Cómo lo escribí: Ana Ojeda cuenta por qué el lenguaje inclusivo es fundamental para narrar el mundo de hoy

La escritora y editora argentina hace un repaso sobre su obra y reflexiona sobre cómo manipular el material más preciado para contar historias: el lenguaje.

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Ana Ojeda y su nueva
Ana Ojeda y su nueva novela "Furor Fulgor".

¿Qué hacer después de una novela narrada en inclusivo? Esa fue la pregunta que se hizo la editora y escritora argentina Ana Ojeda tras publicar la primera novela en lenguaje inclusivo, Vikinga Bonsái, en 2019. “La experiencia de escritura fue gozosa y divertida, pero al concluir me enfrentó a una disyuntiva: ¿Qué hacer? ¿Seguir escribiendo en inclusivo para siempre jamás? ¿Retroceder hacia el masculino no marcado?”, cuenta .

En Furor Fulgor, su nueva novela, Ojeda encuentra la respuesta a esos interrogantes: el lenguaje inclusivo vuelve a ocupar un rol fundamental. El libro, una fantasía distópica, comienza cuando el Gobierno, agobiado por las reivindicaciones feministas, decreta el uso del lenguaje genérico femenino en todo el territorio nacional.

La imposición de hablar en femenino no marcado se entrelaza con el ataque a Google y a Internet. Comienza el Año 0 y la revolución feminista en las calles, a la que se sumará Tootoo Baobab, una de las protagonistas de esta historia.

La nueva novela se suma a Seda metamorfa y Vikinga Bonsái, libros en los que los grupos de mujeres unidas resuelven las situaciones que se les presentan y narran un mundo distinto al que conocíamos. En una nueva entrega de Cómo lo escribí, de Infobae Leamos, Ana Ojeda cuenta en primera persona el proceso de escritura de su nueva novela.

Cómo escribí “Furor Fulgor”

Si pienso en un herrero, me parece natural que trabaje el metal. Sin embargo, cuando se trata de literatura, el manipuleo de su materialidad primera, el lenguaje, nunca deja de llamar la atención, como si se pudiera escribir desentendiéndose de la forma, desatendiéndola.

Estaba escribiendo una novela sobre lo que para mí era la sororidad –que terminó siendo Vikinga Bonsái (Eterna Cadencia, 2019)– cuando el lenguaje inclusivo se me impuso. La historia versa sobre un grupo de amigas de Boedo, algunas madres, todas #orgullosamenteclasetrabajadora, que se ven de pronto en un aprieto del cual no pueden zafar durante siete días.

Ninguna de ellas podría dar respuesta sola a lo que se les ha venido encima, razón por la cual deben aguantar (hacerse el aguante) juntas. Con que una ceda al oscuro canto de sirena de continuar con su vida, ocuparse de sus problemas, significaría el fracaso de ese esfuerzo máximo de resistencia contra la desgracia: solo juntas poseen la fuerza suficiente para servir de parapeto, tal vez porque ninguna vida es una vida individual, aislada, recortable de todo lo que sucede alrededor. Gregoria Portento, Dragona Fulgor, Talmente Supernova, Orlanda Furia son mujeres del hoy, insertas en la Argentina del siglo XXI y atravesadas por las discusiones que nos movilizan como sociedad.

Que la narradora contara su historia en inclusivo y con hashtags pareció justo y adecuado. La experiencia de escritura fue gozosa y divertida, pero al concluir me enfrentó a una disyuntiva: ¿qué hacer? ¿Seguir escribiendo en inclusivo para siempre jamás? ¿Retroceder hacia el masculino no marcado?

Ana Ojeda.
Ana Ojeda.

Preferí no hacerlo. En cambio, empecé a fantasear con un dispositivo intradiegético que me permitiera narrar una historia en femenino no marcado, es decir: usar el femenino para impersonales, grupos mixtos, universales, genéricos, etc. En lugar de “Todos piensan que la Argentina es un quilombo”, “Todas piensan que la Argentina es un quilombo”. Apareció así un gobierno hastiado de reprimir manifestaciones populares, el GATO (Gobierno Argentino de Tipo Ornamental) que, con tal de no alterar la estructura de la producción del capital (o sea, de la explotación), con un gatopardismo radical, decide entregar el lenguaje a las organizaciones feministas que se manifiestan un día sí y otro también en las calles. Por DNU obliga a hablar y escribir en femenino, lo que descerraja un caos levantisco de proporciones insólitas.

Mientras todo esto sucede, en un lugar vago del mundo exterior, un grupo de femihackers atenta contra Google y la World Wide Web, que apagan, interrumpiendo de cuajo la conectividad y, en gran parte, la marcha implacable del aceleracionismo. Esta crisis multinivel marca el inicio de Furor fulgor, cuya primera parte, Año 0 luego del apagón de la Internet, seguirá los pasos de Tootoo Baobab, mujer y madre, compañera y aliada, y sobre todo #HARTA.

En Seda metamorfa, novela que escribí luego de Furor fulgor pero se publicó el año pasado (Muchas Nueces, 2021), seguí explorando el femenino no marcado, ya sin ninguna excusa argumental porque un puñado de párrafos de El desafío poliamoroso (Paidós, 2021), me la volvieron superflua. En él, su autora, Brigitte Vasallo sostiene: “El debate sobre el masculino como género neutro pertenece a un mundo agónico sin futuro posible. Un mundo que muere matando, pero que muere. Si es masculino, no es neutro. Es masculino. Que se haya utilizado como genérico desde hace siglos no es por un acuerdo lingüístico sino por la sencilla razón de que el mundo sobre el que se guardaban narraciones era masculino, literalmente. Pero si ese mundo ya no existe, no podemos seguir narrándolo como si existiese”.

