Zavalla, zona de “chacritas” del sur de Santa Fe, fue el pueblo donde Diana Bellessi nació y se crió entre pájaros, animales domésticos y salvajes, entre los olores de la faena, los perfumes de la cosecha y las flores; entre la música del habla de los trabajadores rurales criollos e italianos como su madre y su padre. Allí creció su amor por este universo en el que lo humano se funde con la naturaleza, allí se entramó su sensibilidad social y poética.
Cuenta en su breve memoria Zavalla, con Z: “Este es un recuerdo suntuoso: tendría dos años, o tres, es una mañana de septiembre y brilla el sol sobre las cosas. Mi mamá me despierta y me lleva en brazos a los fondos de la casa; siento su olor, su calidez; allí me dice dulcemente, ‘voy a mostrarte qué es la primavera’. Me señala las flores de paraíso y me hace sentir su perfume, la calidez del sol y la frescura de la sombra, y bailamos apretadas una en otra bajo el cielo de la primavera. Sobre un árbol que aún no había brotado, se posaban decenas de jilgueros. Fui feliz, el momento más feliz de mi vida, y en el ritmo y el silencio del amor de mi madre se selló mi destino de poeta, canté en mi corazón.”
Luego, recorrió por tierra a sus veintipico de años, entre 1969 y 1975, los rincones de América del sur y llegó hasta el norte. Así, reunió en su memoria y en su oído poético las distintas culturas, tonos, historias, mitos y vocablos de los pueblos y ciudades en las que vivió. Volvió a la Argentina y durante la última dictadura militar se refugió en el Delta del Tigre; hoy uno de sus lugares en el mundo junto con su querido Zavalla.
Su obra poética tiene más de quince libros en su mayoría reunidos en Tener lo que se tiene, (Adriana Hidalgo Editora, 2009, con una nueva edición completa para este año). Esa recopilación va desde De buena travesía, buena ventura pequeña Uli (1974) a Fuerte como la muerte es el amor (2018). Se suceden allí diferentes temas, paisajes, estéticas, vocabularios, recursos en una escritura que, lo señala con acierto el crítico Jorge Monteleone, “no es coloquial, pero si respirada” porque anhela y le atrae la alegría de lo vital siempre presente en el espíritu del habla colectiva.
Entonces, el principio de su poesía será el viaje, forma de reconocimiento de los paisajes, la fauna, la vegetación y las costumbres de la infancia en el asombro y el descubrimiento del continente americano. Luego vendrá una estética de la ruptura, innovadora para la época, en la pasión y el deseo de un yo poético femenino, de una mujer que ama a otras mujeres: “gitana dormida en el desierto/ dame de tu seda/ de tu cántaro de vino” (Eroica, 1988). Al mismo tiempo aparecerá la búsqueda de una voz de lo político en lo amoroso junto con la toma de posición por las voces y los cuerpos de las clases populares en conflicto social más un uso magistral de la tradición de la retórica y de la versificación del español, hasta llegar a la cuidada observación de los pequeños gestos en los que naturaleza y humanos entran en un constante intercambio y movimiento.
Así, la lírica de Bellessi accede esplendorosa, con la música de sus versos orientando el sentido, a un diálogo total en el detalle del mundo de los seres vivos como algo sagrado, porque siempre hay algo para descubrir, aprender y admirar dentro de una sensibilidad que lleva “la promesa/ eterna de la gracia y la materia que sabemos/ nace siempre con la muerte bajo el brazo” (Variaciones de la luz, 2011).
Una sensibilidad testigo de la epifanía de estos encuentros cuya poesía da testimonio feliz y melancólico de una trascendencia que integra, sin detenerse, el animismo de los mitos populares, la sustancia de Spinoza, la piedad del cristianismo y la contemplación del budismo. Vale lo mismo, resuena tanto el grito de una trabajadora protestando, o de un sin techo, que el quejido de unas cabritas del monte perdidas en una isla del Tigre bonaerense o el reflejo “rosado oscuro” de una flor de trébol de otoño creciendo alto “desde sus hojas diminutas/ bajo la hojarasca/ de abril” (Pasos de baile, 2014).
Es un universo de la palabra poética justa y celebratoria donde humanidad y naturaleza se unen amorosamente y también se tensan, donde las cuatro estaciones se suceden previsiblemente desde el otoño hasta el verano, la luna va de cuarto creciente a llena o se nos pasa el tiempo y vamos declinando.
Sin embargo, las y los jóvenes o “el pequeño sauce llorón” se rebelan con sus nuevos brotes para ganarse un lugar, con sus reclamos para cambiar lo viejo, las injusticias de nuestro antiguo mundo. Porque, se pregunta incisiva Diana Bellessi, “¿qué hace la voz lírica sino volverse a preguntar las mismas y viejas cosas que el espíritu humano borra siempre y nunca olvida?” (La pequeña voz del mundo, 2011).
Ajeno al milagro
De un rojo bermejo la luna llena sale
por los cielos del este como un huevo
de avestruz que acabara de romperse
y derrapa lentamente dando
al ojo un sagrado pasmo
de emoción intensa en las afueras
del pueblo mientras las aves dicen
sí o dicen no a la belleza final
de la gloria y un perro orina feliz
en la banquina ajeno al milagro
que ya se va como abril se va
por el rosado pudor al rojo punzó
de un corazón maduro que sí, sabe
(de Fuerte como la muerte es el amor, 2018)
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