A principios de la década de 1920, el compositor español Manuel de Falla y el poeta de ese mismo país Federico García Lorca unieron sus voces en una empresa cultural que representó un hito en la vida intelectual española de la época con la convocatoria en junio de 1922 de un certamen al que denominaron I Concurso de Cante Jondo.
Inicialmente contaron con la ayuda del Centro Artístico y Literario de Granada, y gracias al gran empeño que pusieron lograron el apoyo final de destacados intelectuales y artistas de la época. De este modo, un acto relativamente pequeño en su origen tuvo finalmente una gran repercusión, especialmente significativa para la consideración posterior del flamenco como estética de indudable trascendencia cultural.
En la convocatoria del concurso ambos artistas alertaban del supuesto peligro que corría la tradición de lo que denominaban Canto Primitivo Andaluz y que llevó a Lorca a exclamar: “¡Señores, el alma musical del pueblo está en gravísimo peligro!”. Falla consideraba que “este tesoro de belleza no sólo amenaza ruinas, sino que está a punto de desaparecer para siempre”.
Encuentro en Granada
Granada, un ícono de la españolidad a nivel internacional desde el siglo XIX, era un polo cultural importante. Manuel de Falla se había instalado en la ciudad andaluza en 1920. “Cada día estoy más contento de haberme ido a vivir a Granada. Esto, sobre lo mucho que me gusta, es muy sano y alegre”, escribía en una carta al director de orquesta suizo Ernst Ansermet.
El compositor era ya un artista maduro, consagrado a nivel internacional, así que su encuentro con el joven Lorca, de apenas 22 años, tuvo un marcado carácter intergeneracional. El poeta, con gran afición a la música, sentía un interés especial por el folklore: de ello dejó constancia años más tarde, por ejemplo, con sus famosas grabaciones acompañando al piano a la bailaora hispanoargentina La Argentinita en las canciones populares por él recopiladas.
Ambos artistas sintonizaron muy bien y pronto se unieron para impulsar este concurso desde una ciudad convertida en espacio mítico, una Granada evocada y soñada por los más destacados pintores y músicos, aunque muchos, como Debussy, no la conocieran más que por referencias.
El concurso reflejó el interés tanto de Falla como de Lorca por el flamenco, que se ve en diferentes creaciones de ambos artistas: basta recordar El amor brujo, de De Falla, o el Poema del cante jondo, de Lorca.
El ideario de la convocatoria consideraba que la profesionalización del flamenco, en el fondo origen del reconocimiento del género como tal, era sin embargo un factor negativo a la hora de preservar su pureza. Por eso el certamen no se abrió a la participación de profesionales, sino que se quiso premiar a los que destacaran como transmisores de un tesoro popular ancestral no contaminado por el flamenquismo de los escenarios, que en cierta forma estaba acabando con su prístina belleza.
En cierta forma, el concurso planteaba la búsqueda de la pureza en la tradición como base ideal para el lenguaje de la vanguardia, un espíritu claramente reflejado en el famoso cartel anunciador del evento, firmado por el pintor Manuel Ángeles Ortiz. Se trataba de un debate muy presente en la creación contemporánea del primer tercio del siglo XX.
Punto de encuentro
La convocatoria contó con el apoyo entusiasta de amigos como Miguel Cerón o Fernando de los Ríos, político que representaba una clara sinergia con el pensamiento regeneracionista en el que en buena medida se circunscribía la idea.
El certamen había levantado cierta controversia y algunas críticas en la prensa tras su anuncio, acusado de buscar la fácil españolada. Sin embargo, pronto reconocidos artistas e intelectuales del momento ofrecieron su apoyo.
Hubo actuaciones de Antonia Mercé, la Argentina, seis conciertos de la Orquesta Sinfónica de Madrid bajo la dirección de Fernández Arbós y dos recitales de Andrés Segovia. En uno de ellos, el guitarrista interpretó el Homenaje a Debussy, obra recientemente compuesta por Manuel de Falla, que según la prensa “gustó tanto que Segovia la volvió a tocar al final del programa”.
Grandes del flamenco
El concurso se celebró las noches del 13 y 14 de junio. Se contó para la ocasión con la asistencia de las más importantes figuras del flamenco, en una época especialmente brillante de su historia: estaban la Niña de los Peines, Ramón Montoya, Juana la Macarrona, Manolo de Huelva, Manuel Torre y, como presidente del jurado, don Antonio Chacón, figura excepcional de la historia del cante.
Por esa especial filosofía invocada por los organizadores, y quizás por exceso de purismo en magnificar las raíces populares como principio salvador del cante, el jurado declaró desierto el premio especial. Entre los galardonados figuró un jovencísimo Manolo Caracol, que con trece años empezaba así su extensa carrera.
El cineasta y escritor Edgar Neville se despedía en la prensa de aquellos intensos días diciendo: “Hemos visto con admiración cómo el cartel anunciador del Concurso de Cante Jondo, con su viñeta ultramoderna, campeaba en todas las esquinas, y era contemplada con el mismo respeto y admiración por el público como si se tratase de algún dibujo de sabor clásico”. Años más tarde, Neville realizaría Duende y misterio del flamenco, gran clásico del cine español e innovador largometraje documental sobre el género.
Tras el concurso, Manuel de Falla inició un nuevo camino estético y se olvidó del flamenco como elemento inspirador en su obra. Pero esa conexión que la convocatoria señaló entre tradición y modernidad fue fundamental para muchas de las iniciativas que en años posteriores protagonizaron la vida cultural española y sirvió además para focalizar el interés del mundo intelectual por la riqueza y vitalidad creativa del flamenco.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
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