Golpe al relato: en la Argentina la esclavitud no se abolió en 1813, los que nacieron después tuvieron que pelearla y pagar su libertad

Los amos alegaron que no tenían por qué mantener a los hijos de sus esclavos, que ya no eran suyos, y consiguieron leyes para que los siguieran sirviendo. A veces, los separaban de sus familias. Cómo lograban irse.

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“Los derechos y obligaciones que tiene el patrono respecto del liberto son los mismos que tiene un amo respecto del esclavo (…) ambos tienen el derecho de servirse y sacar del liberto y (del) esclavo una justa utilidad. Este fallo de 1840, firmado por la Cámara de Justicia de Tucumán respondiendo a una demanda presentada por una esclava que pretendía reunirse con su hija liberta, suena imposible a nuestros oídos acostumbrados a escuchar repetir el libreto escolar de la libertad de vientres en nuestro territorio a partir de la Asamblea del año XIII.

La politóloga e historiadora argentina Magdalena Candioti investigó durante más de diez años la arquitectura jurídica en torno de la abolición para reconstruir el sinuoso camino recorrido entre el año 13 y la abolición definitiva declarada en el artículo 15 de la Constitución del 53. Para lograrlo indagó en expedientes judiciales y registros notariales, desempolvó archivos policiales y notas periodísticas, rastreó leyes, y estudió los viajes de las ideas a través de mares y cordilleras.

El resultado es Una historia de la emancipación negra. Esclavitud y abolición en la Argentina (publicado por Siglo Veintiuno Editores, un libro que desanda las nociones del sentido común que indican que a partir de la Asamblea del año XIII comenzó un proceso de asimilación de la población afrodescendiente, basado en las ideas revolucionarias de libertad e igualdad que atravesaban todo el continente. Candioti reconstruye con detalle las disposiciones legales y las prácticas jurídicas posteriores que matizaron la libertad proclamada por los discursos políticos, y que fueron limitando la autonomía de los afrodescendientes.

En la naciente república hay dos valores que colisionan: ela libertad y la propiedad privada. El primero se convirtió en la causa de los esclavizados. El segundo, en la de sus amos

En 1813 los hijos de los esclavos pasaron rápidamente de esclavos a libres, y de libres a libertos, vocablo que hasta entonces casi no se usaba. Un nuevo reglamento extendió los derechos de los patronos hasta casi no distinguirlos de los de la esclavitud. Comenzó así una disputa que fue dirimida por medio de negociaciones intensas al interior de cada casa, en los tribunales, y en tribunas del debate público. Candioti escribe un libro sensible que nos permite aproximarnos a las voces de amos y esclavos y comprender las estrategias diversas de los esclavizados y sus descendientes para obtener la libertad y conservar sus lazos familiares e identitarios.

La disputa arrancó cuando los amos se resistieron a cuidar de menores que ya no eran de su propiedad. El conflicto se generalizó y se judicializó, y así nació una deuda que las esclavas contraían con sus amos: la de proveer para la crianza de sus hijos. Los niños no serían libres de modo inmediato: quedarían bajo el patronato de los amos de sus madres, a quienes servirían hasta los 16 años si eran mujeres o hasta los 20 si eran varones; luego el liberto “pagaba” su deuda y era considerado libre. Los amos podían vender el patronato de los niños a un tercero, separando a los hijos de sus madres, imposibilitando la vida familiar y cercenando los lazos afectivos.

Libertad versus propiedad privada

Si bien la esclavitud fue asociada históricamente al colonialismo, en la naciente república hay dos valores fundamentales que colisionan de manera irremediable: el de la libertad y el de la propiedad privada. El primero se convirtió en la causa de los esclavizados. El segundo, en la de sus amos. El Estado en construcción optó por un proceso de libertad retórica mientras que tendió a proteger el “derecho de propiedad”.

Los esclavos tenían derecho a comprar su libertad, y los libertos a comprar su patronato, con dinero, con servicios o con sumisión. Algunos amos la otorgaban de manera gratuita, “para después de sus días”, realizando manumisiones graciosas, buscando hacer sus muertes significativas. La amenaza de revocatoria bastaba para disciplinar al esclavo más contrero. En muchos casos la proximidad doméstica abría espacio a la ambigüedad: el afecto y la violencia tensaban las lealtades. El caso de las amas de cría es emblemático.

Magdalena Candioti. Investigadora.
Magdalena Candioti. Investigadora.

La emancipación por las armas fue otra estrategia común. A los esclavos porteños que lucharon para expulsar a los ingleses en 1806 se les ofreció ser libres. Desde entonces, muchos formaron parte de los ejércitos patriotas (algunos entregados por sus amos, otros bajo la promesa de la libertad en caso de servir durante cierto tiempo). En todos estos casos no faltaron amos que reclamaron al Estado el pago justo por sus esclavos, lamentando la pérdida de mano de obra sobre la cual se basaba la economía familiar. Muchos de estos esclavos terminaron mutilados o muertos, siendo el ejército un modo riesgoso de ascenso social o acceso a la libertad.

Para 1853 gran parte de la población esclavizada había logrado emanciparse. Es por eso que su abolición definitiva no causó mayores debates. Como bien señala Candioti, “… africanos y afrodescendientes esclavizados debieron pagar por ser libres. No recibieron la libertad, la conquistaron”. En una sociedad con cada vez menos esclavos, el mercado laboral fue transformándose.

Mucha de esa transformación, dice Candioti, fue a través de disputas que terminaron en los estrados, y ese rastro judicial “es el que en gran parte nos permite conocer los sufrimientos de los esclavizados y libertos, así como sus estrategias de supervivencia y resistencia”. También los modos en que negociaron con la realidad y con su destino, y finalmente con la búsqueda de una identidad política más amplia.

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El libro de Candioti es un hallazgo. Exhaustivo, bien escrito, respetuoso de sus fuentes, infiere de manera razonable y no inventa lo que no encuentra. Es el fruto de una investigación larga y compleja que logra ordenar gracias a un marco teórico sólido, echando luz a un capítulo de la historia argentina largamente invisibilizado.

Sólo al final la autora se permite tomar posición y lo hace de la mejor manera: “Al multiplicar estas historias de africanos y afrodescendientes, al ponerles nombres propios, al pensar desde sus posibles perspectivas y anhelos, buscamos contribuir a pensarnos como herederos de esa historia. A hacerla nuestra historia. Y que el sufrimiento de los esfuerzos de africanos y afrodescendientes dejen de ser residuo mudo de nuestra historiografía y nuestra memoria”. Que así sea.

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