Cada pareja es un mundo. Aunque al principio todo sea color de rosas, es habitual que, con el transcurso del tiempo, las cosas empiecen a tornarse ásperas a causa de los problemas que, en la mayoría de los casos, suelen acongojar a las parejas: hijos, muertes, exceso de trabajo, enfriamiento del deseo sexual, entre otros.
En las últimas décadas, cada vez son más las personas que, imposibilitadas de solucionar sus conflictos en la intimidad de la relación, recurren a profesionales en busca de ayuda. Pero puede que no para todos sea tan fácil contar sus problemas a un terapeuta, no solo por el traslado de lo privado a lo público, sino porque, en ocasiones, los problemas no resultan tan claros ni precisos. Es por eso que, así como cada pareja es un mundo, también cada terapia es única e irrepetible.
Cuando duele el amor es un libro para aquellas personas que, ante un conflicto, todavía no pudieron dar el paso decisivo que hace falta para comenzar una terapia de parejas. Escrito por el psicólogo y terapeuta sistémico argentino Marcelo R. Ceberio y la psicóloga y terapeuta familiar española Raquel Maresma, este libro incluye reflexiones teóricas sobre el amor y las relaciones, pero también ocho historias de pacientes reales que los autores novelaron para generar un efecto de “proyección personal” en el lector.
Con una prosa a primera vista simple que, a medida que el libro avanza va revelando su profundidad, Cuando duele el amor es el libro ideal para aquellas parejas a las que el universo de la terapia les resulta intimidante, complejo y apabullante. Si el amor duele y todavía no se animan a tratarlo en terapia, es hora de abrir este libro.
“Cuando duele el amor” (fragmento)
La pareja en terapia
Hace muchos años que la terapia de pareja forma parte de las especialidades de la psicología clínica. Cada vez son más los espacios que se abren para el tratamiento individual de personas que tienen conflictos en sus relaciones de pareja, así como para el trabajo terapéutico con ambos miembros de la pareja. Dicho trabajo exige al terapeuta un gran manejo de la sesión mediante el aprendizaje y puesta en marcha de diferentes estrategias, principalmente de técnicas que faciliten el proceso de mejora de la relación. El terapeuta de pareja está sometido a una multiplicidad de estímulos emocionales, puesto que, en una sesión, ambos miembros de la pareja pueden acalorarse, discutir y pelear en plena consulta, pueden violentarse, agredirse, descalificarse, valorizarse y desvalorizarse, amarse o tener expresiones afectivas el uno hacia el otro, abrazarse, distanciarse, hacer profundos y gélidos silencios, etc. Esto quiere decir que el terapeuta está sujeto a la debacle emocional que se cuece en una sesión; por tanto, forma parte de sus funciones intentar equilibrar los tantos de la relación, a través de diversas técnicas y por medio de una buena estrategia.
Como veremos con mayor profundidad más adelante, la pareja es un sistema complejo que de ningún modo puede reducirse a mera suma de sus integrantes. Este sistema puede verse afectado por diversos factores que alteran su equilibrio y lo ponen en crisis. La psicoterapia parece ser una de las opciones que posibilitan la estabilización de este sistema en dirección al buen amor. Cuando el sistema se ve rigidizado por soluciones intentadas fracasadas y anquilosado en una forma destructiva, es una decisión sabia apelar a un tercero (un terapeuta) que tenga experiencia en las lides de controversias maritales. Ya es un atisbo de salud el hecho de pensar en una ayuda externa especializada en relaciones de pareja. Además, en nuestra cultura, la terapia se ha ido instaurando cada vez más como una herramienta que puede ayudar a mejorar e incluso a salvar una relación de pareja despareja. La inercia del sistema —luego de años de reverberaciones sintomáticas, de recursos inútiles— produce resistencias al cambio.
