Como un guiño a los debates actuales relacionados al lenguaje inclusivo y a su prohibición en las escuelas de la Ciudad de Buenos Aires —aunque en este caso la realidad predijo a la ficción—, la escritora y editora argentina Ana Ojeda vuelve a la escena literaria con su novela Furor Fulgor. Así como lo hizo con Vikinga Bonsái, el lenguaje inclusivo es uno de los grandes protagonistas de esta historia.
En su nueva novela, Ojeda construye una escena fundamental: la del estallido. El Estado está en crisis y el lenguaje inclusivo es lo que pone en jaque la estabilidad institucional. Con el objetivo de neutralizar el avance imparable de las mujeres, el Gobierno Argentino de Tipo Ornamental (o GATO) obliga por decreto el uso del lenguaje genérico femenino en todo el territorio nacional. En la calle, hay alzadas y barricadas a favor y en contra de la medida, pero lo que es inevitable es el comienzo de la revolución feminista, que toma el Estado.
Mientras las calles están en llamas, en otro lugar del planeta, una célula de ciberactivistas destruye el buscador de Google. Entonces, la Historia vuelve a año cero gracias a un hackeo colosal y se instala el reinicio total de la Humanidad. Y en otra escala, en Boedo, Tootoo Baobab #HARTA decide abandonar a su marido y a su hijo y unirse a la marea revolucionaria.
A lo largo de 160 páginas, la escritora y editora argentina construye una fantasía distópica con la emancipación contra el patriarcado como una de las bases fundamentales del relato. ¿Cómo habitan los feminismos una estructura patriarcal como la del Estado? Furor Fulgor es una problematización de las instituciones sociales como la familia, la tradición y la propiedad, y también del lenguaje. En el libro, todas las dimensiones de la vida son consideradas políticas.
La autora de Seda metamorfa, Necias y nercias, y Mosca blanca mosca muerta, entre otros, vuelve a poner el foco en el lenguaje como lo hace en Vikinga Bonsái, la primera novela escrita en lenguaje inclusivo. Pero la novela publicada en 2019 por Eterna Cadencia, además, hace emanar otros lenguajes como inglés, italiano, francés, lunfardo, hashtags y los modos de comunicación de las redes sociales, formando una exhibición de lenguas posibles. El lenguaje está vivo, muta y transforma nuestra forma de relacionarnos.
Con Furor Fulgor, Ojeda innova nuevamente en la literatura argentina, se suma a una polémica vigente y aporta a numerosos debates que atraviesan cuestiones de género, feminismos, política y literatura.
“Furor Fulgor” (Fragmento)
PRÉLOGO
O llegado el momento
Llegado el momento en que pésimo era ya una mejora, el rioplatense se defendió independizándose del referente. Dejó de transmitir un afuera, algo más allá de sí mismo, para caerse a pedazos, igual que todo lo demás. El lenguaje inclusivo, que la juventud adoptara por principio y la decrepitud en chiste, fue inicio de una crisis terminal de la lengua en tanto código común a la cuerpa social. Cada una empezó a significar lo que quiso con palabras que alguna vez habían hablado de otras cosas. Estadio último del capitalismo (vale decir, del patriarcado), el deseo personal, su designio caprichoso, atacó como vih novedoso la lengua, socavándola, agujereándola, volviéndola imposible. Cortado lo compartido del sistema, quedó solo lo individual, a la deriva. Proliferaron modos de decir insulares, los famosos “idiolectos” de otras épocas. Desbocada polisemia imperó convertida en hegemón, virus pululante anhelante de cuerpas por ocupar para, muy enseguidamente, descomponerles el hablar.
Las redes colaboraron: en bandeja de plata el ad mulierem, con demencia hiperbolaron diálogos de sordas, creando zombis funcionales conectadas a un gran vómito de posverdad ingobernable. El contrato social mordió la banquina, inestable la comprensión y parcial, insegura. Duda conquistó todo: veni, vidi, vici. El mundo se volvió extranjero en brazos de lengua psicótica.