Creo que estas líneas resumen bien mi búsqueda actual: narrar el mundo que existe, de una manera adecuada. Para ello, pongo foco a un grupo de mujeres en distintas situaciones (entre amigas –Vikinga–, como parte de un alzamiento popular –Tootoo–, en familia –Seda–) con la convicción de que Tólstoi estaba en lo correcto cuando dijo: “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”.

“Furor Fulgor” (Fragmento)

CAPÍTULO TERCERO

De cómo fue a la comisaría y lo que una vez en ella sucedió

El Ataque devastador al centro emocional del sistema capitalista inauguró nuevas formas de ardua supervivencia. Rebusque filibustero-canyengue se convirtió en rey. El desabastecimiento fue ley casi de inmediato, con él pasaron a saludar las melli: Hambre y Escasez. No bien fue claro y evidente que el ataque había sido no así nomás sino del tipo bastante eficiente, fiero muy severo, las porteñas empezaron a fantasear con arrancar. Las que podían (o sea: las pudientes) ya se veían en auto a otros puntos del orbe, esperanzadas (oh, vanidad de vanidades) con que nuevos puertos significarían perspectivas mejorantes. Otras soñaban con partir en cochecito al interior. A los siete días del ataque, medios de locomoción ya casi no había, trenes, barcos y aviones padecían avería de computadores procesadores, agonizaban en hangares y puertos. Solo por tierra moverse podían las que tenían acceso a combustible, en autos bastante viejos, sin componentes inteligentes. Ignoraban las que irse o escapar querían la dimensión tectónica real de los acontecimientos, cien mil en la escala de Richter: herida de muerte la tecnología, el capital implosionaba y tras de sí arrastraba capitalismo y patriarcado. Todo lo que conocían se desvanecía, eso lo entendían. Lo que quedaba era nuevo orden aun en cocción o preparación, en medio de anarquía. En un tris, la dimensión urbi et orbi ipso facto de la vida desapareció, quedando solo lo local, el boca a boca: la cuerpa. Lo lento.

Apenas moverse puede Tootoo Baobab, como caracol o babosa, arrumbada una vez más en celda del fondo, descarapelaje y estética muy caída en derredor. Por el corredor, lo mismo: moho, olor a meo: déjà vu. No están en Flores, sin embargo, la comisaría es otra. Esta rota Tootoo Baobab, esta vez de verdad, literal: zamarreada golpeada pateada pisoteada machucada, le duele ser. Tiene costras, sangre seca como pecas o mugre en cuerpa y cara, pegotéandole el pelo. Respirar le hace mal. Lo mismo que pensar.

–¿Cómo se siente, doña, está bien? –Menor de edad, al verle abrir lo que puede de un ojo.

–Rebien pibe rebien fantástico.

Conversan de a vellones que salpican el silencio. Son como astronautas que se impulsan a chorritos de nitrógeno. También dormitan, mal e interrumpido, en el piso muertas de frío. No hay esta vez punteras políticas o senegalesas, apenas Tootoo Baobab y Menor de edad. Así llegan a mañana siguiente, navegando tiempo a contracorriente, el maldito parece detenido o circular en redondo, ourobouros anillado sobre sí mismo se devora la cola, vuelve al comienzo, a empezar sin cesar mil veces en el mismo lugar.

Interior de celda umbrío, todo lo quieto está frío, sumido en respiración silencio. Tootoo Baobab y Menor de edad son dos extrañas incómodas en situación extraordinaria: verse así, ahí, no hay sesera en la que quepa. Tampoco hay queja. Como si de pronto ahora ambas comprendieran lo extraño, extemporáneo, de esa defensa inopinada, no pedida y sorpresiva. Cohibidas, se observan a distancia con recato, de reojo. Se miden, se estudian.

Chorro de tiempo escurre sus gotas. Vuelve el hambre, dolida de panza se acaballa a traumática de ovarios en el caso de la adulta, que por otro lado sucumbe a ráfagas de acidez. Cuerpa decadente o en gesta de engendro, aun no se sabe ni puede Tootoo Baobab entenderlo.

Tiritan. Piden frazada o cobertor de algún tipo a los gritos. Palabras que caen en oídos sordos. Poco es lo que llega a la celda desde el exterior. Suponen vida reproduciéndose gracias a compleja fotosíntesis a base de represión explícita y resistencia popular mal orquestada. Las sirvientitas comentan un supuesto recién declarado estado de sitio, no les queda claro, bien, qué significa, hasta cuándo o cómo funciona con exactitud. Observa Tootoo Baobab a su compañero de caída en desgracia, piensa en su Pitón, misma edad, alergia a la obediencia debida, manía por la repregunta insolente con flequillo, escolarización con dificultades, cabezadurismo marmóreo monolítico. En algún momento se vuelven a quedar dormidas, aburridas de la nada que las entretiene, a pesar del hambre, la sed.

Quién es Ana Ojeda

♦ Nació en Buenos Aires en 1979.

♦ Es escritora y editora.

♦ Se recibió de licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires.

♦ Publicó las novelas Modos de asedio (2007), Falso contacto (2012), No es lo que pensás (2015), Mosca blanca mosca muerta (2017), Vikinga Bonsái (2019) y Seda metamorfa (2021); los relatos de La invención de lo cotidiano (2013) y Necias y nercias (2017) y el volumen de microrrelatos (o poemitas en prosa) Motivos particulares (2013).

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