Un joven crece al lado de su abuela. Crece en el campo, trabaja. Lee. Y un día lo vida lo lleva a la Guerra de Malvinas y lo pone a bordo del Crucero General Belgrano. El joven se llama Juan y es el personaje de Al fondo la eternidad, una novela del sanjuanio Mariano Eiben. Pero qué pasa sobre el General Belgrano ya se sabe: el barco fue torpedeado por un submarino inglés el 2 de mayo de 1982. Murieron 323 personas. ¿Juan fue una de ellas?
Mariano Eiben nació hace 33 años y lleva las letras en la sangre. Hijo de empresario de los medios y nieto de un reconocida periodista sanjuanina, Nélida Rebollo, tiene como impronta esa “bendita manía de contar”, como dijo alguna vez García Márquez para referirse a su curso de guion de cine.
Trabajó para varios medios de Buenos Aires y de Córdoba hasta que retornó a su tierra natal. Sin embargo, en todos esos años, las imágenes de un hecho trágico -que no había vivido pero del que le habían contado y había leído-, volvían a su cabeza.
Esas eran las postales grises de Malvinas y del hundimiento del Crucero General Belgrano. Tuvo que pasar un tiempo, crecer, mudarse a España, para que ese germen creativo tomara vida. La pandemia hizo lo suyo y ese fue el momento en el que nació Al fondo de la eternidad, una novela bélica pero sobre todo humana, con cuotas románticas y un profundo sentimiento nacional.
“A 40 años del evento hay cosas que lamentablemente se empiezan a perder”.
–Tenés 33 años. Te definís como integrante de la generación de los “hijos de Malvinas” porque no viviste la gesta. ¿Por qué decidiste investigar y escribir sobre este acontecimiento de la historia argentina?
-Las Malvinas siempre me interesaron a partir de las historias de las personas que lo vivieron. Si fantaseaba con Tom Hanks, imaginate lo que sentía cuando un combatiente, en carne y hueso, iba a la escuela a dar una charla. El contacto más cercano que tuve fue cuando un combatiente llamado Juan Balaguer, que estuvo a bordo de un buque rescatista de los náufragos del Belgrano, cuidó a mi abuelo antes de que falleciera. Juan me contó sus vivencias y yo, con la madurez mental de un niño de 12 años, deliraba con sus relatos. La historia del Belgrano hizo mella en mí, quedó grabada a fuego, sobre todo porque a medida que crecía y pasaban las fechas conmemorativas, notaba que el episodio del crucero había quedado un poquito atrás en la historia respecto a lo que fue la gesta en las islas. Se hacían películas y se escribían libros sobre la lucha en tierra, pero la batalla por el mar quedaba relegada.
-En el prólogo contás que te inspiraste en Stephen King y su libro “Mientras escribo” ¿qué es lo que rescatás de esa obra del autor norteamericano?
–La honestidad brutal con la que King te habla y el hecho verdadero de que escribir está al alcance de todos; luego habrá mejores y peores escritores, y gente que querrá hacer de esto una carrera o un hobby. King es muy sincero y habla de lo que a él le funcionó; de la misma manera recalca una y otra vez que quizás vos no tengas tanta suerte, tanto talento o, simplemente, prefieras otro método.
-Sobre todo las escenas que transcurren en el crucero, tienen un ritmo cinematográfico y están muy bien documentadas. ¿Cómo fue y cuánto tiempo te demandó el trabajo de investigación? ¿A quiénes contactaste y cómo te documentaste con los datos técnicos?
