Si hay alguna manera de comprender cómo “en las condiciones más desgarradoras de la existencia, el amor sigue siendo una de las pocas cosas urgentes para el ser humano” —como lo señaló el autor durante su conversación con Infobae—, quizá sea a través de la historia de Emilia, la protagonista del libro “Cartas de Ceniza”.
Después de una de las presentaciones del libro “Me hablarás del fuego: los hornos de la infamia” en la ciudad de Manizales, Emilia se acercó a Javier Osuna para hablarle de William, uno de los miembros del frente Fronteras de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y el amor de su juventud. Para entonces ella tenía en su poder la vieja correspondencia que él le enviaba.
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Estas cartas, raídas por el tiempo y casi que olvidadas, llegaron a manos del periodista que no solo logró reconstruir la historia de amor descrita en sus líneas, sino que intersecó historias paralelas para narrar otra mucho más compleja: una que habla del nuevo paramilitarismo, de los crímenes del frente Fronteras en el pasado, de la resistencia y la vida.
Prologado por la reconocida periodista María Teresa Ronderos, el resultado final es un libro-objeto que expone la complejidad humana de los hechos narrados, explica una parte de la realidad que habitamos y da cuenta de que al final siempre queda una esperanza: la reconciliación.
Infobae Colombia habló con Osuna, ganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar y el Premio Nacional de Periodismo del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB), sobre la decisión de escribir este libro y las circunstancias que atravesaron su elaboración.
Infobae Colombia: Esta es una historia que arranca cuando Emilia le entrega a usted las cartas, pero después, se suman otras historias como la de Daniel. Posteriormente, el lector se va dando cuenta de que hay un punto en el que las historias se unen. ¿Cómo se construyó la historia?, ¿por dónde empieza realmente?
Javier Osuna: Hay una reflexión que vengo haciendo de ese proceso de hechura del libro y tiene que ver con el valor de los sentimientos del otro. Yo creo que el conflicto se construye desde una perspectiva en la que casi que se omiten los sentimientos de quien se considera enemigo.
A mí me costó entender el valor de esas cartas antes de tomar la decisión de escribir el libro, porque venía viciado de la experiencia de persecución y amenazas del libro anterior. Entender esa humanidad en alguien que hizo parte de una estructura responsable de un crimen me tomó mucho tiempo.
Yo siento que este libro es un tejido de muchas personas, es el resultado del intercambio de correspondencia. Por eso me llamó a mí mismo cartero: porque siento que la historia me fue buscando, se me fue metiendo a la casa, se me fue metiendo a la vida.
Es un tejido porque sin las Mujeres Organizadas Incidentes Reincidiendo desde el Amor y la Sororidad (Moiras), sin Daniel, sin Emilia, sin William, este libro sería imposible. Entonces, creo que el punto de partida tiene que ver con dejar los prejuicios a un lado y entender que en el conflicto, los sentimientos del otro son importantes.
La certeza central del trabajo es que el amor es de las pocas cosas urgentes que tiene el ser humano en cualquier contexto, incluso el de la adversidad y la guerra.
— Tras ponerse en el lugar de estas personas, ¿qué aprendió sobre la humanidad y sobre el amor?
— Es bellísima esa pregunta. Yo creo que este libro no habla solo del amor romántico: habla del amor como principio constructivo que trasciende el amor romántico. Tiene que ver con la forma en la que nos relacionamos, con quienes nos rodean, con quienes no conocemos, incluso por quienes sentimos algún tipo de aversión.
Al cierre de este libro, una de las conclusiones es volver a mirar el paisaje conocido, pero con ojos de recién nacido. Yo creo que si todos los seres humanos nos damos la posibilidad de enfrentarnos al paisaje que representa la vida, desde esa perspectiva, este mundo estaría lleno de amor y se transformaría.
— Dentro de esa labor del periodismo, ¿cree que falta amor?, ¿puso en tela de juicio las cartas?
— Uno de los grandes problemas culturales que tenemos, sobre todo las sociedades occidentales, es que pensamos en el amor como una esfera que tiene que ver con la espiritualidad o la intimidad, cuando en realidad también es una posición política frente a la vida. Tenemos que dejar de entender lo frágil como débil en Colombia.
Piensen en las posibilidades que existían para que este libro se escribiera, en que estas cartas se conservaran, en que, a pesar de estar algunas remendadas, se pudieran escanear; en que esta historia de amor se pudiera reconstruir…
Recuerdo una frase muy poderosa que me decía Carlos Eduardo Martínez Hincapié: “si la fragilidad no fuera una estrategia de preservación de la vida, en este mundo lo que habría son dinosaurios y no mariposas”.
Yo creo que Cartas de ceniza es el resultado de una apuesta profunda por revalidar el valor del amor como principio constructivo frente a la vida, como una ventana que tenemos que habilitar para buscar la paz.
— El primer libro que escribió era, más que crónica, denuncia. ¿Siente que es más difícil hablar sobre denuncia o hablar sobre amor, como en este caso?
