Leonardo Padura recomienda: después de “Patria”, Fernando Aramburu escribió una gran novela con un título “horrible”

En esta columna exclusiva el escritor cubano analiza la primera novela del vasco después de su gran éxito. Dice que se trata de gran literatura, que vuelve lacerante una vida que parecía intrascendente.

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Leonardo Padura, Fernando Aramburu y
Leonardo Padura, Fernando Aramburu y la novela "Los vencejos".

Cuando Fernando Aramburu tituló Patria a su novela de 2016, creo que no existía otro rótulo más adecuado y comprensivo, para encabezar una obra de fuerte contenido social, político, humano, de estructura catedralicia y argumento desarrollado a través de las voces de diversos personajes que arman un coro que solo afina en el intelecto del lector, porque esa armonía no la consiguieron en la realidad.

Con Patria, una historia de los hechos políticos y las consecuencias humanas generados por el terrorismo de ETA en el país vasco español, una crónica de una herida mal cicatrizada en la que el escritor metió el dedo y hasta el brazo, Aramburu dio el salto de escritor conocido a autor celebérrimo, con decenas de ediciones de su novela, otras varias decenas de traducciones (leí que a más de treinta lenguas), éxito de venta, masiva aprobación de la crítica, cosecha de premios.

Cinco años después, en 2021, Aramburu regresó con una novela que -sin ser culpa de ella, la novela-, debía demostrar la categoría literaria y el compromiso civil que había alcanzado su creador. No podía volver dormido sobre un manto de cómodos laureles, recuperando temas o fórmulas exitosas utilizadas en Patria, en fin, no podía repetirse, confiado en su celebridad, a riesgo de ser devorado por los siempre atentos depredadores que pululan en este universo del arte, pletórico de perseguidores por lo general poco complacientes con el éxito ajeno -como si el éxito ajeno fuera el culpable de la ausencia del propio.

¿Fuiste tú? La tremenda pregunta
¿Fuiste tú? La tremenda pregunta detrás del asesinato de un empresario a manos de ETA en la serie "Patria".

Y ahí estaba de vuelta Fernando Aramburu con Los vencejos (Tusquets Editores, 2021) una novela con un título este vez espantoso (al menos para mi gusto), un volumen que asustaba con sus más de quinientas páginas y un argumento ubicado en las antípodas de exitosa su incursión anterior: el novelista vasco se aparecía ahora con la simple historia de un hombre demasiado común (madrileño por más señas) que, cansado de fracasos e insatisfacciones, sin expectativas que lo alienten, se da un año más para vivir. Doce meses, trescientos sesenta y cinco días… Ese hombre, un tal Toni, de mediana edad, profesor de Filosofía de nivel medio, que no ha hecho nada especial o notable en su tránsito terrenal, decide sin embargo dejar constancia escrita de sus experiencias, pensamientos, suposiciones, reflexiones, obsesiones y cada noche escribe unos párrafos conexos o inconexos en los que nos dice lo que ese día le llegó a la mente… nada extraordinario, nada de lo que asombrarse, nada capaz de revelar lo oculto en la gran Historia… pero la Literatura se encarga entonces de obrar el milagro y lo en apariencia intrascendente, se torna lacerante y significativo gracias a la capacidad creativa de un autor que, colocando esa vida anónima bajo un microscopio, descubre la intensa lucha atómica que es cada existencia humana.

No hay en Los vencejos alardes estilísticos, arduas construcciones formales. Leemos una especie de diario donde Toni cuenta sus verdades, tal vez para librarse de ellas, tal vez para revelarle a los demás, vivos y muertos, lo que nunca se atrevió a decirles o les dijo del peor modo. Porque a diferencia de otros confesados literarios, Toni pretende ser leído, no sabe por quién, tampoco le importa, y en esa lectura el personaje comienza a construirse como el individuo más verdadero que fue, el que por diversas razones éticas, familiares, sociales, nunca se atrevió a decir quién él era en realidad… como ninguno de nosotros, atrapados en un contrato social y humano, por nuestras vergüenzas, se atreve a revelar de manera total, lo que en realidad somos.

Pesimista, cínico, desgarrado, débil y tirano al mismo tiempo, el personaje construye entonces un discurso a través del cual se examina a sí mismo en relación con su yo personal y con la gente que lo rodeó con más insistencia: padres, hermano, esposa, amigos, hijo, compañeros de trabajo, y recorre la presencia y efectos de amores y desamores, odios, mezquindades y bondades propias y de sus seres cercanos, con la sinceridad que solo puede practicar un moribundo que lo es por voluntad propia y decide que ya nada debe ocultar.

La prospección de los entresijos de las relaciones humanas, más aún, de la condición humana, van cargando de material explosivo una historia de vida que, de anodina, Aramburu convierte en extraordinaria gracias a su capacidad de hurgar en lo más luminoso y oscuro de la mente humana. Las conflictivas convivencias filiales, las mezquindades de que somos objeto o provocadores, los miedos sociales y las fobias personales van conformando una bitácora en la que cada uno de nosotros bien podría reconocerse, con esa capacidad de asociación y descubrimiento que tiene el buen arte.

Pero el pesimismo, escepticismo y cinismo tan sinceros de Toni no surgen solo de una coyuntura psicológica o existencial, de un conflicto con su propia mente y un posible estado de alienación. Como cualquier vida, la del presunto suicida ocurre en un contexto al que el escritor también se asoma para darnos un panorama de una sociedad (la España contemporánea) pletórica de promesas incumplidas e insatisfacciones políticas y sociales, que reflejan un pasado doloroso, se manifiestan en un presente turbio, y se proyectan hacia un futuro al parecer no demasiado halagüeño, sin duda inquietante .