–En contraste con otras partes de la novela donde hay más romanticismo, reflexiones internas o hasta comedia, ese pasaje en particular debía ser vertiginoso y debía colocar a estos chicos en situaciones extremas donde se viera su verdadero carácter y de qué estaban hechos, luego de años de adiestramiento. Allí debían aflorar la valentía, el compañerismo, el liderazgo y, sobre todo, la difícil toma de decisiones en momentos extraordinarios. El trabajo de investigación fue arduo y constante. No pasaba día sin que leyera y releyera entrevistas a distintos sobrevivientes que contaban sus vivencias, cada uno desde su punto de vista y con sus vicisitudes. Vi muchos documentales en YouTube y me contacté con la Armada Argentina para que me facilitaran datos fehacientes sobre el crucero, fechas, reparaciones, la composición de la tripulación, el entrenamiento de nuestros marinos y todo lo que implicaba ser miembro de las Fuerzas Armadas en 1982 y antes también. A 40 años del evento hay cosas que lamentablemente se empiezan a perder. Y ese es un tema que toca la novela.
-Charlaste con excombatientes, sobrevivientes del crucero Belgrano, tal como mencionás en el prólogo. ¿Qué sentiste al entrevistarlos?
–Mando un abrazo grande a Walter Carrizo, Santiago Álvarez y Juan Nievas; los tres sanjuaninos como yo, los tres sobrevivientes del Belgrano. Los contacté en la etapa de investigación de la novela, allá por el 2020. Quería conocer de primera mano lo que pasó y estaba cansado de leer, necesitaba humanizar la investigación, escuchar una voz viva que transmitiera sensaciones e insultara si tenía que insultar o se emocionara si se tenía que emocionar; porque esas voces son las que hoy valen y las que nos han permitido apreciar el sacrificio realizado. Además, sentía que necesitaba saber datos sobre el crucero. Todos sabemos que era una mole espectacular, pero ¿de qué color eran los pisos? ¿Cómo caminaban en sus angostos pasillos 1093 tripulantes? ¿A qué olía? ¿Las camas marineras eran cómodas? Yo no quería hacer una clase de historia disfrazada de novela, siempre apunté a lo humano y a aquellas cosas que nos pueden identificar.
“Se rezó mucho en las balsas y a viva voz; y también se tuvo una confianza suprema en que no los iban a dejar abandonados y a la deriva”
-¿Se abrieron a vos?
-Tengo un agradecimiento eterno para con los sobrevivientes porque me contaron todo sin tapujos, desde cómo ingresaron a las Fuerzas Armadas hasta su estadía en la base de Puerto Belgrano; también cosas lindas que se generaron entre ellos en los peores momentos y cosas feas, como el pobre recibimiento que tuvieron al llegar a tierra. Es importante que esas voces se mantengan vivas y se transmitan de generación en generación, porque han sido protagonistas de nuestra historia moderna y, al final, no somos más que el cúmulo de experiencias que conforman nuestra vida. Muchos sobrevivientes gustan de transmitir sus vivencias, mientras que otros son más reservados y prefieren no revivir lo que sucedió. Es imposible que 770 sobrevivientes procesen semejante experiencia de la misma manera. A nosotros solo nos queda respetar y acompañar esas decisiones, apreciando lo que tenemos. Creo que de Malvinas ya se habló todo; este libro, más que “malvinista”, es “combatientista”, con nuestros combatientes en el foco.
-Las largas horas que transcurren en el Crucero Belgrano tras el ataque inglés, son muy duras, dramáticas y emocionantes. ¿Ese relato te lo brindaron los sobrevivientes que entrevistaste?
–Durísimas, sí. Ese pasaje es una combinación de relatos de sobrevivientes más los conflictos creados por mí para movilizar la historia hacia adelante y que llegan al punto de máxima tensión. En un momento de semejante incertidumbre, donde la vida pende de un hilo, hay que ser muy fuerte mentalmente para que todo no se desmorone y te rindas ante la adversidad. Son escenas crudas donde un suspiro puede desencadenar una tormenta y vemos lo peor de las personas, pero también lo mejor, lo que nos define como humanos. La mezquindad, el resentimiento y la agresión son inherentes a nuestra naturaleza, pero por suerte contamos con antídotos como la solidaridad, el compañerismo y la fe.
-¿Qué papel tuvo la fe?
