Cuando las piezas del rompecabezas familiar, dispersas y revoloteando a través de los años, finalmente se reúnen, se está frente a algo poderoso, magnético. Eso es lo que supo la escritora Elvira Lindo en julio de 2016, cuando conoció a su prima lejana María y escuchó una propuesta que la llevaría a escribir uno de sus libros más personales, A corazón abierto (Seix Barral, 2020). La prima, directora de un ensamble artístico en Berlín e intérprete de corno inglés, un instrumento de madera derivado del oboe, le propuso a Elvira trabajar juntas en una “ópera cantada”, en otras palabras, “una historia que se cuenta con palabras y música” y con “la voz como un instrumento más”. Ante el pedido de un cuento para este proyecto anfibio, Elvira no lo dudó: el texto iba a estar centrado en la figura de su padre.
Escribe Elvira: “Hacía tres años que había muerto mi padre y yo andaba tanteando el terreno para escribir sobre él. No quería hacer un ejercicio nostálgico, no soy proclive a la nostalgia, tampoco una serie de memorias, ni algo puramente emocional. Deseaba que la escritura fuera la continuación natural de un ejercicio al que me había entregado desde niña: a observar, a observar a mi padre, a tratar de entender un comportamiento errático, imprevisible, que iba de la calidez a la furia sin darte tiempo a reaccionar. No hay persona a la que yo haya dedicado más horas de conversación que a mi padre”.
De esas cavilaciones, nació El niño y la bestia, una obra de lectura musicalizada que se estrenó en noviembre de 2018 en Berlín y que luego giró por distintas ciudades de España. En el texto, que leyó ante distintos auditorios y que es parte de A corazón abierto, Elvira cuenta la historia de Manolo Lindo, un niño que llegó, solo, a una Madrid devastada en pleno 1939. Con apenas nueve años, sus padres lo mandaron desde su Albacete natal hasta la capital del país porque no podían mantenerlo. Fue el único de sus hermanos que fue enviado hasta la casa de una tía soltera, La Bestia del título, una enfermera que le dio un techo y a la vez le solía pegarle bastante seguido.
Si El Niño y La Bestia fue la génesis de un proceso creativo que llevó a Elvira Lindo a bucear en sus memorias de infancia, a hablar con sus hermanos sobre los recuerdos compartidos y los que cada uno atesoraba a su manera, en indagar en los hombres y mujeres que conocieron a sus padres y hasta en consultar a psicoanalistas y psiquiatras sobre los mecanismos de defensa que llevaron a que la generación de esos niños a que escondieran sus sentimientos para seguir adelante, fue también el texto elegido por Elvira Lindo para cerrar A corazón abierto. Si El Niño y La Bestia fue una ceremonia compartida con cientos de personas sentadas en sus butacas, A corazón abierto fue un acontecimiento íntimo, disfrutado por las primeras camadas de lectores en medio del confinamiento. Es que la primera edición del libro llegó en marzo de 2020, pocos días antes de que España dispusiera los primeros cierres por la pandemia de coronavirus. Hace apenas unas semanas, el círculo volvió a girar y Elvira pudo encontrarse cara a cara con los lectores que se acercaron hasta la caseta en la que estaba firmando ejemplares en la Feria del Libro de Madrid. Si muchas veces se dice que la vida es circular, la trayectoria de este libro puede servir como ejemplo para graficarlo.
Autora de novelas como Una palabra tuya y Lo que nos queda por vivir, columnista de El País, guionista de radio y próximamente directora de cine, Elvira Lindo se convirtió en una figura pública de máxima relevancia con la publicación de la saga de libros infantiles de Manolito Gafotas, que nació en la radio y tuvo hasta su propia película. A contramano de otros escritores y escritoras que se han quedado atrapados en un solo hit, Elvira ha sido capaz de construir una voz literaria tan sólida como versátil. Muchos de los niños lectores de Manolito Gafotas han crecido y leído su obra para adultos, como, entre muchos otros, el autor de esta nota.
