Dejó su país para escribir, tuvo un embarazo inesperado, Virginia Woolf envidió sus cuentos y su viudo edulcoró sus diarios: Katherine Mansfield, ahora sin censura

Había nacido en Nueva Zelanda en 1888, fue a estudiar a una agitada Londres y no quiso volver. Por sus textos, la comparan con Chejov. La mató la tuberculosis y su marido editó sus anotaciones. Se reeditan los Diarios clásicos y aparece una versión no intervenida.

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Katherine Mansfield. "Sopa de ciruela" y los "Diarios".
Katherine Mansfield. "Sopa de ciruela" y los "Diarios".

Vivió pocos años, escribió mucho, publicó lo justo. Dominada por un impulso creativo arrollador, Katherine Mansfield supo desplegar una pericia particular para escribir algunos de los mejores cuentos del siglo XX. Sus historias ofrecen una mirada precisa sobre la microscópica fibra amorosa que teje en silencio las pasiones humanas. Maestra de escritores, la chica nacida en Nueva Zelanda, fue una cuentista comparable a Chejov, ambos geniales en el arte de desplegar historias en las que aparentemente no pasa nada, pero pasa de todo. En el corazón de los sentimientos más sutiles y lacerantes, Mansfield pone mirada, voz, escenas, relatos.

Además de sus cuentos, durante años publicó reseñas de libros de los más geniales escritores de su época. Leyó a D. H. Lawrence y a T.S. Eliot recién saliditos de la imprenta y fue parte del grupo de Bloomsbury, donde se codeaba con Virginia Woolf y sus secuaces. “Era una ladrona de instantes, una observadora incansable de las microsituaciones en que se involucraba la gente a su alrededor” dijo alguna vez Woolf refiriéndose a Mansfield. También dijo: “Fue la única escritora de quien tuve celos”. Así eran las damas en épocas post victorianas.

Los caprichos de Katherine

Nació en Wellington, Nueva Zelanda, en 1888, tercera hija de una familia de buen pasar económico que mandó a la pequeña Kathie a estudiar a Londres a sus 14 años. Todo fue muy bien hasta que la chica cumplió los 20 y no quiso volver a casa. Londres era una fiesta comparada con la ciudad colonial y lejana de Oceanía. Sin embargo, y nadie sabe cómo, Ma y Pa de Wellington se las ingeniaron para que Katherine retornara.

Lo cierto es que, de regreso, Katherine se encargó de montar algunos escándalos en serie a fin de conseguir su pasaje de vuelta a Inglaterra. Fueron dos tediosos años de insistir e insistir hasta que los Beuchamp (apellido original de la familia) decidieron enviarla de vuelta a Londres a estudiar canto, con una pensión acotada (cinco libras mensuales) y acompañada por los Trowell, una familia amiga que iba a instalarse en Londres. Renta y cuarto propio para Katherine, que estaba en su salsa (y todo esto sin conocer aún a Virgie).

Katherine Mansfield, cerca de 1920.  (Foto by Keystone/Getty Images)
Katherine Mansfield, cerca de 1920. (Foto by Keystone/Getty Images)

En esta segunda estadía en Londres, Katherine jugó fuerte: abandonó los estudios de música y empezó a escribir, se acostó con uno de los Trowell y quedó embarazada. Pero el muchacho no quiso saber nada de un bebé, ni de Katherine, y desaparece de esta historia. Hace su entrada entonces Ma de Wellington, que toma sus maletas, busca a Katherine en Londres y se la lleva de viaje a Alemania. A Ma no le gusta nada que su hija sea madre soltera y el viaje tiene por finalidad disimular el escándalo, pero entre trenes y otros traqueteos, en este viaje Katherine pierde espontáneamente el embarazo y se gana el enojo de su madre para siempre. Finalmente, la victoriana señora quita a Katherine de su testamento, y taza, taza, cada cual a su casa.

De vuelta en Londres, Kathie conoce a George Bowden, un profesor de canto algo mayor que ella y poeta mundano, con quien se casa rápidamente. Pero más rápido se separa: la mismísima noche de bodas, algo parece haberla enojado o contrariado, y Katherine huye. ¿A dónde vas, Kathie?

