¿Se imaginan un mundo sin Harry Potter? 25 años del mago que arrancó despreciado y hoy es imprescindible para varias generaciones

“La piedra filosofal”, el primer volumen, salió con apenas 500 ejemplares, tras varios rechazos. La crítica lo maltrató. Pero los lectores lo hicieron suyo. Cuento de hadas, drama familiar, comedia escolar, ensayo político y thriller, el mago de Hogwarts es parte de nuestra experiencia en un mundo cada vez más peligroso.

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Un tesoro. Un ejemplar de
Un tesoro. Un ejemplar de la primera edicion de "Harry Potter y la piedra filosofal". (Foto REUTERS/Peter Nicholls/File Photo)

En la película Yesterday (2019) un joven músico sin futuro tiene un accidente durante un inexplicable apagón global y al recuperarse descubre que el mundo sigue siendo el mismo, salvo por el detalle de que los Beatles nunca existieron. El apagón arrasó con la referencia musical más universal y omnipresente del último siglo. Los resultados de Google no arrojan nada para “Eleanor Rigby”, “Yellow Submarine”, “asesinato de John Lennon”. ¿Qué mundo es ese?

Tiempo después, el joven músico devenido en estrella por hacer covers de “Lennon/McCartney” que sus millones de fans creen creación original, descubre otra ausencia: el apagón arrasó también con Harry Potter, la novela de J.K. Rowling cuyo primer volumen, La Piedra Filosofal, fue publicado el 26 de junio de 1997, hace 25 años. Los resultados de Google no arrojan nada sobre Hermione Granger, Albus Dumbledore o La Orden del Fénix. ¿Qué mundo es ese?

Contratapa. De la primera edicion
Contratapa. De la primera edicion de "Harry Potter y la piedra filosofal". (Foto REUTERS/Henry Nicholls)

En Yesterday, esa falta, colocada como un chiste al pasar, dice mucho sobre la naturaleza irreproducible de la literatura. Si se es un buen músico y se conocen los acordes, cualquier pieza se dejará interpretar. No será tuya, pero podrás ofrecerla a otros. En cambio, nadie —salvo quizá Funes el memorioso, el sufriente personaje de Borges—, podría reproducir de memoria un libro completo, palabra por palabra. Los libros padecen plagios, pero no admiten covers. Imaginar un universo donde un libro no existe es imaginar un universo donde ese libro no existirá jamás. Y, para cientos de millones de lectores del siglo XXI, un mundo sin Harry Potter es un mundo inimaginable.

Una pequeñísima tirada para arrancar

Hace 25 años una desconocida autora de Escocia publicaba Harry Potter y la Piedra Filosofal en el pequeño sello londinense Bloomsbury, tras más de una decena de rechazos editoriales. La casa le otorgó la tirada estándar de 500 ejemplares de tapa dura, 300 de los cuales fueron a parar a bibliotecas.

La historia que cuenta empieza así: Harry Potter, un niño de 10 años cuyos padres murieron en un accidente cuando era bébé, vive en un suburbio de Surrey, Inglaterra con sus tíos “perfectamente normales” y su primo matón (un “bully”, diríamos ahora). No tiene amigos ni habitación propia (duerme en una alacena llena de arañas, bajo las escaleras), y viste la ropa que le va quedando chica al primo. Una mañana llega al buzón la primera carta que ha recibido en su vida, pero sus tíos la confiscan, solo para lidiar en los días que siguen con miles de cartas que insisten en penetrar en cualquier recoveco de la casa.

Tanto empeño ponen sus parientes en alejarlo de la misiva que terminan llevándolo a una casucha en medio del mar para asegurarse de que ningún cartero los alcance. Pero los alcanza: un hombre enorme llamado Rubeus Hagrid irrumpe en la choza con la noticia de que Harry es un mago y tiene una plaza en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. También le devuelve su identidad: le cuenta que sus padres no murieron en un accidente, sino asesinados por Lord Voldemort, quien antes del nacimiento de Harry había sometido durante años al mundo mágico a sus designios totalitarios.

En una era de distracciones y de concentración a corto plazo, ser absorbido por un libro de casi 4.000 páginas –y capaz de releerlo– no es un triunfo menor

Esos modestos 500 ejemplares se abrieron camino como lo hacían las cosas en un mundo sin redes sociales ni influencers: con el boca a boca y reseñas en medios de papel. Al año siguiente el libro aparecía en Estados Unidos y llegaba a la lista de best-sellers del New York Times. Ese mismo año, se publicaba en Inglaterra el segundo volumen de la saga, La cámara secreta. Joanne Rowling, devenida en J.K. Rowling por recomendación editorial, había firmado con Bloomsbury un contrato por siete libros: uno por cada año escolar de Harry en Hogwarts. Y cumplió.

