Como cada semana, hay espacio para la recomendación “De boca en boca” de Infobae Leamos. En este envío, Denise León, la poeta argentina que había sido destacada por la autora mexicana Myriam Moscona, invita a seguir la cadena de lecturas a través de la obra de Elena Anníbali, también argentina. Se trata de una especie de “posta” literaria que semana a semana crece, se estira, invita al lector a que conozca un sabor nuevo.
La recomendación de Denise León:
Elena Anníbali es una poeta que raja la tierra. Anoto esto en un papelito y recuerdo que, hace pocas semanas en un congreso, tres escritores varones objetaron los verbos que había elegido para hablar de poesía escrita por mujeres en América Latina. Yo había dicho “robar”, parafraseando a Roland Barthes: robar un lenguaje como alguna vez se robó un pan. Y ahora quiero decir “rajar” para hablar del modo en que la poesía se estira y busca la piel de sus lectores.
Cuando escribo que la poesía de Elena Anníbali raja la tierra no sólo estoy afirmando que su poesía es impactante y atrevida, lo que quiero indicar es que, cuando leemos Tabaco mariposa o La casa de la niebla, sentimos que los versos son objetos cortantes. Objetos cortantes que abren precipitadamente la superficie de las cosas, la piel de lo real, pero también los sentidos de los lectores.
Y nos quedamos ahí, en la inmediatez de la página, respirando acezantes. Como si soltar el aire de a poco permitiera recuperarse de la confirmación inmediata de esa herida súbita: “Señor,/ vos le diste a mi hermano un ford falcon rojo/ para llegar a la casa de la niebla/ y después qué/¿le dijiste?/¿le explicaste que el camino estaba cortado?/¿que el motor estaba roto?/¿que todo estaba roto?/¿que no había vuelta?”.
Sabemos que la piel es una frontera que nos separa del mundo y al mismo tiempo nos conecta con él. Es el envoltorio que protege nuestros huesos, el recorrido de la sangre, nuestras entrañas frágiles. Y entonces, leemos los poemas de Anníbali y son como un tajo: “o era verano, quizá, por entonces/ y le diste el agua peligrosa de tu cielo”. La herida también puede ser una forma íntima de tocar, de intercambiar fluidos, de explorar el cuerpo ajeno.
Los poemas son zonas de pasaje y de pronto ingresamos a un territorio donde las fuerzas de la naturaleza están desencadenadas y hay una voz que, si algo hace, es conversar con Dios. Conversar con Dios, o increparlo, de un modo en que sólo la tradición mística escrita por mujeres puede hacerlo: “Señor, no me des la esperanza, la fe./Señor, no permitas que me queme en la luz aparente/ de los faroles a gas. He aprendido a caminar en la sombra,/a encontrar mi ropa, allí, el vaso de agua. He aprendido/a no tropezar con los muebles./ No me hagas pensar ahora, Señor, en el fuego.”
La poesía le ofrece a Elena herramientas para hacer un corte vertical a través del mundo aparentemente inmutable de la tradición, para cavar pasajes y deshacer –sin reemplazar– eso que ha deshecho con productos del pensamiento. Cavar es un gesto fantasmal que las palabras dibujan en la página del aire. Y ese gesto funciona en el lenguaje como los fósiles en la historia de la tierra: son ámbitos de reminiscencia y también un reclamo de justicia por los cuerpos.
Las palabras atraviesan la página como el gesto de cavar. Un movimiento que es funerario –se cavan fosas para enterrar a los muertos– pero también liberador: se cava en el lenguaje para encontrar una salida, para dar un salto mortal, para desdoblar la materia viva del poema, para que Dios, finalmente, escuche.
“Tabaco mariposa”, de Elena Anníbali:
aprendí a fumar con rubén
enrrollando tabaco mariposa en papel
de seda
lo hacíamos de noche
sentados en un escalón de la casilla
mientras a nuestros pies
sus lánguidos perros soñaban
con la sangre dulce de las liebres
en el monte cercano
a veces todo era oscuridad, salvo
su cara
iluminada brevemente por el fuego
como un animal
por los relámpagos
el día que se fue del pueblo
me dejó su radio
y los jabones partidos
que yo usaba pasándomelos
despacio
por el cuerpo
con la última espuma disuelta en el agua
se fue, también, la memoria
y el deseo de él
una cosa fragante
y sutil
como los eucaliptos
cuando los moja la niebla
Quién es Elena Anníbali
♦ Nació en Córdoba, Argentina, en 1978.
♦ Estudió Licenciatura en Letras Modernas en la Universidad Nacional de Córdoba.
♦ Es escritora, docente y tallerista.
♦ Tiene publicados los libros de poesía Las madres remotas, Curva de remanso y Tabaco mariposa, entre otros.
La semana que viene “De boca en boca”, la cadena de recomendaciones de Infobae Leamos.
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