Claudia Piñeiro comenta: Mempo Giardinelli vuelve a la dictadura y deja dos preguntas inquietantes

En esta columna exclusiva, la autora de “Catedrales” comenta “Esto nunca existió”. Claves de una novela con muchos guiños, por qué la leyó “con suspicacias” y en qué medida el tema sigue siendo actual.

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Francisco Amaro Villafuerte es un periodista, delegado sindical y escritor -sin libro aún-, que recibe el siguiente llamado del director de la editorial que iba a publicar su primera novela:

-Recibimos visitas. Recién se fueron. Mejor andá a dar una vuelta.

Y claro, si alguien lee desprevenidamente, ese parlamento se puede prestar a distintas interpretaciones. Pero si agregamos que la acción transcurre en junio del 76 la interpretación se conduce y es una sola: Pancho, como le dicen los amigos, se tiene que ir del país como pueda y cuanto antes, es urgente. Son los tiempos de la dictadura militar en la Argentina, han quemado su libro cuando estaba a punto de ver la luz y ahora vienen por él.

Pero, como Villafuerte no pertenece a ninguna organización política ni tiene redes que lo ayuden a mantenerse en la clandestinidad hasta lograr salir de la Argentina, tiene que arreglarse por las suyas. Y “las suyas” son escasas. Mal que le pese, no le queda más remedio que recurrir al dueño del diario donde trabaja, un hombre al que llama con un apodo que revela el concepto que le merece: “Yarará”. Nuestro protagonista tiene más dudas que certezas en cuanto al movimiento que está por hacer, pero sabe que el hombre a quien desprecia es su única opción.

Por eso, nada menos que para salvar su vida, Francisco se reúne con él en un bar que -para memoriosos y memoriosas como yo- con solo nombrarlo se pone la piel de gallina: El Florida Garden, donde se reunían los servicios de inteligencia. ¿Logrará irse del país a tiempo o no? ¿Lo traicionará Don Raúl alias Yarará? ¿Lo delatará alguno de sus amigos o amigas temerosos de ser arrastrados a su suerte? ¿Lo ayudará o no Chela, su mujer, a quien lo une una matrimonio en problemas y dos hijos que son lo que más le importa en el mundo? ¿Dónde está Analía, esa joven mujer que irrumpió en su vida y ahora se encuentra inhallable? Estas preguntas son algunas de las muchas que sostienen la trama que Mempo Giardinelli despliega en su última novela: Esto nunca existió. Sin embargo, hay una pregunta por fuera de la trama que me inquietó durante toda la lectura, una pregunta que parece inevitable hoy: ¿Esto puede volver a suceder?

Con precisión de relojería, Giardinelli fracciona el texto en capítulos que responden a cada momento de esos pocos pero interminables días que van desde que Pancho recibe la advertencia de que debe irse, hasta que se devela la posibilidad de emigrar o no. Y el autor apuesta en todo momento a la tensión dramática. Por eso la novela arranca en el día 2 -no en el previsible 1-, un miércoles, a las 18:15 horas, en el Florida Garden. Desde allí, Giardinelli retrocede o avanza las veces que sea necesario para contar esta historia que mantiene ritmo sostenido y suspenso in crescendo en cada fracción del relato.

Hay muchas maneras de leer Esto nunca existió: como novela histórica, como novela de personajes, como novela política, o como un texto híbrido donde además de contar los hechos se reflexiona sobre la escritura, sobre el oficio del escritor, sobre literatura. También se puede leer tratando de encontrar detalles autobiográficos, aunque el autor ya declaró en algún reportaje que esta novela es ficción.

De todos modos, es inevitable tratar de inferir a qué editorial se refiere cuando habla de “Impresada”. O qué revista evoca cuando llama “Séptimo día” a aquella para la que trabaja Francisco, o “Nosotros” a su competencia. Algunas referencias son esquivas y provocan intriga. Otras son claras, se agradecen y disfrutan, como en el capítulo “18 . Colón. (Día 6. Domingo, 22:30 horas)”, en la escena en la que le dice adiós a su amigo y compañero que también intentará emigrar. “Después cada uno tomó su rumbo, sin darnos vuelta para mirar atrás ni para un último gesto de despedida. Que hubiese sido inexorablemente triste, solitario y final”. Entonces uno o una, lectores atentos y dispuestos a atar cabos, comprobamos que -ficción o no- ese amigo es Osvaldo Soriano.

Más allá de las múltiples posibilidades de lectura de la nueva novela de Giardinelli y haciendo uso del permiso que hace mucho tiempo nos dio Jorge Luis Borges, a mí me gustó leerla como novela negra. En El cuento policial, un texto de 1978, Borges sostiene que Poe no creó el género sino a su lector, “el lector de ficciones policiales”. Y plantea que se le entregue a ese lector el Quijote con la advertencia de que se trata de una novela policial. “(..) Entonces, ¿qué lee? En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo vivía un hidalgo… y ya ese lector está lleno de sospechas, porque el lector de novelas policiales es un lector que lee con incredulidad, con suspicacias, una suspicacia especial. Por ejemplo, si lee: En un lugar de la Mancha…, desde luego supone que aquello no sucedió en la Mancha. Luego: …de cuyo nombre no quiero acordarme…, ¿por qué no quiso acordarse Cervantes? Porque sin duda Cervantes era el asesino, el culpable. Luego… no hace mucho tiempo… posiblemente lo que suceda no será tan aterrador como el futuro”.

