Todo lo que hay que saber sobre el océano: secretos, problemas y soluciones del “termostato de la Tierra”

“Vida sumergida” es el primer libro de la investigadora chilena de National Geographic Catalina Velasco, en el que busca que el lector se enamore de los mares antes de que sea demasiado tarde.

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La ONU llevará a cabo la Conferencia sobre los Océanos de las Naciones Unidas del 27 de junio al 1 de julio de 2022.
La ONU llevará a cabo la Conferencia sobre los Océanos de las Naciones Unidas del 27 de junio al 1 de julio de 2022.

La primera vez que Catalina Velasco buceó, descubrió la felicidad que la daba estar debajo del agua. La bióloga marina, co-fundadora de la Fundación Mar y Ciencia, investigadora de National Geographic y primera mujer latinoamericana en sumarse a una expedición de Pristine Seas, un proyecto que se propone proteger los rincones subacuáticos aún vírgenes, sostiene que “mientras más buceaba, más sentía la necesidad de mostrar lo bello, y a la vez frágil, del océano”.

En Vida sumergida: por qué necesitamos el océano, su primer libro, Velasco responde todas las preguntas que se fue formulando desde los comienzos de su pasión por el agua. ¿Conocemos realmente el océano? ¿De qué manera influye en lo habitable de la Tierra? ¿Es el termostato del planeta un arma infalible contra la crisis climática? ¿Qué podemos hacer para contrarrestar los múltiples factores que lo amenazan?

Su objetivo es concientizar sobre la importancia del océano, que “cubre el 70% de la superficie de la Tierra, es el hogar de alrededor del 80% de toda la vida en el mundo, genera el 50% del oxígeno que necesitamos, absorbe el 25% de todas las emisiones de dióxido de carbono y captura el 90 % del calor adicional que generan dichas emisiones”, según explica la ONU. Nada menos.

Hace años que Velasco trabaja activamente como divulgadora científica para aclarar los misterios más profundos del océano y su importancia como “arma contra la crisis climática”. Su libro, lejos del tedio engorroso de las publicaciones científicas, se sirve de un lenguaje moderno y relajado para interesar al lector curioso sobre una problemática para la que, por desgracia, no queda demasiado tiempo. Según la autora, estamos en un punto de no retorno para salvar el océano y toda la vida que alberga. Es ahora o nunca.

Portada de "Vida sumergida", de Catalina Velasco, editado por La pollera.
Portada de "Vida sumergida", de Catalina Velasco, editado por La pollera.

“Vida sumergida” (fragmento)

El océano bajo amenaza

Más personas han pisado la luna que el punto más profundo del océano. De hecho, se calcula que menos del 20 por ciento de este ha sido explorado o mapeado. Igual es loco; conocemos más lo que hay ahí afuera que lo que tenemos en lo profundo, y esto se debe a que la tecnología aún presenta grandes limitaciones para poder revelar el océano en su totalidad. Por ejemplo, las imágenes satelitales son muy útiles para monitorear lo que ocurre en la capa superficial del mar y cubren áreas extensas, pero su problema —en palabras de mi querida amiga, la doctora en geografía de la Universidad de Oxford, Alejandra Mora— es que «solo muestran la superficie del mar, no puedes ver la profundidad porque cuando la radiación solar llega al océano, una pequeña parte se devuelve como luz azul al sensor satelital, mientras que casi todo el resto se convierte en calor. Además, hay que tomar en cuenta que la humedad costera, las nubes y otros elementos que se encuentran flotando en la atmósfera interfieren en la imagen final. Por otra parte, cuando obtienes la información específica que necesitas debes validarla en terreno, lo que es muy complicado».

Si bien ahora existen nuevos satélites con capacidad de identificar más variables oceánicas, como el Landsat 9 de la NASA y el Sentinel-6 de la Agencia Espacial Europea, pareciera que la exploración submarina más prometedora no vendrá desde ellos, porque la física de la luz y el agua se seguirá interponiendo en el camino.

Otra forma de conocer el mar es a través de exploración directa: con buzos, sonares y robots submarinos podemos tener un panorama muy detallado de la zona que observamos, pero abarcando un área ínfima. Al final, explorar el océano es difícil y caro (como vivir la adultez) y eso hace que la mayoría de la investigación se concentre en las zonas costeras, por lo que aún hay un vasto cuerpo de agua y fondo marino que nos son desconocidos. Lo triste de todo esto es que el océano ya está muy amenazado; por décadas lo hemos tratado como el basurero del planeta y ahora nos pasa la cuenta. No detallaré aquí todas las problemáticas que lo aquejan —porque estaríamos mucho rato sufriendo y porque no tengo intención de escribir un libro de ochenta mil páginas—, sino que me enfocaré en las amenazas principales y que son comunes para todo el océano.

