No es la primera vez que Eduardo Sacheri encabeza los rankings de ventas pero, esta vez, innova. Su primer libro de ensayo histórico, Los días de la Revolución. Una historia de Argentina cuando no era Argentina (1806-1820), está posicionado como uno de los más vendidos en las librerías argentinas a un mes de su publicación. Un libro que, entre otros hechos, cuenta cómo se llegó a la declaración de la Independencia argentina aquel 9 de julio de 1816. Un movimiento arriesgado pero certero.
Sacheri, que es reconocido en la escena literaria contemporánea por sus cuentos y sus memorables novelas, reconoce que está sorprendido (y encantado) por la buena recepción de su nuevo libro, que se aleja de la ficción para dar paso a la investigación histórica. Con el objetivo de complejizar la mirada sobre el pasado, el libro forma parte de una nueva propuesta del autor, que ya genera la atención de sus lectores. Y Sacheri lo hace de nuevo, de la mano de la profesión que ejerce hace más de veinte años, la de profesor de Historia.
El escritor argentino no solo es un bestseller editorial sino que también es una figura relevante para la industria audiovisual. Sus libros han inspirado películas como El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella, ganadora del Oscar a mejor película extranjera, o La odisea de los giles, protagonizadas ambas por Ricardo Darín, todas con gran éxito.
Esta vez, con Los días de la Revolución, Sacheri propone una revisión de acontecimientos históricos y da una posible explicación del proceso revolucionario que sacude y derrumba el Virreinato del Río de la Plata entre 1806 y 1820. Con un lenguaje claro y preciso, el libro no pretende decir “esta es la verdad y punto” sino, más bien, derribar la moralización de la Historia y desacralizar a las figuras patriotas. Así, detalla el contexto que da lugar al festejo de una de las fechas patrias argentinas más importantes: la Declaración de la Independencia el 9 de julio de 1816.
Pero, ¿Qué celebramos si todavía no existía la noción de “Estado argentino”? ¿Cómo es el acta de esta declaración? ¿Había unanimidad? ¿Qué noción de poder hay? Estas son algunas preguntas que se hace el escritor. Y aporta una cuestión fundamental: sugerencias bibliográficas, como puentes y caminos que se bifurcan para continuar con la indagación. Los libros de Tulio Halperín Donghi —máximo referente de Sacheri— están entre los infaltables.
En un recorrido de 300 páginas, con mapas y alusiones a canciones de Almendra, a Discépolo, Vox Dei y al fútbol, el libro de Sacheri invita a explorar el pasado y sumerge al lector en una especie de clase magistral sobre las guerras, las nuevas nociones de poder y libertad de aquel entonces, la construcción del Imperio Español, el Virreinato del Río de la Plata, los días de Mayo y cómo, en 1820, nada queda del antiguo poderío español.
Eduardo Sacheri dialoga con Infobae Leamos sobre el suceso de Los días de la revolución. “Declarar la independencia es decir: ‘Ya no hay vuelta atrás. Ya no hay espacio para una reconciliación con España’”, explica. Según cuenta el escritor de Lo mucho que te amé, La noche de la Usina y El funcionamiento general del mundo, el proyecto le llevó más de un año de investigación y nuevas lecturas. Y detalla un dato que divide aguas al momento de celebrar la Independencia argentina: “Pastelitos de batata. Siempre batata. Hasta para la pastafrola prefiero batata, imaginate cuánto más al momento de decidir el relleno de un sublime pastelito”, dice.
Cuatro preguntas sobre la Independencia argentina y “Los días de la Revolución”
—¿Por qué festejamos el 9 de julio?
—Creo que, a diferencia del 25 de mayo de 1810, el 9 de julio de 1816 sí es un “quemar las naves”. Las marchas y contramarchas de los años anteriores, las dudas, los retrocesos y las prudencias (que son muy entendibles, no me parece bueno estudiar Historia bendiciendo a unos y condenando a otros según cómo haya terminado la película), que desde 1810 son numerosas, a partir de la Declaración de Independencia no tienen lugar. Hasta el 8 de julio de 1816 los revolucionarios, si España reconquista estas tierras, pueden argumentar “no se enojen, nos dimos un gobierno propio mientras esperábamos que se clarificase la situación en España”. Una vez que el 9 de julio de 1816 vos declarás la Independencia no hay posibilidad de enarbolar un argumento semejante. Por eso digo que es quemar las naves. Ir a suerte y verdad hasta el final.
