención y la interioridad de un personaje femenino excelente que entiende que los blancos de Inglaterra nunca aceptarán totalmente a su propia comunidad negra. Esta obra puede considerarse como una suerte de continuidad de El buda de los suburbios de Hanif Kureishi donde se veía el modo en el cual se vivía siendo hijo de inmigrantes pakistaníes en una Inglaterra que no comprendía cómo funcionaba la integración social de este nuevo sector de la población activa.

Ahora, más de 20 años después, en un panorama de deconstrucción europeo y revisión antirracista, ¿qué sucede con la comunidad negra que es nacida y criada en Inglaterra pero que no es vista por los propios británicos como ciudadanos con todas las de la ley y la experiencia? Cuenta la protagonista hija de jamaiquinos: “El otro día, un hombre me llamó puta n*****a. Un pordiosero, en Aldgate, una mole, se me echó encima y me acorraló: entre él y el hueco altísimo de las vías. Se inclinó, amorrado a mi cara y escupió esas palabras. Luego, riéndose, se marchó sin más. No debo nada. Yo pago mis impuestos, todos los años. Todo el dinero gastado en mí: educación, atención médica, ¿qué más, carreteras? Todo lo he devuelto. Con creces. Ahora es todo beneficio. Soy lo que he sido siempre para el imperio: puro y puto beneficio. Un recurso natural que explorar y explotar, denigrar y explotar. No le debo nada a ese niño. Ni a ese hombre. Ni a los manifestantes, ni al imperio, ni a la madre patria: nada de nada. No les debo mis próximos cuarenta años. No les debo mi próximo puto minuto. ¿Qué más quieren? Hasta aquí, se acabó. No puedo más”.

El poder literario de Reunión no se cimenta en sus buenas intenciones porque no las tiene, sino es poner en relevancia una conciencia generacional, de clase y disidente que despierta. Ese despertar, que nunca llega a la destrucción ni al estallido, crea tensión y muchas más preguntas sobre un tipo de sociedad que no incorpora nada que esté afuera de su imaginario racial. Esa llaga es la que encuentra Reunión y, como corresponde a la buena literatura, se encarga de salar esa herida.

En un estado de situación que puede percibirse como impostergable y urgente, Francia, Inglaterra, Estados Unidos y Argentina se ponen a charlar sobre racismo. Era hora. Es tiempo de cambio. El tiempo dirá si se trató de un cambio real o sólo fue otra manera más de posicionarse y aprovechar cierto clima de época.

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