A escribir

Desde su cuarto en Londres, Katherine Mansfield de veintipocos años escribe copiosamente. Publica sus cuentos en diversas revistas literarias, que cambiarían de dueño y de destino alternativamente, hasta que en 1911 publica su primer libro de relatos: En una pensión en Alemania. Ese mismo año, conoce a John Middleton Murry. Se enamoran locamente y se casan en 1918, después del divorcio (postergado) de Kathie. Este mismo año Katherine Mansfield publica tres de sus cuentos fundamentales: “Felicidad”, “Cine” y “El hombre apático”.

Siguen entonces años de amor, escritura, publicaciones, amistades. Katherine es imparable. Escribe, cocina, ama y lee con igual pasión. Entre tanto, su salud empezaba a debilitarse: pleuresía y afecciones pulmonares a las que no convenía el húmedo clima del Támesis la acosan. En 1919 viaja a Francia en busca de mejor clima, desde donde escribe algunas cartas a su amado Murry y a otros amigos.

Años más tarde, sus cuentos dispersos se compilaron en libros: en 1920, publica Felicidad y en 1921, Fiesta en el jardín y otros cuentos. Junto con En un balneario alemán, de 1919, son los únicos libros de relatos que Mansfield publica en vida. De hecho, es una de las escritoras que Enrique Vila Matas podría ubicar entre los “escritores Bartleby”, esos que “preferirían no hacerlo” a la hora de publicar.

Eso sí: Katherine escribía sin parar. Entre tapas duras, y en hojas lisas o rayadas, Kathie anotaba todo: recetas de cocina, listas de gastos con reflexiones poéticas, ideas sueltas para cuentos futuros, quejas y más quejas, textos breves (¡que son perlas!), poemas, reflexiones sobre sus lecturas, y más. Ay, Kathie, ¡qué desorden! Furia vital, dijo algún crítico, sobre su trabajo, su estilo y su vida. Y también se dijo: cruel, íntima, cotidiana, mordaz. Valgan estas claves para leer a Mansfield.

Finalmente, en 1922 la tuberculosis avanzó sobre su cuerpo y Mansfield decidió retirarse a una casa de cuidados en Francia. Murió en enero de 1923, su querido Murry estaba con ella y fue el encargado de publicar su obra póstuma.

¿Papeles de un viudo?

Pocas semanas después del funeral de Katherine Mansfield, John Middleton Murry, esposo amante y editor de su obra, decidió publicar los Diarios de su esposa. ¿Editore- traditore? Veamos. Dijo Murry: “Decidí publicar un volumen que contuviera todos los relatos y fragmentos de relatos escritos por mi esposa desde la publicación de Fiesta en el jardín. Será un volumen delgado y se venderá, según calculo, a cinco libras. Se debe publicar lo antes posible, mientras su nombre y su fama aun estén frescos en la mente del público”.

Negocios son negocios y el viudo avanzó con la puesta a punto del producto: suplantó nombres propios por iniciales, escribió el prólogo y sesudas notas al pie, formuló algunas aclaraciones y ¡voilá!: Diarios de Katherine Mansfield fueron finalmente publicados en 1927 y se convirtieron rápidamente en un éxito.

Sin embargo, los contemporáneos de Mansfield notaron algo extraño, un tufillo a producto depurado, excesivamente pulido, cierto corrimiento de tono, una voz impropia para la Katherine que conocían. Pero allí quedó la cuestión y el tiempo siguió haciendo lo suyo. Hasta que años más tarde, después de la muerte de Murry (ocurrida en 1957) Gerri Kimber, estudiosa de la obra de Mansfield, descubriría que lo que el siglo XX venía leyendo en los Diarios de Mansfield era nada más y nada menos que una creación de Murry, a la que daría el nombre de El mito Mansfield.

Los contemporáneos de Mansfield notaron algo extraño, un tufillo a producto depurado, excesivamente pulido, cierto corrimiento de tono, una voz impropia para la Katherine que conocían

En un trabajo de investigación colosal y detallista, Gerri Kimber revela que la Mansfield retratada en los Diarios y la correspondencia publicada por Murry no se parece en nada a la persona real, porque la persona real no era ni tan dulce, ni tan buena, ni tan angelical, como aquellos papeles la hacían ver. ¿Pero acaso hay una transparencia posible entre la persona y su producción escrita? ¿Leemos personas o leemos textos?

De todas maneras, lo grave del caso no es la imagen que sus contemporáneos y los lectores actuales puedan tener de la chica Mansfield (for ever young, lamentablemente) sino de que la poda de Murry venía privándonos a lectores y lectoras de una riqueza textual extraordinaria y construida en escenas, diálogos, relatos, recetas de cocinas cruzadas con poemas, misceláneas barriales, ironías y amores contrariados, cuentas domésticas, dibujos, sensaciones alocadas, en fin: arrolladora Katherine, ¡gracias!