Cuando la pareja ya ha agotado los recursos a su disposición —las conversaciones, las explicaciones, las racionalizaciones e intelectualizaciones, las inculpaciones y los reproches, los consejos de médicos clínicos, el consumo de complejos polivitamínicos fortalecedores del sistema nervioso, el consumo de psicofármacos, la puesta en práctica de los consejos de los familiares (padres, suegros, cuñados, hermanos, etc.) y de los amigos de la familia...—, el hecho de apelar a la psicoterapia es (sirva o no) revelador de un buen síntoma de cambio (más bien de un cambio con respecto a los intentos de solución fracasados). Lamentablemente, esa inercia ha generado en el propio sistema ciertas callosidades que hacen que la consecución de un cambio sea una tarea dificultosa. Ciertos códigos interaccionales, funciones, reglas, creencias propias de la disfunción atentan contra el equilibrio. Sin embargo, paradójicamente, las situaciones críticas, al ser algo normal en la dinámica de la pareja y formar parte de su coreografía, no llaman la atención de los integrantes de la relación. A veces la pareja opta por el silencio o la distancia. Solamente un rapto de conciencia, en ambos miembros o en alguno de ellos, o una situación de máxima tensión (crisis de crisis) pueden ser el punto de partida para el pedido de psicoterapia.
Formas de pedir consulta
A lo largo de los años dedicados a la atención de parejas con problemas, hemos observado numerosas formas de pedir consulta; entre ellas destacan, básicamente, las siguientes:
• la mujer que llama por teléfono a la consulta para solicitar una entrevista, aunque todavía no le informó al marido sobre su iniciativa;
• el hombre al que su terapeuta individual lo derivó a un terapeuta de pareja y quiere tener primero una entrevista a solas con dicho profesional;
• ambos miembros de la pareja llaman a la consulta desde una línea que cuenta con dos teléfonos y no se ponen de acuerdo entre ellos en el motivo de la consulta;
• la primera entrevista se realiza de común acuerdo entre ambos miembros de la pareja, si bien el marido no cree en la psicología y asiste a regañadientes;
• ambos integrantes de la pareja están en terapia individual y deciden recurrir a la terapia de pareja; como la decisión es de los dos, puede llamar cualquiera de ellos para solicitar una cita;
• la mujer que llama por teléfono a causa de un hijo sintomático. Durante la conversación, el terapeuta detecta irregularidades en la relación conyugal y solicita que ambos padres asistan a la primera entrevista;
• uno de los miembros está en tratamiento individual y su pareja asiste a ese espacio para cumplir la indicación del terapeuta;
• se está haciendo terapia de familia y el terapeuta sugiere pasar a una terapia de pareja y que los hijos queden fuera.
Cualquiera de estas vías de entrada lleva a que dos personas se encuentren delante de un terapeuta; sin embargo, debe tenerse en cuenta que no siempre el resultado o el objetivo de una terapia de pareja es, necesariamente, que ambos integrantes continúen juntos. Entre los posibles resultados, podría darse la situación de que la pareja siga adelante, aunque, por supuesto, cambiando las reglas del propio sistema, puesto que, si este no se modifica, reincidirían en el malestar (un sistema intoxicado es el que lleva a que la relación vuelva a decaer). Otro posible resultado sería la separación. Es decir, ya sea que vuelvan a estar juntos, ya separados, lo que se busca es la opción más saludable.
No obstante, pocas son las parejas con una postura abierta a escuchar lo que el partenaire dice durante la sesión. Se encuentran más preocupados por hablar que por escuchar y, en general, están más interesados en que el terapeuta —como un juez— dictamine quién es el que tiene razón. Los casos de mayor pobreza emocional se observan cuando una pareja que se considera estable y sin conflictos acude a un terapeuta a raíz de un problema con sus hijos (dificultades en el aprendizaje, trastornos de conducta o cualquier otro síntoma) y dicho profesional les recomienda hacer terapia de pareja. En estos casos se manifiesta una actitud evasiva y negadora, más dada a externalizar el problema que a asumirlo. ¿En qué momentos se asiste a la consulta? La práctica clínica muestra que existen diferentes momentos en que una pareja asiste a consulta y son los siguientes (Ceberio, 2017; Eguiluz, 2008):
a) La pareja que va de crisis en crisis (estado de máxima tensión). Son parejas que vienen arrastrando graves problemas de comunicación que se han sistematizado durante años. Llegan a la consulta en un estado paroxístico: entran y salen constantemente de la crisis. Son parejas que discuten cotidianamente, se agreden, piensan de una manera diferente y tienen un estilo absolutamente confrontativo y provocador, con lo cual es muy difícil que se pongan de acuerdo. Además, son las parejas contrincantes, que rivalizan y compiten endilgándose culpas, y buscan más a un juez que a un terapeuta.