Recuerda que siempre puedes indagar más por tu cuenta con ayuda de nuestro amigo internet. Al hacerlo, no olvides poner tu música triste favorita para una experiencia inmersiva. Pero ya, comencemos con este capítulo que me costó mucho escribir, pero en el que la espera me jugó a favor porque mientras lo armaba se publicó el nuevo reporte del grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC): un punto de partida ideal para contarte sobre la amenaza número uno de la humanidad.

Velasco se enamoró del mar la primera vez que practicó buceo. Desde entonces, se dedicó a la fotografía submarina y la divulgación científica para National Geographic.
Velasco se enamoró del mar la primera vez que practicó buceo. Desde entonces, se dedicó a la fotografía submarina y la divulgación científica para National Geographic.

Crisis climática

Cuando se publicó la primera parte del sexto reporte del IPCC causó harto revuelo. Este grupo se creó en 1988 para evaluar el cambio climático, sus causas, repercusiones y estrategias de respuesta; su trabajo es tan monumental que en 2007 recibió el premio Nobel de la Paz. La cosa es que este último reporte dio harto de qué hablar porque confirmó algo que ya sabíamos, pero que no estaba en un informe de trece capítulos y más de mil trescientas páginas: el cambio climático está en un punto de no retorno, es irreversible y ahora solo nos queda jugárnosla por escenarios lo menos catastróficos posibles (si logramos la carbononeutralidad, buena suerte).

Si alguien te dice por ahí «Aaaaah, pero qué saben esos científicos del IPCC, están todos coludidos porque el cambio climático es un proceso natural de la Tierra y/o un invento de los chinos», primero puedes tirarle un objeto contundente (es broma, pero si quieres no es broma) y luego puedes decirle que el informe del IPCC es un consenso científico, no algo que pusieron en una tómbola para que el azar decidiera. La redacción de este informe demoró tres años, fue firmado por los ciento noventa y cinco gobiernos miembros del grupo y cuenta con la revisión de más de catorce mil publicaciones científicas. Así que cuando las personas del IPCC nos ponen en un reporte que ya no hay vuelta atrás y que tenemos que actuar AHORA YA para que el escenario no sea tan catastrófico, bueno, hay que tomárselo en serio.

Con esta nueva evidencia podemos decir que la crisis climática llegó para quedarse. Según el reporte, durante los próximos veinte años la temperatura mundial promedio alcanzará o superará un calentamiento de 1,5°C, y a final de siglo aumentará unos 2,7°C. Esto generará que cada vez haya más eventos extremos (en frecuencia y duración) como sequías, inundaciones y olas de calor. Se alargarán las estaciones cálidas y se acortarán las frías. El ciclo del agua se verá afectado por completo, y ya podemos ver cómo en algunas zonas comienza a llover mucho (principalmente en latitudes altas) y en otras muy poco o nada (como en regiones subtropicales).

El reporte también indica que el océano se seguirá acidificando a causa de las emisiones de CO2, que han aumentado más rápido que en cualquier otro momento en los últimos veintiséis mil años. Resulta que la humanidad está liberando mucho CO2, que a su vez es capturado por el océano y al unirse al H2O del agua de mar genera iones y ácido carbónico (H2CO3), lo que hace que el agua se vuelva más ácida y se origine un ambiente corrosivo para organismos como los moluscos, las algas calcáreas y los corales, que forman estructuras de carbonato de calcio (CaCO3). La evidencia ha demostrado los efectos negativos de la acidificación en el desarrollo de distintos organismos marinos. Por ejemplo, algunos estudios experimentales han comprobado que afecta de manera importante la reproducción, asentamiento y metamorfosis en equinodermos y moluscos, que muestran bajas tasas de fertilización, larvas pequeñas y deformes, además de la disolución de sus conchas, que impiden el correcto crecimiento.

Un mayor calentamiento —de la atmósfera y del agua marina, porque la temperatura del agua de mar también está subiendo— amplificará el deshielo del permafrost (la capa de suelo que se mantiene congelada de forma permanente), la pérdida de la capa de nieve estacional, el derretimiento de los glaciares y la pérdida del hielo marino en los polos. Todo esto generará un aumento continuo del nivel del mar: 0,4 metros para un escenario bajo en emisiones de gases de efecto invernadero y 0,8 para un escenario alto en emisiones (los reportes del IPCC muestran distintos panoramas futuros, que dependerán de qué tanto o qué tan poco caso les hagamos). Este aumento del nivel del mar arrasará con zonas costeras, contribuirá a la erosión y a que las inundaciones sean más frecuentes y graves en esos lugares. Los deshielos también ayudan a debilitar la corriente del Golfo (es una realidad), afectando así desde el clima cotidiano en los Estados Unidos y Europa, hasta el nivel del mar a lo largo de la costa este y los patrones de lluvia en África. El aumento de la temperatura del agua de mar también puede generar extinciones masivas e invasión de especies a otras zonas. Al final, los organismos que pueden adaptarse a las nuevas condiciones se quedan, los que deben arrancar y pueden hacerlo lo hacen, y los que no se mueren.