— Yo creo que a los periodistas nos cae habitualmente el rótulo de ser narradores de historias dolorosas. Es más fácil escribir sobre el sufrimiento o sobre las grandes gestas deportivas que sobre el amor, porque revalidar el valor del amor como sentimiento no es sencillo.
Este libro duró siete años en proceso de elaboración y tuvo que luchar con muchas dificultades para salir adelante. Una de ellas tiene que ver con el mundo editorial. Por eso estoy muy agradecido con Penguin Random House y con Ediciones B: porque Cartas de ceniza es una apuesta un tanto sui generis en el contexto de cómo estamos acostumbrados a que nos cuenten la guerra. Lo que hay aquí es una manera distinta de hablar y dar cuenta del conflicto.
El libro termina dando cuenta de la primera masacre del frente Fronteras en Norte de Santander, que era una deuda pendiente del libro anterior. Terminó abriendo la puerta para hablarle a la esperanza, hablar con quienes habitan hoy los predios de los hornos crematorios de Juan Frío y decirle al gobierno ‘acá hay un terreno y hay un espacio, hay una disposición para construir procesos de memoria simbólicos’.
Es un libro que, a través de la palabra, construye un monumento a la vida en Juan Frío antes de la llegada de los paramilitares, para recordar quiénes eran esos vecinos, cómo la gente se relacionaba, qué se hacía. Entonces, siento que lo que está cambiando aquí es la perspectiva porque incluso donde existe dolor y sufrimiento, también se resiste la vida.
— El fuego se ha convertido en un símbolo constante en su obra. Este, si bien puede considerarse por algunos como purificación, para otros simboliza destrucción. ¿Qué significa el fuego para usted?
— Totalmente de acuerdo. A pesar de que entre el año 2001 y el año 2003 los paramilitares del frente Fronteras emplearon el fuego como un elemento de desaparición de los cuerpos de sus víctimas —más de 560—, estamos hoy hablando de una historia de amor, una historia de vida.
Creo que el fuego es la poesía y ésta es el origen de la vida. La poesía es eso que mantiene vivo al teatro, la pintura, el centro de todo arte. En cualquier historia está la poesía. En la poesía hay una pretensión de búsqueda de verdad, lo que atraviesa también el cuestionamiento estético. En el fuego existe una posibilidad tremenda de creación, pero también está la aniquilación, la violencia. Por eso siento que con el paso de los años he llegado a la conclusión de que, primero, el fuego es un milagro.
— Hablando de estética, en el libro hay aspectos estéticos muy interesantes. Están las cartas escaneadas, los cambios de letra que surgen según la voz que narra la historia, las fotos, es como un scrapbook. ¿Qué tanto tuvo que ver usted con el diseño?
— Hay algo que a mí me parece fascinante de las cartas. Las cartas se construyen, la mayoría de las veces, desde una orilla de la pretensión de sinceridad que es casi que anormal. La carta queda oliendo a uno: si uno se equivoca es imposible esconder los errores, nos exponemos cuando escribimos una carta. Yo quería que esa relación se construyera con el lector.
Ahora, yo soy absolutamente jodón con las publicaciones porque trabajo en la Fundación Fahrenheit 451 desde hace ya 17 años. Allí trabajamos con la literatura y con comunidades, animando al país a contar. Eso es lo que nosotros hacemos. Además de ser un enamorado del papel, suelo ser muy detallista con los impresos.
Tuve la fortuna de trabajar con una editora y una diseñadora maravillosas que le imprimieron la energía femenina. Yo he sido formado como periodista por mujeres y las lecciones más poderosas que he recibido me las han dado ellas.
— Es entender que el victimario también puede ser una víctima y que esos seres humanos que podríamos encasillar como monstruos también son seres de carne y hueso, de los que puede salir el dibujo de un Giordano que invita a que lo coloreen…
— Ese Giordano para mí es el centro del libro. Que un joven que hace parte de una estructura responsable de incinerar los cuerpos de cientos de seres humanos se tome el trabajo de escribir una carta de amor y plasmar un Giordano de caricatura para que lo coloreen, es para mí la prueba irrefutable que existe la esperanza de la reconciliación de la paz, de la transformación.
Yo tengo un amigo entrañable que se llama Noel Palacios, que sobrevivió a la masacre de Bojayá. Cada vez que se refieren a él como víctima, él para a la gente en seco y les dice que no es víctima, sino sobreviviente. Cometemos una equivocación muy grande cuando juzgamos la existencia de una persona por algo que hizo o por algo que le pasó.
Entiendo que estas categorías nominales de víctima y victimarios son necesarias en el mundo del derecho porque hay que tomar decisiones en materia de reparación y responsabilidad, pero como seres humanos nos tenemos que encontrar en la profundidad del corazón cuando pensamos en términos de reconciliación, incluso convivencia básica humana. Esto implica entender que quien ha cometido equivocaciones en el pasado sigue siendo un ser humano.
— En la literatura hay temas inagotables, como la muerte y el amor. ¿Qué tan inagotable es toda esta investigación?