“Belgrano está involucrado en la rosca política desde la época anterior a las Invasiones Inglesas”
—En el libro mencionás a Belgrano y San Martín, ¿Qué implicaba la Independencia para ellos? ¿Cuáles eran sus planes?
—Tal vez hay una diferencia “en los orígenes” de la actuación de cada cual. Belgrano está involucrado en la rosca política desde la época anterior a las Invasiones Inglesas (1806-1807). Por eso atraviesa todos los vaivenes de ese pequeño grupo de revolucionarios cuyo panorama y objetivos va evolucionando, accidentadamente, a través de muchas coyunturas. San Martín se suma en 1812, cuando el objetivo de la Independencia está -al menos para el reducido grupo al que se incorpora él- mucho más definido. Para 1816, sin embargo, los dos están muy de acuerdo en que hay que declarar sí o sí, cuanto antes, la Independencia. Y los dos presionan fuerte a los diputados en Tucumán para que se apresuren a declararla. San Martín, además, la considera una condición clave para emprender su campaña sobre Chile y Perú. Y Belgrano está muy de acuerdo con ese plan, por otra parte.
—En 1816 la Casa Histórica de la Independencia en Tucumán se deja para trasladar el Congreso a Buenos Aires, ¿por qué?
—Durante toda la década de 1810 (y después también) Buenos Aires tiene con frecuencia actitudes hegemónicas. Era la capital del Virreinato y se siente destinada a comandar los destinos del nuevo Estado. Reunir el Congreso en Tucumán tiene bastante de concesión a las presiones de las otras provincias. Pero es una concesión pasajera. Una vez logrado el primer objetivo (la declaración de Independencia) el gobierno del Directorio (ejercido desde Buenos Aires) presiona para trasladar allí las deliberaciones para el segundo objetivo (dictar una Constitución). La dictan en 1819, pero su carácter centralista hace que las provincias la rechacen por completo. Pero esa es otra historia.
“Muchos revolucionarios hispanoamericanos le temen a la República, porque la asocian con el caos y con el desborde de la protesta social.”
—¿Qué relación tiene la declaración de nuestra Independencia con la de Estados Unidos y la Revolución Francesa, que también sucedieron en julio? ¿Hay algún punto en común?
—Con la independencia de Estados Unidos hay una relación más evidente: territorios que deciden cortar el vínculo con su metrópoli. Pero hay una diferencia grande. Mientras las 13 colonias norteamericanas se le plantan a una Inglaterra “en pleno uso de sus facultades”, las colonias hispanoamericanas (incluidas las Provincias Unidas) reaccionan al derrumbe de la corona española: España invadida y conquistada por las tropas de Napoleón y Fernando VII cautivo de los invasores. De la Revolución Francesa los revolucionarios hispanoamericanos tomarán sobre todo algunos principios políticos: la idea de ciudadanía, entendida como una comunidad de individuos iguales en derechos, y la idea de la soberanía popular. Con la cuestión de la forma de gobierno (República o Monarquía) la cosa es mucho menos clara. Muchos revolucionarios hispanoamericanos le temen a la República, porque la asocian con el caos y con el desborde de la protesta social. Y por eso prefieren -muchos- los proyectos monárquicos.
“Los días de la revolución” (Fragmento)
Mil intentos y un invento
Con este subtítulo, antes que musical, me puse cinéfilo. Porque así se llama el primer largometraje de animación de Manuel García Ferré, que tiene como protagonistas a sus personajes Anteojito y Antifaz. Lo estrenó en 1972 y precedió por poco tiempo a Las aventuras de Hijitus (uno de los personajes que marcaron mi niñez, lo confieso). Y me viene a la cabeza cuando pienso en ese quinquenio 1810-1815 y sus mil intentos fallidos por edificar una estructura de poder estable, definir la guerra revolucionaria, declarar la Independencia y aprobar una Constitución. Ninguno de esos objetivos se cumple, pese a mil intentos, en el transcurso de esos cinco largos años.