Es un mediodía de calor infernal en el centro de Madrid. Elvira Lindo recibe a Infobae Leamos en su piso, cerca del Retiro, y conversa durante más de una hora sobre el proceso de escritura de este libro, los desafíos de escribir en primera persona y sobre la imagen que elige para pensar al amor. Durante su charla, contará la “bendición” que recibió de Adolfo Bioy Casares cuando empezó a salir con quien hace décadas es su marido y compañero de vida, el también escritor Antonio Muñoz Molina. Como testigo de la charla, va y viene su perrita, Lola.
-Lo primero que te quiero preguntar es cómo ha sido volver a encontrarte con los lectores en persona después de tanto tiempo, y sobre todo a partir de un texto tan personal como este.
-Pues, ha tenido algo de emocionante, primero porque los lectores son conscientes de que es una vuelta a la normalidad. Siempre hay mucha comunicación entre el lector y quien escribe, pero ahora todo el mundo tiene historias que han ocurrido en este tiempo. Y, sin saber cómo, el hecho de que estés en una caseta y el lector fuera, hace que seas una escritora que quieren ver y con la que quieren hablar, y luego, la propia estructura del sitio tiene también algo de confesionario.
-Y también la propia temática del libro, que invita a pensar en las historias familiares de cada uno.
-También. ¿Entonces qué recibes? Muchas veces tienes la tentación de firmar rápidamente porque tienes mucha gente en la cola esperando y te da apuro, pero luego cuando se te acerca alguien con una historia realmente sabes que tienes que parar y prestar atención porque hay gente que viene con mucha carga emocional de cosas que les han pasado durante estos últimos años. Y el libro también favorece ese tipo de confesiones, porque es la memoria de los padres y los abuelos. Es la memoria de la generación que fue llamada “los niños de la guerra”, entonces todos tenemos una vinculación. Y si a eso se suma que han sido fundamentalmente los que han padecido la pandemia, con una situación completamente irregular, de personas que murieron solas y a veces sin asistencia… Fuimos conscientes de la crueldad y la barbaridad de lo que estaba ocurriendo.
-Hubo muchas personas que no pudieron darle el último adiós a sus seres queridos.
-Es que yo no me lo puedo ni imaginar. Mi padre murió de EPOC en 2013 y lo que más se veía afectado en esta pandemia eran los pulmones, o sea que podía ser parecido. Pero no me puedo imaginar que tu padre se esté muriendo, tu estés en tu casa y no puedas moverte para auxiliarle en los últimos momentos. Han sido terribles los duelos que se han tenido que asumir sin la presencia física del fallecido.
-En tu caso, has podido despedirte tanto de tu madre como de tu padre y este libro ha sido una forma de seguir procesando ese duelo, ¿verdad?
-Sí. Y además este libro ha acompañado a mucha gente. Mi padre era un hombre extravagante y muy peculiar pero también tenía cosas de hombre de su época. Él decía barbaridades todo el tiempo porque no tenía filtro y mucha gente ha reconocido a ese tipo de hombre que va por el mundo, que habla con los desconocidos… Es algo muy generacional, ahora se hace mucho menos eso; la gente puede ser sociable, pero con personas que ya conoce. Ese tipo de relación que se tenía antes en una ciudad, y en España, imagino que también ocurriría en Buenos Aires, que la gente entraba a un sitio y hablaba con la gente que estaba allí. Eso era parte de la vida, de hablar con desconocidos o conocidos así de toda la vida, es decir, que no tenías que ser amigo no tener una conversación. En ese aspecto, yo creo que a mí ese tipo de sociabilidad me gustaba más que la de ahora, la verdad (risas). Crecí viendo a mi padre hablar con todo el mundo.
-En el libro, contás que tu padre hablaba tanto que no les dejaba meter bocadillos a ustedes.