— Con el paso de los años, he aprendido algo: el periodista se la pasa resolviendo deudas. El periodismo es un llamado constante a contar, contar siempre mejor. En el contexto de elaboración de este libro me han pasado unas cosas casi sobrenaturales, entonces esto de ser cartero en mi vida es como una constante.
Yo siento que no puedo hablar ni siquiera de suerte. Termina constituyéndose un canal de historias en las que el amor, la resistencia frente a la violencia y la esperanza buscan una salida, y creo que la vida me ha dado esa sensibilidad para sintonizarme con lo que no se ve.
Por eso no creo que sea el final, sino el inicio de una comprensión más honda. Creo que lo más hermoso del periodismo es ese síndrome del cartero. Nos volvemos casi que parte de la realidad que contamos cuando construimos la historia, lo que le pasó a otros.
— A propósito de la discusión sobre las dimensiones humanas y la justicia y de las actuales declaraciones que han venido haciendo quienes perpetraron el secuestro en el país, ¿cómo convencer a una sociedad que no lee a comprender las dimensiones de estas personas que se han reintegrado a la sociedad civil y que se someten a los procesos ante la JEP?
— El próximo mes pasa a ser colección Debolsillo de Random Me hablarás del fuego. Este es un espacio que se abre en Colombia por los lectores; luego, yo creo que la gente sí lee en Colombia. El hecho de que este libro exista tiene que ver con que hay personas que tienen la sensibilidad del mundo editorial para comprometerse con una idea de este tamaño. Alfonso Carvajal, es especial, es quien ha revivido este libro de las cenizas.
Yo no me imagino a alguien que se acerca a esos fragmentos de carta y que se rehúsa, por ejemplo, a leer la transcripción que con tanto cariño nosotros hicimos, para explorar y dejarse sorprender por los trazos inconclusos y también fallidos del papel. Entonces, yo creo que parte de apostarle al libro es también creerle al lector, es sentir que eso que se dice le importa a otros.
Entonces vendría la segunda parte, que es muy poderosa de tu pregunta, que es por qué algunas investigaciones hechas con muchos más recursos económicos no suelen tener la circulación que merecen. Esto es una reflexión personal y puedo estar equivocado: todo tiene que ver con la fuerza de la identificación.
Me refiero a que si las historias no pasan por el corazón, si las historias no son capaces de tocarnos como seres humanos, si no pensamos en que esa realidad que contamos podría sucedernos, esta labor carecería de sentido.
Después de que una historia toca el corazón es difícil desprenderse de ella, porque existe una conexión profunda entre la memoria y el relato.
— ¿Se considera un romántico?
— Otro de los espacios simpáticos que existe en torno al amor como temática es el universo de lo cursi. Yo intento resolverlo con las herramientas que puedo, pero es bueno pensar en eso que entendemos como cursi.
Habitualmente estos gestos de amor repetido terminan siendo cursis para quienes no hacen parte del vínculo; lo que es cursi para los ojos de los demás no lo es para quien lo vive, porque uno no se cansa de decirle a la persona que la ama.
Siento que con la idea del famoso romántico hay una tremenda confusión porque siempre la gente habita la pregunta del romántico, desde el estereotipo novelesco cuando los románticos tenían unas ideas en la cabeza muy diferentes.
Lo que yo sí podría decir en este punto es que soy una persona enamorada de la vida. He aprendido la importancia de emprender la batalla de la que hablaba Miguel Hernández: la batalla de la esperanza.
Tenemos que despertarnos todos los días a pelear por la esperanza y yo creo que el amor desempeña un papel importante ahí. Espero que los lectores encuentren en Cartas de ceniza una mirada distinta de algo que me tocó nombrar antes, desde la voz de la denuncia, también rindiendo un homenaje a la vida.
Me hablarás del fuego puso al frente las historias de seres humanos que fueron incinerados, pero esa conexión con la vida implica también pensar en un ángulo diferente para relacionarnos con el dolor. Esta es una apuesta que a mí me gustaría mantener porque, a pesar de que los periodistas seamos emisarios de malas noticias, podemos encontrar un ángulo de humanidad y de esperanza.
— ¿Qué sigue para usted? ¿Está tomándose un descanso mientras ve cómo crece este fenómeno?
— Siento que este libro me salvó la vida de una manera diferente, porque el miedo nos desconecta, nos vuelve sombra. No digo que uno no tenga miedo hoy en día en Colombia; las garantías de seguridad son mínimas, pero el amor lo llena uno de un coraje diferente y procede de una claridad que opaca esos miedos.
Entonces, como el amor es un principio constructivo y como yo soy un cartero, por ahí me están tocando la puerta otras historias en relación con ese trabajo que se basa en tantas deudas por contar.
Estoy esperando que las cosas se den para seguir haciendo lo que el periodismo hace todos los días, que es hacernos preguntas, contar historias. Estoy muerto de ganas por sumergirme en la siguiente investigación y por seguir rindiéndole un homenaje a la vida en medio de estos contextos de sufrimiento y dolor.
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