Si los libros abrazan, si los libros invitan a jugar, a viajar. Si son, a menudo, una casa imaginaria, la Feria del Libro Infantil es el gran barrio de las historias, los cuentos y la poesía. Un barrio con árboles de frutos frescos, ventanas a cielos de colores diversos, puertas abiertas y caminos que se bifurcan en cada vuelta de página. La 30ª Feria del Libro Infantil y Juvenil comienza este lunes 11 de julio en el Centro Cultural Kirchner. Como es habitual tendrá una amplia programación de actividades: cuentacuentos, muestras, talleres y espectáculos de narración y abrirá los catálogos completos de los sellos editoriales para que pasen y vean, lleven y lean.
Hay tantos recorridos posibles como visitantes, aquí alumbramos solo algunos para no dejar pasar, como quien pone carteles y banderines de colores en los miradores de las rutas turísticas.
Para los más chiquitos
Si andan por la Feria con niñas y niños pequeños, esos deambuladores que leen con las orejas puede que les interese hacer una parada en libros como El duende de la guitarra (La brujita de papel). Un poema del entrañable Jorge Luján habitado por pájaros, conejos, jirafas y peces creados por el ilustrador Piet Grobler; con monos que se descuelgan de los árboles y serpientes encantadas por las rimas del duende y su guitarra trashumante. Un libro que suena y que con un código QR invita a escuchar su melodía, interpretada también por Luján.
Otro libro orquesta es Canciones de cuna para dormir cachorros, de Silvia Schujer, un libro con una larga historia que fue reeditado hace un tiempo por AZ editores con ilustraciones de Pablo De Bella, Patricia Fitti, Manuel Purdía y Virginia Piñón. El libro incluye en cada página un código que lleva a escuchar las canciones interpretadas por Mariano Agustín Fernández y Julieta Szewach. La bellísima “Este era un conejo” se queda rondando y rondando entre los sueños de los conejos nietos, y “Canción de luna” o “Donde duerme el búho” arrullan y mecen.
Para curiosas y curiosos hay libros como Nunca contentos, de Bruno Munari con puertas por las que espiar los sueños del elefante, del pajarito; los sueños del pez que está cansado de dar vueltas y vueltas bajo el agua y “sueña con ser una lagartija para estar horas y horas sobre una piedra bajo el sol”. Munari fue un artista, diseñador, poeta e investigador italiano que en sus libros (publicados en la Argentina por Niño editor) favoreció el descubrimiento y la interacción como parte de la lectura. Abrir un libro era, para él, abrir una caja de sorpresas.
Y si de descubrir se trata Don Romualdo, de Margarita del Mazo y Natasha Rosemberg (Tres tigres tristes y Calibroscopio) es una fiesta. El libro cuenta el día de Don Romualdo, desde que se levanta hasta que cae la noche. Este podría ser un relato de lo más corriente, pero no, porque cada una de las páginas del libro están plagadas de escenas, personajes y estímulos entre los que hay que descubrir al protagonista, ¿cuál de todos esos personajes que circulan por la ciudad es Romualdo. ¿Será el conejo, el zorro, la pajarita?
Porque siempre el disparate forma parte, o debería formar parte de las infancias vale llevarse la colección de aves extrañas que el gran Arnold Lobel crea en El pájaro cucurucho (Niño editor) traducido por la también poeta y autora de inmensos libros para niños, Laura Wittner.
Vamos creciendo
Si andan por la Feria con esas chicas y esos chicos que ya viven entre letras y leen a viva voz todo puñado de palabras que se les pone delante, puede que quieran hacer una pausa en Ese robot soy yo, un libro de Shinsuke Yoshitake (Zorro rojo). Yoshitake es un escritor japonés, autor también del libro Ser o no ser una manzana, que repone con precisión y humor la desopilante mirada de los niños ante los objetos más comunes. Ese robot soy yo es, con la misma frescura, un manifiesto a favor de la construcción del propio yo. Un niño pequeño gasta todos sus ahorros en la compra de un robot para que lo sustituya en sus tareas y deberes cotidianos y, mientras instruye a su robot sobre cómo ser él, descubre quién es, qué desea, qué cosas le gustan y cuáles aborrece. Se autoafirma con ternura, picardía y belleza.
Mucho de ello hay también en la obra de la artista Hyun Seo, de Corea del Sur, publicada por Pequeño editor. El libro ¡Ya crecí! es una escalada del suelo al cielo en fantasía y disparate en la que un niño pequeño que quiere ser grande se expone a la lluvia, como hacen las plantas, y así empieza a crecer, crecer y crecer hasta comerse el mundo, qué digo el mundo, el universo todo. Con líneas sencillas y colores casi planos, el libro consigue llevarnos de las narices por una travesía onírica y juguetona.