b) La pareja con disfuncionalidades que se están volviendo frecuentes. Son parejas que han comenzado a tener algunas disfuncionalidades que en un principio se presentaban de forma aislada, por ejemplo, una discusión quincenal, pero que ahora se han incrementado. Quizás el terapeuta de alguno de ellos, que está en terapia individual, ha sugerido que hagan algunas sesiones de pareja. Así, la pareja, después de reflexionar sobre el tema, ha decidido tomar cartas en el asunto para evitar que la frecuencia de las discusiones se acreciente. Las peleas se dan cada semana y ambos cónyuges están susceptibles, proclives a que cualquier estímulo, por ínfimo que sea, pueda detonar la crisis. Si bien esto todavía no se ha constituido en un estilo de interacción (sistematizar la pelea), la pareja ha comenzado a descalificarse, a desoírse. Están perdiendo las ganas de estar juntos.
Hay un segundo tipo de pareja, que es aquella que asiste a la consulta al notar que ciertos desajustes relacionales han comenzado a hacerse frecuentes; no obstante, la pareja es estable. Uno de ellos está haciendo terapia y el profesional sugiere abrir un espacio a la pareja.
Otro tipo de pareja es aquella en la que sus integrantes cuentan con cierto training terapéutico y, al observar conductas inapropiadas, prefieren prevenir que curar: realizan varias consultas para evitar las primeras asperezas.
c) La pareja con algunos desajustes. Son las parejas más inteligentes desde el punto de vista emocional. Tienen algunos desajustes y prefieren, a nivel preventivo, trabajar en terapia. Son parejas que están muy atentas a las rarezas o anormalidades del vínculo, a esos pequeños raptos sintomáticos que alteran la cotidianidad de la relación; por tanto, han pensado en asistir juntos a alguna que otra sesión de pareja para solucionar el tema conflictivo. Los síntomas son: malas contestaciones, falta de respeto, frialdad en el trato, gestos de descalificación, etc.; debido a ello, la pareja ha decidido no dejar que los síntomas avancen y reencauzar la relación por carriles habituales más saludables.
En estas tres instancias, no tomamos en cuenta la siguiente situación: cuando la pareja solicita una entrevista por la aparición de síntomas en los hijos. En este caso, no es la pareja conyugal la que viene a consultar, sino la parental: no hay conciencia de problema, el problema es el síntoma de los hijos. Si, posteriormente, con el desarrollo de la sesión, el terapeuta evalúa que los problemas conyugales alientan la producción sintomática y se pauta una terapia de pareja, nos encontramos ante una forma de establecer el tratamiento que no partió de la conciencia real, por parte de la pareja, de sus propias disfuncionalidades.
En la terapia de pareja es importante discriminar dos niveles: uno intrapersonal, emocional y cognitivo, que compete a cada uno de los miembros, y otro interpersonal, perteneciente al territorio de la relación establecida entre ambos. Evidentemente, ambos niveles se entrecruzan y sinergizan, haciendo de la pareja un fenómeno de alta complejidad. Muchos autores coinciden en que resulta más sencillo pensar en cada una de las personas de una díada por separado que en las dos de manera conjunta.
Para pensar en términos de interacciones hace falta un análisis exhaustivo y la contemporización de una serie de variables, dado que no solo hablamos de dos personas, sino de dos estructuras cognitivas y emocionales y de dos lenguajes (verbal y paraverbal) que permanentemente se interceptan; todo se desarrolla en un contexto que le otorga sentido a las acciones de ambos. La pareja no es la suma de dos personas, ni de acciones: es mucho más que eso. Pensar en la pareja es pensar en la entidad pareja. Si el todo es mucho más que la suma de las partes, la pareja debe entenderse como un fenómeno complejo y de ninguna manera puede reducirse a la simplicidad de la suma de sus miembros. Si, en vez de ver el sistema, los terapeutas de pareja se dedicaran a entender a cada uno de los partenaires, buscando el porqué de sus conductas, reproducirían en el seno de la consulta las dificultades que la pareja en conflicto tiene en su convivencia.
Debe recordarse que uno de los principales problemas de las relaciones de pareja radica en la búsqueda de culpables, en el hecho de atribuirle al otro la culpa de lo que sucede. La complejidad de una pareja en terapia implica, por parte del terapeuta, analizar y articular los factores cognitivos y emocionales, así como los estilos interaccionales de cada uno de los integrantes, que se entrelazan en un tiempo presente, en un contexto que otorga sentido a la interacción de ambos (alianzas, coaliciones, etc.). Además, en esa comunicación están presentes tanto sus respectivas familias de origen como las familias de sus ancestros, mediante pautas, reglas familiares, mitos, mandatos, formas de expresividad afectiva, estilos de comunicación, entre otras variables.
