Imagine el índice de un libro y después imagine que los capítulos llevan el nombre de algunos de los escritores y escritoras más importantes del castellano. Digamos, del último medio siglo de la literatura hecha en español. Algo así: Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Quino, Elena Poniatowska, Augusto Roa Bastos. Y también: Ricardo Piglia, Juan José Saer, Mario Benedetti, Osvaldo Bayer, Elsa Bornemann. Algunos más: Juan Rulfo, Adolfo Bioy Casares, Héctor Tizón, Beatriz Guido. Sobre todos ellos, sobre cada uno, el libro tiene algunas páginas que los evocan, los recuerdan, que los traen al centro de la escena a través de una historia.
El libro está escrito y se publicó hace pocas semanas. Se llama El enigma del oficio y lo escribió el argentino Guillermo Schavelzon, que es uno de los agentes literarios más importantes del castellano, y que antes de eso fue editor de las editoriales que fundó y de las que lo contrataron, y que antes de eso fue librero. En criollo: Schavelzon lleva más de cincuenta años en el mundo editorial, y con (un pedacito de) todo eso acaba de editar sus memorias.
En el libro, publicado por el sello Ampersand, no hay sólo escritores, aunque sean el ingrediente principal de esa cocina de la industria del libro que Schavelzon conoce y cuenta. Están, por ejemplo, Juan Domingo Perón y Diego Armando Maradona: sus enormes popularidades fueron la excusa para que editaran sus libros, y en ese camino, en su juventud como librero o en su madurez como agente, se cruzó el autor de El enigma del oficio.
En sus páginas está un jovencísimo Gabriel García Márquez desesperado por conseguir alguna editorial que le adelantara 500 dólares por los derechos “para siempre” de Los funerales de la mamá grande porque debía saldar la deuda del alquiler de su casa. Está un Maradona ingobernable, supuestamente -sólo supuestamente- dispuesto a recordar su vida para volcarla en un libro del que Schavelzon fue agente internacional. Está una Poniatowska muy dispuesta a decirles a los reyes de España -y a todas las monarquías del mundo- algunas verdades incómodas en la ceremonia en la que le concedieron el Premio Cervantes. Está Saer jugándose la plata del adelanto de un libro a la cartas, perdiéndola toda, volviendo la editorial para confesar y pedir más. Y está, todas las veces, Schavelzon, tomando nota, escrita o mental, de eso que el mundo del libro le pone enfrente.
Con todo ese camino recorrido, el agente, que nació en Buenos Aires, se exilió en México y vive desde hace veinte años en Barcelona, escribió a mano El enigma del oficio. Lo hizo en cuadernos en los que dejaba una página en blanco al lado de cada una de las que usaba para elaborar su libro. Dice que lo aprendió de Borges: una para el texto, la otra para agregados, correcciones, comentarios a sí mismo. Las memorias publicadas son apenas una parte de todo lo que vio y recuerda, y de eso habló con Infobae Leamos.
-¿Cuál es el enigma de tu oficio?
-El enigma depende de cada momento. En este momento diría que el enigma es la transformación que se produjo, de la que soy testigo y trato de mostrar, que es cómo la tarea editorial vinculada al libro viene de una época artesanal, donde ese libro era un producto y un objeto cultural, y ahora viró hacia una industrialización cada vez más profunda de la actividad editorial. Eso obviamente tiene sus influencias en la escritura y sobre todo en la lectura. Y yo no soy un especialista en nada de eso, pero creo que soy un buen testigo.
-Como testigo habrás visto mucho a lo largo de medio siglo en el mundo editorial. ¿Cómo decidiste qué podía publicarse y qué era mejor no dar a conocer?