Lo cierto es la crítica Gerri Kimber vino a descubrir que el viudo, en virtud de su propia pena o en consonancia con tendencias del mercado editorial de la primera posguerra, había realizado todo tipo de operaciones textuales, como por ejemplo convertir al formato “diario” lo que originalmente eran anotaciones sueltas, es decir, transformar el material al género “entradas de diario”; comentar y explicar pasajes a través de notas al pie e intervenciones, y, sobre todo, omitir largos pasajes, lo que significa, dicho en tres palabras: ejercer la censura.

Pero todo esto tardó décadas en revelarse. Porque en 1997, después de un arduo trabajo, la bibliotecaria Margarett Scott – abocada a las colecciones Mansfield y en colaboración con Vincent O´Sullivan - publicó The Katherine Mansfield Notebooks: Complete Edition. “Sí, cuadernos y no diarios es la palabra clave”, dice Eleonora González Capria en su estudio preliminar a Sopa de ciruelas (Eterna Cadencia), un trabajo que explica los pormenores resumidos en esta nota, reúne textos inéditos hasta ahora en castellano y otorga una organización original, productiva y muy “a lo Mansfield” del material.

Después de un prólogo de los que no hay que saltearse, Sopa de Ciruelas se organiza en capítulos titulados: “El hambre”, “El buen beber”, “En un café”, “La escasez”, “Recetas y Retazos”, “En viaje” y “Entre jardines”. González Capria pone eje en la comida, los sabores, la sensualidad de la lengua que degusta, muy presente en los textos de Mansfield, para organizar el mundo vital de su escritura. Un menú super tentador sazonado con una guarnición delicada y gustosa de ilustraciones a cargo de Josefina Schargorodsky.

En el Prólogo de este libro-banquete, Gonzalez Capria cuenta también que el archivo Mansfield tiene 46 cuadernos pertenecientes a la biblioteca Alexander Trurnbull (de Wellington), siete cuadernos de la biblioteca de Newberry (de Chicago), y cientos de papeles y otros materiales que ahora están en el Harry Ransom Center de la Universidad de Texas. Todo lo que Mansfield no quemó (se sabe que mantenía esa práctica) y lo que Murry decidió guardar más allá de su muerte.

Y sin embargo los diarios

Desde 1927 y por obra del dúo Katherine + Murry los Diarios siguen circulando. Insisten en su orden cronológico, sus notas organizativas, su narrativa fundante de una figura legendaria y potente que se entrama con los cuentos impostergables de la autora. Y con los hallazgos de la crítica y esta sopa de sopas que llegan al lector.

En la reciente traducción de Florencia Parodi de Diarios, editada por Chai, Cecilia Fanti, estudiosa de la obra de Mansfield señala algunas claves para volver a Katherine en este presente: “Dueña de una agudeza y una capacidad de observación sensible, humorística y también desmedida, sus entradas penden de un endeble y abismal equilibrio. Nunca sabemos cuándo las cosas pueden darse vuelta, cuando Katherine después de una noche apacible y un sueño que se revela como deseos, vitalidad y certezas, se despierta consumida por el odio a sí misma y a todo lo que la rodea. Sin embargo, grácil domadora de sí misma recupera el ritmo, la pausa, algo de calma. Restablece el equilibrio y el fervor con el que destruye todo lo escrito y se encuentra con algunas notas para futuros relatos: una imagen precisa que no debe olvidar un diálogo, una descripción, un ruidito al despertar, un pájaro que la visita por la tarde, un esbozo de una posible trama”.

Los "Diarios", en una traducción de Florencia Parodi.
Los "Diarios", en una traducción de Florencia Parodi.

Y entonces se restablece y actualiza la figura de Mansfield. Se iluminan con nueva luz sus textos ficcionales. Y su exigencia y fidelidad hacia la literatura. En una entrada de 1918, Mansfield dice: “Cada vez que tengo una conversación medianamente interesante acerca de arte me dan ganas de rogarle a Dios que me dé la fuerza para quemar todo lo que he escrito y volver a empezar, porque me parece que no es más que varios comienzos fallidos. En términos musicales no he escrito nada que logre estar en el corazón de la nota. ¿Se entiende a qué me refiero? Hablo de cuando, quizá una mañana fría, has estado tocando durante un rato y suena correcto hasta que de pronto entiendes que por fin has entrado en calor, que recién empiezas a tocar”.

