Apenas se supo la noticia apareció un tuit del escritor Stephen King: ´”Bienvenidos a EL CUENTO DE LA CRIADA”, decía. o 86.500 personas indicaron que les gustaba. Tuvo 10.200 comentarios.
LA noticia, claro, era que por una decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos, en ese país se anulaba el derecho al aborto. Desde ahora, la decisión de permitirlo o prohibirlo -y la severidad de las penas cuando se trangreda lo dispuesto- dependerá de cada Estado. “La decisión, que elimina el derecho constitucional al aborto después de casi 50 años, supondrá la prohibición total del procedimiento en cerca de la mitad de los Estados”, dijo el New York Times.
En el Estado de Missouri, por ejemplo, no perdieron el tiempo y ya decidieron que cualquiera que haga un aborto “o induzca” a él -¿?- puede ir a la cárcel entre 5 y 10 años.
Hoy, según un reporte actualizado de ese diario estadounidense, el aborto ya está completamente prohibido en los Estados de Alabama, Arkansas, Kentucky, Missouri y Dakota del Sur, incluso en casos de violación o incesto.
Y entonces volvieron a las redes esas imágenes de mujeres vestidas de rojo con cofias blancas. El título El cuento de la criada. La palabra Gilead.
Muchos saben de El cuento de la criada por la serie que protagonizó Elisabeth Moss a partir de 2017, y que en septiembre estrenará su quinta temporada. Una serie angustiante, cruda, dura, que mostraba una teocracia cristiana en la que la gente estaba dividida en estamentos jerárquicos y había mujeres dedicadas a la procreación. Paridoras al servicio de los “Comandantes” y sus mujeres, estériles por la contaminacion. Sin derecho ni a mirar a los ojos a otras personas. Un horror totalitario con mucha invocación a Dios y espanto por las impudicias del cuerpo.
La serie estaba basada en una novela que la canadiense Margaret Atwood publicó en 1985 y que fue leída como un alegato por la libertad de las mujeres en particular y de los cuerpos, es decir, de todo el mundo, en general. Contra el uso de palabras piadosas para la opresión.
No en vano, una de las citas con las que arranca la novela viene de la Biblia y dice así: “Y viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y dijo a Jacob: ‘Dame hijos o me moriré'. Y Jacob se enojó con Raquel y le dijo: ‘¿Soy yo, en lugar de Dios, quien te niega el fruto de tu vientre?’. Y ella dijo: ‘He aquí mi sierva Bilhá, únete a ella y parirá sobre mis rodillas, y yo también tendré hijos de ella’. Está en el Génesis.
La protagonista de la novela, claro, es una de estas paridoras. Tiene la memoria de cómo era el mundo antes de que su Estado se transformara en Gilead. Sabe cómo era ser libre, andar en malla, tener amigos, amantes, pareja, una hija. Ahora está ahí para concebir en lugar de otra y “parir sobre sus rodillas”.
Atwood -quien ya contó que entre los hechos que la inspiraron estuvo el robo de bebés durante la dictadura argentina- habló sobre esto unos días antes de que saliera el fallo de la Corte, cuando una filtración dejó saber qué diría. Lo hizo en un artículo que tituló “Yo inventé Gilead, ahora la Corte Suprema lo está haciendo realidad”.
Allí contó: “En los primeros años de la década de 1980, estaba jugando con una novela que exploraba un futuro en el que Estados Unidos se había desunido. Parte de ella se había convertido en una dictadura teocrática basada en los principios religiosos y la jurisprudencia puritana de Nueva Inglaterra del siglo XVII. Situé esta novela en la Universidad de Harvard y sus alrededores, una institución que en la década de 1980 era famosa por su liberalismo, pero que había comenzado tres siglos antes principalmente como una escuela de formación para el clero puritano.”
Atwood contó más: “Aunque finalmente terminé esta novela y la titulé El cuento de la criada, dejé de escribirla varias veces porque la consideraba demasiado exagerada. Tonta de mí. Las dictaduras teocráticas no se encuentran sólo en el pasado distante: hay un número de ellas en el planeta hoy. ¿Qué impide que Estados Unidos se convierta en una de ellas?”
El cuento de la criada
El libro, hay que decirlo, es de lectura apasionante y opresiva. No hay manera de largarlo y, a la vez, no hay cómo no ir sintiéndose cada vez peor cuando la protagonista va contando su vida (esta cronista lo leyó de corrido en 17 horas entre vuelos y escalas, sin atreverse a cerrarlo).
