El teatro es vivo. Es aquí y ahora, existe en un presente eterno. Pasa, ocurre, o debe ocurrir, en el momento. La literatura, en cambio, permite otros viajes, otros recorridos, otros tiempos. Desde siempre ambos mundos se retroalimentan, pero en el último año parece que al teatro independiente y público argentino, especialmente al porteño, le han salido muchos hijos en papel. Se trata de obras que fueron exitosas en uno u otro circuito y comenzaron a ser publicadas casi sin cesar conformando un pequeño fenómeno literario.
La lista es larga, e incluye desde Un enemigo del pueblo versión Lisandro Fiks, pasando por Todo lo posible de Lorena Romanin hasta +5, el reciente libro de Norman Briski con cinco de sus producciones. Y son sólo tres ejemplos de textos que recopilan ese hecho vivo, refieren a él y a su vez tienen peso en sí mismos, se recortan y buscan su propio público.
Precisamente hace un año, el investigador y crítico Jorge Dubatti –de largas batallas por la publicación de obras de teatro (logró convencer nada menos que a Ricardo Bartís para publicar su ya clásico Cancha con niebla)- lanzó un sello editorial. Se trata de Los libros del espectador, una editorial destinada casi exclusivamente a llevar al papel material dramatúrgico.
“Estamos muy felices con el resultado. Y seguiremos: muy próximamente saldrá Habitación Macbeth de Pompeyo Audivert. Nuestra idea es facilitar el acceso a los y las espectadoras y a los teatristas”, dice Dubatti en videollamada con Infobae Leamos. A su lado, se ve una gran pila de recientes libros de teatro, no solamente de su editorial. Dubatti la mira orgulloso, dice que está en pleno proceso de “lectura productiva” y enumera: La vis cómica, de Mauricio Kartún, Mitos y Maravillas de Mariano Tenconi Blanco y Pezones mariposa y otras piezas teatrales, de Bernardo Cappa. También se ve Leamos teatro, un seleccionado de textos de Florencia Aroldi.
A pesar de la pila, a la que Dubatti agrega las publicaciones del Instituto Nacional del Teatro, de Proteatro y de las universidades nacionales, en el ambiente de la escena suele primar la idea de que se publica poco o casi nada de dramaturgia. “Sucede que el libro de teatro está entre dos vacíos -explica el investigador-. Por un lado, el que le hacen los periodistas de Espectáculos que no suelen leerlos y, por otro, el de los periodistas de literatura que tampoco lo hacen. Son libros sin crítica. Vendrían a estar en una zona marginal, liminal, entre la literatura y el espectáculo”.
¿Por qué ocurre esto? ¿A poca gente le interesan? “¡No! -casi grita Dubatti-. En el campo de la literatura argentina se le da mucha bola a la poesía, al ensayo y a la narrativa y muy poca al teatro. Igualmente, hay muchas obras escritas, cada vez más. En 2014 , la Cámara del Libro había difundido que un dos por ciento de los nuevos libros de ese año -24 millones- eran obras de teatro. No es para nada poco. Está faltando una visibilización más clara”. En los últimos años no se hizo ese desglose del que habla Dubatti, pero puede inferirse que el porcentaje se mantiene o, muy probablemente, haya aumentado.
Dos mundos
Más allá de las cifras, lo cierto es que la experiencia de la lectura de teatro convoca a mucha gente. Y resulta bien distinta de la de estar dentro de una sala. Las “películas” que pueden armarse en cada caso pueden llegar a ser bien diferentes. “Sucede que la teatral es una literatura específica, singular -explica Dubatti, también docente-. Técnicamente, le decimos heteroestructurada. Es lo que te pasa cuando leés a Shakespeare o Moliere. Con ellos aparece una suerte de pentadimensionalidad. Es como los libros troquelados. En literatura teatral, por un lado están las tres dimensiones del espacio; luego, el tiempo, y después, el lugar del espectador. Se trata de una literatura especial. Eso está muy bueno ya que demostraría que el teatro le provee a la literatura un territorio específico. No es meramente una literatura más, sino un tipo singular”.
Entre los creadores que ponen sus materiales a disposición de quien quiera vivir esa “penta experiencia”, sin dudas se destaca Norman Briski. Con un sinnúmero de obras de teatro a sus espaldas, más de 80 películas, Briski es una verdadera leyenda de la escena nacional. Y acaba de lanzar +5, una recopilación que incluye los textos de La conducta de los pájaros (en coautoría con Vicente Muleiro); La medicina: Tomo 1; Unificio; Al lector y 9.81.