-Fue un factor clave que mencionaron todos los sobrevivientes; y no me refiero a la fe en un sentido estrictamente religioso, sino también a la fe en el rescate y en las personas que arriesgaron sus vidas para lograr que los chicos volvieran a casa. Se rezó mucho en las balsas y a viva voz; y también se tuvo una confianza suprema en que no los iban a dejar abandonados y a la deriva. Un compañero es un compañero, y los hombres de mar, militares o no, tienen un código. El rescate fue un acto de heroísmo máximo de las fuerzas de mar y aire para localizar balsas, esas manchitas naranjas en medio del mar embravecido, estando al límite de su combustible y de su capacidad.
-El recurso de intercalar partes del diario de Juan, el protagonista es muy ameno e interesante. ¿Son textos reales de alguno de los que participaron?
–Fue un recurso que me pareció interesante para generar interrogantes. ¿Quién escribe? ¿A quién le escribe? ¿Qué pasa con las fechas? ¿Qué es este corte abrupto al inicio? También lo utilicé para la parte más “conceptual” del libro donde aprovecho para dar información que, de otra manera, me hubiera resultado difícil introducir. Además, el diario es un protagonista más que genera conflictos y aporta soluciones. Las páginas son de elaboración mía, aunque te cuento un dato de color: cuando ya tenía decidida y escrita esta estructura de intercalar capítulos con las páginas del diario, el sobreviviente Carrizo me cuenta que él tuvo un diario personal a bordo del crucero y que, lamentablemente, se hundió junto a otros recuerdos. Por un lado, increíble la coincidencia, y por el otro, cabe destacar la importancia de los objetos personales. Sea por valor sentimental o por simple belleza, un objeto puede salvarnos la vida cuando necesitamos aferrarnos a algo. También el diario me sirvió para dar rienda suelta a Juan, el protagonista, ese chico que se siente un sapo de otro pozo en medio de la contienda. Allí Juan puede ser él mismo y hablar con una sinceridad que en un ámbito castrense no sería lo más conveniente. A través del diario, el lector conocerá al verdadero Juan, con todos sus sueños, sus miedos y sus contradicciones; las mismas que tenemos todas las personas.
“Al fondo de la eternidad” (Fragmento)
“Un nuevo trueno estalló en las nubes negras del horizonte y la balsa comenzó a efectuar movimientos más pronunciados. La temperatura empezó a descender. Los náufragos se acomodaron en su sitio como si quisieran atar sus espaldas a la lona con sogas imaginarias para evitar golpearse entre ellos cuando se desencadenara la tormenta. Nacho empezó a sacar agua con sus manos con el fin de evitar un colapso de la balsa. Todo eso ocurría en un mundo ajeno al de Juan, cuyo corazón había dado un vuelco con los jadeos y con el esfuerzo sobrehumano que había realizado Beto para hablar. Juan lo colocó boca arriba; la piel de su cara era azul, había escarcha en la comisura de los labios, temblaba de manera incontrolable y los sonidos de su respiración eran alarmantes.
-Juani…ayúdame…
-¡Acá estoy, Beto! ¿Qué sentís? ¡Decime qué hacer!-gritó Juan y el resto de los náufragos tomó conciencia de la situación-. ¡Ayúdenme, no puede respirar!
Nacho dejó de sacar agua, se quitó su camisa y comenzó a sacudirla de arriba a abajo para airear la cara de Beto; en el acto, Silva y Ezequiel lo imitaron. Juan tomó con ambas manos el rostro helado de su amigo y acercó su cara. Las mejillas estaban duras como piedras.
-Aguantá, ¡por favor!¡Nos van a rescatar en cualquier momento, tenés que resistir!
-No… siento el c… cuerpo-dijo Beto, casi en un susurro-. No…no p… puedo más”.
Quién es Mariano Eiben
♦ Mariano Eieben nació en San Juan en 1989.
♦ Egresó como cineasta en la provincia de Córdoba y ejerció el periodismo gráfico.
♦ Trabajó en radio y TV.
♦ “Al fondo de la eternidad” es su primera novela.
♦ Actualmente vive en Donostia, España.
SEGUIR LEYENDO