Hoy a Harry Potter lo damos por sentado, como se da por sentado a The Beatles o a Star Wars. Pero en sus inicios el mote de “fenómeno de ventas” expulsó a Harry Potter de la venia de la crítica literaria. Harold Bloom describió a la saga como “una porquería” y aseguró que no resistiría el paso del tiempo. Ursula K. Le Guin dijo que La Piedra Filosofal era “estilísticamente común, imaginativamente trillado y éticamente mezquino”, y el escritor polaco Stanislaw Lem describió las aventuras del mago como “el opio del pueblo”.

En Argentina las cosas no fueron diferentes. La novela se mantuvo en la sombra de los suplementos culturales durante demasiados volúmenes. Los medios solo se permitían la nota de color sobre niños disfrazados, o comentarios de psicólogos que desmenuzaban “el efecto” Harry Potter, sin haberlo necesariamente leído. El colmo llegó cuando un diario de tirada nacional publicó en 2005 el final de Harry Potter y el Misterio del Príncipe, sexto volumen de la saga, en momentos en que ni siquiera había sido traducido al castellano. Semejante spoiler, inadmisible en las reseñas de novelas policiales, fue sin duda involuntario y muestra, precisamente, el menosprecio con el que se concebía a la obra de Rowling.

Cuestión de estilo

Poco importa si hubo académicos que etiquetaron a la serie como literatura menor y periodistas que la sentenciaron a una vida breve cuando el libro puede leerse en 80 idiomas y ocupa estantes en decenas de millones hogares. Hay familias con tres generaciones de lectores de Harry y un pico de ventas mostró que fue la lectura elegida por muchos durante el confinamiento de 2020.

Ella prefiere las comparaciones a las metáforas, las descripciones a la poesía, mostrar antes que cavilar, el diálogo al soliloquio.

A Rowling se le ha hecho el extravagante reproche de no ser una artesana de la prosa o de no haber revolucionado el estilo, como si se le pidieran tales condiciones a cuanto libro sale al mercado. En el proceso, ella prefiere las comparaciones a las metáforas, las descripciones a la poesía, mostrar antes que cavilar, el diálogo al soliloquio. Y toda la saga, salvo tres capítulos repartidos en tres tomos, está presentada desde la única perspectiva de Harry Potter, en una tercera persona que lo sigue durante siete años de su vida. De libro a libro, Harry crece como personaje y J. K. Rowling crece como escritora.

La historia es a la vez un cuento de hadas, un drama familiar, una comedia escolar, un ensayo político, un thriller con cientos de piezas. Impulsándolo todo se asoma el tópico clásico por excelencia: la batalla entre el bien y el mal. La novela enfrenta a los lectores más jóvenes a preguntas vitales difíciles y a elecciones éticas complejas. Rowling enseña moral sin dejar moraleja.

J K Rowling. Construyó un
J K Rowling. Construyó un mundo para millones.

Esa ausencia de lecciones es liberadora y quizás por eso los siete tomos invitan –y resisten– lecturas repetidas. No importa saber qué guarda el profesor Quirrell bajo el turbante, a qué le teme Remus Lupin, qué hay en el baúl de Alastor Moody o hasta dónde puede llegar el sadismo de Bellatrix Lestrange; los relectores de Harry encuentran irresistible rehacer el viaje, explorar el mecanismo, reencontrarse con la pregunta incómoda para la que, con el tiempo, tal vez encuentren una respuesta diferente. En una era de distracciones y de concentración a corto plazo, ser absorbido por un libro de casi 4.000 páginas –y capaz de releerlo– no es un triunfo menor.

La imaginación de Rowling, por lo demás, es extraordinaria (las películas, aunque lo intentan, no le hacen justicia), igual que su talento para entretejer tramas y elegancia para plantar pistas. Detalles sin importancia dejados como por azar en La Piedra Filosofal hace 25 años cobran un sentido ominoso varios volúmenes más adelante, cuando Harry ya no es un nene extasiado por la magia, sino un hombre joven con las horas contadas. J.K. conoce profundamente a sus personajes –en especial sus debilidades– y los arroja a un mundo cada vez más peligroso, porque no hay otro mundo posible.

Los nuevos lectores de Harry, a quien se le vaticinó una vida tan corta, lo leerán, también, en un mundo más peligroso, recogiendo los sentidos que reclame su era. Y, como el clásico que ya es, seguirá invocando generaciones para las que un universo sin Harry Potter llegará a ser un universo inimaginable.

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