Andrés Mauricio Muñoz es considerado uno de los mejores escritores contemporáneos de Colombia. Desde los libros de cuentos Desasosiegos menores, Un lugar para que rece Adela y Hay días en que estamos idos (finalista del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez) hasta las novelas El último donjuán y Las Margaritas, el payanés fluye entre estas corrientes narrativas, las cuales considera como “agobios contemporáneos”.
“La literatura colombiana se ha enriquecido mucho últimamente por la apuesta que están haciendo las editoriales, tanto independientes como las transnacionales, por las nuevas voces. Hace 15 años solo había tres o cuatro nombres, ahora hay una proliferación de escritores muy interesante. Sin embargo, creo que la literatura colombiana no se ha podido articular al fenómeno de la literatura latinoamericana”, opinó en esta entrevista con Infobae.
—¿Cómo ha sido el proceso de pasar del cuento a la novela?
—Reflexiono bastante respecto a esa pregunta. Desde que inicié mi carrera literaria me he sentido mucho más cercano al cuento. Sin embargo, cuando la historia se comienza a formar, en ese momento, mi mente no piensa en un género narrativo, sino en la historia y el personaje. Convivo con ese personaje, qué tipo de narrador voy a utilizar y cómo va ser el proceso de escritura. A partir de allí, me voy dando cuenta si la historia va a funcionar como cuento o novela. Por lo general, termina encajando en un cuento.
—En El último donjuán te extendiste a una novela, tal vez, porque es un tema que da para largo como las relaciones amorosas por internet.
—Sí, bajo esa perspectiva me di cuenta que no lo podía hacer con un solo personaje. Necesitaba poner mi mirada en diferentes flancos; entender el amor en tiempos de internet desde un adolescente que busca cibersexo hasta un adulto mayor, para quien el amor es una puerta clausurada, pero siente, a través de una computadora donde puede hablar con varias personas de diferentes países, que el amor es una posibilidad real. O el padre que no comprende como su hija, que se encuentra en la habitación contigua, está mucho más cerca de personas que está a miles de kilómetros, pero es muy distante con él. Mi ADN de cuentista buscó la manera de estructurar la novela para que diferentes historias coincidan en la novela.
—¿Hubo una investigación previa para escribir El último donjuán?
—Un elemento fundamental de la novela es el proceso de seducción a través del internet. Yo quería entender cómo funcionaba esa dinámica, cómo se llega a sentir algo por alguien con quien no hemos tenido contacto, no la hemos abrazado, ni le hemos sentido la respiración. Me di la oportunidad de asumir una personalidad en internet -que no era mía- y buscar seducir a alguien. No alcancé a entusiasmarme porque tenía claro que era un ejercicio literario, pero, del otro lado, sentí que la persona comenzaba a corresponder un apego emocional que no era natural. Quería desentrañar los misterios subyacentes que es enamorarse de manera virtual.
—Si bien El último donjuán es una exploración tecnológica, en Hay días en que estamos idos es más psicológico.
—Desde una perspectiva literaria me llamó la atención narrar los “agobios contemporáneos”, o sea, no son más que los agobios de siempre, que han tenido nuestros padres y abuelos, matizados por el dinamismo de la sociedad actual. En El último donjuán es cómo la internet entraba a instaurar un nuevo ordenamiento para el amor y en Hay días en que estamos idos me interesaba mucho ver cómo esos “agobios contemporáneos” entraban de alguna manera a trastocar la manera cómo somos padres, cómo nos movemos en la sociedad, cómo somos empleados, cómo anhelamos, como soñamos y nos frustramos. En mis historias hay bastante de la llaneza de la vida, tratando de poner mi mirada y cómo, en medio de esa inercia, hay una serie de aguas subterráneos que van en la dimensión más espiritual de la persona que hace que, en algún momento, advierta que su vida dejó de ser lo que era o que las frustraciones empezaron a ocupar un lugar dentro de sí mismo. Allí entra en escena ese factor psicológico.
—Tu novela Las Margaritas es una crítica a la sociedad y utilizaste a estos dos personajes infelices, Manuel Rosero y Valentina.
—Volviendo al tema de los “agobios contemporáneos”, algo que me llamó mucho la atención fue cuando decidí escribir sobre el machismo y el feminismo; y cómo esa confrontación entre géneros se evidencia mucho en la vida diaria y en las redes sociales. Quería comprender cómo funcionan las banderas desde donde se ondea la lucha feminista y si el machismo es real o no. Por eso, puse a dos personajes antagónicos: Manuel Rosero, que cree equivocadamente que porque sus comportamientos con las mujeres es el adecuado cree que el machismo es un invento del feminismo para señalar al hombre, sin embargo, cuando hace una revisión de su propia vida se da cuenta que el machismo viene desde su padre y sus amigos en la adolescencia, que se encontraba en una realidad apabullante. Y por el lado de Valentina, aunque no llega a descubrirlo, enarbola esa bandera desde el punto de vista antagónico y no se permite descubrir que todos los hombres no son iguales, que tiene al lado a alguien con el que puede hablar y no la va a violentar, pero, en su afán de liderar esta lucha feminista, establece con Manuel esta confrontación.
—En Las Margaritas no caricaturizaste el feminismo…
—Fue un riesgo. Hay lectores que se ponen del lado de Valentina y hay otros que están con Rosero; y hay otros que reconocen que la novela quiere plantear el absurdo. También me ha pasado que leen la contratapa -y así funciona la sociedad- o lee dos capítulos y piensa que en la novela voy a atacar al feminismo y Las Margaritas aborda algo muy diferente.
PRESENTACIÓN EN LA FIL
Andrés Mauricio Muñoz compartirá mesa en la Feria Internacional del Libro de Lima (FIL Lima) este viernes 22 de julio con la autora colombiana Pilar Quintana; el sábado 23 de julio con el cronista peruano Charlie Becerra; y el domingo 24 con Enmanuel Grau, escritor del libro de cuentos Hijos de la guerra.
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