Qué tiene que ver, me dirán. Qué tiene que ver “Poco ortodoxa”, la historia de esa joven que vimos en Netflix escapando de la comunidad judía ortodoxa Satmar con el niño mago de Hogwarts. Qué tiene que ver esa mujer que, como puede, deja atrás una vida llena de rituales y tradiciones en Nueva York con ese chico que puede hacer deportes sobre escobas.
Bueno, mucho. Tanto que ella, la verdadera protagonista, Deborah Feldman, dice que gracias a su autora, J.K Rowling, pudo sobrevivir a esa adolescencia en la comunidad. ¿Por qué? Aunque la serie no lo cuente, sí lo cuenta Feldman, en los libros que escribió. La historia de Netflix se basa en el primero de ellos, que se publicó en castellano como Unorthodox. Mi verdadera historia.
Feldman es la persona que hizo su valija y dejó atrás la familia, la vida religiosa, los límites que trae. Si en la serie esto parece resolverse de golpe cuando la chica, Esty, agarra su pasaporte y se va a Berlín con lo puesto, el libro cuenta que las cosas en la vida real fueron un proceso. ¿Cómo empezó a ver otros mundo, cómo se animó, cómo se hizo las preguntas que no debían hacerse, qué respuestas encontró?
Y en eso tiene algo que ver Harry Potter.
Por supuesto que en la casa de Deborah no había libros que no fueran religiosos y ella no podía llevar uno de ese tipo. Ni siquiera la librería judía cercana estaba autorizada por Zeidy, el abuelo. Dice Feldman: ”La librería judía de Borough Park vende libros que Zeidy no aprueba. Él quiere que lea esos relatos en yiddish ilustrados con colores chillones que tratan de tzadikim legendarios que obran milagros predecibles gracias a la oración y los ejercicios de fe, y cuyas historias se extienden de manera abrupta a lo largo de veinte páginas o más de lenguaje monótono”.
Pero pasan cosas. Deborah crece, es inquieta, hay asuntos que no le cierran, cuestiona. La familia decide llevarla a una psiquiatra. La psiquiatra elegida es un desastre pero su consultorio queda en otro barrio. Deborah se enoja en una sesión y se va antes. Nadie la espera en casa todavía, tiene un rato libre. Y no tan lejos de allí, sabe, hay una biblioteca que no es de la comunidad, donde nadie la va a reconocer. Las puertas a otro mundo, a muchos mundos.
“No tengo carnet, así que no puedo llevarme libros a casa. Ojalá lo tuviera, porque cuando leo siento una felicidad y una libertad tan extraordinarias que estoy convencida de que si tuviera un acceso ilimitado a los libros, cualquier otra cosa de mi vida se me haría más soportable”, escribe.
En los libros Deborah -la chica rara, la chica cuya mamá se fue de la comunidad cuando ella era chica, la hija de un padre con problemas mentales- se siente comprendida. Se siente igual. “A veces es como si los autores de esos libros me comprendieran, como si escribieran esas historias pensando en mí”, escribe. Al primero que encuentra es a Roald Dahl, el autor de Matilda. ¿Qué muestra Dahl? Dice Feldman: “Niños desgraciados y precoces a quienes sus frívolos familiares y compañeros desprecian y desatienden”. Listo. Así es como ella se ve.
Y algo más, esperanza. “Los libros infantiles siempre tienen un final feliz”, escribe esa joven que quería hacer otra vida y creía que era una misión imposible. “Las leyes de la imaginación dicen lo siguiente: un niño solo puede aceptar un mundo justo. Durante mucho tiempo esperé que alguien viniera a rescatarme, igual que en los cuentos”.
Los libros le dan, además, juicio propio. Un día compra a escondidas un Talmud, un libro de discusiones sobre la Biblia que, como mujer, tiene prohibido leer. Lo guarda escondido bajo el colchón y lo saca cuando no hay nadie. En el Talmud lee que uno de los grandes hombres del pueblo judío, el rey David, también tuvo sus cosas. Que mandó a la batalla al marido de su amante para que lo mataran y poder quedarse con ella. Aprende que es mejor leer con los propios ojos a que te cuenten las cosas. Aprende a desconfiar de la autoridad.
Volverá muchas veces a la biblioteca. Allí se encuentra por primera vez con Harry Potter. “En la biblioteca todavía están expuestas las listas de lecturas escolares, y los carritos gimen bajo el peso de nuevos libros de bolsillo cuyos lomos brillan en los estantes. Me hago con el último de Harry Potter, también con el primero de la popular trilogía de Philip Pullman, y, por si acaso, cojo una novela recomendada por la biblioteca: Un árbol crece en Brooklyn”.
Libros que ayudan a encontrarse, entonces.
En la versión original de Unothodox, publicada en inglés en 2012, se incluye una breve entrevista a la autora, que no está en la edición en castellano. Le preguntan por esas lecturas y ahí aparece otra vez Harry Potter: “Por supuesto, no puedo olvidar a Harry Potter. Encontré la serie cuando era adolescente y fue una gran vía de escape. Doy crédito a J.K. Rowling por haber sobrevivido a la adolescencia en la comunidad Satmar. Recuerdo las épocas en que el próximo libro de Harry Potter era lo único que tenía para esperar.”
El alivio no se fue con los años. “Recientemente sentí una emoción similar; estaba leyendo un libro de Lev Grossman al que se ha llamado el “Harry Potter adulto”, titulado El rey mago, y me hizo recordar cómo me sentía de niña. Es una gran experiencia; recuperar ese sentimiento. Si un autor puede hacer eso, entonces realmente ha logrado algo”.
El primer Harry Potter cumple ya 25 años. A cuánta gente habrá ayudado así.
SEGUIR LEYENDO