Así leí yo esta novela, con suspicacia, con sospechas, preguntándome por cada uno de los personajes, sintiendo que lo que viene por delante puede ser aterrador. Pero claro que en la novela de Giardinelli la típica pregunta del género: ¿quién lo mató y por qué? se subvierte, porque aún no hay cadáver. Tampoco alcanza con pasarla a tiempo futuro: ¿Quién lo matará y por qué? Sabemos muy bien quién lo matará -si no logra huir- y cuáles son sus argumentos. Es que en este caso las preguntas son otras, las que señalé más arriba. De todas ellas me permito repetir dos, que me parecen clave: ¿logrará emigrar a tiempo?, ¿esto que nunca existió puede volver a suceder?

Cuando me toca hablar de género policial en algún festival o entrevista, muchas veces recurro a una conferencia que Giardinelli dio en México y hoy está incluida en su libro de ensayos El género negro (Capital Intelectual, 1984). Particularmente, repasar ese texto me ayuda a responder sobre el género en Latinoamérica, si tal o cual es novela policial o no, o por qué el éxito de esta literatura. Nunca confieso que la clasificación dentro de un género u otro me influye poco a la hora de elegir una lectura y nada a la hora de escribir. Sin embargo, pensar qué está o no dentro puede servir para pensar la literatura como límite destinado a ser corrido, empujado, incluso roto. Me gusta dar como ejemplos dos novelas ganadoras del premio Dashiell Hammett que se otorga en la Semana Negra de Gijon: Subsuelo, de Marcelo Luján (Salto de página, 2015) y Yo fui Johnny Thunders, de Carlos Zanon (RBA, 2014). Estas dos excelentes novelas también empujan el límite del género negro para meterse dentro, subvierten la pregunta típica para responder otras. Y sin dudas, en ellas están presentes otras cuestiones “negras” como la violencia, el enigma y la búsqueda de la verdad.

A esto justamente, al mecanismo intrínseco del género que busca la verdad y a la “negritud” se refiere Mempo en el mencionado texto: “(…) la literatura latinoamericana contemporánea ha ido incluyendo cada vez más elementos del género. No sólo en cuanto a la estrategia de avance de lo que podríamos llamar el mecanismo de intriga de una novela policial, sino en cuanto a otros aspectos que tienen que ver con una especie de ética interna que tiene la literatura de este género, y que, a mi juicio, es lo mejor que nos legaron los creadores del género negro”. Y explica: “Yo pienso en esa negritud que tiene que ver con “la otra cara del espejo”, con esos aspectos más sórdidos de la vida cotidiana. (…) Y un poco más adelante, agrega: “Sostengo que en América Latina, más aún, en la extensa América, si uno simplemente describe la realidad que lo circunda y lo hace con la mente y los ojos abiertos, sin prejuicios, con sinceridad, necesariamente está haciendo novela social, aunque no tenga ni la intención ni la conciencia de estar haciéndolo.”

Creo que eso es lo que hace Giardinelli en su última novela, contarnos quiénes somos como sociedad, porque lo que somos hoy tiene que ver con aquello de donde venimos.

Algunas pocas cuestiones más. Como Zama, de Antonio di Benedetto, Esto nunca existió trabaja la espera. Pero lo que allá es morosidad, letargo, días y días que pasan, en la novela de Mempo es urgencia, peligro, inminencia, para bien o para mal. Y están presentes la amistad, el amor que se diluye, la paternidad, el terror, la humillación, la dignidad. A lo largo del texto hay frases para subrayar, dejo alguna de las que yo subrayé: “Por suerte ya era casi de noche, que en la gran ciudad y con miedo podía ser un raro manto protector. La oscuridad suele ser amiga del que tiene miedo”. Y postales de Buenos Aires, pintadas por quien mira como extranjero: “Martes frío y desapacible, con niebla quieta suspendida sobre la ciudad, que por eso mismo parecía tan bella como amenazante”. Y certeras descripciones de personajes: “Todo lo que querés es salir de ahí, pero a la vez te frena saber o pensar o creer que el menor movimiento que hagas la serpiente va a picarte con la velocidad de mosca”.

La novela ya está girando, que cada lector subraye las propias.

Quién es Mempo Giardinelli

♦ Nació en Resistencia, Chaco, en 1947.

♦ Es escritor y periodista.

♦ Estuvo exiliado en México entre 1976 y 1984.

♦ Creó la revista “Puro cuento”.

♦ Entre sus novelas están Santo Oficio de la Memoria, Luna caliente, La revolución en bicicleta, Imposible equilibrio, Los perros no tienen la culpa y Visitas después de hora.

♦ La Fundación que lleva su nombre, en Chaco, promueve la lectura y organiza anualmente el Foro Internacional por el Fomento del Libro y la lectura.

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