“Como la cicuta, Los vencejos debe ser tragada hasta la última gota, con la ventaja de que su mal sabor es adictivo”

Para lograr esa capacidad de reflexión y expresión, el escritor escogió para su protagonista una profesión que, por supuesto, fuese capaz de permitirle la elaboración mental que hay en sus confesiones. La relación de Toni con la Filosofía, la materia que a empujones trata de enseñarle a sus leves estudiantes del presente, es el pedestal desde el cual realiza su observación de un entorno que resulta tan insatisfactorio como la propia existencia recorrida.

En este sentido resulta alarmantemente revelador (por lúcido o porque es uno de mis preferidos) el pasaje de la novela en que Toni y su amigo Patachula (amigo y compañero de aventura suicida de Toni, mutilado, víctima de un atentado terrorrista -y no de ETA,) anotan las certezas que comparten y de las cuales están convencidos, entre otras posibles que “El capitalismo es detestable. El comunismo es peor (…) A principios del siglo XXII, España no existirá con sus fronteras actuales (…) Una causa, por muy justa que sea, se vuelve dañina tan pronto la defiende un fanático (…) China gobernará el planeta y hará olvidar por largo tiempo el significado de libertad individual”, aunque también coinciden establecer como axiomas que la tortilla de patatas siempre debe llevar cebolla, que follar es importante y que Dios no existe.

Entre vencejos, esos pájaros anodinos que comen, copulan y pasan el noventa por ciento de su vida en el aire, que van y vienen con las estaciones del año, el empeño de una penetración en la vida más íntima de un hombre que siente que se desplaza por el mundo como una babosa, nos sirve para conocer los entresijos de una existencia, única y a la vez universal. Nos permite asomarnos a las proporciones de nuestras formas tan complejas de relacionarnos con el mundo cuando las contemplamos con la honestidad que lo hace este autocondenado a muerte. Porque si antes dije que Aramburu no ejecuta en esta novela grandes alardes estilísticos, debo advertir que sí lo hace con su técnica narrativa: su gran virtud literaria es sostener la historia de una vida de mierda por casi seiscientas páginas… y no permitirnos la posibilidad de la renuncia. Como la cicuta, Los vencejos debe ser tragada hasta la última gota, con la ventaja de que su mal sabor es adictivo y todo eso a pesar de ser una novela con un título tan horrible.

Fernando Aramburu. El talentoso escritor
Fernando Aramburu. El talentoso escritor vasco. (Foto Martín Rosenzveig)

Los vencejos (fragmento)

Pienso en Nikita cada vez que veo por la calle, en el metro o en cualquier lugar a una persona tatuada. En su día no me pareció ni bien ni mal que mi hijo se hubiera apuntado a la moda de grabarse dibujos en la piel, aparte de que, para el poco tiempo que pasábamos juntos, me esforcé en todo momento por entablar con él una relación exenta de conflictos.

Las normas, que se las imponga su madre, que para eso exigió, abogada mediante, la custodia que yo no le disputaba. Para ella, el hijo; para mí, la perra. No abrigo la menor duda de quién salió perdiendo en el reparto. A Nikita la ingenuidad lo inducía a la franqueza. Me chivaba secretos de Amalia. «Mamá habla mal de ti», decía. Y en otra ocasión: «Mamá trae mujeres a casa y se meten juntas en la cama».

El chaval había cumplido dieciséis años cuando se tatuó por vez primera y sin permiso materno. Yo no dudé en alabar el resultado desfavorable. Prefiero que vea en mí a un colega y no a un padre represor. Mal gusto no se le puede achacar. Incluso me tienta atribuirle una intención poética por el hecho de que escogiera una hoja de roble, aunque a causa de su tamaño reducido el dibujo sólo es reconocible a corta distancia. A partir de los tres metros se convierte en una mancha indefinible. El problema es el lugar elegido para tatuarse la hoja, justo en medio de la frente. Cuando se la vi, me tuve que morder la lengua para no burlarme. No poco ufano me reveló que toda su pandilla había ido a tatuarse. «¿En la frente?», le pregunté. No, en la frente sólo él.

Tiempo después se hizo otro tatuaje, esta vez en la espalda. Horror: una esvástica. Le pregunté, fingiendo ignorancia, por el significado de aquel dibujo. El pobre infeliz no tenía ni idea. Lo importante, desde su punto de vista, era que él y sus amigos llevaban ahora el mismo dibujo, adoptado como señal identificativa de la pandilla.

Noto que soy incapaz de pensar en mi hijo sin sentir pena. Me pasa a menudo, aunque cada vez menos, que levanto contra él una torre de rechazo y al final yo mismo la derribo con un soplido de compasión. No sé hasta qué punto se le puede reprochar a Nikita nada teniendo en cuenta el padre y la madre que le tocaron en suerte.

Quién es Fernando Aramburu

♦ Nació en San Sebastián en 1959.

♦ Estudió Filología Hispánica.

♦ Desde 1985 vive en Alemania, donde trabajó como profesor de español.

♦ En 2009 dejó la docencia para dedicarse a la escritura.

♦ Como novelista, arrancó con Fuegos con limón, en 1996. Su novela El trompetista del Utopía (2003) llegó al cine como Bajo las estrellas.

♦ En 2006 publicó los cuentos de Los peces de la amargura, donde habló de las víctimas de ETA. Por este libro ganó el Premio Dulce Chacón de Narrativa Breve y el Premio Real Academia Española.

♦ En 2011 recibió el Premio Tusquets de Novela por Años lentos.

♦ En 2016 salió Patria, por el que ganó el Premio de la Crítica y el Francisco Umbral al Libro del Año en el 2016. En 2020 esta novela se convirtió en una serie que emitió HBO.

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