‘Luis, hermano mío’, el libro de instantáneas de Beatriz Caballero sobre uno de los pintores más importantes de Colombia

Infobae Colombia habló con la hermana del pintor Luis Caballero sobre el libro que se lanza el miércoles 3 de agosto en la Galería El Museo, en Bogotá

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En 'Luis, hermano mío', Beatriz
En 'Luis, hermano mío', Beatriz Caballero hace un retrato de su hermano y su familia a partir de recuerdos y fotografías. Foto: Sergio Rodríguez.

Beatriz Caballero es titiritera, escritora, organizó el primer Festival Nacional de Títeres y el segundo Encuentro de Titiriteros, ha escrito guiones y libretos. Cine y televisión. También ha traducido obras de teatro. Ha publicado unos 10 libros –uno más, uno menos. Perdón Beatriz, la memoria–. Y también es la hija de Eduardo Caballero Calderón, hermana de Antonio y Luis. El uno periodista y escritor y el otro pintor.

Desde la muerte de Luis, Beatriz ha manejado su legado y su obra y en el camino ha ido aprendiendo, porque al morirse Luis ella no tenía ni idea de marchantes, ventas, certificaciones y esas otras cosas. Ha estado inmersa en Luis, en su obra, su archivo, en organizarlo y ver qué se puede hacer con él, después de que –menos mal– el Banco de la República no lo aceptara cuando a comienzos de los 2000 Beatriz donara unas 200 y algo más obras, que hoy están guardadas e invisibles.

Beatriz hace poco escribió un libro, Luis, hermano mío, con sus recuerdos de Luis, de Antonio, de don Eduardo y su mamá, doña Isabel, y su hermana María del Carmen –la única que siguió el camino correcto, “el políticamente correcto” dice Beatriz–, pero más que todo de Luis. Un libro en el que desnuda a su familia y cuenta infidencias y esos secretos que a los chismosos les encantan y que le encantarían al mismo Luis.

Infobae Colombia habló con Beatriz Caballero sobre el libro y otras cosas, cosas, que son “iguales a las cosas”.

Beatriz, para comenzar, cuénteme ¿qué hacía con esos pesos que le daban Antonio y Luis cuando la hacían posar y tomaban clases de pintura?

¿Qué sea con esos pesos?... Compraba... en ese sito que yo cuento de niña que toda mi familia Holguín vivía en Santa María de los Ángeles con los primos, entonces había cerca una tienda que se llamaba... Se me olvidó cómo se llamaba, había una tienda, una panadería y allá íbamos y entonces yo con un peso compraba un papel un paquete de papas fritas, una naranja Postobón, y un chocolate que se llamaba bonfruit y que se estiraba. Y me alcanzaba para una mogolla que era para Sonia, que era la perra de un primo.

De esos dibujos de ese entonces hay uno en el libro, una reproducción de un retrato suyo a pastel. Aparte de ese retrato, ¿quedan más?

Sí, hay otro que está en el libro. Es en Tipacoque, uno que yo estoy de perfil con un suéter amarillo. Esa también soy yo. Ahí ya estoy más grande. Ya tengo unos 12 años. En los pasteles tengo por ahí nueve. Yo no recuerdo los de Antonio. Él se la pasaba dibujando era una prima más niña, de la que estaba enamorado...

A la que que no lo dejaron cortejar...

Sí, porque le salía el cola de marrano. Los papás eran primos hermanos y entonces mi tía Gloria le dijo, no, no, no, eso no se puede. Pero ellos tuvieron siempre un romance clandestino, que aquí a mí me tocó ver. Porque esta casa es muy grande, la compró Luis para él y yo, pero después Antonio se quedó en una época y eso fue un desfile de novias.

Hablando de de ellos dos, ¿por qué se odiaban? En Me tocó ser así Luis decía que que se detestaban a morir...

Había una rivalidad, porque ambos dibujaban. Luis decía que Antonio era mejor que él y entonces él se dedicó a pintar, solamente para ser mejor que Antonio, porque Antonio era más chiquito. Sí, él no podía tolerar eso, porque era muy orgulloso, y no sé por qué, pero se peleaban mucho.

Antonio decía que papá los huchaba, los azuzaba para que se pelearan así, porque él estaba escribiendo una novela que se llama Caín esos dos hermanos, y era para ver cómo eran, con un interés literario, como eran esas peleas entre hermanos.

Pero nunca llegaron los golpes...

No. Jamás. Nunca. Nunca. Nunca se tocaron.

Una vez Luis se va a vivir a París y los dos crecieron, la relación cambió...

Ya de grandes, pues se volvieron amigos intelectuales, pues... porque a ambos les interesaba tremendamente la pintura, y como decía Luis, Antonio era la conciencia de la familia y que Antonio nos explicaba que era lo que estaba pasando en la guerra de Palestina e Israel y entre Rusia y los Estados Unidos. Él era el que sabía todo eso, y entonces todo se lo consultábamos.

Eran muy distintos en sus caracteres, Luis era muy tímido, pero tal vez de esa misma timidez, nacía ese orgullo, y Antonio como más espontáneo...