En El perro que Nino no tenía, de Anton Van Hertbruggen y Edward van de Vendel (Limonero) es la imaginación la que suple la soledad y las ausencias del personaje. El perro que Nino no tenía era todo anhelo, todo fantasía, todo gracia. Cuando Nino no tenía un perro, tenía el mejor perro que alguien podía tener, pero el día que a casa de Nino llegó un perro con pelos, patas, collar y alimento balanceado; el otro, el que no tenía, se retiró de sus juegos. Entonces Nino inventó otros juegos y otras cosas que no tenía.
Para volver a la idea autoconocimiento, bien vale traer a La vieja camioneta, de Jarret Pumphrey y Jerome Pumphrey, una novedad de Pípala que indaga en el paso del tiempo y lo vertiginoso de los cambios en la sociedad desde la mirada de un particular personaje: una camioneta que trabaja en una granja.
Si damos un salto y una voltereta en el aire para seguir pensando en quienes somos, cómo, y en qué espacios ocupamos en el cosmos, el álbum Tú importas (Zorro rojo), del autor afroamericano Christian Robinson, propone un ejercicio de imaginación y empatía para concluir que todos los seres vivos, ya sean mosquitos, hormigas, o hipopótamos, tienen igual valor y merecen el mismo respeto, cuidado y amor.
Con lectores más experimentados
Ahora, si el caso es que van a la Feria de la mano de lectoras y lectores con más horas-libro, de esos que ya han dejado de ser los más pequeños de la escuela, vayan algunas sugerencias de libros para no dejar pasar:
Lilo, de Inés Garland, premio Ala Delta de Literatura Infantil (Edelvives) es una novela con la marca de calidad y estilo propias de la autora, que narra en la primera persona de quienes escuchan el mundo por primera vez o de quienes escuchan lo que nadie más parece oír. Lilo es el narrador y es un perro, un perro que ve desde pocos centímetros del suelo y que compone los paisajes a partir de los perfumes, los olores. Muchas cosas le pasan a Lilo y otras tantas le pasan a Emi, su dueña, que crece en compañía de un perro como Lilo. Una novela sutil y asertiva que lleva dentro historias que sólo se esbozan. Con simpleza y una sensibilidad rica en estímulos Lilo es una novela para quedarse a pasar el invierno.
Los meteoritos odiaban a los dinosaurios, de Jorge Accame (Norma) es un libro que ya tiene sus años; sin embargo es uno de esos que cada tanto vale volver a leer, para sorprenderse, para ilusionarse, para animarse a despegar la imaginación y leer el mundo con ojos de extranjero, de visitante ocasional de las situaciones más desopilantes de nuestro cotidiano. Accame compone un volumen de historias mínimas en las que se burla de la seriedad, la neurosis y el acartonamiento del mundo de los adultos en una celebración de la singularidad.
Volar, de Yolanda Reyes (Fondo de Cultura Económica) cuenta la historia de un encuentro improbable. Dos personas desconocidas forzadas a pasar varias horas juntas. Una señora y un niño en un avión, en vuelo de regreso a Bogotá. Ella tras un largo exilio, él tras unas vacaciones en la casa de su padre. Ambos experimentan, en ese regreso, un temor que ocultan mal; ella tecleando una conferencia en su tableta; él garabateando aviones en un block de notas. Y será la turbulencia la que les permitirá reconocerse en el temor, encontrarse en la inseguridad. Una novela para leer con la cabeza en las nubes.
El alumno nuevo, de Pablo de Santis y Cristian Turdera (Calibroscopio) es de esas historias que saltan vacíos y acarician en lo más hondo porque, a pura fantasía, traslucen los rasgos más definidos de la humanidad. En una edición exquisita, el relato de De Santis adquiere materialidad en las ilustraciones de Turdera y sus dispositivos que más que imágenes reales se disfrazan de de espejismo. Un alumno cuya tarea es dejar de ser tan perfecto.
Vamos que la Feria es grande y los libros muchos.
Puede que la recorran en grupo a varios pasos de distancia de sus adultos de referencia, porque son chicas y chicos grandes…
Chicos grandes
Para ellas y ellos todos los libros que quieran leer, los que atesoran desde pequeños y los que se guardan en los estantes más altos de la biblioteca. Apuntar sólo unos pocos:
Siempre nos estamos yendo, de Verónica Sukaczer (Nube de tinta). Sukaczer es una voz singular, potente y vital, sus historias están marcadas por lo que se dice y por lo que no se puede nombrar y habitada de misterio y ansias de libertad. La novela crea un mundo distópico, pero del todo conocido por cualquier lector o lectora. Un universo en el que hay internet, hay escuelas, hay violines e historias; hay también muros y guerras, odios e ignorancia. Y miedo, claro, mucho miedo. Y hay en esta historia un grupo de chicos y chicas que se encuentran, se eligen, se preservan del afuera y de las amenazas que de tan cercanas son invisibles. Hay un chica que cuenta el modo en que las ciudades y las casas se fueron enrareciendo, una chica que habla de ese estar siempre en el camino, sin hacer pie en ninguna tierra, porque no hay tierra ni casa, ni paredes, ni documentos para lo que huyen, los que cruzan las fronteras. Una novela extraordinaria para aquellas lectoras y lectores que se están haciendo grandes pero que conservan la pasión de la infancia.