-No sabría decirte cómo lo decidí porque no es un libro que yo me senté escribir en el sentido de empezarlo y terminarlo, sino que es un libro formado con notas que tienen más de cuarenta años y que continué tomando hasta hoy. En un momento me decidí a reescribir esas notas y a publicarlas. Me puse algunos límites a la hora de contar a cada uno de estos, diré con todo respeto, personajes, pero sobre todo son historias que me sirven para contar algo más sobre el mundo del libro. Me sirven para eso y para no ser yo el personaje, sino que los personajes sean cada uno de ellos. Otro de los límites es que las personas con las que aún mantengo una relación profesional o con quienes las relación se convirtió en una amistad importante no figuran.
- Sabemos qué hace un escritor, sabemos qué hace un editor, pero tal vez estamos menos familiarizados con lo que hace un agente literario…
-Las funciones de un agente literario son muy variables según el tipo de agencia, porque cada una tiene su personalidad, y según el tipo de autor o autora, diría. Intenté varias veces definir qué es una agencia o un agente y nunca pude, pero digamos que su responsabilidad final es obtener el mayor número de lectores posibles para una escritora o un escritor, con la mejor rentabilidad posible para su trabajo. Conseguir el mayor número de lectores implica la traducción y la difusión en otros países.
-¿Cómo se doma el ego de un escritor?
- No domándolo. Intentar domar el ego de un escritor es intentar cambiar la forma de ser de un escritor. Creo, además, que el ego de un escritor es menor que el ego de gente absolutamente tonta que está en la televisión. Sí diría que hay que gestionar el ego de un escritor.
-¿Y cómo se gestiona el ego de un escritor?
- Escuchando mucho y hablando poco.
-¿Cómo se vende a un autor latinoamericano al mundo?
- Eso ha cambiado mucho. Hasta hace quince años los editores de otras lenguas estaban muy aferrados al fenómeno del realismo mágico y estaban buscando allí una literatura que ellos no tenían, pero el realismo mágico después de García Márquez o alguna cosa de Isabel Allende prácticamente desapareció. Toda la literatura en gran parte testimonial o lo que llamamos de autoficción latinoamericana es muy difícil de vender, y cuando digo “vender” no me refiero al acto comercial sino de convencer a otro, pero en la literatura latinoamericana hay una vertiente más comercial que se puede vender más fácilmente. Lo que tiene que darse es encontrar editoras y editores apasionados por una cultura que no es la de su origen pero que les interesa.
Es un esfuerzo muy grande y se facilita mucho cuando un país ofrece un apoyo económico a la traducción porque, aunque parezca mentira, eso es determinante. Por eso las editoriales que más publican escritores latinoamericanos son las llamadas independientes, salvo cuando hablamos de los autores que venden mucho. Las editoriales independientes son sobre todo independientes del mercado, en el sentido de que no hacen lo que el mercado quiere consumir, sino que les proponen autores a un número de lectores determinado. Autores que no son lo que leen habitualmente pero por suerte en todo el mundo hay gente inquieta que quiere conocer esos mundos.
- En tu libro destacás cómo Juan José Saer se adelantó décadas al debate sobre dónde está el equilibrio para que el libro rinda económicamente para el autor, la editorial, la librería y toda su cadena industrial. ¿Cómo ves ese escenario ahora mismo y cuál te parecería el esquema más justo?
-La evolución en ese debate y en ese equilibrio es permanente, la estamos viviendo. El discurso de Guillermo Saccomanno en la inauguración de la Feria del Libro de Buenos Aires reavivó esa conversación. Creo que se requiere una modificación absoluta en el acuerdo entre editoriales y escritores. Está el reclamo de que el autor sólo gana el 10% y, esto no es contra los autores, pero muchas veces el editor no gana mucho más que el 10%. Ha cambiado mucho el concepto del libro: hace 20 ó 30 años cuando el libro era sólo de papel y se vendía sólo en las librerías el equilibrio era uno. Ahora que no es sólo de papel y que no se vende sólo en librerías sino también en plataformas online, ese equilibrio se torció. La editorial obtiene márgenes de ganancias muy distintos cuando vende un libro en una librería o cuando lo vende de forma directa. Se está modificando de forma brutal la circulación del libro y dentro de 10 ó 15 años el escenario va a ser muy distinto a como es ahora.
