Una hermana que adivina cómo muere la gente y un hermano que habla con los que ya no están: cómo es la novela en la que los niños juegan a sobrevivir

“Los niños 6″, del escritor estadounidense Jesse Ball, empieza con una violencia feroz. Dos hermanos se convierten en los líderes de un grupo que sobrevive a puro entretenimiento.

Ball nació en 1978 en Estados Unidos.

Las utopías infantiles siempre empiezan con una tragedia. No siempre terminan bien, pero, casi por definición, empiezan mal. Una guerra, un accidente aéreo, un virus: el universo adulto se retira con sangre. En Los niños 6, la nueva nouvelle de Jesse Ball (Toque de queda, Cómo provocar un incendio y por qué), el comienzo es de una violencia feroz.

Hombres, mujeres y adolescentes se matan en medio de una psicosis colectiva sin explicación: a martillazos, a tiros, a golpes, a mordiscos, tirándose por la ventana, clavándose vidrios, cortándose las venas, sacándose los ojos, abriéndose las vísceras.

Es difícil pasar esas primeras páginas, pero la narración no es obscena ni se regodea en la náusea. Ball describe con la crudeza ingenua de la mirada infantil que registra pero no juzga: “Por toda la cuadra delante de las casas había personas tiradas. Debajo de cada ventana yacían personas de bruces. Yacían en el suelo porque ya no valían nada para sí mismas. Desde los departamentos habían salido directamente a la calle por las ventanas. Habían sabido que ya no les hacía falta usar las escaleras, y ahora ya no les hacía falta nada más”.

Como en los antiguos mitos, los protagonistas de la historia son dos hermanos, Devlin y Mina. Él tiene 10 años y, quizás, de haber tenido un par de semanas más, habría terminado como los otros. Ella es ciega; usa un bastón blanco. El hermano es su conexión con el afuera. No saben a dónde ir, pero saben que no se pueden quedar allí: los incendios rodean la ciudad, en pocos días escasearán los alimentos. Otros nenes se les unen y en el camino hacen lo que hace cualquier chico: juegan.

El libro fue editado por el sello Sigilo.

En una especie de veo-veo truculento, ella debe adivinar cómo murieron las personas que encuentran. “Hombre. Gordo. Ochenta años. Murió ahogado”, dice ella. “Mina, no acertaste absolutamente nada”, le dice él. Y ella: “Recién empiezo. Apenas estoy entrando en calor”.

Pero, entonces, algo quiebra una trama de posibles peripecias que los lleve hacia una tierra prometida —particularmente porque no hay tierra prometida—: Devlin se convierte en una suerte de médium y, a través de él, Mina habla con Charlotte, la hermana mayor, muerta. Otros chicos ven el prodigio y arman un escenario donde él actúa el rol de los muertos y cada nene tiene la posibilidad de despedirse. La novela deja el tono desapegado y se vuelve melancólica y poética. Devlin es el vehículo de un rito comunitario: “Esos son los rituales que confundimos con el sentido”, dice, “pero si no tienen sentido al menos brindan consuelo”.

Consuelo: he aquí una clave del libro. Cómo darle sentido a la vida y a la muerte, cómo romper los límites del tiempo y el espacio, cómo evitar la caída y la pérdida del estado de gracia. Tal vez la respuesta esté en el arte. El único adulto de la novela podría ser el narrador, pero él tampoco está lejos de los niños. “La literatura”, dice María Negroni, “es la continuación de la infancia por otros medios”.

“Los niños 6″ (fragmento)

La pregunta que me gustaría hacerles, queridos amigos, es cómo puede ser que exista un umbral, de un lado del cual se encuentra todo lo que es posible e imaginable, exaltado en destellos de luz tersa y radiante, coronado por arcos de tierra y piedra, demolido y reconstruido y vuelto a demoler y vuelto a reconstruir y fulgurante en su liminalidad, todo eso de un lado del prisma de la mente…

… y del otro lado, la futilidad y el tedio de barrer maquinalmente el aserrín acumulado en el suelo de alguna tienda.

Por cierto, ninguno de los dos lados tiene sentido. No les estoy hablando del destino ni de propósitos

Estoy hablando del deleite, y de la trampa acechante, encarceladora, que es el cerebro.

¿Por qué tendría que llegar un día en el que prefiramos no usarlo para casi nada, cuando en todos nuestros días anteriores era el instrumento que blandíamos al despuntar la mañana, y por la noche nos dormíamos estrujándolo contra nuestro pecho?

¿Por qué deberíamos permitirnos ser adultos?

Quién es Jesse Ball

♦ Nació en 1978 en Estados Unidos.

♦ Ha publicado cuentos, poemarios, novelas y dibujos.

♦ Entre sus libros se cuentan Cómo provocar un incendio y por qué y Toque de queda.

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