-No nos dejaba, no nos dejaba porque él llenaba el espacio. Y tanto lo llenaba que te resultaba difícil meter baza. Era un hombre muy atractivo para las mujeres, muy coqueto. Era una persona que, sin ser popular por un oficio artístico, era muy conocido en muchos sitios por su carácter. Cuando fuimos mayores, le reñía muchas veces y le decía: “Papá, eso no puedes ir contándolo, porque la gente va a pensar que estás loco” y luego me di cuenta de que tenía que tener flexibilidad con él. Era una de esas mentes que no se pueden domesticar, que son siempre salvajes, también porque pasó mucho tiempo solo en la infancia, pasó mucho miedo…
-De hecho, no hablaba mucho de eso.
-No, lo contaba como contaban las cosas en su generación, quitándoles yerro e importancia porque probablemente habían sufrido mucho. No era una generación victimizada sino muy sufrida.
-Eso contrasta con el presente, en el que nos quejamos de cosas muy mundanas y somos, como generación y como época, muy exhibicionistas.
.Yo creo que estamos en una época profundamente exhibicionista y entonces, al final, las cosas se banalizan. ¿A dónde vamos a llegar ahora que tienes que contar cosas tremendas para llamar la atención? Hemos pasado de decir “no se puede hablar de la enfermedad mental” a pensar que puedes tener una página en Instagram exhibiendo tu enfermedad mental. Esto podría parecer una forma de aliviarla, pero como está tan ligado a cierto narcisismo, no sé cuál es el resultado. Creo que lo bueno que ha tenido el visibilizarla, más en esta época, es que hace que las personas se atrevan a ir al médico y exijan que exista una asistencia psicológica, etcétera, etcétera. Eso está muy bien. Pero tengo mis dudas de que la exposición pública continua de todo esto al final sea algo curativo o terapéutico para la persona. Yo creo que todo lo que tiene que ver con las redes, al final, es como una pequeña droga que en el momento te hace efecto y luego te deja vacío.
-Sí, porque nos aleja de tener perspectiva. A este libro, por ejemplo, no lo podrías haber escrito mientras lo ibas viviendo.
-No, no lo podría haber escrito a los veintitantos años, porque en ese momento habría sido yo, yo, yo y todos los reproches hacia mis padres y tal. Hacerlo con perspectiva significa que yo ya he pasado edades de la vida, que además están plasmadas en el libro con mis voces de distintas edades, y eso me permite tener una mirada más chejoviana sobre los personajes, comprenderlos más. No significa estar de acuerdo con ellos en su comportamiento, pero sí observarlos como seres humanos, y todos los humanos somos defectuosos.
-Eso también va a contracorriente de la época, entender que no todo está centrado en nosotros mismos.
-Claro, yo pensé: “Voy a hacer una novela sobre mis padres”, pero quería que fuera de verdad una novela que yo cuento con distintas voces, no quería que la atención estuviera puesta sobre mí. Creo que es bueno que la gente cuente cosas de su vida, a mí me gusta, pero el punto de vista, o la manera de abordarlo, no puede ser continuamente lo que tu sientes. No puede ser lo que tu sientes todo el tiempo porque no es suficiente.
-¿Cuál fue el desafío más importante al escribir el libro?
-Primero, hacer la estructura, porque tiene una estructura de puzzle en el que las piezas se van uniendo al final. Segundo, pensar que podía haber voces de distintas voces dentro de mí misma, las voces de las edades en las que yo les observaba a ellos. Tercero, que un libro así tenía que contarse siempre en presente, es decir, tenía que estar presente en las historias, viéndolas. No podía ser un libro de memorias. Entonces, el libro es muy marcadamente literario y lo que yo más quería, por encima de todo, era serle fiel a la personalidad de mis padres. Y creo que lo conseguí porque son ellos, y así lo han visto mis hermanos, y así lo ha visto Antonio, que conoció mucho a mi padre. Él está ahí, como en carne y hueso, y al mismo tiempo es un personaje literario.
-Con hijos que vienen de antes de que formaras pareja con Antonio Muñoz Molina, compartiendo la profesión. Imagino que debés haber soportado mucha carga machista, como le pasa a Siri Husvedt cuando hay gente que la sigue nombrando como “la esposa de Paul Auster” cuando en realidad es una escritora con peso propio.
