A fines del siglo XIX, una mujer conocida como “Soñka, manos de oro” se convirtió en una leyenda en toda Rusia por su ingenio a la hora de estafar a hombres ricos para repartir el botín etne los más pobres. Apodada por la prensa como “Diablo con falda”, “la Zarina del crimen” y “la versión femenina de Robin Hood”, Soñka burló por años a las autoridades hasta que fue finalmente apresada.
En su juicio de 1880, Soñka, cuyo nombre real era Sheindla-Sura Leibova Salomoshak-Bluwstein, contó su historia, una muy distinta a la que la prensa había inventado. A pesar de la popularidad que había ganado, fue condenada a cadena perpetua y trasladada a Sajalín, una isla a kilómetros de Japón que funcionaba como colonia penitenciaria, donde murió en 1902 en las peores condiciones.
Natalia Litvinova, poeta bielorrusa que nació a 5 meses y pocos kilómetros del accidente nuclear de Chernóbil y reside en Argentina desde los 10 años, toma la historia de la mítica estafadora y la reinterpreta en su nuevo libro Soñka, manos de oro. Editado por Llantén, editorial que Litvinova fundó junto al argentino Tom Maver, este poemario toma tanto al personaje real como al mito que generó y los transforma en parte de su propio universo poético.
En Soñka, manos de oro, la poeta se pone en la piel de la estafadora para reimaginar, bajo una matriz poética, el discurso que esta última dio durante su juicio. Obligada a definirse, al comienzo del libro Soñka dice: “Soy hija, soy huérfana / soy mujer, soy viuda (...) / ¿Pero quién es este hombre que me indaga /desde atrás de una mesa? (...) / Díganme, señoras y señores / ¿ante qué ley debo arrodillarme / si todas fueron escritas por los hombres?”.
Litvinova no intenta, con estos poemas, ser fiel a una realidad históricamente manejada por los hombres, sino inventar una “matria”, como señala la poeta argentina Susana Villalba en el prólogo, que “tiene menos de verdadera anécdota que de lo perdido, de lo deseado, de lo repudiado, de lo soñado, de lo escuchado y de lo falsamente recordado”.
En uno de los últimos poemas del libro, después de conocer su condena y a punto de partir para la isla penitenciaria de Sajalín, Soñka solo puede pensar en los pobres caballos que deberán llevarla hasta allí. Su último deseo es que le den un lápiz y un papel para escribir “una canción / sobre ustedes / caballos presos”. La estafadora, al final, se convirtió en poeta.
Leé algunos poemas de “Soñka, manos de oro”, de Natalia Litvinova
Quiero contarles
mi primer recuerdo:
mi niñera inclinada
sobre la cuna
me limpiaba la boca
y peinaba mis bucles.
Yo no miraba los pechos
sino ese broche de perlas
prendido del escote,
un resplandor
por el que se me caía
la baba.
***
Desde que murió mi papá,
la madrastra intentó casarme varias veces,
un día invitó al soltero más rico,
tenía cuarenta años
y yo dieciséis.
Preparó el té
y nos dejó a solas.
Mientras tocaba el piano
él me tomó por la cintura y dijo:
Con este sombrero floreado
parecés una niña.
Doña Elena tenía razón,
tocar es difícil
y yo lo hago tan bien
que mis dedos no se distrajeron
cuando él intentó manosearme.
Le grité a ese viejo horrible,
ordené que no volviera nunca más.
La madrastra se enteró
y me pegó una cachetada:
¡No te resistas a los hombres!
Tu padre ya no está
para protegerte.
***
La noche de bodas,
mientras me sacaba la ropa
recordé lo que advirtió
mi hermana:
El hombre decide todo,
no debés exagerar
ni mostrarte desesperada.
Te dolerá
como si entre las piernas
brotara un cardo.
¿Pero qué podía saber ella
si nunca salía de la casa?
Fui insistente, torpe, desbocada.
Mi hermana se equivocó,
el hombre poco sabe
y no decide todo.
Subí al tren,
tenía diecisiete años
pero parecía adulta
con las ojeras
y el mechón de canas
que intenté esconder.
Los trenes de larga distancia
son hermosos como una manzana,
cuando arrancan, los vagones
pareces cáscara que se extiende.
Miré el bosque que corría
al lado de mi ventanilla,
cada tanto, desde los arbustos,
aparecía alguien, una anciana
con el balde lleno de leche
recién ordeñada,
un potrillo desbocado
que escapaba
como yo.
***
Señoras y señores,
robar es un arte teatral.
Mientras me vestía frente al espejo
practicaba los gestos
para mi primera estafa en una joyería.
Le diría suavemente al joyero:
Buenas noches, señor Feinstein,
mi marido, el primo del alcalde,
me quiere hacer un regalo
pero no tiene gusto y tampoco tiempo,
¿usted podría mostrarme esos diamantes,
aquel anillo?
Pasaría la mano por mi nuca
y me mordería el labio,
diría que el corsé me aprieta la cintura,
es nuevo, traído de Francia.
El señor Feinstein se ruborizaría.
Le pediría disculpas por avergonzarlo,
dejaría caer los diamantes,
los pisaría con mi suela de goma
para que se incrustaran en mis botas
y me iría en el carruaje
conducido por los muchachos
de mi pandilla.
***
Esperando este juicio
oía los pasos en el pasillo,
el chirrido de las puertas,
el grito de los presos
y luego la calma
como si lo anterior
hubiera sido un sueño.
No me dejaban
cambiarme de ropa,
mi pelo no se secaba,
llevaba este peso doble,
era tormenta y mujer.
Si ustedes me condenan,
me llevarán a la isla Sajalín,
tierra inhóspita
llena de enfermedades
y hombres que se matan
por migajas.
Los carceleros
organizan partidas de caza
contra los presos,
los hieren
y no hay nadie
que los cure.
El frío es insoportable,
las raciones de comida no alcanzan,
los árboles son estacas
clavadas en la tierra.
Qué pobres
se volverán mis ojos
en esa isla.
***
Señores del jurado,
¿ustedes creen
que los caballos
saben a dónde me llevan?
Siento pena por ellos.
¿Esta es su misión?
Cargan a los condenados,
ven nuestros rostros abatidos,
huelen lo rancio
de nuestras ropas.
Estos caballos
sueñan con prados
pero reciben
nuestra tristeza humana.
Si en Sajalín me dan
una hoja y un lápiz,
escribiré una canción
sobre ustedes,
caballos presos.
Quién es Natalia Litvinova
♦ Nació en Gómel, Bielorrusia, en 1986, cinco meses después del accidente ocurrido en la central nuclear de Chernóbil. Desde los 10 años reside en Argentina.
♦ Desde 2016 dirige la editorial de poesía Llantén junto a Tom Maver.
♦ Publicó los poemarios Grieta, Rocío animal, Cesto de trenzas, La nostalgia es un sello ardiente, entre otros.
♦ En 2017 obtuvo el Premio estímulo de la Fundación Argentina para la Poesía.
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