Los Brujos es una de las bandas fundamentales de lo que se llamó el “Nuevo Rock Argentino” que, junto a otras como Babasónicos, Juana La Loca, Massacre, El Otro Yo y Fun People, transformaron la escena musical argentina de los 90. Inspirados en artistas con estéticas vanguardistas y definidas como David Bowie o Kiss, Los Brujos se destacaron entre sus contemporáneos argentinos por su gran cualidad performática: fueron esqueletos, extraterrestres, duendes psicodélicos, chamanes salvajes.
Bajo el ala de Gustavo Cerati y Daniel Melero, esta banda oriunda de Turdera, al sur de Gran Buenos Aires, poco tardó en ampliar su territorio y conquistar, primero, toda Buenos Aires y, rápidamente, el resto de Argentina. Pero el fanatismo generado por Los Brujos no conoció límites: tocaron para artistas de la talla de Nirvana, Iggy Pop y Beastie Boys en su paso por Argentina.
La bomba musical (cuyo título surge del hit homónimo de su segundo disco), del periodista argentino Nicolás Igarzábal, está construido a partir de entrevistas a músicos, productores, colaboradores y otros protagonistas, además de un extenso trabajo de archivo con el que el autor reconstruye el efervescente momento bisagra de la música argentina que fue la década del 90.
Aunque Los Brujos se separaron en 1998 tras diez años de carrera y tres discos editados, dejaron una marca indeleble en el caldo de cultivo musical de principios del nuevo siglo. Sin buscarlo, sentarían las bases de la nueva escena indie a la que ellos mismos volverían en 2014, más de 15 años después de su separación, con su nuevo disco Pong!. Como por arte de magia, Los brujos volvieron a aparecer. El truco, por suerte, continúa siendo tan novedoso y desconocido como lo fue siempre.
“La bomba musical” (fragmento)
ESTUDIOS AGUILAR (BELGRANO, 1991)
Los estudios Aguilar son un hervidero. Los Brujos están grabando sus partes de los temas (primero la batería; después, las guitarras y el bajo; por último, las voces) y reina un clima de travesura adolescente. Tienen un cuaderno con sesenta canciones escritas en fibra azul (tachaduras incluidas), donde van eligiendo las más frescas, las últimas que compusieron. Del otro lado del vidrio Daniel Melero la juega de director técnico y ordena el caos como si fuese un preceptor de secundario. Pide afinar guitarras, hacer algunas segundas tomas, subir el caudal de volumen en determinados solos. Ya van once canciones ejecutadas frente al micrófono y los músicos están desorientados, porque la idea era grabar solo cuatro.
—Che, ¿qué estamos grabando, Daniel? —pregunta uno.
—Yo estoy grabando un disco; ustedes no sé.
La sala quedaba en Belgrano y le debía su nombre a la calle donde estaba montada (Aguilar, entre Cabildo y Ciudad de la Paz). Contaba con un grabador Otari de 16 canales, una consola Soundtrack y un puñado de micrófonos Neumann U87, que les habían comprado a los estudios CBS cuando cerraron (de hecho, tenían grabados la marca “Discos CBS”). El dueño del lugar era un saxofonista de jazz llamado Víctor Ponieman, que tocaba en la obra teatral Salsa criolla, del cómico Enrique Pinti, y el técnico de grabación habitual era Martín Menzel, proveniente de los estudios Panda. Melero lo alquiló en el verano de 1991 para hacer un demo de Juana La Loca y para demear su segundo disco solista, Cámara.
El primer tema que grabaron Los Brujos cuando se apretó el REC fue Canción del cronopio, una fábula cortazariana con un riff frenético de guitarra montado sobre un galope de batería que recordaba a Strobe Light, de The B-52′s. Le siguieron La Tía Marcia (otro personaje de ficción) y Embolarium (que ya había sobrevivido a dos demos). “No teníamos la sensación de estar grabando un disco”, describe Quique Ilid (batería). “Se hizo en muy poco tiempo todo, eran casi todas tomas en vivo, y el espíritu era más parecido a estar haciendo otro demo que al primer disco profesional de una banda”. Pastrello (guitarras) completa el cuadro: “Las canciones las íbamos decidiendo en el momento. Ni en pedo fuimos con una lista ensayada. Y eso que teníamos material como para dos discos”.
