Una biblioteca al lado de su casa y Cortázar de visita en un cuartito de París: Marcos Aguinis cuenta cómo se hizo escritor

“La amante del populismo” es el último mojón de una trayectoria literaria que ya lleva casi sesenta años.

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Marcos Aguinis acaba de publicar
Marcos Aguinis acaba de publicar su última novela.

Marcos Aguinis acaba de publicar La amante del populismo, una novela en la que monta una entrevista ficcionalizada a Margherita Sarfatti. Se trata de la periodista italiana que acompañó a Benito Mussolini desde sus inicios como figura central de la política italiana hasta el momento en el que se impuso el fascismo en toda su extensión, en la personalidad de Il Duce y, por lo tanto, en todas las acciones que desencadenó y encabezó.

La novela del escritor, médico y psicoanalista argentino fue editada por Sudamericana. Sarfatti, que por su origen judío tuvo que huir de ese hombre en cuya construcción política y pública había sido clave, es el personaje central de la obra. Se trata de un libro que, entre muchas cosas, intenta responder a la pregunta sobre cómo pervierte el poder.

La amante del populismo es el último mojón de una trayectoria literaria que lleva casi sesenta años de desarrollo. En este texto publicado por Infobae Leamos, escrito en primera persona, Aguinis cuenta cómo se construyó su vocación de escritor. Y cómo logró imponerla por sobre otras.

Cómo me hice escritor

La publicación de mi nuevo libro titulado La amante del populismo justifica las siguientes reflexiones en materia de cocina literaria.

En este campo mi memoria se remonta a la escuela primaria, y pido disculpas por irme tan lejos. Cuando cursaba 5º o 6º grado tuve la oportunidad de leer dos novelas de Edith Hull: El árabe y El hijo del árabe. Me subyugaron y, a partir de coloridas sensaciones, me inspiraron un ballet. Por ese tiempo estudiaba música y quería ser compositor. El resultado fue una obra en 4 tiempos que denominé La marcha del desierto. Ese título se refería a mi propio desierto. Mis compañeros y compañeras de grado se enloquecieron porque veían en mí a un gran músico. Entonces trabajamos en darle más fuerza a ese producto. Un sultán, el chico más gordito, era transportado sobre una carretilla, las muchachas ondulaban un baile árabe y varios de mis compañeros portaban escobas como agresivas lanzas. El ballet fue presentado en el conservatorio donde yo estudiaba, celebrando el día de la música. Recogió aplausos y asombros. Yo estaba feliz, pero aún no sabía hacia dónde se dirigía mi vocación verdadera.

No se refería a la música, sino al arte en general. En el año siguiente mi familia se mudó desde Cruz del Eje a la ciudad de Córdoba. Ingresé en el Colegio Deán Funes, donde tenía lugar un concurso sobre La guerra gaucha de Leopoldo Lugones. Confieso que debí leerla con un grueso diccionario porque no entendía la mayor parte de sus palabras. Fue muy útil para enriquecer mi vocabulario. La sorpresa fue general y, especialmente, la mía: gané el primer premio. Tuve entonces, la experiencia de ser recibido por las autoridades del Colegio, que designaron a un profesor que mejoraría mi estilo. Flotaba la promesa de publicar ese texto. No fue publicado e ignoro dónde se extravió. Pero gané mis primeros y fuertes amigos. Constituyó la inyección de adrenalina que estimuló voracidad por la lectura y audacia para escribir. Redacté cuentos y me animé a empezar una novela.

Uno de mis compañeros, que se llamaba Venecia, tenía un primo muy culto. Le rogué que leyese mi texto y formulara su opinión. Tuvo la gentileza de recibir mi paquete y no volcarme su opinión. Pero me invitó a las clases de tango que se daban en su casa. Y donde también se hablaba de libros. Yo estaba encantado en medio de mis desorientados impulsos. Estaba en una cocina sin conocer siquiera muchos de los ingredientes.

Leía mucho gracias a tener pegado a mi hogar la Biblioteca Pública. Su amable directora me orientaba. Logró familiarizarme con los grandes autores. Me dormía leyendo. Un gran salto fue mi viaje a París muchos años después, apenas recibido de médico. En el barco conocí a una genialidad: se trataba de Eugene Ionesco, creador del teatro absurdo. En París tomé conciencia del valor de las tablas y la importancia del teatro como género sustantivo de la literatura.

