“Me gustaría poder contarlo todo acerca de la fábrica. Ya no puedo. Pronto no recordaré mis días ni mis noches ni por qué nací. Solo puedo decir que estuve allí durante varios períodos de diversa duración entre 2013 y 2017 y que sometieron mi cerebro a tal cantidad de corriente eléctrica que estaban seguros de que no sería capaz de escribir esto”.
Así empieza Niña de octubre, la tercera novela de la sueca Linda Boström Knausgård en la que escribe sobre su separación con el best-seller norguego Karl Ove Knausgård y la terapia electroconvulsiva a la que la autora fue sometida por años sin su consentimiento en un centro psiquiátrico sueco que llama “la fábrica”.
Muchos la conocen por su relación con Knausgård, con quien estuvo casada de 2007 a 2016 y quien la incluyó como personaje en Mi lucha, sus memorias noveladas en seis extensos tomos. Allí la caracteriza como una mujer endeble, mentalmente inestable, irresponsable como madre y un “desastre” en el hogar. Esta vez, Boström, madre de sus primeros cuatro hijos, alza la voz y, por primera vez, cuenta su parte de la historia.
Lo que a su ex marido le tomó 4 mil páginas, a Boström le bastaron poco menos de 200 para narrar las peripecias que tuvo que vivir a causa de su diagnosticada bipolaridad, enfermedad mental que la obligó a internarse en reiteradas ocasiones y razón por la cual fue sometida, en contra de su voluntad, a terapia de electrochoques.
“Era como beber oscuridad”, escribe la autora sobre ese controversial proceso que, a pesar de estar prohibido en varias partes del mundo, todavía es moneda corriente en algunos países como Suecia, que tiene el récord de mayor cantidad de terapias electroconvulsivas per cápita en el mundo. Además de todos los riesgos que acarrea, uno de los principales problemas de este tipo de tratamientos es la pérdida de memoria y las secuelas permanentes que conlleva.
“Que luego hubiera grandes fracciones de tiempo que yo no recordaba no le importaba a nadie. Contraponían la pérdida de memoria al efecto de la terapia. ¿Y cuánto pesan los recuerdos? Cómo se miden? ¿Cómo se valoran los recuerdos? Los recuerdos tenían un estatus muy bajo en la fábrica”.
Niña de octubre es una novela dura y claustrofóbica, por momentos difícil de leer, más por la crudeza de lo que cuenta que por su prosa despojada y fragmentaria, que refleja lo complejo del andamiaje de la memoria. Si la vida no es más que un puñado de recuedos, aquí la escritura funciona como salvoconducto de la propia identidad.
“Niña de octubre” (fragmento)
De niña me encantaba cuando salíamos a montar, cuando llevábamos un buen trecho bosque adentro y dejábamos que los caballos fueran al galope. Esa sensación. No era como cuando se desbocaban. Era pura alegría. Las fuerzas que se desencadenaban. El ser uno con el caballo, levantarse en la silla e inclinarse hacia delante y dejarse llevar. A los caballos también les encantaba aquello. Lo que ocurría en el bosque era como un secreto. Nunca hablábamos del tema. Podíamos hacer comentarios como que había sido un buen galope, pero no hablábamos de la sensación misma de fuerza de aquellos minutos de darle al máximo.
También era una sensación agradable la de coger las riendas y cabalgar ordenadamente y luego detenerse y dejar que los caballos volvieran a casa al paso aflojando las riendas. Uno siente en su interior cuánto tiempo tiene que soltar del todo y limitarse a disfrutar de la velocidad, la libertad, y cuándo es el momento de detenerse. Es casi mejor que escribir.
Galopar a rienda suelta por el bosque. En los campamentos de equitación nos dejaban bañarnos con los caballos. Entrábamos en el agua montados sin silla a toda velocidad. Cuando el caballo empezaba a nadar nos deslizábamos para desmontar y nos agarrábamos al cuello del caballo. A algunas les daban con el casco en la pierna, los caballos nadaban sin más, no pensaban en nosotras, pero a mí nunca me alcanzaron estando en el agua. Mi cuerpo estaba totalmente relajado y se deslizaba sin más. Como ahora.
¿Protesté acaso? Podría haberme negado. Haberme negado a ingresar en la fábrica. No entonces, cuando no podía hablar por mí misma. Entonces no pude hacer nada. Pero ¿y después? ¿Por qué no me negué? ¿Acaso me daba igual? Pues no, no me daba igual.
Pero no había ninguna salida, así que me dejaba llevar. Me levantaba de la cama cuando era la hora y recorría los veinte metros sin desviarme. No podía decir que no necesitaba el tratamiento. Nunca me ha servido de nada. Al contrario. Nadie me escuchaba.