En la entrada del 23 de julio de 1921 leemos: “Ayer terminé de escribir Una familia ideal. Me parece mejor que el cuento de los Palomo, pero sigue sin ser lo suficientemente bueno. Sabe Dios cuanto lo he trabajado, y aun así no logré extraer de la idea inicial ni una verdad profunda. ¿Qué es esta sensación?”

El 1 de enero de 1922 dice: “Esta tarde escribí El nido de palomas. No estaba de humor para escribir, creí que sería imposible. Sin embargo, al completar tres páginas me di cuenta de que estaban bien. Aunque las pruebas nunca parecen suficientes, lo de hoy es una de ellas: una vez que se ha pensado el cuento, lo uno que queda por hacer es el trabajo”.

Hasta la nota final que, ahora sabemos, es un artilugio (benigno y complaciente) de un editor apasionado: “Me siento feliz, en el fondo. Todo está bien” es famosa la frase que da cierre a la escritura de los Diarios de Mansfield, tal como Murry los dio a conocer y tal como los leímos durante décadas. Aunque a continuación leemos la nota del viudo que dice: “Con estas palabras, los Diarios de Katherine Mansfield tienen el final que les corresponde. De ahí en más la certeza de que todo estaba bien no la abandonó. Se mudó a una especie de lugar de retiro en Fontainebleau. El objetivo de la comunidad que residía allí, al menos como lo entendía ella, era ayudar a sus miembros a alcanzar su regeneración espiritual” (…).

Murry sigue y sigue y ahora sabemos que las palabras de Katherine, también. Y sabemos además que, a diferencia de la edición de su esposo, el texto de la escritora va hacia un lugar más sombrío. La depresión, la desesperación de saberse en caída libre por el desbarrancadero de una enfermedad cruel y sin cura se apoderan de su prosa. Y nos invitan a pensar en el trabajo de edición como una entrada posible, una lectura, al universo de una escritora que sigue produciendo nuevos sentidos. Que suene Mansfield, entonces. Lo demás es silencio, es decir, lectura.

Perlas de <i>Sopa de Ciruelas</i>

El último viernes

Hoy el mundo está por colapsar. Estoy esperando a J. y a L. Mientras tanto, coso igual que solía coser mi madre: con el corazón como motor de la aguja. ¡Un espanto! Pero ¿será que hay algo muchísimo más espantoso que podría convertirse en realidad poco a poco y eso es lo que me aterroriza tanto? En medio de esos pensamientos, miré por la ventana y vi a los obreros almorzando. Habían hecho una fogata y estaban sentados en un tablón apoyado entre dos barriles. Todos comían y fumaban y cortaban sándwiches.

Carta a Murry, fechada en 14 de junio de 1918

Rey de las Cabezas de Nabo:

Me apresuro a poner esta carta sobre la mesa para contarte los pasos que yo sigo para preparar la mermelada de frutillas en caso de que sí encuentres tu propio camino (y las noticias cotidianas indican que hay un exceso de esta fruta au moment present dans notre Londres). Por lo que recuerdo, es así: ¾ libras por cada libra de fruta.

Hay que dejar reposar los dos ingredientes en una sartén toda la noche. Antes, hay que revolver muy despacio con una cuchara de madera. (me refiero a revolver la fruta, no a bailarle un vals alrededor). Al día siguiente, las frutillas habrán transpirado. Se las hierve sin agregar agua (a fuego bajo durante 45 minutos. Y después se aplica la prueba del platito. (durante esos cuarenta y cinco minutos, cristiano te lo advierto NO busques reposo). Por dios. Mientras te escribo me enciendo y me congelo de deseo, con el anhelo de estar ahí en mis mejores ropas.

Sí mi querido Rib, ¡vas a probar la mermelada en tu platito! Creo que esta receta está bien mi amor. La reina de los Polliwigs

El tiempo de cocción que incluyo acá es para un montón de frutillas. Quizás se necesite menos si son pocas. Es un asunto que nunca resolví*.

Si te parece que hace falta agregar agua, bueno, ya sabes cuánto valor tuvimos en ocasiones anteriores. T siempre salimos triunfantes.

*Aquí K.M dibuja una olla repleta de frutillas.

Hágase un regalo: lea en cuanto pueda Felicidad. Y también Fiesta en el jardín, Matrimonio a la moda, Vida de Ma Parker.

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