Melero actuó de fusible. “Había que encauzar toda esa energía que emanábamos y ahí su presencia fue decisiva”, sigue Alaci (voz). “Nosotros no lo podríamos haber hecho solos, porque por un lado éramos chicos e inexpertos en un estudio. Por el otro, éramos un caos que había que direccionar; nosotros teníamos la materia prima y muchas ideas, y él aportó las suyas”. El ex líder de Los Encargados agrega: “De ese espíritu de que ellos creían que estaban grabando un demo, de cierta inocencia, pude rescatar el desenfado como consecuencia de ella. El disco estaba condenado a que no le interesara a nadie. Yo agarré la esencia de ellos y traté de que se parecieran más a lo que eran. Ninguna de las ideas que tenían eran inteligentes, ni lo suficientemente idiotas: solo el promedio de todo eso es lo que los hacía geniales”.
India y No te dejes caer fue otra ráfaga de temas potentes. “Las letras fueron como vomitadas al micrófono”, dice Alaci. En Fin de semana salvaje, la canción que le terminó de dar nombre a este puñado de once, se sumó uno de sus ídolos de la adolescencia:
—Lo invité a Gustavo para que venga a tocar de invitado, supongo que no les molesta, ¿no? —avisó Melero.
Los músicos no sabían si estaba hablando en serio o si era una broma. “Cerati vino, saludó, agarró la guitarra de Gabriel y tocó el tema así de una, ¡pum! No le dijimos ni en qué tono estaba”, recuerda Fabio Pastrello. “Tiró dos tomas y lo que se escucha en el disco es lo que grabó. El tipo venía de tocar en la cancha de Vélez hacía unos meses y ahora estaba grabando con un grupo desconocido. Éramos fanáticos suyos: íbamos a ver a Soda Stereo a La Esquina del Sol y le mirábamos los pedales para después comprarnos unos iguales”.
Aunque no figura en los créditos, Cerati también tocó en Yo caí por tu amor, una pieza con aires de himno generacional (“Lentamente se aproxima la nueva era”) apoyada en el sonido de Manchester, ese pastiche de psicodelia pop que por esos años emanaban los Happy Mondays, The Stone Roses e Inspiral Carpets, todos hijos huérfanos de The Smiths. “Estábamos apadrinados por Melero y por Cerati, así que teníamos el aval de dos de Primera A”, estima Gabriel Guerrisi (guitarras). “Sabíamos que teníamos en el puño una combinación química única, había una sensación de que iba a ser un éxito”.
Kanishka fue central en el disco. Melero olfateó algo particular y paró las orejas: “Es una canción de poder estúpido y eso me parece que era esencial en Los Brujos, con un sentido del humor muy profundo, de verse como un idiota y, al mismo tiempo, representarlo. Tenía una letra enigmática”. Y cierra: “Desde los orígenes del rock and roll, cuando una generación se expresa por primera vez siempre hay una canción que para los otros, los old school, los que venían de antes, es tonta. Kanishka tiene ese tipo de poder fundacional con un sinsentido que deja afuera a todos los que son sentidos y genera un nuevo espacio”.
Así como Los Twist le cantaban a una reina egipcia, ellos hablaban de un rey de la dinastía Kushán (siglo II), que habían conocido a través de un libro de historia. El monarca ejerció su poder durante veintitrés años en una región sudasiática que actualmente comprende parte de Pakistán, Afganistán e India. “Kanishka, Kanishka, tenés que ir al dentista”, fue lo primero que improvisaron cuando vieron en la enciclopedia sus dientes descuidados. El resto fue una mezcla entre biografía y sainete humorístico. Musicalmente tenía un anclaje mucho más localista, motivado por un tema de Virus. “El ritmo de la batería es una deformación de un arreglo de Autocontrol (Agujero interior), en el que en las primeras frases queda la batería sola”, revela Guerrisi. “Un día le pedí a Quique que hiciera ese ritmo, y en el ensayo siguiente no vino; entonces tocó Ricky (voz), y el arreglo se fue deformando sin querer”. Claramente, los de City Bell fueron otro espejo en donde se miraron Los Brujos. En boca de Guerrisi: “Nosotros queríamos ser los Virus de los noventa, nos habíamos jugado por esa”.
Quién es Nicolás Igarzábal
♦ Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1985.
♦ Es licenciado en periodismo, docente, corrector y productor.
♦ Escribió en el Suplemento Sí!, del diario Clarín, revista Ñ, Rolling Stone, La Mano, Playboy y el portal de La Viola.
♦ Editó los libros Cemento, el semillero del rock, Más o menos bien: el indie argentino en el rock post-Cromañón (2018) y el e-book Cosas sin nombre a kilómetros de hoy: la revolución futurista de Catupecu Machu (2020). Como poeta publicó Rutina caracol (2011), Mi ansiedad es un perro pekinés (2012) y 20 poemas, 20 colectivos (2014
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