No había nada que yo pudiera decidir por mí misma, mientras estuviera ingresada a la fuerza y constituyera un peligro para mí y para los demás. Esas eran las reglas. Gente que no me conocía escribía sobre mí en las historias clínicas que pasaban a cada nuevo médico que me visitaba. La ley de cuidados psiquiátricos obligatorios. Falta de percepción de la realidad.
Variaciones en los estados de ánimo. Latencia de respuesta de más de un minuto. Posible prescripción de haloperidol. Restricciones. ¿Había más? Sí, siempre había algo que corregir, que prescribir, que ajustar. La máxima intensidad de corriente. Una intensidad más baja provocaba menos efectos secundarios, pero entonces consideraban que el tratamiento no era tan eficaz.
¿Cómo era posible que yo estuviera allí una semana tras otra, sin que nada diera comienzo y sin que nada tocara a su fin? ¿Quién decidía sobre mi vida? ¿Por qué me había rendido, y quién manejaba los hilos?
No había respuestas. No respuestas concretas, auténticas, así que me conformo con las migajas. Yo respondo, sí, a todo lo que me piden, unas trescientas veces pasillo arriba y pasillo abajo. Me piden que pasee. Me ofrecen para ello este pasillo y no me quejo.
No me oriento nada. Ni siquiera lo más sencillo he conseguido aprenderlo. ¿Si quiero morirme? No lo sé. Ni siquiera eso lo tengo claro. Morirse de verdad. ¿Quién sabe si hay algo al otro lado? ¿Y si tengo que repetir mis errores por toda la eternidad? No puedo imaginar peor infierno. ¿A quién le importa la vida? A todo el mundo. A todo el mundo le importa la vida.
Apréciala, como dice el cuento. ¿Por qué no? Let’s do it for the sake of my enemies. Me levanto. Doy un paso al frente y salgo al pasillo.
Después de todos mis errores he aprendido a pensar en la vida como un deber. Los hijos nacen, uno tras otro. Yo he venido al mundo para cuidarlos. Lo sé. Un conocimiento que me ha costado caro olvidar. Demasiado caro. Nunca más volverá a ocurrir.
En los sofás se agolpan los pacientes medicados. Fingen que están viendo la tele. Un debate o algo así. Yo sigo andando, me cruzo con un médico que va camino a casa. Es el peor de todos.
Alexander. Decido mirarlo como si fuera transparente. Su corazón late rápido allí dentro. ¿Tiene miedo de mí? Aalif y Zahid me ven pasar. No sé qué estoy haciendo. Tal vez vaya andando en sueños.
¿Quiénes sois vosotros, caballeros de la oscuridad? ¡Quién de vosotros se atreve a adentrarse en este terreno plagado de peligros? Venid aquí dentro, donde todo se descompone y desaparece. No carguéis de dolor vuestro abatimiento. Apartad de vosotros cuanto podáis y dad un paso en dirección a la fábrica. Ese estado de dicha. Ni luz ni oscuridad. Los soñadores que te despiertan con un grito. Claro que sí, lo recuerdas bien. Sus cuerpecillos. Esa alegría insólita de traerlos al mundo.
Estaba enamorada de nuestra hija recién nacida y no podía dejar de mirarla. Ese tiempo maravilloso en el que yo era suya y ella era mía. Anna es curiosa y valiente. Puede recorrer los senderos del mundo sin caerse. Ella es capaz de lo que tú no pudiste hacer. Ir de frente. Todos tus hijos saben hacerlo. Se pertenecen a sí mismos, como quien nunca ha afrontado ningún peligro. ¿Por qué miento? Para que todos podamos dormir y dejar de soñar ese sueño que no termina nunca. Ya no es necesario. Tú siempre has sido muy pesimista. Como sin rumbo y con las lágrimas en las manos. Sécatelas igual que todo el mundo. Levántate. Eso es. ¿Qué ves?
Veo a Zahid, que va dando la medicación. Lleva puesto el uniforme blanco y los zuecos de plástico color azul claro, tirando a verde menta. ¿No ves nada más? Claro que sí, en mis sueños. Pues sueña. Sueña. Si tuviera esa suerte… Esos días llegan a su fin. Alguien coge mi vida y se larga con ella. Vale. Acudimos con todos nuestros recursos. Nos ves al final del pasillo.
Cierto que no somos muchos. Pero sois fuertes, ¿verdad? Somos tus mayores deseos. ¿En serio? Nos agotas como si fuéramos tus amantes. Apaga el fuego. Deja que el agua se extienda. Todos nos hundimos. Es sencillo. Dejar de respirar. Dejar de ser quien eres. Vale, voy a obedecer, ¿por qué no?
Quién es Linda Boström Knausgård
♦ Nació en Estocolmo, Suecia, en 1972.
♦ Es poeta, novelista y productora de documentales para la radio sueca.
♦ Es autora de libros como Gran mal, Bienvenidos a América y Niña de octubre, entre otros.
♦ De 2007 a 2016 estuvo casada con el escritor noruego Karl Ove Knausgård.
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