1 La mujer es la primera en causarle problemas, seguida pronto por el hombre.
2 Al principio tiene una idea perfectamente clara de quién es la mujer. Es alta y grácil; según los estándares convencionales, acaso no sea calificable como una belleza, pero sus rasgos —cabello y ojos oscuros, pómulos marcados, boca prominente— son llamativos y su voz, en leve contralto, tiene un suave poder de atracción. ¿Sexy? No, no es sexy, y sin dudas no es seductora. Es posible que haya sido sexy cuando era joven —¿cómo no haberlo sido con semejante figura?— pero ahora, con sus cuarenta y tantos, practica un cierto aire de lejanía.
Camina —esto se nota especialmente— sin balancear las caderas, deslizándose sobre el suelo de manera muy recta, casi noble. Así resumiría él su aspecto exterior. En lo referente a ella misma, a su alma, habrá tiempo para que esto se devele. De una cosa está convencido: ella es una buena persona, amable, amigable.
3 El hombre es más problemático. En la idea, como queda dicho, resulta perfectamente claro. Es polaco, ronda los setenta, unos setentas vigorosos, es un pianista conocido como intérprete de Chopin, pero un intérprete controvertido: su Chopin no es nada romántico sino, por el contrario, austero, un Chopin heredero de Bach. En este sentido es una rareza en el ambiente de los conciertos, rareza suficiente para atraer a un público pequeño pero entendido en Barcelona, la ciudad a la que ha sido invitado, la ciudad en la que conocerá a esa mujer grácil, de hablar suave.
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13 Ella es una persona inteligente, bien educada, culta, una buena esposa y madre. Pero no la toman en serio. Tampoco a Margarita.
Tampoco al resto de su círculo. Mujeres de sociedades benéficas: no es difícil mofarse de ellas. Objeto de burlas por sus buenas obras. Objeto de burlas por sí mismas. ¡Qué destino risible! ¿Habrá sospechado alguna vez que esto era lo que le esperaba?
Acaso por eso Margarita ha preferido caer enferma hoy y no otro día. ¡Basta! Estará cansada de las buenas obras.
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15 La primera vez que ve al polaco, en carne y hueso, es cuando él entra dando zancadas al estrado, hace una reverencia y se sienta ante el Steinway.
Nacido en 1943, por tanto, de setenta y dos años. Se mueve con ligereza; no aparenta su edad.
Ella se sorprende de lo alto que es. No solo es alto sino que es grande; tiene un pecho que parece no caber dentro de la chaqueta. Inclinado sobre el teclado, tiene el aspecto de una gran araña.
Difícil imaginar unas manos tan grandes como aquellas extrayendo algo delicado y dulce de un teclado. Y sin embargo lo hacen.
¿Tendrán los pianistas varones una ventaja innata por sobre las mujeres, manos que en una mujer resultarían grotescas?
Hasta ese entonces, ella nunca había pensado demasiado en las manos en general, manos que hacen todo lo que sus dueños pretenden, como criadas obedientes y sin paga. Sus propias manos nada tienen de especial. Son las manos de una mujer que pronto cumplirá cincuenta años. A veces las oculta discretamente. Las manos delatan la edad, al igual que el cuello, al igual que lo hace el doblez de la axila.
En los tiempos de su madre, una mujer todavía podía aparecer en público usando guantes. Guantes, sombreros, velos: últimos rastros de una época extinta.
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20 —Háblenos de Polonia, Witold —dice Ester—. Cuéntenos por qué su compatriota Frédéric Chopin prefirió vivir en Francia en lugar de en su tierra natal.
—Si Chopin hubiera vivido más tiempo hubiese regresado a Polonia— responde el polaco, manejando los tiempos y modos verbales con cautela pero correctamente—. Era joven cuando marchó, era un joven cuando murió. Los hombres jóvenes no son felices en casa. Buscan aventura.
—¿Y usted? —dice Ester—. ¿Usted tampoco era feliz en su país natal cuando era joven?