Esa protagonista antes se llamaba June pero ahora se llama Defred, igual que las que estuvieron antes que ella en esa cama. Porque Fred es el Comandante al que ha sido asignada como “criada”.
Pero si una mujer no es una Esposa (la señora de la casa) ni una Criada puede ser una Martha (sirvienta, lleva y trae chismes, viste de verde) o una Econoesposa, la mujer de un hombre pobre que irá, dice la novela, “con vestidos de rayas rojas, azules y verdes, baratos y modestos”. También puede ser una Tía (la que educa y controla a las criadas, una mujer que está de acuerdo con este sistema).
Caídas del mapa, en el “afuera” de la sociedad hay “no mujeres” (viudas, feministas, lesbianas, disidentes, todo junto) y “Jezebels”, prostitututas que viven en la ilegalidad e ilegalmente pueden ser esterilizadas.
Precioso todo.
En la novela vemos como June cruza la puerta hacia su vida como Defred y la recibe la Esposa que... le suena, le suena. Ya ha visto es cara. ¿Dónde? En algún momento lo saca: en la tele. “Miraba La Hora del Evangelio para las Almas Inocentes, donde contaban relatos bíblicos para niños y cantaban himnos. Una de las mujeres se llamaba Serena Joy. Era la soprano y protagonista, una mujer menuda, de pelo rubio ceniza, nariz respingona y ojos azules que, durante los himnos, siempre miraba al cielo”.
En la novela hay una guerra, hay terroristas, hay “libertos” y hay, a la vista de los que pasean por las calles del centro, cuerpos colgando: los condenados a muerte. Entre ellos, médicos que hacían abortos. O que los habían hecho antes, cuando era legal. Dice El cuento de la criada: “Junto a la entrada principal hay otros seis cuerpos colgados del cuello, con las manos atadas delante y las cabezas envueltas en bolsas blancas ligadas por encima de los hombros (....) Cada uno tiene un cartel colgado del cuello, que explica por qué ha sido ejecutado: el dibujo de un feto. Eran médicos en aquellos tiempos, cuando estas cosas eran legales.”
Pero ojo que las cosas, advierte Atwood en su libro, no cambian de un día para otro. Como en la historia del sapo, que saltará por su vida si lo ponen en agua hirviendo pero casi ni se dará cuenta si el agua se va calentando despacito hasta llegar a los 100 grados. “Por supuesto, en los periódicos aparecían noticias: cadáveres en las zanjas o en el bosque, mujeres asesinadas a palos o mutiladas, mancilladas, solían decir; pero eran noticias sobre otras mujeres, y los hombres que hacían semejantes cosas eran otros hombres. Ninguno de ellos era conocido de nosotras. Las noticias de los periódicos nos parecían sueños, pesadillas soñadas por otros. Qué horrible, decíamos, y lo era, pero era horrible sin ser verosímil.”
El cuento de la criada se transformó en bandera. Grupos de mujeres marcharon vestidas como las Criadas para dejar claro que sus derechos se vulneraban en lugares del mundo tan diferentes como Buenos Aires, San José de Costa Rica, Dublín, Washington y los Emiratos Árabes Unidos.
Hoy el título del libro vuelve con la ilegalización del aborto pero también con el avance de la derecha y de los movimientos religiosos aliados a ella en distintos lugares del mundo.
Los argumentos que se impusieron en la Corte Suprema de los Estados Unidos, señala Atwood en su artículo, se basan en la jurisprudencia inglesa del siglo XVII, “una época en la que la creencia en la brujería provocó la muerte de muchas personas inocentes”.
La autora explica que “Los juicios por brujería de Salem eran juicios, tenían jueces y jurados, pero aceptaban ‘pruebas espectrales’, en la creencia de que una bruja podía enviar a su doble, o espectro, al mundo para hacer travesuras. Por lo tanto, si estabas profundamente dormido en la cama, con muchos testigos, pero alguien informó que supuestamente le habías hecho cosas siniestras a una vaca a varias millas de distancia, eras culpable de brujería. No tenías forma de probar lo contrario.”
Si el fallo de la Corte propone regirse por leyes del siglo XVII, avanza la escritora, habría que echar un vistazo de cerca a ese siglo. “¿Es entonces cuando quieres vivir?”
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