La asombrosa vida del enviado de Marx a la Argentina que cambió la revolución por un amor aristocrático

El belga Raymond Wilmart fue elegido por el autor de “El capital” para impulsar el socialismo en Buenos Aires. Pero los planes cambiaron. Cómo es la novela que cuenta su historia.

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Karl Marx, autor de "El capital".
Karl Marx, autor de "El capital".

Si bien no se enseña en los manuales escolares el gran impulso que cobraron las ideas del socialismo y del marxismo en los primeros años de la clase trabajadora argentina, lo cierto es que aquel empujón primigenio en la estructuración política de los sectores laboriosos en el país suscitó no solamente la curiosidad o el interés de los fundadores europeos de la corriente que propugnaba acabar con el capitalismo, sino que se pusieron en marcha mecanismos para influir en el desarrollo de los acontecimientos en el Río de la Plata.

Entre varios de esos acontecimientos que sólo se dieron a conocer pasado el tiempo debido a la investigación historiográfica, figura uno que, por sus características, resulta particularmente novelesco. Así se podría caracterizar a la historia del belga Raymond Wilmart, quien fuera enviado a Buenos Aires (no a la Argentina, a secas, sino como parte de los escuderos marxistas enviados a “Nueva Zelanda, Australia y Buenos Aires”) por el mismísimo Karl Marx, a través de la Internacional en la que sus partidarios acababan de derrotar a los representantes anarquistas.

Una historia que suena muy interesante y que fue consignada por algunos estudios históricos y, más recientemente, por Horacio Tarcus en su libro Marx en la Argentina (publicado en 2007 por Siglo XXI) pero que no había sido alcanzada por la ficción. Tarea que se en dio en cumplir Néstor Gabriel Leone en su primera novela Soplar sobre cenizas (que acaba de publicar Grupo Editorial Sur) y que parte de esa misión política y revolucionaria y se extiende a lo largo de toda una vida ecléctica tanto como apasionada.

Leone hace hablar al protagonista de la historia en primera persona a través de un diálogo con un interlocutor joven del que se adivina la intención de atesorar las memorias que Wilmot (tal su seudónimo político, su nom de guerre) le prodiga copiosamente a mediados de la década del treinta, tan luego de la muerte de Carlos Gardel. Wilmart ya es grande: va a cumplir ochenta y cinco años, repite, cuando descubre que el joven que le pregunta y lo escucha tiene 22 años, la misma edad que tenía Wilmart al llegar a Buenos Aires. Pero no comienza contándole de la llegada y su misión, sino que empieza narrando su estadía en Córdoba, ciudad en la que no solamente estudiaría Derecho sino donde conocería a Carlota Correas Cáceres, una joven de la alta sociedad y familia estanciera, a quien cortejaría y convertiría en su esposa, unidos por el amor, pero a partir de ese momento también por la incorporación a una clase social distinta a la de la misión.

"Soplar sobre cenizas" es la novela en la que Néstor Leone narra la vida de Raymond Wilmart.
"Soplar sobre cenizas" es la novela en la que Néstor Leone narra la vida de Raymond Wilmart.

El relato en primera persona no supone un monólogo, ya que la oralidad del diálogo se convierte en una marca de la narración, a la vez que su ritmo se mece en el tiempo, con la enunciación de ciertas frases y el retorno a ellas, como la voz de un anciano enfermo que olvida que ya dijo la fórmula que pensó decir, y entonces vuelve a ella.

Con ese narrativa rítmica (en la que se intercalan fragmentos de documentos reales, como cartas), la historia de Wilmart regresa a Europa, cuando conoce a Paul Lafargue –yerno de Marx, esposo de su hija Laura– se hace amigo suyo y el recuerdo vívido de ese militante socialista, nacido en Cuba con sangre negra en sus venas, se convierte en la imagen de la amistad para ese anciano que recuerda.

