Roberto Bolaño periodista: cómo es “A la intemperie”, el libro en el que elogia a sus amigos escritores sin explicar por qué

El escritor chileno, un referente literario para los jóvenes, escribió columnas periodísticas y críticas apenas tuvo cierto reconocimiento. Algunas fueron joyas. Otras, no tanto.

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Roberto Bolaño retratado en París.
Roberto Bolaño retratado en París.

En un video que da vueltas por Youtube, con audio e imagen de calidad deficiente, Alan Pauls habla de las entrevistas a escritores. Dice que le aburren los autores que ofrecen el backstage de su escritura, que explican cómo lo hicieron, cuáles son sus influencias, etc. Al contrario, le interesan los escritores “que cuando contestan una entrevista siguen escribiendo”, y dice más adelante: “Los grandes escritores se presentan deliberadamente casi como efecto de sus obras”. Da como ejemplo a Aira, a Duchamp. Algunos nombres más frescos para agregar a la lista podrían ser Camila Sosa Villada, que en entrevistas e intervenciones simula un tono mexicano, o Pola Oloixarac. No se trata del viejo adagio de Oscar Wilde (“Denme una máscara y les diré la verdad”), ni tampoco del famoso dictamen de Ricardo Piglia de que toda crítica literaria es una forma de autobiografía. Es a la inversa: si me entrevistan gracias a mis libros, si gracias a ellos me dan un espacio en la prensa, entonces debo construir un autor acorde a ellos.

Hasta 1998, Roberto Bolaño llevaba una vida de privaciones. Atrás había quedado su patria, en Chile, y atrás había quedado su juventud en México DF. Ahora vivía en Blanes, un pueblo costero de España, y vendía artesanías en ferias. Durante algún tiempo fue vigilante en un camping, un oficio que le permitía trabajar en verano y dedicar el invierno a escribir y leer. Según el mito que él mismo construyó, participaba compulsivamente en concursos literarios, algunos de muy poca monta, y los premios lo ayudaron a subsistir durante años.

Todo cambió de un momento a otro con la publicación de Los detectives salvajes, el novelón que lo llevó a la fama y que tantas vidas cambió. A partir de entonces, su nombre tuvo el suficiente peso como para escribir columnas semanales en un diario de Gerona, y después en Chile. Un año después de su muerte, en 2004, se publicó por primera vez Entre paréntesis (Anagrama), la compilación de sus columnas periodísticas, artículos y conferencias. Y ahora, con el traspaso de derechos, Alfaguara publica A la intemperie, un libro parecido aunque con algunos textos de primera juventud hasta ahora inéditos.

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El escritor como crítico

Los escritores que publican reseñas son peligrosos. Por un lado, a diferencia de los críticos profesionales, sus palabras tienen oxígeno, fuerza vital, y en el mejor de los casos resultan ser el único motivo por el que alguien leería un suplemento cultural. Pero también existe un riesgo. David Foster Wallace decía que los escritores odian trabajar en todo lo que no sea su obra. En este nuevo esquema, el escritor, adverso al trabajo, despacha un texto maltrecho por semana para conseguir unos pesos y dedicarse a lo que de verdad le importa. Es el camping de verano. A primera vista, puede deducirse que el motivo de las reseñas que escribía Bolaño era económico: al fin y al cabo, es más fácil escribir columnas que ganar concursos, y la ligereza con que se resuelven algunas piezas lo confirman.

El orden de los textos de A la intemperie es cronológico, aunque una clasificación menos solemne podría ser: a) Joyas. Aquí se incluirían el paródico decálogo para escribir cuentos, la anécdota en una panadería de Blanes, el artículo titulado “El pasillo sin salida aparente” –un texto magistral sobre la visita a Chile después de más de veinte años–, además de las míticas conferencias “Derivas de la pesada” y “Literatura y enfermedad”. También entraría “Jim”, un texto muy extraño que luego se publicó como cuento. Hay varios más. Este conjunto ocupa alrededor del 40% del libro.

b) Artículos para cobrar unos pesos (el camping).

c) Un elogio a los amigos.

"Los detectives salvajes" fue la
"Los detectives salvajes" fue la obra consagratoria de Bolaño.

Cueste lo que cueste

El lector de veinte años se arrodilla y reza frente a la imagen de Bolaño. El lector que recién cumplió los veinte aprende a fumar para ser poeta, es capaz de hacer cola en un banco con el solo motivo de sacar de la mochila 2666, la obra maestra del autor chileno, y sentirse un héroe entre tanta burocracia. Luego de hacer un trámite inexistente, el joven pasa el resto de la tarde en el porteñísimo bar Varela Varelita, donde pide un café con leche tras otro para sentirse como García Madero, el protagonista de Los detectives salvajes. Ese lector de veinte años puede leer los textos de A la intemperie y sentir que está frente al crítico más grande de Latinoamérica. Y quizás así deba ser.

