Un libro sobre las amistades de toda la vida escondido en la crónica de un recital del Indio Solari

La última vez del artista sobre un escenario fue en un fatídico show de 2017 en Olavarría. Esa es la puerta de entrada de “Yo también soy una mosca”, de Esteban Serrano.

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El 11 de marzo de 2017 fue el último recital del Indio Solari y los Fundamentalistas del Aire Acondicionado —la banda volvió a tocar en 2020, pero ya sin el líder, que apareció en el escenario como holograma—. Solari reclamaba para sí el aura de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, y los fanáticos lo seguían como a un santo, como a un dios: la misa ricotera que siempre convocaba a más y más gente.

Aquella vez tocaron en Olavarría, una ciudad de la provincia de Buenos Aires que se vio desbordada por cientos de miles de fanáticos: en pocos días recibió cuatro veces su cantidad de habitantes.

Fue un concierto musicalmente sólido y extra musicalmente complicadísimo. En el predio entró mucha más gente que la permitida y, como cualquiera podía anticipar, la organización no supo hacer frente a los problemas que terminaron en tragedia: dos personas muertas, miles de varados sin dinero ni alimentos, desmanes en una ciudad colapsada sin servicios ni salud.

Si un periodista quisiera relatar la crónica de aquel recital estaría obligado a hacer foco en todo esto. Pero Esteban Serrano no es periodista.

Sentís la mosca joder detrás de la oreja

Publicada por Vinilo, una editorial que se especializa en textos breves —un proyecto que recuerda a los “Simples” de Tamarisco de hace quince años—, la nouvelle Yo también soy una mosca, del dibujante, diseñador y escritor Esteban Serrano, cuenta en primera persona el viaje de cinco amigos que van al recital pero también hacia su propia madurez en una suerte de despedida de una adolescencia tardía que se resiste a ser abandonada.

Por el recital del Indio de 2017, en pocos días Olavarría recibió cuatro veces su cantidad de habitantes.
Por el recital del Indio de 2017, en pocos días Olavarría recibió cuatro veces su cantidad de habitantes.

Desde la primera página queda claro que a Serrano no le interesa nada el recital. No conoce las canciones —si hasta confunde un solo de Slash con uno de Skay— y no comprende las letras. No le interesa hacer una mirada sociológica del rock post Cromañón. No comulga con la mística. Cuando tiene la oportunidad de mezclarse con la gente elige correrse: inventa que es un periodista de la Rolling Stone.

Por qué, entonces, va a Olavarría. Qué lo lleva. Yo también soy una mosca —una referencia muy sutil al disco ricotero La mosca y la sopa— es un libro sobre la amistad. Los cinco amigos son adultos, tienen más de 40, tienen hijos, pero en esos tres días en la vida se entregan al típico juego de la fraternidad inmadura de los que se conocen desde la infancia.

Y chupás la fruta sin poder morderla

En la presentación del libro, que fue el viernes pasado en un bar de Palermo, Santiago Llach decía que la novela de Serrano tiene un vínculo con El cazador oculto, de J.D. Salinger. Hay algo de novela de aprendizaje en Yo también soy una mosca: un aprendizaje elusivo y fugaz, pero a la vez definitivo. El bildungsroman del hombre adulto, burgués, responsable. Por eso, y al contrario de su libro anterior, No quiero que te olvides de mí, este es muy alegre, pero esconde un corazón nostálgico.

“Serrano elige ser testigo en vez de protagonista”, decía Matías Bauso, también en la presentación del libro. “Pero un testigo descentrado, oblicuo. Un marciano en el arrabal. Una especie de corresponsal de guerra impasible, al que no lo ganaron ni la desidia ni la desesperanza, que es consciente de la fragilidad que lo rodea. La pulsión por contar, por registrar, por mostrar. Descubre personajes y se imagina, vislumbra, se pregunta por las personas que los habitan. Los mira, los escucha, los piensa y los dibuja porque le interesan. Y siempre lo hace con ternura”.

“Yo también soy una mosca” (fragmento)

La salida del predio fue un desastre. Del final del recital no me di cuenta, supuse que era una interrupción más. Había sido un show en código morse. Mejor, pensé. Pasó un rato de parálisis y de panciencia y el río de la multitud empezó a moverse, a querer salir. El lugar era inmenso, pero estábamos estancados y no había puertas, había cercos. No me veía los pies. Perdíamos a las chicas, a las hermanas de Jorge, y las encontrábamos y nos apelotonábamos cada vez más. Nos fuimos dispersando, me quedé solo. Así avancé, empujado por la marea. Alguien rompió un cerco y saltamos sin saber qué había del otro lado. Caí con los dos pies en un charco. No sé cuánto avanzamos así, era peligroso, si alguien se tropezaba, lo iban a pasar por arriba.

Una pareja con un cochecito y un bebé pedían permiso entre las piernas. Iban arrastrados por la corriente de cuerpos como todos. Ahí tuve miedo.

Está esa película, El acorazado Potemkin, que tiene la escena del cochecito con un bebé que cae por las escaleras en medio de una batalla. Exactamente eso. La misma escena, como homenaje, está en Los intocables de Kevin Costner, un peliculón. Hasta que empezó a haber más espacio, aparecieron caminos alternativos, afluentes, y la masa se dispersó, recuperamos el dominio de nuestros movimientos y vi cómo la parejita y el bebé se alejaban en otra turba más oxigenada.

Quién es Esteban Serrano

♦ Nació en Buenos Aires en 1974.

♦ Es diseñador gráfico, ilustrador e historietista.

♦ Es autor de los libros Sábado, souvenir de la B (2012), No quiero que te olvides de mí (2020) y Yo también soy una mosca (2022).

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