Día del Orgullo LGBT+: las cartas del amor lésbico que hizo sentir “virgen, tímida y colegiala” a Virginia Woolf

Durante dos décadas, Woolf y Vita Sackville-West, también escritora inglesa, mantuvieron una relación que quedó plasmada en su extensa correspondencia. Secretos de un vínculo que se gritó -y escribió- a viva voz.

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Virginia Woolf, Vita Sackville-West y
Virginia Woolf, Vita Sackville-West y su perro Canute en los jardines de Knole, la mansión "de incontables habitaciones" que Sackville-West no pudo heredar por ser mujer.

“Abre el primer botón de tu blusa y ahí me verás anidando, como una ardilla de hábitos inquisitivos pero de todos modos adorable”. Virginia Woolf a Vita Sackville-West en una carta fechada el 5 de enero de 1927.

“Soy la perrita buena de Virginia, mi cola golpea contra el suelo en respuesta a sus mimos amables”. Vita Sackville-West a Virginia Woolf en una carta fechada el 11 de octubre de 1927.

Durante este 2022, más percisamente hacia fin de año, se cumplen cien años del primer encuentro entre Virginia Woolf y Vita Sackville-West, dos escritoras inglesas cuya vida y obra ayudaron a moldear no solo la literatura del siglo XX sino, además, la lucha por los derechos de la comunidad LGBT+, que hoy celebra internacionalmente su Día del Orgullo. Más allá de sus contadas citas, la relación entre ambas, que penduló por veinte años entre la amistad y el erotismo, prosperó casi exclusivamente a través de su fértil y extensa correspondencia, en gran parte inédita en castellano, que duró desde 1923 hasta el suicidio de Woolf en 1941.

Para 1922, año en que se conocieron, tanto Woolf como Sackville-West estaban casadas. Ambas pertenecían al mundo de las letras, aunque Sackville-West contaba en su momento con mayor fama y reconocimiento que Woolf, tendencia que el último siglo invirtió. Clive Bell, cuñado de esta última, la puso al tanto del interés -y las intenciones- que ella había suscitado en Sackville-West, una aristócrata conocida en todo Londres por sus aventuras con otras mujeres.

“Vita es una lesbiana declarada, ten cuidado”, le advirtió Bell a Woolf, a lo que esta, con su locuaz ironía, respondió: “Pues con lo esnob que soy, no sabré resistirme”.

Entablar una relación extramatrimonial, homosexual o no, estaba lejos de representar un problema para ninguna de las dos escritoras. Por un lado, Woolf se había criado en un ambiente de la más relajada libertad. La imperante moral victoriana que regía en ese momento no parecía afectar a las clases sociales más altas, en especial a aquellas que tenían una fuerte relación con el mundo del arte. Junto a su hermana Vanessa, Woolf lideraba el círculo de Bloomsbury, un grupo de artistas que, a comienzos del siglo XX, era conocido por la promiscuidad y el libertinaje de sus miembros.

Sackville-West, por su parte, estaba casada con Harold Nicolson, político y autor abiertamente homosexual, que no le reprochaba a su esposa sus andanzas con otras mujeres, incluso a pesar de los escándalos que incesantemente generaban. El más recordado tal vez sea el protagonizado por el poeta sudafricano Roy Campbell, marido de una de sus amantes, que persiguió a Vita con un arma de fuego por todo Londres cuando se enteró de la infidelidad.

En las primeras décadas del
En las primeras décadas del siglo XX, Vita Sackville-West (izquierda) era una escritora mucho más conocida que Virginia Woolf (derecha), tendencia que se invirtió con las décadas.

“Creo que yo también le gusto”

A fines de 1922, en una opulenta y ostentosa cena organizada con su encuentro como único fin, se conocieron personalmente Virginia Woolf, de 40 años, y Vita Sackville-West, de 30. Sus diarios personales y las cartas que ambas escritoras conservaron sirven como registro de la relación que rápidamente entablaron y que mantuvieron por casi dos décadas en las que, a pesar del dolor y la pérdida (no hay que olvidar que todo esto sucedió entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial), supieron ser un sostén la una para la otra.

Las primeras impresiones de cada una quedaron registradas en las cartas que les mandaron a sus esposos el día después de la cena. ¿Qué pensó Virginia Woolf de Vita Sackville-West?: “No mucho, para mi más severo gusto: es florida, bigotuda, colorida como un periquito, con toda la facilidad flexible de la aristocracia, pero sin el ingenio del artista. Su estilo aristocrático es algo así como el de una actriz: sin falsa timidez o modestia. Me hace sentir virgen, tímida y colegiala. Ella es un granadero: duro, guapo, varonil, con tendencia a la papada”, escribió en una carta a su marido.