-Completamente. Si nos hubiéramos dedicado a cosas diferentes, pues, ya está, no hubieran chocado y tal. Pero es verdad es que es muy pesado. Hay gente que, con toda su buena intención, me dice: “¿Y qué tal está el maestro?”. Y yo pienso: para empezar, no le gusta que le llamen maestro; no le gusta, no es ese tipo de escritor. Y segundo: si él es el maestro, ¿yo qué soy? ¿La alumna? O sea, no me preguntes por el maestro, pregúntame por mi marido, pregúntame por mi pareja. Me encanta hablar de él, pero no lo coloques en una posición como si esto fuera un escalafón. Vamos a olvidarnos un poco ya de eso. Hay cosas que son tremendas, o sea que a lo mejor hay personas que no te han leído a ti y entonces lo que hacen es hablarte todo el rato de libros de tu marido y dices no, trátame como a una persona más.
-Con entidad propia y con una obra propia.
-Exacto. Y si quieres luego hablamos, que a mí me encanta hablar de Antonio, hablo mucho de él. Hay gente muy patosa, pero la suerte que he tenido es que he tenido un afán de trabajar mucho, de hacer mis cosas, y al final, trabajando y dando codazos, tienes tu sitio. Y, luego, en mi casa yo nunca he sentido eso. Si en mi casa hubiera sentido como que él le daba más importancia a las cosas que él hacía y tal... pero no ha sido así. Tenemos una relación, yo creo, que llamativa, porque es extraordinariamente igualitaria. Y eso es para mí lo más importante.
-En esa columna sobre su vínculo que escribiste en El País defines al amor como un refugio, como el deseo de volver a casa para encontrarte con él, escuchar su voz y sentir que estará cerca.
-Creo que hay gente a la que no le gusta mucho llegar a su casa (risas). Hay gente que a lo mejor se ve condenada a vivir con otra persona, eso es muy triste. Y muchas veces, cuando veo escritores que se la pasan de un lado a otro, que se pasan la vida viajando de congreso en congreso, a veces pienso: es que a lo mejor no quieren estar en su casa, porque si tienes una vida de verdad rica no estás de promoción todo el día. Yo tengo que viajar a veces, pero siempre procuro tener una rutina en mi vida para poder trabajar con sosiego. Hubo algún tiempo en nuestras vidas en que tuvimos que viajar tanto por trabajo y tal, hasta que llegó el momento un día en que me senté y dije: “Le he perdido el gusto a viajar, llevo de un lado para otro con una maleta todo el tiempo. Se acabó. Quiero vivir el placer que vivía cuando tenía mucho menos dinero y ahorraba para irme cinco días fuera de Madrid”. Y para mí esa vida diaria ha sido tan importante que no la quiero perturbar con tantos compromisos. Siendo una persona tan ansiosa, el poder tener una vida privada que te da algo de sosiego es fundamental.
-Para terminar la entrevista te quiero preguntar cómo se han conocido con Antonio.
-Fue curioso, porque yo presentaba un programa en Radio 3, que era la alternativa de la radio pública. Entonces, una vez pedí el día libre para ir a los cursos de verano del Escorial en donde hablaba el novelista Bernardo Achával, que me gustaba mucho. Lo que ocurrió es que Antonio hablaba con él; yo eso no lo sabía. Comimos juntos y me chocó, porque lo tenía por un escritor muy serio, muy grave. No esperaba ese sentido del humor, y lo vi más alto y más delgado de lo que yo pensaba (risas). Tuvimos una buena conexión y tal, yo estaba realizando una serie de entrevistas a escritores y quedamos en vernos y hubo una serie de desencuentros hasta que yo fui a Granada poco tiempo después. Tampoco conseguimos hacer la entrevista esa vez porque comimos, hablamos, no sé qué. Y hubo una cosa muy bonita: cuando empezamos ya a conocernos de otra manera, fue porque él vino a Madrid a presentar a Adolfo Bioy Casares y fui a ese acto.