El artista aporta una mirada de lucha sobre la relación entre literatura y teatro. En diálogo con Infobae Leamos, linkea temas, enmarca el hecho teatral en la política y lo social, y expone sus teorías: “Se da un combate entre la literatura y la escritura dramatúrgica. Es un combate lindo. Ahí podés decir que la mamá y el papá del teatro es la literatura. Pero te ponen los cañones de punta enseguida. La obra escrita puede tener condiciones literarias o al revés, como una buena poesía podría tener condiciones dramáticas. Si te ponés a pensar cómo hacer Cervantes en teatro, cuando es un barroco que utiliza mil palabras para decir ‘qué tal’, creo que es un lindo desafío pero que le pertenece íntegramente a la escritura”.
A la hora de describir su último trabajo y el posible lazo en común entre los cinco materiales, Briski no se anda con vueltas y suelta: “Ni sé el contenido de las cincos obras, te lo digo con toda franqueza. Ahí se define que yo trabajo desde la actuación, por más que haya una dramaturgia. Lo único en común, me da la impresión porque no hago análisis de mi propia obra, es que tendrán un lenguaje o una manera que podría ser árida, criticable. Bueno, que critiquen”. Al explicar sus influencias a la hora de escribir, el artista señala que se crió como actor y dramaturgo haciendo Lorca y que vio Beckett “de muy chico”: “Eso me imprimió muchísiimo. Luego aparecen Grombowicz y Griselda Gambaro. Tato Pavlovsky también, por supuesto”.
Los textos de +5 suelen contener largos monólogos, conexiones no simples de identificar a primera vista, mundos extraños. “Tienen un lenguaje total -señala-. Algunos me atacan de surrealista y digo que no, que soy hiperrealista. Pero nunca me dedico a buscar como base de la dramaturgia una estética determinada, surge una estética propia de esa obra, pero no me pongo la estética adelante, como hacen algunos. No me gusta sujetarme a una forma”.
Briski cuenta que su proceso creativo primero es un trabajo de escritorio y después vienen los ensayos que modifican muchísimo el coágulo original. “Con Shakespeare -dice-, se da eso de que el teatro quiere revelar conductas insólitas, inéditas, inauditas. Eso está en la sangre. Y son esas las premisas que tengo para encauzar las dramaturgias. Luego, al escribir aparecen novedades. Aparece el rizoma, lo que se te va por las ramas, que resulta incluso más atractivo que el coágulo primario, surge un devenir inesperado. Te entregás a ese devenir. Después, los ensayos y las funciones vuelven a modificar mucho el material”.
Al describir, por ejemplo, 9.51, señala: “Esa obra habla sobre la inercia, los restos que quedan después de un acontecimiento, que no termina cuando uno quiere sino cuando uno puede. Todavía no hemos ni siquiera resuelto los problemas de los mapuches o la lucha de clases en términos de conservadores y populistas. Nada parece resuelto y ya pasó. Se da la inercia del amor: se corta una relación y se sostiene a pesar de que termine formalmente. 9.51 la escribí en el devenir”.
Lectores
Pero, ¿quién lee las obras en vez de ir al teatro a verlas? “Por supuesto, quienes aman la literatura y que consideran a la dramaturgia entre la gran literatura -advierte Dubatti-. Pensemos en Shakesperare, Moliere, Chejov y, en la Argentina, en Florencio Sánchez, Mauricio Kartun, Tito Cossa o Griselda Gambaro. Pero también está el interés de los teatristas para llevar a escena el texto. Los veo cada vez que voy a Losada, que tiene un sector muy importante de teatro en su librería: siempre hay alguien de las provincias que viene a comprar libros para la biblioteca de su grupo o la de una escuela de teatro. Muestran sumo interés”.
Por su parte, Briski se ataja: “No soy un escritor de libros, o no soy conocido como tal”; sin embargo, señala que las obras que están en el estante “probablemente representen una provocación a quien vaya a tomar este material para ponerlo sobre un escenario. Es una invitación a un juego que uno propone”.
Y concluye que, a pesar de publicados, los materiales seguirán cambiando en sucesivas ediciones. En cierta manera, están tan vivos como una obra en funciones. “Sigo corrigiendo cosas que ya están publicadas. Mi editor ya me conoce. Pero esto no es para nada inaudito, de Rey Lear hay 17 versiones. Yo voy a seguir editando mientras pueda”.
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