Koi, de Ezequiel Dellutri fue Premio Norma de Literatura Infantil 2018. Es una historia luminosa y llena de poesía, porque nos pone ante la felicidad de las cosas que son como son, sin que ninguna fuerza intente cambiarlas. Por eso es tan atinada para aquellas y aquellos que están en pleno cambio, en la ebullición de reencontrarse en cuerpos que les son del todo novedosos. La narradora de Koi es una chica de 15 años que, poco antes de cumplir sus 16, descubre que el padre del que nunca supo nada, murió. Su única puerta de acceso a ese hombre que ya no está es un medio hermano muy poco conversador, con una gruesa piel protectora que lo aleja de su entorno. El modo en que ella llegará a él, y él tomará la mano de su hermana, es el nudo de la novela, que tiene la calma de los estanques y una particular banda de sonido para hacer pie, sobre todo, en la identidad.
Los mundos invisibles, de Nelvy Bustamante con ilustraciones Andrés de Barca (Edelvives) es un atado de treinta y dos relatos cortos, algunos cortísimos, apenas dos o tres frases y silencio. La voz de Los mundos invisibles, es más bien un susurro, el aliento de alguien que ha estado allí, la humedad de una mano caliente en el frío vidrio de la ventana. Algo así como el recuerdo de una voz. Es un libro para leer de noche, habitado por fantasmas que vagan de aquí para allá en pueblos tomados por la tristeza, en casas vacías de carcajadas, calles de niebla o polvareda.
Heartstopper, de Alice Oseman (VR) es una novela gráfica que tiene ya tiene su serie en Netflix, pero desde que se publicó en la Argentina ha ido ganando lectoras y lectores. Una historia de amor repleta de elipsis, donde los diálogos más extensos son los que suceden a través de mensajes de texto. Un chico abiertamente homosexual se enamora de uno de esos chicos claramente hegemónicos. Es la historia de un encuentro, de una amistad que barre con los prejuicios. Tal vez en la economía narrativa -tanto desde lo textual como desde las ilustraciones- es que esta historia funciona. Sus lectores reponen lo que no está dicho y completan como prefieren los perfiles de los personajes principales y secundarios de la trama. Hay quienes luego de haber leído el libro van a la serie y quienes, tras ver la serie, van al libro. En cualquier caso, es una puerta a la lectura.
Para leer con los adultos
Antes de buscar la salida, sólo algunas cosillas que no queremos dejar pasar. Los medidores de lectura, los especialistas y promotores dicen que una clave para que las chicas y los chicos no abandonen el hábito de la lectura es no abandonarlos cuando ya se han desarrollado como lectores autónomos, no dejalos sin la voz que los acunó desde pequeños. Por eso, acá van algunos libros para leer juntos, adultos y chicos.
Es posible que no logremos hacerlo con el histrionismo y la alegría con que lo cuenta Istvansch, pero vale intentarlo porque lo que produce en las lectoras y lectores más pequeños es tan estimulante como los primeros brotes de una primavera ansiada. “¿Has visto la frutilla roja, detenida por el semáforo en rojo, en medio de los tomates rojos?”, pregunta Istvansch mientras muestra una doble página de rojo pleno. ¿Y quién se atrevería a decir que no, que no hay frutilla ni semáforo ni tomates? Tal vez porque, si miramos bien, es cierto que ahí están, o no. Pero qué importa la verdad. ¿Has visto?, de Istvansch, un clásico local reeditado por AZ.
Y para seguir en modo preguntas, podemos llevar a los lectores más experimentados al universo de Como quieras, de Ellen Duthie y Daniela Martagón (Iamiqué) en el que a partir de una escena -apenas una instantánea-, se plantean grandes interrogantes filosóficos y éticos. Es un libro para leer con otros, porque es más fácil pensar con otros, porque a veces solo sabemos lo que pensamos cuando nos escuchamos decirlo.
A menudo eso de pensar empieza por mirar y ver, así que vamos con uno para mirar en detalle, mirar y volver a mirar, porque en Algo raro en casa del abuelo, David Legge (Calibroscopio) reclama un paseo exhaustivo por cada página. Y es uno de esos libros en los que no podemos contener y señalamos con el dedo. Es la historia de una niña que visita a su abuelo que tiene hábitos un tanto peculiares en una casa muy singular.
Ahora sí, para cerrar, vamos con uno para contar, para salir de paseo por la selva misionera y escuchar cómo los pájaros se disputan el aire y cómo los peces se montan en la corriente del río. Cómo es vivir con la naturaleza en la puerta de la casa y cómo habitarla sin dañarla. Tres huevos azules y otros cuentos salvajes, de Cristina Macjus y María Elina Méndez (Pequeño editor) es una celebración del ambiente, de la vida en todas sus formas y de la amistad como comunión. Las ilustraciones de Méndez iluminan y conmueven por igual al delinear la vastedad del planeta y la complejidad de sus formas.
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