Pero el lector que se acerca a los treinta descubre que si sube una escalera larga se queda sin aire y que los bancos son abominables, haya libros o no. Ese lector, al leer A la intemperie, debe reconocer, cueste lo que cueste, que más allá de las novelas fundamentales –Estrella Distante, 2666, Nocturno de Chile, capitales en la literatura latinoamericana– no toda la obra de Bolaño se sostiene con la misma solidez, lo que incluye al Bolaño crítico. En El aleph, Borges escribe que Beatriz Viterbo murió “sin rebajarse ni un instante al sentimentalismo ni al miedo”; el peor Bolaño es el que se rebaja al sentimentalismo y al miedo, lo que lo convierte en una caricatura de sí mismo: relatos que se arborizan y terminan en ninguna parte, exceso de grandilocuencia. En el caso del Bolaño crítico, esos mismos defectos derivan en la abundancia de arbitrariedades.

Un ejemplo entre cientos: “La prosa de [Rodrigo] Rey Rosa es metódica y sabia. No desdeña, en algunos momentos, el látigo –o mejor dicho, el chasquido lejano de un látigo que jamás vemos– ni el camuflaje. No es un maestro de la resistencia sino una sombra, una raya que atraviesa veloz el espacio de la normalidad”. ¿Qué significa ser una raya veloz? ¿Qué significa que esa raya atraviese el espacio de la normalidad? ¿Qué es el espacio de la normalidad? Y ya que estamos: ¿qué es desdeñar el látigo?

Roberto Bolaño murió en Barcelona
Roberto Bolaño murió en Barcelona en 2003.

Otro problema: para Bolaño, todos sus amigos son el mejor escritor de su generación. Desde Pedro Lemebel (“Uno de los mejores escritores de Chile y el mejor poeta de mi generación”) hasta Javier Cercas (“Vuelve a casa para convertirse en uno de los mejores escritores de nuestra lengua”), pasando por Alan Pauls (“Es usted uno de los mejores escritores latinoamericanos vivos y somos muy pocos los que disfrutamos de ello”) y César Aira (“uno de los tres o cuatro mejores escritores de hoy en lengua española”), sin nunca explicar por qué. ¿Eso hace que A la intemperie sea, más que la obra crítica completa, las sobras críticas? No necesariamente. El hecho de que Bolaño sea una religión nos revela que en realidad estamos frente a un problema de fe.

¿Creer o no creer?

En un ensayo muy famoso, Fabián Casas explica que de a poco había dejado de leer a Cortázar. “Pasaron los años y Rayuela me empezó a parecer ingenuo, esnob e insoportable”. Un día, Casas ve una entrevista de Cortázar en la tele, ve sus gestos, su brillo, y algo cambia: “Le creo todo lo que dice”, y agrega: “Sí, sí, digo, mientras empino el quinto whisky, Cortázar tiene razón. Quiero que vuelva. Que volvamos a tener escritores como él: certeros, comprometidos, hermosos, siempre jóvenes”. Y remata con la célebre frase: “Aira nos cagó, es un agente de la CIA”. El desafío, como les pasa a los nenes que dejan de creer en Papá Noel o a Iván Karamazov cuando pierde la fe en Dios, es volver a creer.

Aunque quizás lo mejor sea lo contrario: permitirse no creer. ¿Cómo sería? Permitirse no creer que Bolaño es un gran crítico, saltearse páginas, perder el respeto reverencial y admitir que Bolaño escribía bien cuando quería, sobre todo cuando escribía ficción. Liberarnos, incluso, del propio Bolaño y pensar que sus reseñas no van del todo en serio: son parte de su obra. O mejor: son efecto de su obra. El autor de las reseñas es, en realidad, Arturo Belano, alter ego de Bolaño y protagonista de sus ficciones más memorables.

"2666", libro póstumo de Roberto
"2666", libro póstumo de Roberto Bolaño

Liberados del yugo de la adoración, y liberado Bolaño de tener que escribir con la lógica del mundo real –porque no es él sino Belano– todo cobra sentido. Podemos saltearnos los textos inéditos del principio, que no pasan de ser curiosidades de hemeroteca. Podemos leer, tal como el propio Bolaño aconsejaba, de tres en tres o de cuatro en cuatro. Hasta que encontramos en la página 96 un artículo de la vuelta de Bolaño a Chile. Se llama “El pasillo sin salida aparente” y es una fusión de crónica y ensayo sobre la literatura chilena y la herencia de la dictadura. Leemos pasajes como este: “Alquilan o compran una casa en las afueras de Santiago. En los sótanos de esa casa, el norteamericano se dedica a interrogar y torturar a presos políticos [...]. Ella se dedica a escribir y asiste a talleres de literatura”.

Sabemos lo que sigue, porque leímos y hasta podemos recitar partes enteras de Nocturno de Chile. Sabemos que la mujer invita a escritores a su casa, y que uno de ellos pide para ir al baño, pero en el camino se pierde. Sabemos que abre una puerta “que está al final del pasillo, similar a Chile”. Y aunque sabemos cómo termina, no podemos parar de leer: “La habitación está a oscuras pero aún así distingue a un bulto amarrado y doliente, o tal vez narcotizado. Cierra la puerta y regresa a la fiesta”.

Ahora sí creemos cada palabra.

Quién fue Roberto Bolaño

♦ Nació en Santiago de Chile en 1953 y murió en Barcelona en 2003.

♦ Fue un escritor y poeta chileno considerado de culto.

♦ Entre sus obras más destacadas se cuentan Los detectives salvajes, ganadora del Premio Herralde de 1998 y del Premio Rómulo Gallegos en 1999, y la novela póstuma 2666.

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