Velasco fue la primera mujer latinoamericana en sumarse a una expedición de Pristine Seas.
Velasco fue la primera mujer latinoamericana en sumarse a una expedición de Pristine Seas.

Sobrepesca

Una vez tuve la oportunidad de entrevistar a la doctora Susannah Buchan, la reconocida oceanógrafa que descubrió el canto chileno de la ballena azul (sí, detectó que hay ballenas que hablan chileno. Seguramente los otros cetáceos no les entienden nada), y me dijo algo que me quedó resonando: «Si queremos salvar a las ballenas primero tenemos que parar la sobrepesca». Y es que esta problemática terrible es transversal a todos los mares del mundo, y con ella disminuyen las poblaciones de gran parte de los recursos pesqueros, con consecuencias en cascada para los distintos habitantes del océano.

La sobrepesca ocurre cuando extraemos los recursos (peces, mariscos, algas) más rápido de lo que las poblaciones alcanzan a recuperarse. Comenzó a principios del siglo XIX con la caza de ballenas y no ha parado desde entonces; de hecho, a partir de mediados del siglo XX, los esfuerzos internacionales se pusieron en aumentar la capacidad pesquera, con el objetivo de obtener más alimentos ricos en proteínas. Las políticas favorables, préstamos y subsidios le dieron un gran impulso a la pesca industrial, que pronto suplantó a la pesca artesanal como fuente principal de productos del mar. Así, lo que primero fue agotamiento local de recursos y casos aislados se convirtió rápidamente en una de las problemáticas globales más catastróficas del siglo XX.

Si bien las flotas pesqueras han ido en aumento desde 1950, cada vez hay que esforzarse más para obtener el mismo volumen de capturas, porque cada vez hay menos peces que pescar. Déjame mostrarte algunas cifras para ilustrar la magnitud de la situación: de acuerdo con la FAO, en 2018 la producción mundial pesquera alcanzó la cifra récord de 96,4 millones de toneladas, y según WWF casi el 30 por ciento de las poblaciones de peces comerciales es objeto de pesca excesiva —y la pesca no regulada representa unos once millones de toneladas (12-28 por ciento) de la pesca mundial—. Y por supuesto Chile no se queda atrás: tenemos ocho pesquerías sobreexplotadas, seis colapsadas, y entre ambas representan casi la mitad de las pesquerías declaradas. Dentro de las especies colapsadas está la merluza de cola, la merluza de tres aletas y la sardina española. Por eso, la próxima vez que alguien te diga «no te preocupes, hay muchos peces en el mar», puedes tirarle este libro por la cabeza.

Además de la sobrepesca en sí, hay amenazas asociadas a cómo se pesca. La pesca de arrastre, por ejemplo, es una verdadera tragedia porque destruye el fondo marino, y al ser tan poco selectiva arrasa con todo lo que encuentra a su paso. La pesca incidental, que es la captura de organismos que no son la especie objetivo, también es un problema asociado a la sobrepesca; de acuerdo con Oceana, cada año se desechan unos veinte millones de toneladas de pescado y alrededor del 25 por ciento de lo que se pesca en el mundo se descarta. Por su parte, las redes fantasmas (redes y jaulas de pesca que quedan abandonadas en el mar) capturan fauna marina mientras flotan a la deriva, enredando a distintas especies como tiburones, mamíferos y tortugas. De acuerdo a WWF, hasta un millón de toneladas de artes de pesca se pierde en el océano cada año, por lo que las redes fantasmas corresponden al menos al 10 por ciento de la basura plástica en el mar.

Quién es Catalina Velasco

♦ Nació en Chile en 1992.

♦ Es bióloga marina, fotógrafa submarina, co-fundadora de la Fundación Mar y Ciencia e investigadora de National Geographic.

♦ Fue la primera mujer latinoamericana en sumarse a una expedición de Pristine Seas, un proyecto que intenta proteger las zonas subacuáticas aún vírgenes.

♦ Actualmente cursa un doctorado de Ciencias Antárticas y Subantárticas de la Universidad de Magallanes.

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