“No ha dicho una palabra desde que ella le arrojó el anillo. De pronto se incorpora como si se despertara y se desnuda. Sin mirarla se frota los ojos, se pasa la mano por el cuello, como si se acariciara. Sin mirar se acerca a ella, la desnuda y, recurriendo a las muy precisas descripciones que ella le ha brindado la hace gozar, una y otra vez”
¿Habrá sido por este párrafo que pasó todo lo que pasó cuando salió En breve cárcel, esa gran novela de Sylvia Molloy, la escritora argentina que murió este jueves? ¿Habrá sido por la mano en el propio cuello, porque -no lo dice acá pero lo sabemos- es una ella la que desnuda a otra ella?
¿O habrá sido por lo que sigue en esa misma escena?
“La obliga, eso sí, a permanecer siempre de pie junto a la mesa, a no abandonar en ningún momento (...) la posición que adoptó cuando comenzó a hablar. (...) Intentaba fijar la mirada en algo que la sostuviera pero sólo veía, al bajar los ojos, la cabeza de Renata, la raya que exactamente en el centro del cráneo dividía un pelo que había crecido, que casi le cubría los hombros, que pronto podría llevarse atrás y dejarse caer, perezosamente, como cuando la conoció hace años”.
Esa raya. Esa raya que se ve desde arriba porque hay alguien abajo, porque algo (sexual) está pasando.
“Esa escena es la novela entera, porque además de esa escena sexual muy contenida e intensa, es una venganza implícita y una violencia implícita”, contaría Molloy con el tiempo.
Ahora, que tanta agua pasó debajo de estos puentes, parece mentira pero cuando Molloy publicó En breve cárcel, en 1981, en Barcelona, más que ruido hizo un enorme silencio.
En la Argentina había dictadura y muchos creyeron que el libro sería considerado subversivo. Por párrafos como los que acabamos de leer, porque es uno de los pioneros de la literatura lésbica en la Argentina (apenas cinco años después del primero, Monte de Venus, de Reina Roffe).
Entonces no hizo falta prohibirlo, ninguna editorial lo quiso publicar y listo. No hubo ruido, hubo silencio.
No hizo falta prohibirlo, ninguna editorial lo quiso publicar y listo.
Pero circuló, circuló en fotocopias. Circuló como una contraseña. “Me gustó tener como una comunidad de lectores secreta, que el texto circulara, si bien no estaba en las librerías”, contó Molloy en una entrevista tantísimo después, en 2012. “En ese momento me perturbaban ciertas reseñas que salían. Que recalcaban –creo que por razones de cautela política– que el libro se había publicado en el extranjero, que yo vivía en el extranjero, es decir, que distanciaban al libro”, contó Molloy.
En breve cárcel se publicó en el país, finalmente, en 1998: ya había un mito a su alrededor. Y en 2012 Ricardo Piglia lo incluyó en la Serie del Recienvenido (del Fondo de Cultura Económica) . Ahí él, que ya estaba consagrado, consagraba. Buscaba obras que, tras su primera publicación, habían sido ignoradas, censuradas u olvidadas. Y las volvía a poner en el centro.
Primero prohibida, luego consagrada, si a En breve cárcel le faltaba una vuelta la tuvo en 2019 cuando salió en la colección Soy, que se distribuía en kioscos. Para el gran público y para la militancia LGBT.
La novela
En breve cárcel es pura pasión pero una pasión contenida, oscura, rumiante. Cuando la escribió, Molloy tenía algo más de 40 años. Hay una mujer que ha tenido un amor duro y contundente con otra mujer. Mucho tiempo después la está esperando nuevamente. “La historia se construye desde tan cerca que nos da la sensación de estar espiando una escena prohibida”, escribió Piglia.
Molloy era hija de familia inglesa (el padre) y francesa (la madre). El inglés lo aprendió de chiquita, el francés después. En 1958 se fue a Paris a estudiar en la Sorbona. Estuvo diez años, luego tres años en Estados Unidos, después volvió a París para terminar una tesis.
Y miren lo que pasó entonces, lo contó ella: “buscaba alquilar un departamento y el destino me deparó lo inimaginable: un lugar que no me era extraño, en el que había pasado un tiempo, en el que había conocido a una mujer que me hizo muy feliz y, también, muy desgraciada. […] Acepté el desafío y alquilé ese departamento exiguo que conocía demasiado bien como si fuera la primera vez que lo veía. […] Para conjurar desdichas me puse a escribir, en un escritorio minúsculo frente a una ventana. El resto es En breve cárcel”.
En breve cárcel es pura pasión pero una pasión contenida, oscura, rumiante.
¿Una novela autobiográfica?
Otra escritora, María Moreno, dijo que En breve cárcel “causó un colapso en la crítica que se refugió en dos posiciones: o el lesbianismo de la protagonista era un elemento irrelevante para la crítica o se trataba de una novela lesbiana”.
¿El lesbianismo es la cárcel del título? ¿Puede una cárcel ser “breve”, un adjetivo que indica duración y no superficie?
“Estaba encerrada, rabiosa, escribiendo contra algo. Contra una traición”, contó la autora. En la novela, la narradora escribe para entender. Dice que quiere “dilucidar un episodio”. Dice que, para escribir, elige la lejanía. La autora, en el cuarto, está rabiosa. La narradora, distante.
¿Novela lesbiana?
Yo digo que sí, novela lesbiana en la que se tematiza la locura, se teme la locura: el lesbianismo como una “locura” social, que todavía hay quienes quieren “curar”. Como una diferencia que es subalterna. Un salirse de la raya.
Y hay dos rayas que pesan en la novela: una, central, es esa del pelo que se ve desde arriba y que permite ver la escena sexual. La otra, la marca de una hebilla en unas nalgas (un sexo que también es violencia).
“Esa famosa raya; esa raya fue deliberada, no te digo que la puse para que todo el mundo se acuerde, pero era el detalle que anclaba ese episodio. Yo cuando pienso en ese episodio también pienso en la raya”, contó Molloy.
Frente a la sospecha de locura -la raya, estar “rayada”-, frente a la exigencia de ser “fecundas”, frente a la infantilización de la que no se casa, frente a la infancia rara de una “rara”, frente a todo eso se para Molloy con la escritura bella de En breve cárcel.
Hubiera sido más fácil hablar de amor, de corazones que se encuentran y bueno, ya no importa si son del mismo género. Escribir sobre relaciones entre mujeres, hablar de sexo entre mujeres, aunque todavía sea doliente, poner el tema a lo largo de todo un libro, decir “esto es sexo”, decirlo una, dos, muchas veces. Poner el sexo entre mujeres en un libro, escribir escribir. Eso era más complicado, eso hizo Sylvia Molloy.
Hace un tiempo una compañera me decía que Molloy escribió para abrir la puerta de la cárcel. Hoy la idea del lesbianismo como cárcel puede sonar vieja. Justamente, porque la abrió.
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