El maestro Jay Haley (1976) señala que al terapeuta que trata a una pareja le conviene considerar que cuanto hagan los cónyuges entre sí, más allá de su estilo de relación particular, es estimulado u obturado por el vínculo con el terapeuta. Por ejemplo, las coaliciones variarán de acuerdo con el sexo y la edad del profesional, o sea, el ciclo evolutivo también es un factor clave en la dinámica. Si el terapeuta manifiesta admiración por la esposa, debe aceptar que el marido pueda reaccionar ante esta actitud mediante reproches o quejas celotípicas, entre otras reacciones. Si se muestra condescendiente con lo que afirma el marido, la esposa podría entender dicha actitud como una alianza machista, por ejemplo.
En ninguna psicoterapia existe la objetividad, aunque los pacientes busquen imparcialidad (y algunos terapeutas se crean imparciales) y piensen que la palabra del profesional es la verdad objetiva. En la terapia de pareja, los pacientes erigen al terapeuta en juez, que debe dar el veredicto acerca de quién tiene la razón. Por tanto, el comentario de un terapeuta no es una simple acotación, sino que puede sugerir la coalición con alguno de los cónyuges. Y esta sugerencia refiere a múltiples variables, como, por ejemplo, entre otras, a las atribuciones que cada uno de ellos otorga a la dinámica que se desenvuelve en la relación, al juego que se desarrolla en la sesión con el terapeuta y a las alianzas que puede instar un terapeuta, por muy neutral que quiera parecer.
Pasan los años y llega la madurez: las cargas domésticas, los problemas laborales y la crianza de los hijos introducen elementos de separación entre los miembros de la pareja. La rutina y el cansancio enfrían la fogosidad sexual de los primeros tiempos, distanciando los encuentros sexuales; además, el vigor de los años juveniles decae y muchas otras cosas ocupan los pensamientos, de forma que, progresivamente, casi sin percatarse de ello, disminuye la apetencia por la pareja. Algunas parejas se resignan, prosiguen en una vida aburrida en lo que respecta a lo conyugal y se refugian en salidas con los nietos y con otras parejas, activando de esta manera la vida social, pero a costa de una conyugalidad paupérrima. Otras optan por separarse, pero la separación es un recurso sucedáneo, al no establecer un recontrato marital.
En general, las parejas que llevan mucho tiempo juntas suelen sentarse una vez al año a discutir y a repensar su relación: ni ella ni él siguen siendo quienes eran o quienes creyeron ser. Hoy, después de años, la elección no es la misma y hay que actualizarla. Este recontrato, tanto en el caso de una separación como en el de una nueva unión, se puede edificar en un espacio terapéutico. Sin embargo, a pesar de llegar a la antesala de la separación o del divorcio, tengamos en cuenta que aproximadamente el 80 % de los separados, tanto varones como mujeres, se vuelven a casar y que el 60 % de estos nuevos matrimonios incluyen un hijo que vive con uno de los cónyuges. Estos porcentajes señalan que, de alguna manera, los residuos del pasado, muchos de ellos traumáticos, no desalientan a volver a intentar una vida en pareja. Y esto también nos lleva a pensar que el amor triunfa sobre el desamor o sobre el no amor.
Quién es Marcelo R. Ceberio
♦ Se entrenó en el modelo sistémico en el Mental Research Institute de Palo Alto, California, del cual actualmente es profesor e investigador.
♦ Dirige la Escuela Sistémica de Argentina.
♦ Es autor de Cenicientas y Patitos Feos, También los superhéroes van a terapia y coautor de La construcción del universo.
Quién es Raquel Maresma
♦ Es psicóloga, terapeuta familiar, mediadora y especialista en Terapia Breve por el Mental Research Institute
♦ Fundó el Brief Therapy Center de Barcelona y ejerce como directora del Posgrado en Terapia Breve en la Escuela de Terapia Familiar del Hospital de Sant Pau.
♦ Es coordinadora del Grupo de Trabajo de Terapias Breves (COPC).
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