Laura Oliva debuta como dramaturga con la obra El recurso de Amparo, que se presenta en el espacio cultural, Santos 4040, dirigida por Javier Daulte, y en la que también actúa interpretando a Ofelia, un personaje que imagina un juicio contra su madre, Amparo, a quien acusa de haber causado la muerte temprana de Elizabeth, su otra hija.
Basada en hechos de su propia vida –Amparo era el nombre real de su madre- la obra ya se presentó durante dos temporadas en el Centro Cultural 25 de mayo, donde el papel de Ofelia lo hacía Gloria Carrá, y antes fue publicada en formato libro, el primero de estas características que firma la actriz, quien antes escribió Oliva Extra Virgen(Sudamericana, 2004) catalogado como Autoayuda.
La edición del libro fue un regalo de su marido para el cumpleaños número 50 de la actriz. “Un regalo precioso, un objeto que es una hermosura”, dice. El prólogo estuvo a cargo de Daulte, con quien ella realizó el taller de dramaturgia en el que lo escribió. “Hay que permitir que esa verdad asome y prospere, aún cuando no sea del todo de nuestro agrado. Y, sobre todo, debemos dejarnos interpelar por esa verdad devenida del propio trabajo”, dice entre otras cosas el director teatral, de quien Oliva destaca una enseñanza en especial, que también escuchó decir a otros maestros: “La obra no está terminada hasta que no sube al escenario”.
“Yo comparo la escritura con tocar un instrumento”, dice. “Son tareas muy puertas adentro, todo lo contrario de lo que yo hago. En ese sentido escribir me dio un equilibrio que agradezco en el alma. Me gusta esto de no depender tanto del afuera, como pasa con el trabajo del actor. No solamente en cuanto al público sino ya desde el momento en el que llega una propuesta, en los ensayos, en el trato con los productores. Depende del elenco y del director, es una actividad imposible de hacer en soledad. Aunque se trate de un unipersonal, siempre hay otro que lo produce. La escritura, más allá de lo que después se decida hacer con el material, tiene esa instancia maravillosa del autoabastecimiento”.
Oliva escribió la obra durante 2019, mientras cursaba el taller de dramaturgia y la Licenciatura en Artes de la Escritura de la UNA. Aunque no se lo propuso, porque nadie podía imaginar lo que vendría, la escritura le resultó una gran opción ante el cierre de teatros durante la cuarentena: “Más allá de que todo lo de la pandemia fue un horror, que nadie se salva solo y que todo el mundo la pasó horrible y que obviamente fue un problema espantoso y lo sigue siendo, a mí me agarró con un gran plan B. Me la pasé haciendo lo que no hubiese podido hacer si hubiera estado con trabajo como actriz”.
Le tocó experimentar en algún momento de la pandemia pequeñas aperturas permitidas para la actividad con el musical Te quiero, sos perfecto, cambiá en el teatro Astral, pero en cuanto se podía actuar tenían que volver a cerrar a los pocos días porque se había producido algún contagio de Covid en el elenco. La escritura, dice, la salvó. “Me agarró súper bien parada, me cambió la vida y dije ‘quiero seguir teniendo tiempo para desarrollar esa parte’”.
“Yo no digo ‘que suerte que se murió mi hermana, así ya sé lo que es tener en el cuerpo esa pérdida’”
-¿Y qué te pasó después de haber escrito y ahora también actuado una obra que trata temas tan personales de tu vida?
-Yo siempre fui muy impune con respecto a mis vivencias en el sentido de utilizarlas, no tenerles un respeto solemne, no pensar que porque yo diga que no quiero a mi mamá un rayo me va a partir. Nada me va a castigar. Creo que mi ateísmo en ese sentido ayuda mucho. En las clases de teatro siempre usaba este material, sentía que tenía que usarlo cuando servía para algo, para algún hecho artístico o acercarme a determinado personaje, si había algo ahí que lo justificara. No es que me sanara, todo lo que tiene que ver con el trabajo de sanación y evolución lo viví en terapia, no confundo la terapia con la actuación ni con la escritura.
-¿Y cómo lo usabas?
