Nacida en Amherst, Massachusetts, Emily Dickinson (1830-1886) es nuestra contemporánea. Vida y obra se suman en esta afirmación. Vida porque su extensa obra, de casi 1800 poemas sin título e inéditos en su mayoría hasta el año 1955, estuvo ligada a contemplar la naturaleza y la humanidad, leer y escribir. Obra porque consagró toda su vida a componer una poética propia, fuera de los moldes de la época.
Por ser una mujer escritora- inusual en su contexto puritano-, por el tono íntimo, a veces irónico y al mismo tiempo trascendente en sus temas; y por su producción en apariencia para sí misma: “Esta es mi carta al Mundo/ Que nunca Me escribió”, dice el poema 441. A su vez, la rima musical y simple, el uso tan particular de mayúsculas, de su puntuación y su vocabulario junto con la condensación en la brevedad de sus poemas culmina en una poesía necesitada siempre de una segunda lectura. Una poesía original y central en la tradición estadounidense.
Así son luminosos los silencios que podemos escuchar entre sus versos. Porque hubo pasiones en Dickinson. Y aunque no cedió a las demandas sociales de casarse o llevar una vida religiosa, el aislamiento como resistencia en su habitación familiar no evitó una profunda relación con la literatura y el pequeño mundo literario que la rodeaba con sus seres queridos más cercanos: su padre, sus hermanos Austin, Lavinia y su amiga íntima y cuñada Susan Gilbert. Ella fue quizás su mejor lectora y con quien pudo compartir una parte importante de sus poemas.
¿Será esa escritura en soledad deliberada, que subyace tras sus palabras, la tardía publicación de su obra completa, lo que nos imanta también de su poesía? ¿Serán todos estos rasgos únicos los que logran que Emily Dickinson cautive cada vez más hoy a lectoras y lectores jóvenes en medio de nuestro irremediable universo virtual de redes sociales?
Aquí, un poema:
35
Nadie conoce esta pequeña Rosa —
Podrá una viajera ser
¿No la saqué de los caminos
Y para vos la levanté?
Sólo una Abeja va a extrañarla —
Sólo una Mariposa,
Apresurada tras su largo vuelo
En su pecho reposa—
Sólo un Pájaro se va a preguntar—
Sólo una Brisa va a suspirar—
Ah, qué fácil —Pequeña Rosa
¡Para una como vos agonizar!
(Versión de Y. S. y Sergio Waisman)
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