Antonio lo que tenía, también era muy tímido, era un humor más... más mordaz, más agresivo. Luis era más irónico, digamos, pero Antonio con sus amigos tenían una relación en que se estaban todo el tiempo echando vainas, pullando..

Biblioteca de Eduardo Caballero Calderón
Biblioteca de Eduardo Caballero Calderón en el apartamento de Beatriz Caballero. Foto: Sergio Rodríguez.
“Vivíamos en España y entonces hay un cuento de que tenía cinco años y pasó una señora muy bonita y ¡pa! le pegó una palmada en el rabo y ¡Vaya culo! Entonces papá era feliz, y era muy vivo. Luis, lo mismo, pero Luis era reconcentrado. Muy tímido. Con el tiempo Luis llega a decir que prefería no pararle bolas a papá porque era demasiado arbitrario y demasiado injusto, y papá mismo lo decía yo soy injusto como la Divina Providencia. Y él evidentemente declaraba que yo era su proferida. Con Antonio sí tenían discusiones y conversaban más y cuando Antonio le ganaba la discusión, él lo frenaba. ¡Bueno! ¡Ya! ¡Ya! ¡No más! Y Antonio se le emberracaba y le decía ese es un argumento un argumento de autoridad, eso no se vale. Esto de 15 años”.

Para ese entonces los Caballero Holguín ya estaban en Bogotá de nuevo, habían estado en Madrid dos veces, varios años. Llegaron a una casa en la 36 con 19, que todavía existe y que según Beatriz, que dice que pasó por allá hace unos días, ahora tiene un café, un café literario, o algo así.

“Papá decía que era Tudor por un lado, ahora le pusieron unas verjas y acabo de ver que ver que pusieron un café libro, porque eso primero, después de que nos fuimos pasé y era un restaurante. Después fue una academia de lenguas. Después fue una funeraria, se llamaba ‘Mi última morada’. Cuando el restaurante yo les dije que me dejaran entrar, que esa era mi casa, que no sé qué, y ahorita pasé hace unos ocho días vi que era un restaurante, un café. Hablando de café, quiere un café, una agüita de hiervas, o un vaso de agua o una cerveza”. Una cerveza, por favor.
Inauguración de la exposición Deseo
Inauguración de la exposición Deseo y Tormento en el Museo de Arte Moderno de Medellín en 2012. Foto: Donaldo Zuluaga Velilla.

Pasando a otra anécdota, otra instantánea que hay en el libro, ¿qué cree que era lo que tanto atormentaba a don Eduardo de su ‘relación con Gustavo’?

Papá siempre andaba como con un chino al lado. Se apoyaba y lo agarraba del pescuezo a uno para hacer caminatas y andar por ahí. Yo me acuerdo, él me contó de viejo, como cuento en el libro. Yo creo que lo que tenía ese muchacho por papá era como una admiración porque era ese señor de esa casa de barba, pues era imponente para nosotros, pues para un niño campesino y que le parara bolas y de conversara y lo llevara y papá les les hablábamos muchos les enseñaba y así y para él tenía que ser pues una cosa así de una admiración tremenda, yo no creo que creo que ellos llegaran a mayores. No, sino que... no creo, no creo. No creo que fuera como Thomas Mann.

De resto no sé, él solo me contó hasta ahí. No puedo decir decir nada porque no sé, porque no me dijo más. Yo creo que sí se sentía culpable, no sé porque como la sociedad era... pero no.

Beatriz, luego de la muerte de su madre, se volvió más cercana a don Eduardo, logrando una intimidad impresionante.

Beatriz, En Me tocó ser así, Luis dice que de niño era muy religioso, ¿qué tan religioso era? ¿O era más bien un místico?

Yo creo que lo que era... en el libro hay una paginita que es un diario del bebé que escribió mamá y que dice que pone las manos y que... yo creo que eso era pura imitación, porque nosotros vivíamos con dos viejas gatas que era la tía de papá que lo crio y la niñera de mamá, que también la crio, y también era nuestra niñera. Ambas eran rezanderas iban a misa. La tía cocía cosas para la iglesia.

Entonces yo creo que, con el tiempo, lo que le fascinaban eran las imágenes. Ahora, en esa época nosotros teníamos clases de religión, de historia sagrada, eso estaba muy presente y en la pintura, en la pintura española sobre todo que vimos tanto de niños en el Prado. Entonces yo creo que eso era lo que le llamaba la atención a Luis y le impresionaba terriblemente pues las torturas, como Sebastián clavado, o el Cristo de Montserrat ensangrentado pues porque la religión a uno le infundía miedo también. De ahí, no sé, se le vuelve como esa... los gestos, las posturas, son las mismas de las imágenes religiosas que de violencia.

*

Luis fue un niño distinto que veía imágenes y que se volvió pintor. Era distinto, con los labios pintados de azul, de morado. Encorvado, huraño, según él creía, pues quienes lo conocieron decían que era una persona muy suave. Todos lo adoraban y a él no le gustaban mezclar gente. Separaba a sus amistades de la familia, a los coleccionistas de los modelos y de sus otros amigos, así en pequeños círculos que lo orbitaban.