-¿Cómo te lo imaginás?
- Creo que la venta de libros en librerías va a reducirse mucho. Las librerías tienen el enorme desafío de modificar su función en la sociedad. Las librerías de cadena, que son bien comerciales y lo único que miran es la facturación, lo van a tener muy difícil. Hay ejemplos en el mundo de cómo las grandes librerías fueron ocupando su superficie con dispositivos electrónicos, electrodomésticos, productos de cocina, y cada vez con menos libros. La librería chica lo tiene un poco más fácil. Está a cargo de gente más o menos culta, que conoce a sus lectores, establece una relación bastante personal que permite dar buenas recomendaciones, y entonces esa persona vuelve a esa librería. Se establece un vínculo social en la librería: esa es su función, resguardar cierta sociabilización alrededor de los libros.
-En tu libro mencionás que durante tu exilio en México fundás una editorial y que, cuando esa editorial lanza su premio literario, no convocaron a ninguna mujer al jurado. Decís también que hoy, con el correr de los años, tomarías una decisión distinta. ¿Es más difícil ser escritora que escritor?
-Hasta hace un tiempo era más difícil ser mujer que ser hombre, y eso creo que se aplicaba a todas las actividades, no solo a la escritura. Hasta hace 15 ó 20 años los hombres publicaban mucho más que las mujeres. Yo no sé si escribían más que las mujeres, porque de lo único que podemos hablar es de lo que se publica. Seguramente muchas mujeres escribían pero pocas publicaban, pese a que la tradición argentina de la segunda parte del siglo XX hizo que los grandes éxitos de ventas fueran tres mujeres: Beatriz Guido, Marta Lynch y Silvina Bullrich. Las tres eran muy exitosas, mucho más que los hombres, pero ese fue un fenómeno argentino que no se dio en otros países. Te diría que en los últimos cinco años es mucho más fácil publicar siendo mujer que siendo hombre, suponiendo que los dos tienen un valor literario o comercial atractivo.
-¿Y por qué pensás que eso se dio vuelta?
-Bueno, se dio vuelta porque se dio vuelta la situación de la mujer en el mundo. No tengo la capacidad de interpretarlo, solo de verlo, pero la mujer recuperó un lugar que tenía muy postergado.
-¿Por qué decidiste escribir y publicar este libro?
-Comencé a tomar cierta distancia con el trabajo de agencia por una cuestión cronológica y generacional. Mi socia, Bárbara, es treinta años menor que yo y lo empezó a hacer mejor que yo. No me retiré totalmente porque sigo haciendo una cantidad de cosas, pero tuve tiempo para dedicarle al libro. A la vez, las cuestiones un poco más delicadas yo no las quería contar mientras esas personas estuvieran vivas y cuando vi que se empezaban a morir todos, y vino la pandemia y me quedé encerrado un año y medio en mi casa, dije: “Me parece que este es el momento”. Lo hice con un sentimiento absurdo, que puede sonar soberbio, y es que la precipitación de los cambios en el mundo del libro es tan grande que yo pensé que tenía casi como cierta obligación de contar estas historias. No por las cuestiones personales de cada uno de los autores y autoras, sino porque cuenta cómo eran las cosas hace 50 años, cómo eran hace 20 y cómo son hoy.
Quién es Guillermo Schavelzon
♦ Nació en Buenos Aires en 1945. Fue librero, editor y es uno de los agentes literarios más importantes de habla hispana.
♦ Vivió en Argentina y en México, a donde se exilió durante la última dictadura militar. Desde hace décadas reside en Barcelona.
♦ El enigma del oficio es su libro de memorias. Allí está plasmada su experiencia en el mundo literario, que lo hizo estar cerca de los autores más importantes del castellano en el último medio siglo.
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