No oculto que, pese a mi curiosidad, lecturas, conversaciones y amistades, me arropaba mucha ingenuidad e ignorancia. Ahora también lo atribuyo a mi carácter introvertido, pero las razones no terminan ahí. Estaba alojado en la “Casa Argentina” de la Ciudad Universitaria. Nos visitaban Julio Cortázar y otros autores reconocidos. Yo empezaba a expandir mi vocación literaria, política, poética. Me rondaban historias y fantasías. Por fin ingresaba en el océano que condensa nuestra mente.

Reconozco que pese a mis audacias literarias, sobrias y breves, no se imponía con suficiente densidad mi vocación. Es cierto que la literatura me obsesionaba. Escribía borradores sin trascendencia, me esmeraba en la correspondencia, discutía con fundamentos. Ah!, pero olvido marcar que me había obsesionado en investigar y escribir sobre el gran filósofo medieval llamado Maimónides. Entonces sí había despertado mi vocación literaria que había bostezado con fuerza. Perdón por este error.

Cuando regresé a Córdoba me propuse escribir ensayos sobre mis experiencias, a pesar de estar vigorosamente comprometido con mi profesión de neurocirujano. Ya había cursado por la potente vocación musical y estaba enamorado de la medicina. Al mismo tiempo seguía leyendo con enorme placer. Aumentaban mis conocimientos literarios sobre autores, estilos, géneros.

No sabía aún que enfrentaba un paso trascendente al mudarme a la meridional Río Cuarto. Lo hice por mi vocación neuroquirúrgica, pero allí se desplegó mi vocación literaria con una inesperada intensidad. En Río Cuarto conocí al gran escritor Juan Filloy. Me deslumbró su cultura y originalidad. Fue el estímulo más potente de mi profunda vocación literaria. Filloy aún no ha recibido el reconocimiento que merece su trascendencia. Me sorprendieron los rasgos que estremecieron mi propio jardín dormido. Era un hombre que había escrito decenas de libros con enorme originalidad. Si debo hablar de las fuentes que nutrieron mi vocación y mi fortaleza, debo citarlo. Sus asombrosas virtudes las he subrayado en un reciente artículo en Infobae Leamos: Juan Filloy: elogio de “un argentino enorme”.

También en esa ciudad se formó una “Sociedad de Escritores” a la que fui incorporado, compartimos la lectura de nuestras creaciones. Produje varios cuentos, muchos de los cuales tuvieron la suerte de ser publicados y elogiados.

Empecé cultivando dos géneros: la biografía y el ensayo. Me ayudó la figura histórica de Maimónides, como ya dije. Fue un sabio medieval del siglo XII. Reunía características que puedo asociar con aspectos personales. En tono de broma señalaba que nos asociaban varios rasgos: somos cordobeses (él nació en la Córdoba de España y yo en la Argentina), coinciden nuestras fechas de nacimiento, con 8 siglos de distancia (él nació en 1135 y yo en 1935), ambos somos médicos, ambos amamos la filosofía y la literatura. Ese texto de unas 180 páginas fue objeto en numerosas peregrinaciones para conseguir su publicación, pero sólo conseguí un gran rechazo. Supongo que el cansancio de los editores logró su publicación y en mi catálogo figura como ensayo. Pero después advino el milagro de escribir una novela sobre un tema diferente, entonces saboreé el cambio de género.

Mis conocimientos e investigaciones sobre la larga y compleja crisis del Medio Oriente me estimularon a crearla. Su título es Refugiados: crónica de un Palestino. Me dediqué con mucho entusiasmo a su composición. Incluso varios de mis colegas del hospital y sanatorio se burlaban al advertir que cada minuto libre era volcado a seguir su redacción.

La terminé en 1968 y reanudé mi peregrinaje buscando editorial. El fracaso se repetía como trágicos martillazos. Los amigos y críticos a quienes ofrecí su lectura respondían con halagos, pero de nada sirvieron. Entonces advino otro milagro. Uno de los escritores que invitamos a Rio Cuarto (el poeta Juan José Ceselli) sugirió que ofreciera un nuevo manuscrito a un concurso literario. Mi asombro fue mayúsculo, porque ese concurso se celebraba en España. Lo miré con incredulidad, porque creí que se burlaba. Ese hombre insistió tanto, que al final, le hice caso. Mi nueva novela se titulaba La cruz invertida. Fue la primera obra no española que ganaba ese Premio. A partir de allí se explicitó de manera contundente mi camino por la literatura.

Quién es Marcos Aguinis

♦ Nació en Córdoba, Argentina, en 1935.

♦ Es médico neurocirujano, psicoanalista y escritor. Su primer libro se editó en 1963: ha publicado novelas, cuentos, ensayos y biografías.

♦ Es autor de La cruz invertida, La Gesta del Marrano, Carta esperanzada a un General y El atroz encanto de ser argentinos, entre otros.

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