Y sin embargo, estamos a las puertas de un invento que sí va a funcionar. Es decir, una vez, una sola vez, conseguirán consolidar un objetivo, una realización. O dos, aunque de los dos únicamente el primero está destinado a permanecer. Hablemos de ese invento: el que sí.
Después del desplazamiento político de Alvear el Directorio realiza la convocatoria a un nuevo congreso. Se reunirá en Tucumán, en 1816. Aunque los objetivos que se le trazan al nuevo congreso son los mismos que en 1813, el contexto ahora es distinto. Distinto, y mucho más desfavorable. Fernando VII en plan “Voy a recuperar hasta mi última colonia”, el Alto Perú definitivamente perdido y la Liga de los Pueblos Libres como enemigo declarado.
Tal vez esa sea la razón para el “gesto” del Directorio de reunir el congreso no en Buenos Aires, como había sucedido en 1813, sino en San Miguel de Tucumán. ¿Una concesión a las reivindicaciones autonómicas de las ciudades del Interior, cada vez menos dispuestas a seguir tolerando el centralismo porteño? Es posible. ¿Un modo de acercar los debates a la realidad concreta de la guerra, volviéndolos así mucho menos teóricos que aquellos que la lejana Buenos Aires se puede permitir? También es posible.
El 9 de Julio de 1816 se produce la declaración de la Independencia. Son tantas las marchas y contramarchas, las presiones y las negociaciones, que unos días después se le agrega al texto de la Declaración que la Independencia no se refiere únicamente a España, sino también a “toda otra dominación extranjera”. Está fresco el recuerdo de las negociaciones con los británicos, de ahí que los más decididos impongan esa aclaración. Y es tan confuso el panorama, y tan imposible de enmarcar en “Argentina”, que la Declaración de Independencia la firman diputados de varias ciudades del Alto Perú (Charcas, Chicas y Mizque) y no la firman (porque no asisten, y no asisten porque no aprueban la reunión de ese congreso, y no la aprueban porque son parte de una estructura política rival) ni Santa Fe, ni Corrientes, ni Entre Ríos.
La propia Declaración de Independencia es un texto breve. Brevísimo. Nada que ver con los numerosos fundamentos que los fundadores de Estados Unidos habían enumerado en 1776, o los revolucionarios venezolanos en su declaración de 1811. La que se aprueba en Tucumán (y el propio San Martín se le queja de eso al diputado mendocino Godoy Cruz) no dice nada de las razones que llevan a estos territorios a declararse independientes. Recién en octubre de 1817 el Congreso redacta un Manifiesto que busca explicar un poco las razones de la medida del año anterior. Curiosamente —o no— la idea que sobrevuela el Manifiesto no tiene nada que ver con “Hace siglos que nos sentimos un país distinto” o “Nos moríamos de ganas de ser una Nación independiente”. Nada de eso. La idea general que transmite es, más bien, “Mirá que intentamos seguir siendo fieles a Fernando, pero este muchacho no nos deja otra alternativa”. Esa es la atmósfera de este documento. Un permanente “No nos quedó otra. Paciencia”.
Mesura. Prudencia. Sobriedad. La Revolución rioplatense no pierde el tiempo, en 1816, batiendo el parche del patriotismo y la heroicidad. Eso vendrá después. Muchos años después.
Quién es Eduardo Sacheri
♦ Nació en Buenos Aires en 1967.
♦ Es profesor y licenciado en Historia.
♦Es guionista y colabora con distintos medios nacionales e internacionales.
♦ Ejerció la docencia universitaria durante veinte años. Actualmente, da clases en el nivel secundario en la Provincia de Buenos Aires.
♦ Publicó Esperando a Tito, Te conozco, Mendizábal, Lo raro empezó después, Un viejo que se pone de pie, Los dueños del mundo, Ser feliz era esto, Lo mucho que te amé y El funcionamiento general del mundo, entre otros.
♦ La pregunta de sus ojos (cuya adaptación se llama “El secreto de sus ojos”, ganadora del Premio Oscar a la categoría de mejor película extranjera) Papeles en el viento y La noche de la Usina fueron adaptadas al cine.
♦ Su obra ha sido traducida a más de veinte idiomas.
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