En 1816 arribó a las costas del Río de la Plata para recorrer por seis meses su territorio un viajero sueco, Jan o Johan Adam Graaner. Militar de formación, luchó contra los ejércitos que respondían a Napoleón. Para ese año, el principal líder europeo había sido derrotado y las monarquías resurgían: el rey español Fernando VII volvió a ocupar el trono con la voluntad innegociable de sujetar como colonias a los territorios americanos.
Graaner pretendía establecer relaciones comerciales y también impulsar la figura de Bernadotte, un francés que había formado parte de los ejércitos napoleónicos. Su proyecto era ser coronado rey de algún territorio, y entre sus contemplaciones se encontraban las provincias del Río de la Plata. Terminó siendo rey de Suecia hasta 1844 y sus descendientes continúan con la corona.
Para entonces, las Provincias Unidas del Río de la Plata sostenían la revolución después de la derrota ante los realistas ocurrida en la batalla de Sipe Sipe durante la tercera expedición al Alto Perú, a fines de 1815. Esta vía para atacar el centro realista del Perú ya no sería la principal. San Martín presionaba desde la gobernación de Cuyo para que se declarase la independencia. En su visión, la guerra no se podía exportar sin esta premisa. El Ejército de los Andes debía representar a un territorio libre para liberar otro. Por eso se juró a costa de la vida.
El Congreso se reunió en Tucumán a principios de 1816 con diputados de provincias de la actual Bolivia y sin representación del litoral, de la entonces Banda Oriental ni del Paraguay. En este sentido, el acta de independencia se tradujo al quechua y al aymara, ya el guaraní había sido descartado en las traducciones. Con este acercamiento se buscaba la adhesión de la mayoría de la población indígena y mestiza.
Graaner destacaba en su descripción este componente étnico: “Los criollos o descendientes americanos de los españoles de Europa, forman la casta dominante de esta población, si bien más o menos confundida con la raza india o con los africanos”.
Belgrano recién había regresado de una misión diplomática en Europa en búsqueda de un monarca europeo. En el Congreso propuso que el gobernante fuera un descendiente de los Incas. Combinaba así un gobierno central y extenso, con un representante que emparentaba a los nuevos territorios independientes con el imperio Inca, una formación política americana.
Ahora comandaba el Ejército del Norte, que debía resistir las avanzadas realistas. En la campaña que condujo entre 1812 y 1813, había triunfado en Tucumán y Salta, subido hasta Potosí, y sido vencido en Vilcapugio y Ayohuma. En ese centro minero recibió como regalo de parte de una comisión de mujeres, la obra de arte más importante vinculada a las guerras por la independencia, la Tarja de Potosí, actualmente en el Museo Histórico Nacional.
En plata y oro, esa ciudad le rindió tributo a las armas rioplatenses por el movimiento revolucionario que iniciaron. En la obra de arte, una joya de gran tamaño, el contorno de Sudamérica está rodeado de gente del pueblo que sostiene lemas y poemas. La representación del estereotipo de un indio o incluso un inca gobierna la escena y sostiene en una mano un gorro de la libertad sobre una lanza, en la otra, una daga, y da un paso hacia adelante. Mientras que una mujer toma las riendas de eslabones que enmarcan al territorio: ya no serían cadenas de opresión, sino lazos de unión y libertad. No casualmente entonces Belgrano hizo esta propuesta que conectaba a un pasado al servicio de un presente.
Graaner relata el efecto que tuvo la independencia y esta propuesta entre la población:
“Los indios están electrizados con este proyecto y se juntan en grupos bajo la bandera del sol”, un símbolo andino consagrado por la religión inca. “Están armándose y se cree que pronto se formará un ejército en el Alto Perú, de Quito a Potosí, Lima y Cuzco”. Desde la derrota de las rebeliones andinas lideradas en oleadas por Tomás Katari, Tupac Amaru y Tupac Katari, se había difundido una costumbre que se revitalizó con la revolución:
“Todos los indios están llevando ahora luto por su casa reinante: matan las ovejas blancas para que de su lana no se puedan confeccionar tejidos blancos y contrariar así sus vestimentas de luto. Anualmente celebran una ceremonia macabra que es un espectáculo trágico en conmemoración de la muerte de Atahualpa (Atabaliba) y representan la escena de su asesinato, provocado por la crueldad y la traición de Pizarro”.
La apelación a las mayorías populares se revela en otros dos testimonios de Graaner, que conoció a otro partícipe de las guerras, colaborador de Belgrano y de las guerrillas altoperuanas:
“He visto en Salta, a un cacique venerable de la nación de los Chiriguanos, llamado Cumbay, que había venido acompañado de veinte caciques de otras tantas naciones vecinas, desde las orillas del río Pilcomayo, para ofrecer su concurso a los patriotas”.
Mientras que de Güemes decía:
“El gobernador de la provincia de Salta, tiene a sus órdenes unos tres mil de esos gauchos que pueden reunirse, en caso de necesidad, en cuatro o cinco días, con un regimiento de cazadores a caballo, llamado ‘Los infernales’”.
A principios de 1816, las guerrillas del Alto Perú conducidas por Manuel Padilla y su compañera Juana Azurduy habían logrado varias victorias. Juana acompañada de indios yamparaez arrebató una bandera al enemigo y se la envió a Belgrano como comandante. Graaner da testimonio de esto y cuenta que Belgrano hasta llegó a componerle un poema:
“Padilla, jefe de un cuerpo volante de indios, formado por unos dos mil hombres, ha hecho mucho daño a los españoles sobre la línea de comunicaciones con Lima. Su esposa, tan célebre en el Perú bajo el nombre de doña Juana de Azurduy, mujer de rara belleza, de veintiséis años de edad, es jefe de un ejército de mil quinientos indios de Cochabamba y combatió contra las tropas de Lima mandadas por Pezuela en persona; mató cuatrocientos, hizo cien prisioneros y se apoderó de una bandera magnífica que remitió al cuartel general de Belgrano, donde yo la he visto. Este general hizo escribir sobre la bandera, que devolvió a la bella Amazona, los versos siguientes que él mismo compuso:
Desde hoy seréis ya bandera
Por mejor mano creada,
Seréis en toda frontera.
Tiemble el tirano! La Hera
Abata su pompa vana;
Y para gloria de Juana
De Azurduy, diga que de él
A pesar de ser cruel,
Triunfó una americana”.
A fines de 1816, Juana Azurduy huía a Salta a refugiarse del asesinato de Padilla y la derrota de sus fuerzas. Vivió en esta provincia hasta que la victoria en la batalla de Ayacucho, a fines de 1824, le abrió el horizonte del regreso. Graaner volvió a Suecia y le presentó un informe con sus crónicas a Bernadotte. Por encargo de este aspirante al trono, regresó a Sudamérica a continuar sus gestiones. Pero ya no pudo retornar a su tierra natal, murió en el viaje de vuelta, y así se frustraba su proyecto de un rey sueco para América.
El proyecto de monarquía encabezada por un inca tuvo múltiples e importantes apoyos, pero fue resistido desde otros frentes. Se mostró como una estrategia para la coyuntura bélica que no tuvo continuidad política. Se tendió un puente al pasado para ampliar la extensión del territorio patriota y convocar a los pueblos a la guerra en su presente.
* Milena Acosta es profesora de Historia.
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