Beatriz cuenta, en el libro, que mientras cuidaba a Luis durante su enfermedad, allá en París, en uno de esos periodos de tres meses que se rotaban con Philippe Leroy, Juan Camilo Sierra, ella se dio cuenta de cómo los amigos de Luis en París no tenían ni idea de su familia, no sabían que su papá en algún momento había sido el escritor más importante del país. Luis era reservado, misterioso.

Beatriz, ¿por qué Luis decía, ya al final, que nadie se lo aguantaba más de tres meses?

Él se robó esa frase de Philippe, porque él fue el que dijo me dijo “yo solo me lo aguanto tres meses” y me avisó la víspera, me dijo: “ya me voy”. Y como él se creía insoportable, huraño, jodón... pero no, era un encanto. Es difícil decir que pasé feliz en París con él enfermo acostado en una cama y que solo pasaba de la silla de ruedas a dibujar un poquito, a almorzar, a comer con los amigos... Pero ahí viví muchísimo con él.

Él no era insoportable. Él había sido insoportable de adolescente, como lo digo en el Retrato al comienzo del libro: que él era huraño, que se encerraba, oía música concreta que nadie aguantaba, se metía al baño y no nos dejaba el agua caliente y salía sin bañarse recitando y con las gafas empañadas y siempre era como así, como encorvado, comiéndose las uñas. Y en la casa de la abuela que éramos todos, todos los primos las tías, no sé qué... él se escondida detrás de la silla de mi abuela y entre los dos, jiji, se burlaban de todas las tías. Él, ahí sí era difícil.

¿No era parte del mito que Luis quería crear de sí mismo?

Sí, porque era así, todo el mundo lo adoraba y se encantaba con su humor. Él era encantador, sobre todo cuando se tranquilizó y cuando ya asumió que era homosexual y entró en confianza con sí mismo y se puso bonito. Se destapó y floreció.

Luis y las brujas

En París, Amalita Zea, una de las descendientes de Francisco Antonio Zea –el Zea de los Zea de toda la vida– les leía las cartas, porque los Zeas eran espiritistas. Y si bien no le creían a Amalita, a Luis –y a Beatriz–les quedó gustando y cada vez que Luis regresaba a Bogotá preguntaba qué bruja nueva había en la ciudad.

“No sé, porque Luis era muy juguetón, y como quien dice él me llevaba, el me iniciaba en muchas cosas, y llegaba y que ¿qué bruja hay? E íbamos, pero él no creía en eso en el fondo. Antonio se volvió supersticioso en España, que son supersticiosos. Antonio no le pasaba a uno el salero así jamás. Y si se derramaba la sal y se echa por el hombro pero eso en el fondo era un juego”.

Obra de Luis Caballero que
Obra de Luis Caballero que pertenece a la colección del Banco de la República. Foto: Banrepcultural.org

Beatriz, qué ha pasado con el catálogo razonado que están haciendo en la Universidad de Los Andes, ¿cómo va ese proceso?

Se paró. Lo íbamos dizque a lanzar. Primero, yo hace tiempo me di cuenta que hacer un catálogo razonado era imposible, porque eso implica seguirle el rastro a cada cuadro: salió del taller de Luis o lo compró a la Galería de Albert Loeb en París...

Siempre sabía que tendría que ser eso y pues yo empecé a averiguarles a los galeristas si ellos tenían ese itinerario los cuadros y no, y ya no más. Los cuadros de Europa, de Nueva York... allá hay montones regados, pero eso ya es imposible y los de aquí mismo, pues Alonso Garcés, no pues ni idea. Entonces, pues es hacer, más bien, es como un inventario. Luis decía que había pintado como 5.000 cuadros y llevamos ya más de 3.000 registrados, con fotos, fichas técnicas.

De pronto Lucas Ospina sugirió que hicieran eso, pero eso ponen a trabajar muchachos, estudiantes, entonces los cambian cada seis meses, entonces hay unos que no tienen ni idea, que me han tocado unos que no tienen ni idea, hay otros que sí.

Beatriz, ¿cómo nació el libro?

Le voy a leer. Más fácil que contarle. ¿Cómo nació la idea del libro? Poco a poco, desde cuando se murió Luis hace 27 años, yo me dediqué al manejo de su obra y de su archivo, la gente me hablaba de él, unos querían venderme cuadros suyos, otros comprarlos, otros saber cómo era él. De manera que vivía inmersa en él y me acordaba de él todo el tiempo...

Beatriz siguió leyendo, pero lo que leía es un encargo que hicieron en otro portal, y pues no, no se puede reproducir acá, pero me permito la ligereza y les digo que Beatriz dijo que poco a poco fue escribiendo páginas y revisándolas y guardándolas y volviéndolas a revisar y después alguien lo leyó y le gustó y hablaron de sacarlo con Oveja Negra, pero no se pudo y ahora salió en Taurus y el lanzamiento es en la Galería El Museo el miércoles a las cinco de la tarde. Habrá una pequeña exposición de obras de Luis. Con Beatriz estará Sandro Romero Rey y charlarán y contarán anécdotas y hablaran del libro y de Luis.

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