Por su parte, después de conocer a Woolf, y con mucha mayor soltura y confidencia que la autora de Un cuarto propio, Sackville-West le escribió a su esposo: “Adoro a Virginia Woolf, y tú también lo harías. Caerías rendido ante su encanto y personalidad. La Sra. Woolf es tan simple: da la impresión de algo grande. Ella es completamente natural: no hay adornos externos – se viste bastante atrozmente. Al principio crees que es sencilla; entonces una especie de belleza espiritual se te impone, y encuentras una fascinación observándola. Ella es a la vez desapegada y humana, se mantiene en silencio hasta que quiere decir algo, y entonces lo dice supremamente bien. Es bastante vieja. Pocas veces alguien me había gustado tanto, y creo que yo también le gusto. Cariño, he perdido bastante mi corazón”.

Para dar comienzo a la correspondencia entre las dos escritoras que continuaría con ritmo firme por las siguientes dos décadas, Woolf le escribió una carta a Sackville-West en enero de 1923 para pedirle disculpas por su comportamiento en la cena: “Nunca te hubiera desafiado de haber sabido la magnificencia de tu libro. De verdad, estoy avergonzada”.

A partir de entonces, la forma de nombrarse una a otra irá mutando, casi sin escalas, de las formales “Sra. Woolf” y “Sra. Nicolson”, a otras como “queridísima”, “mi criatura mimada” y “mi fiel perrita pastora”.

"Orlando", una de las novelas
"Orlando", una de las novelas más conocidas de Virginia Woolf, está inspirada en Vita Sackville-West, a quien también se la dedicó.

“La amistad queda teñida de pasión y de deseo”

A través de sus cartas, que fuera de algunos huecos aislados mantuvieron una constancia frenética, puede leerse la historia del romance entre Virginia Woolf y Vita Sackville-West como si fuera una novela epistolar. En los primeros años de correspondencia se puede ver cuán íntima se fue volviendo su relación y cuánto deseaban ambas un encuentro a solas. Ese intercambio en el que las dos se fueron construyendo a sí mismas a la par de su deseo por la otra también genera en el lector la necesidad de ese encuentro que, aunque sabemos que sucedió, nunca llegó a las cartas. Ahí donde la expectativa es más alta, la narración se detiene.

Gracias a los diarios personales de Sackville-West, así como a algunas cartas dirigidas a su esposo, pudo saberse que ambas escritoras tuvieron su tan ansiado encuentro íntimo -lejos de los multitudinarios banquetes aristocráticos y los saturnales de bohemios y artistas- en la noche del 17 al 18 de diciembre de 1925 en Knole, la inmensa mansión de incontables habitaciones que, por ser mujer, Sackville-West no pudo heredar.

En la primera carta que Woolf le manda a Sackville-West después de su primera noche juntas, fechada el 22 de diciembre de 1925, escribe: “Estoy sentada en la cama: muy, muy encantadora; y Vita es una querida y vieja perra pastora de pelo áspero: o alternativamente, un racimo de uvas, rosas y perladas, lustrosas, encendida con velas… ¡Ah, cómo me gusta estar con Vita!”.

En Nochebuena, Sackville-West respondió: “Estaré tan contenta de verte de nuevo. Tan, tan contenta que me hace incapaz de escribirte ahora. O te escribo una carta larga o una nota que diga que vendré a almorzar. (‘Maldita seas entonces, Vita, ¿por qué no la carta larga?’)”.

Además de Woolf, Vita Sackville-West,
Además de Woolf, Vita Sackville-West, la mujer retratada, tuvo otras amantes conocidas, como Marlene Dietrich y Violet Trefusis.

Las cartas continuarán, más largas o más cortas, a veces a diario, por momentos espaciadas, pero nada las interrumpirá. Ni siquiera los viajes a los que Sackville-West, por su alta alcurnia, ya estaba acostumbrada. Estos períodos serán, tal vez, los más reveladores, al forzar a ambas a esclarecer sus sentimientos ante la imposibilidad de verse o, por cortos períodos de tiempo, de escribirse.

Durante un viaje con su esposo por Alemania en 1926, Sackville-West le escribió a Woolf: “¿Realmente habré perdido mi entusiasmo por viajar? No, no es eso, es simplemente que deseo estar contigo y con nadie más. ¿Te das cuenta que debo esperar quince días hasta saber algo de ti? Pobre de mí. No había pensado en eso antes de dejarte, pero ahora es una carga enorme, y horrible. ¿Qué no te podría ocurrir en el transcurso de una quincena? Podrías enfermarte, enamorarte. ¡Sólo Dios sabe!”.

Woolf, por su parte, le respondió: “Este lugar está embrujado. Visto contigo es adorable; visto con Leonard es absolutamente detestable. Dime cuándo vendrás y por cuánto tiempo, que ya me siento bastante acosada por actrices en decadencia y funcionarios públicos”. Días después, en respuesta a otra carta de Sackville-West en la que calculaba los 480 mil segundos que todavía faltaban para verse, Woolf le confesó: “Sí, sí, sí, me gustas. Tengo miedo de escribir la palabra más fuerte”.

Ese mismo día, Woolf escribió en su diario: “Estas lesbianas estiman a las mujeres. Con ellas, la amistad siempre queda teñida de pasión y de deseo”.