Es en la segunda visita del joven (del que solamente se adivina la presencia constante por ese dirigirse al interlocutor del viejo Wilmot) cuando le cuenta cómo participó como delegado del Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores (la primera Internacional) en el que los partidarios de Karl Marx votan la expulsión del anarquista Bakunin y sus seguidores, luego de lo cual se le encomienda ser parte de las misiones a “Nueva Zelanda, Australia y Buenos Aires”. Más tarde, el lector conocerá cómo conoció al “barbudo señor de Tréveris”, como llama Wilmot a Karl Marx, y su relación con el autor de El capital, para luego detenerse en la misión, de la que pronto se muestra defraudado: a pesar de haber llevado consigo ejemplares de la primera traducción al francés del libro fundamental de Marx, pocos obreros se muestran interesados (“nadie se toma el trabajo de pensar en este país”, le escribe a Marx), a la vez que Wilmart caracteriza la situación argentina como poco propicia para el desarrollo de una corriente socialista.

Wilmart forma parte del ejército en las batallas contra el caudillo entrerriano Ricardo López Jordán y llega a ser asistente de Lucio V. Mansilla (con quien, recuerda, el anciano Wilmot se encontraría en un viaje posterior a Europa). La vida novelesca tiene varios ingredientes más –incluso un entredicho académico con el joven estudiante Alfredo Palacios, líder posterior del socialismo argentino– y un rol (como define él mismo) “como representante legal del imperialismo inglés”.

En su libro "Marx en la Argentina", Horacio Tarcus también se ocupa de Wilmart.
En su libro "Marx en la Argentina", Horacio Tarcus también se ocupa de Wilmart.

Novela sólida en su escritura, brinda espacio al despliegue de un personaje que, de no haber existido en la vida real, debería haber sido inventado por la literatura. Los avatares del socialismo en el país son una fuente poco aprovechada para su ficcionalización (desde aquellos orígenes decimonónicos e internacionalistas al desarrollo de influencias más conocidas o menos conocidas a lo largo del siglo XX y del siglo XXI en marcha). De ese modo, Soplar sobre cenizas rescata una de estas historias y cumple su cometido y, de yapa, propone una banda de sonido posible a través de un código QR en las últimas páginas.

“Soplar sobre cenizas” (fragmentos)

También le hablaba de mí, por cierto. Y de la sección. Poco en el primer caso. Algo más en el segundo. Me regodeaba con el sobrenombre Doctorcito, como supo llamarme, por mi forma de argumentar, cuando todavía era un tímido leguleyo que ni imaginaba su ingreso a esos claustros silenciosos, casi sepulcrales de aquella Universidad rancia, monacal y detenida en el tiempo. Esto tal vez lo haga reír un poco, pero sucede que hablo como si fuera abogado y no siento ninguna pena en desarrollar “impromptu” un tema o en restablecer sobre la marcha la discusión desencaminada, le conté en la primera carta, la de las frases en latín aprendidas de apuro. Y detallaba, de nuevo, en la segunda y en la tercera, mis ganas de volver. Estoy deseando retornar a Europa y espero con impaciencia a que llegue febrero del año próximo. Pero si tuviera todo pago, sin duda me largaría el 30 de este mes, admitía, en confianza, como si no hubiese mandato de por medio ni acostumbrase a decir, voluntariosamente, con candidez, que una tarea no cesa hasta que no se haya logrado el objetivo. Así, sin más.

Sobre la sección, en cambio, el pesimismo tenía la forma de un laberinto sin salida conocida. No por la presencia de troyanos que pudieran ganar en estas tierras las batallas que perdieron en La Haya. Ni por ausencia de programa que resolviese la disyuntiva deque resolviese la disyuntiva entre crear o no un órgano directivo central, o si era necesario conquistar eso que llamábamos poder o si ese poder debía ser destruido. Van mal las cosas por aquí, describía, con letra menos atolondrada que mi interlocutor. Sesiones vacías, falta de buena voluntad, agregaba. Otros tres comuneros acaban de partir.

El periódico no ha aparecido a lo largo del mes último. El número que debía salir mañana, no aparecerá antes del 20. Los fondos faltan y hemos debido pagar entre ocho miembros la impresión del último, sumaba en ese racconto, en la lengua de Chateaubriand y la de Victor Hugo, pero también la de Balzac. Y escuche bien, porque eso no es todo. Escuche bien, apoltronado en ese sillón. O acodado en la ventana, desde el ojo de buey de este camarote, por donde se filtran rayos tenues. No debemos desanimarnos nunca, escribí. Pero hace falta mucha paciencia para soplar siempre sobre las cenizas que no quieren volver a encenderse, y no sé si entonces me temblaron tanto las manos como hoy me tiembla el cuerpo cuando releo.

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