-Cuando tenía que encarar algún ejercicio de teatro o un papel específico para una obra encontraba cosas de mi vida que me acercaban a ese personaje, me hacían lograr el objetivo que quería y lo sentía como un acto de reivindicación. Por supuesto, nadie se alegra de que le pasen cosas malas, yo no digo ‘que suerte que se murió mi hermana, así ya sé lo que es tener en el cuerpo esa pérdida’. Mi hermana ya se murió, cuando pasó tenía un nene de un año y medio. Entonces, si yo puedo usar eso para acercarme a un personaje lo voy a hacer. Todo lo que se cuenta en Recurso de Amparo es ficción porque es mi mirada, como quien ve un accidente de tránsito: cada uno lo va a ver distinto. También porque cuando un hecho se transforma a lenguaje es ficción. Ahora, si yo utilizo disparadores personales para acercarme a esa ficción, y eso se convierte en un hecho artístico valedero, siento como que en algún lugar hay algo de reivindicación de esto que ya sucedió y que termina teniendo un fin que nunca me hubiera imaginado. Me alegra, y de alguna manera me transforma.
La autoficción
Oliva se refiere a cierta “saturación de la autoficción” que cree percibir, “como si la ficción en sí misma no valiera”, o como si llamarla de esa forma otorgase una garantía de realidad. “Esa conversación que yo tuve con mi mamá y menciono en la obra existió, pero de ahí a lo que hay en el papel hay un mundo”, dice. “El 99 por ciento de lo que se cuenta en Amparo está basado en hechos reales, pero yo lo veía de afuera y era ficción. Por lo que escribí y lo que los actores hicieron con eso”, considera.
Hay una escena crucial en la obra que está basada en un suceso real que la marcó, vinculado a la celebración de su cumpleaños poco después de la separación de sus padres.
“El 99 por ciento de lo que se cuenta en Amparo está basado en hechos reales”
Cuenta en el libro: “Amparo no nos festejaba los cumpleaños. Me refiero al festejo típico de un cumpleaños infantil. Nuestros cumpleaños eran ella, por supuesto, mi papá, mi hermana, mi abuela, mi tío, mi padrino con su esposa y el cura; o por lo menos yo recuerdo muy bien ése, el cumpleaños al que vino el padre Candido. Era la época en que Amparo era catequista. Si hubiese sido la que era evangelista hubiese venido el pastor, pero ese año era el año de la iglesia católica y de su vocación de catequista, así que vino el cura”. Luego narra que aquellas celebraciones no eran especialmente divertidas aunque ella y su hermana no lo percibieron hasta que empezaron el colegio y les tocó entender “que no en todas las casas las madres estaban tristes o enojadas tres meses y tres meses y que no en todas las casas se festejaban los cumpleaños solo con adultos”.
Cuando cumplió diez años, cuenta también en el texto, su padre le ofreció celebrar un cumpleaños “de verdad”: “con chicos, con globos, con gorritos, con chizitos”. El episodio del festejo efectivamente sucedió, confirma Oliva durante la entrevista. Y agrega: “Pero la imagen de Amparo como un monstruo gigante y Ofelia chiquita mirando es mía. Lo que este episodio hizo de mi vida es monstruoso. Fueron años de terapia hablando de ese momento. Si mi mamá viviera y alguien le preguntara sobre eso seguro que diría que para ella no fue tan así. Eso es lo que este tema hizo con mi cabeza, con mi psiquis. Siempre quise entender qué fue lo que se rompió a partir de esa situación, qué generó en mi confianza en ese ser que siendo yo niña tenía que protegerme”.
El principal desafío
La actriz y ahora también autora dice que el gran riesgo de interpretar un papel tan cercano, que en este caso para ella es del de Ofelia, es que cuando una imagen lleva a un determinado acontecimiento de la vida después hay que regresar a la obra sin que eso se note en el escenario. Y brinda un ejemplo de lo que le sucedió en Amparo, cuando interpretó por primera vez ese personaje: “El texto dice ‘yo entré al departamento, que estaba todo decorado con globos, con guirnaldas y había una mesa con todas las cosas’. Cuando en plena función dije ‘con globos, con guirnaldas’ recordé que en ese momento de mi vida personal había un cartel que decía ‘Laura’, por supuesto, porque ese hecho sucedió y era mi cumpleaños, pero yo en la obra me llamo Ofelia. Entonces dije ‘entré al departamento, estaba todo decorado y había un gran cartel que decía Laura’. Me quedé en blanco, pensé ‘Y ahora cómo vuelvo’. Como era el día del estreno justo habían ido muchos amigos, que se rieron y pude seguir de largo. Pero a partir de ahí dije ‘Nunca más permito que mi propia memoria, que mis propios recuerdos interfieran’. Porque cuando le agregué una imagen, me fui”.
Esa situación, agrega Oliva, fue la que la llevó a descubrir cuál era el principal desafío de actuar en una obra basada en hechos de su vida que ella misma escribió: “Sostener un rigor absoluto al decir la letra y mantenerme en las imágenes que yo elegí para hacer el personaje. Y que no interfiera nada más”.
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