Ambas escritoras escribieron sus obras
Ambas escritoras escribieron sus obras más exitosas durante los años más intensos de su relación, que duró dos décadas entre una y otra Guerra Mundial.

“Todavía pienso que podría haberla salvado”

Es hacia fines de la década del 20 cuando las cartas entre Woolf y Sackville-West alcanzan su punto máximo de romance. Entre divertidas y chicaneras escenas de celos y declaraciones absolutas de amor, esta época fue la más prolífica para ambas escritoras que, a la par de su impecable legado epistolar, crearon lo mejor de su obra durante esos años, algo que podría atribuirse al entusiasmo que una a otra se generaban y que quedó plasmado en una parva de larguísimas cartas.

El 6 de marzo de 1927, Woolf le escribió a Sackville-West: “¿Sabes que esta mañana sufrí un verdadero golpe de decepción? Estaba segura de que tendría una carta tuya, la abrí y, en su lugar, encontré la carta de una mujer que hace diez años se sentó frente a mí en un ómnibus azul y que ahora quiere venir a hacer un busto mío. Pero la adulación implícita me enfadó tanto que, otra vez, estuve maldiciendo: no hay intimidad, siempre hay gente que viene y no hay carta tuya. ¿Por qué no? Sólo una nota y un gemido salvaje y melancólico a lo lejos. Adiós, queridísima criatura lanuda. Es increíble lo esencial que te has vuelto para mí… Maldita seas, criatura mimada. No conseguiré que me ames más traicionándome así”.

A lo que Sackville-West respondió: “He quedado reducida a algo que desea a Virginia. Te compuse una hermosa carta en las horas de insomnio y pesadilla de esta noche, y ha desaparecido: sencillamente te echo de menos, de una forma muy simple, humana, desesperada. Esta carta no es más que un chillido de dolor. Es increíble lo esencial que has llegado a ser para mí. Ay, mi vida, contigo no puedo ser astuta y reservada; te amo de más para eso. Verdaderamente de más. No tienes ni idea de lo distante que puedo ser con la gente que no amo. Lo he convertido en un arte refinado. Pero tú has derribado mis defensas. Y en verdad no lo lamento”.

Durante los años 30, sin embargo, su correspondencia empezará a espaciarse por un tiempo hasta que, hacia el final de la década, con el avance del fascismo en Europa en los albores de la Segunda Guerra Mundial, retomará su ritmo.

En una carta para Sackville-West fechada el 30 de agosto de 1940, Woolf escribió: “Acabo de dejar de hablar contigo. Me resulta tan raro... Todo está tranquilo. Están jugando a los bolos. Acabo de poner flores en tu habitación. Y tú estás allí sentada con las bombas cayendo a tu alrededor. Qué puedo decir. Únicamente que te quiero y que tengo que vivir en medio de esta tarde rara y tranquila pensando en ti sentada allí sola. Cariño, mándame unas líneas... Me has hecho muy feliz…”.

El 28 de marzo de
El 28 de marzo de 1941 Virginia Woolf se suicidó al tirarse al río Ouse con piedras en sus bolsillos.

Antes de concretar una cita para verse nuevamente, Sackville-West le contestó: “Dios mío, cómo me conmovió tu carta esta mañana, casi se me cae una lagrima en mi huevo poché. Tus raras expresiones de cariño siempre han tenido el poder de moverme mucho. Yo también te amo; tú lo sabes”. Y apenas regresó del encuentro pactado, volvió a escribirle a Woolf: “Qué lindo fue estar contigo, cuánto disfruté de mi visita. Me gusta estar contigo más de lo que puedo decir. Sabes que te amo, y sabes que a Leonard lo quiero. Hay una diferencia entre amar y querer. Cariño, gracias por mis horas felices contigo. Significas más para mí de lo que nunca sabrás”.

El 17 de febrero de 1941, Virginia Woolf y Vita Sackville-West se vieron, sin saberlo, por última vez. Del encuentro nada se sabe, puesto que la correspondencia posterior a la cita no da detalles, ni tampoco en sus diarios se llegó a tratar el tema. Un mes después, Woolf terminaría suicidándose al tirarse al río Ouse con piedras en sus bolsillos.

Sackville-West se enteró por boca de terceros de la muerte de su amante, amiga, y compañera, que no le dio indicios en sus cartas del complicado proceso mental que estaba viviendo entre los estragos de la guerra, las presiones por la fama literaria que había adquirido en los últimos años y el reflote de una enfermedad que, por años, había logrado mantener controlada.

En una de las últimas entradas de su diario, Sackville-West escribió: “Todavía creo que podría haberla salvado si tan solo hubiera estado allí, si hubiera sabido el estado de ánimo en el que se estaba metiendo”. Aunque muchos dicen que, de la larga lista de amantes que tuvo, Woolf solo era una más, al momento de su muerte, el 2 de junio de 1962, Vita Sackville-West tenía solo dos fotos en su escritorio: una de su querido esposo y otra de su amada Virginia Woolf.

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