En un intento por frenar tamaño daño o desorden de lo estatuido consabido, en Buenos Aires el patriarcado (o Gobierno o Estado) consideró genialidad la avivada de entregar la lengua a las revolucionadas, siendo a su entender las feministas mal llevadas enemigas number one, responsables de tanto y todo mal. Reavivadas las brasas de debate perimido sobre lenguaje inclusivo, en línea con la doctrina del shock que venía manejando con éxito y aceptación por parte de la gente bien, el Gobierno Argentino de Tipo Ornamental (o GATO) estableció por decreto en un rato la necesidad y urgencia de un único uso genérico para referir lingüísticamente la multivariedad de lo real que, por reparación histórica, fue el femenino. A partir de entonces, frente a grupo mixto, de “los chicos” o “les chiques” se pasó sin atenuantes o tutías a “las chicas”. Defectuosa comprensión del hecho lingüístico se encontraba en la base de esta delirante estrategia, que buscó entregar la lengua para retener la realidad. Formidable la ofensiva intentó ordenar conciencias y estómagos, aplacar conflicto social azuzado por –según entendía el GATO– las femininjas (entre otros grupos de piqueteras).
Desde ya queda dicho que la actitud no gustó en Real Academia. Y menos de todas a su vocera Artura Páraz Ravarta, escritora multipremiada, por todo el orbe adorada, que amenazó portazo si esta “demencia” –como la llamó– continuaba. Se autoconsideró “la única, vieja leona” con estatura para detener el irremediable acontecer de este derrumbe, de lengua y costumbres. En urgida conference call, voceras del Partido del Cambio le pidieron que se quedara trancu: todo cambia para que siga igual. Es decir, que estaban en el mismo bote, aunque no se note. Pero que tratara de no divulgarlo.
El DNU 174/2018 –bautizado de entre casa “El idioma de las argentinas”– reavivó las grietas abiertas en América Latina y, en especial, las de levantiscas porteñas que a partir de entonces se lanzaron a fervorosa cruzada para apoyar o rechazar, poniendo cuerpas en las calles. Y agregó otra novedosa, entre oralidad y escritura. Porque, aun quienes lograban consignar en papel o pantallas plurales y genéricos en femenino, muchas veces no alcanzaban (¡maldita costumbre!) a activar modificación reglamentada de viva voz. Rebalsado el vaso con gota foniatra, hubo un sector que, contrario a las políticas de educación sexual integral y partidario del aborto clandestino, se organizó para salir a manifestar descontento rechazo total de lo que tildaron de “demagogia demencial”. Bancadas por empresarias de la rama textil, llenaron paredes con carteles. Que decían: que nadie ose roce cerebral que tienda a igualdad de género o autodeterminación corporal. A capa y espada defendían la inmutabilidad de la lengua junto con la del statu quo. Siguieron usando el masculino universal, a pesar de incurrir en ilegalidad, a resueltas de lo cual muchas veces terminaron en la cárcel, junto a las manteras senegalesas. Otras, más a tono con los tiempos, se rebelaron contra la imposición berreta de un feminismo formal que barría las inequidades de siempre bajo la alfombra. Continuaron oralizando con “e” y así siguieron escribiendo, a pesar de incurrir en ilegalidad, a resueltas de lo cual muchas veces terminaron en la cárcel, junto a las manteras senegalesas y a las fuerzas vivas pro aborto clandestino.
En resumen: a consecuencia del DNU 174/2018, el movimiento femininja se quebró en multiplicidad de astillas filosas (muchas sindicaron ahí el objetivo primordial de la medida, de acuerdo al milenario maquiavélico divide et impera). Un sector hubo que consideró el DNU un avance: comenzó a hablar y redactar en femenino universal de forma orgánica; otro lo consideró una aberración totalitaria más en la larga lista de escandalosas vulneraciones patriarcales. Dentro de esta última facción, estaban las troskas que dieron voz a su protesta retomando el masculino y subsumiendo en él todos los géneros, las progres que mantuvieron vivo el uso del inclusivo en atención a les no binaries, las que se desorientaron y usaron todo al mismo tiempo en una ensalada lingüística de difícil ilación y más ardua decodificación. Las hubo también que callaron.
Quién es Ana Ojeda
♦ Nació en Buenos Aires en 1979.
♦ Es escritora y editora.
♦ Se recibió de licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires.
♦ Publicó las novelas Modos de asedio (2007), Falso contacto (2012), No es lo que pensás (2015), Mosca blanca mosca muerta (2017), Vikinga Bonsái (2019) y Seda metamorfa (2021); los relatos de La invención de lo cotidiano (2013) y Necias y nercias (2017) y el volumen de microrrelatos (o poemitas en prosa) Motivos particulares (2013).
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