Es una oportunidad para que el polaco les cuente acerca de cómo fue ser joven e inquieto en su poco feliz tierra natal, sobre su anhelo de escapar a Occidente, decadente pero emocionante, pero no la aprovecha.
—La felicidad no es lo más importante… no es el sentimiento más importante —dice—. Cualquiera puede ser feliz.
Anyone can be happy. Cualquiera puede ser feliz pero hace falta alguien extraordinario para ser infeliz, alguien extraordinario como yo… ¿es eso lo que quiere que infieran de sus palabras? Ella se oye decir:
—¿Cuál es, si no, el sentimiento más importante, Witold? Si la felicidad no es importante, ¿qué es importante?
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25 —Y ahora tiene que revelarnos, Witold —dice Ester—, de todas las ciudades que ha visitado en el mundo, ¿cuál es la que más le gusta? ¿Dónde, a excepción de Barcelona, por supuesto, le han recibido con mayor afecto?
Sin permitir que el polaco tenga oportunidad de responder, de develar cuál de las ciudades del mundo es su favorita, ella, Beatriz, interrumpe.
—Antes de que nos diga eso, Witold, ¿podemos regresar por un momento a Chopin? ¿Qué piensa, por qué Chopin sigue en vida? ¿Por qué sigue siendo tan importante?
El polaco la examina con frialdad.
—¿Por qué es importante? Porque nos habla de nosotros. De nuestros deseos. Que a veces no son claros para nosotros. Esa mi opinión. Que son deseos a veces por algo que no podemos tener. Eso que está más allá de nosotros.
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27 Una semana tras la partida del polaco llega un paquete a la sala de conciertos, a su nombre, con estampillas y sellos alemanes. Contiene un CD —su grabación de los Nocturnos de Chopin— y una nota en inglés: “Al ángel que veló por mí en Barcelona. Rogando que la música le hable. Witold”.
28 ¿Le gusta este hombre, Witold? Quizá sí, a fin de cuentas. Le apena, levemente le apena, saber que no volverá a verlo. Le gusta el modo en que el hombre se mantiene recto de pie, recto al sentarse. Le gusta su atención, la seriedad con la que escucha cuando ella habla. La mujer de las preguntas profundas: se alegra de que él lo reconozca. Y le divierte ese inglés, con su gramática correcta y sus modismos defectuosos.
¿Qué le disgusta de él? Diversas cosas. Ante todo su dentadura, demasiado reluciente, demasiado blanca, demasiado falsa.
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9 Dan un paseo por un sendero escoltado por árboles a la vera del río. Es un agradable día de otoño. Las hojas están cambiando de color, etcétera.
—Pregunto de nuevo —dice ella—. ¿Por qué ha venido hasta aquí? Girona… no tiene usted ninguna razón para estar en Girona.
—Todos tenemos que estar en algún lugar. No podemos estar en ningún lugar. Es la condición humana. Pero no. Estoy aquí por ti.
For you.
—Eso es lo que usted dice, pero ¿a qué se refiere? ¿Qué quiere de mí? No me invitó para que venga a oír sus clases de piano. ¿Quiere que me acueste con usted? Si es así, permítame decirle de inmediato que eso no va a suceder.
—No se enfade —dice él—. Por favor.
—No me enfado. Me impaciento. No tengo tiempo para juegos. Me invitó a venir aquí. ¿Por qué?
¿Por qué estará tan enfadada? ¿Qué es lo que quiere ella de él y que él se niega a darle?
—Dear lady —dice el polaco, querida dama—. ¿Recuerda a Dante Alighieri, el poeta? Su Beatrice nunca le regaló una palabra y él la amó durante toda su vida.
¡Dear lady!
—¿Y es por eso que estoy aquí? ¿Para que me informe de que usted planea amarme durante toda su vida?
—Mi vida no es tan larga —dice el polaco.
¡Pobre tonto!, quisiera ella decir. Has llegado demasiado tarde, la fiesta terminó.
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