-Y a todo esto ya habían pasado varios meses, no días…
-Sí, habrán pasado varios meses. A todo esto, yo iba con mi magnetofón, enorme, a hacer la ya célebre entrevista que no conseguía hacerle, no porque él no quisiera sino porque nos poníamos a hablar y tal. Iba con esto y al acabar la charla me dice: “Mira, es que tengo que cenar con Bioy Casares”. Y yo: “Bueno, no te preocupes, ya quedamos para otro día”, a lo que me dijo: “¿Por qué no te quedas? Te lo pido de corazón, quédate”.
-¿Y fueron a cenar los tres?
-Fuimos los tres con otro escritor. Total, que cenamos, Bioy Casares era una persona encantadora y yo estaba alucinada de estar allí, no me esperaba ese momento. Luego nos fuimos Antonio y yo a tomar una copa y ahí es donde empezó nuestra historia de amor: con Bioy Casares (risas). Al día siguiente, Antonio se había ido a Granada y yo estaba tan cansada que estaba en casa echada en el sofá escuchando la radio, y de repente escucho que le han dado a Bioy Casares el Premio Cervantes. ¡Madre mía! Me parecían todo como señales, esas cosas que pasan en el primer tiempo del enamoramiento en que sientes que todo se conecta y el pensamiento se te vuelve mágico. Llamo al hotel, pido que me pasen con la habitación de Bioy Casares y le digo: “No sé si se acuerda que cené con usted y con Muñoz Molina. Enhorabuena, porque le acaban de dar el Premio Cervantes”. ¡Nadie se lo había dicho! Tuvo toda una magia especial. Cogí un taxi, me fui al hotel en el que él estaba, en la otra punta de Madrid. Ya estaba haciendo una nota con otros periodistas y al verme se levantó a darme un gran abrazo. Y yo dije: esto quiere decir algo, esto ha sido como una gran bendición del gran escritor.
“A corazón abierto” (fragmento)
No, no hemos sido malos hijos. Al contrario, aceptamos ser los personajes secundarios en vuestra historia. Y aún ahora, cuando os dejamos atrás, seguimos representando tozudamente leales nuestro papel subordinado. Nos movemos en un mundo donde todo se juzga de manera implacable. Podría decirte: papá, me hiciste ansiosa, inestable, obsesiva, me arrebataste la parte de vanidad que me correspondía, antepusiste tus deseos a los míos, tu ejemplo me predispuso a pensar que cualquier hombre me abandonaría en cuanto advirtiera en mí una señal de debilidad. Siendo todo eso cierto, ¿qué sentido tendría malvivir en la queja? A mí me sigue atrayendo tu carácter inestable, iracundo y caprichoso, porque la mayor verdad, la que se impone sobre el reproche, es que nos amabas con una furia que a veces dolía, nos amabas, aunque fuera el tuyo un amor dulce y violento. Podría reprocharte, mamá, que no calibraras el daño que tu dolor me hacía, esa necesidad tuya de que una niña, una niña entonces, sí, tomara partido y obedeciera órdenes contradictorias: no crecer para permanecer arrimada a ti, ser adulta para combatir en tu mismo bando. Pero ahora reconozco en ti un hondo estado depresivo que no te permitió actuar de otra manera. Y distingo y aprecio el patrimonio que me has dejado, una delicadeza que impregna todo lo que toca, un sentido del humor agazapado, el calor de esa cercanía física que te capacita para amar.
Quién es Elvira Lindo
♦ Nació en Cádiz, España, en 1962.
♦ Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y en 1981 empezó a trabajar en la radio. Allí, creó al personaje que la llevó a la fama: Manolito Gafotas. Manolito Gafotas pasó de la radio a los libros. Se publicaron ocho entregas de su saga y se hizo una película.
♦ Sus columnas de opinión en El País han sido recopiladas en distintas antologías: Tinto de verano, Otro verano contigo, Don de gentes y 30 maneras de quitarse el sombrero.
♦ En 2005, publicó la novela Una Palabra Tuya, que ganó el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral y fue llevada al cine.
♦ A Corazón Abierto, publicada en marzo de 2020, va por su séptima edición y ya lleva vendidos más de 75.000 ejemplares.
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