“Cuando yo convertí a Borges en personaje, créanme que no hice nada original”, nos dice Aníbal Jarwkowski, quien acaba de publicar Si, su cuarta novela, en la editorial Bajo la luna. Y detalla: “el primero que convirtió a Borges en personaje fue Borges en Hombre de la esquina rosada, en “El aleph”, en “El indigno”, en “Tlön…”; él sabe que puede ser un personaje posible para una ficción”.
Dice la contratapa de Sí: “La historia real es conocida. Borges se enamoró de Estela Canto, una mujer joven, independiente, culta y fuerte en sus convicciones políticas. “Ese es el punto de partida de esta ficción biográfica borgeana. Porque Jarkowski interviene en los datos reales de la biografía de Jorge Luis Borges de una manera tan quirúrgica, leve e inquietante que va alterando su vida hasta ponerla en cuestión de una manera imaginaria pero posible: es junio de 1946, año de ascenso del peronismo, año clave en la vida y en la producción de quien va a ser el escritor universal de la Argentina del siglo XX.
Continúa Jarkowski “No fue tan raro que se volviera personaje, fue la decantación de un proceso que ya tenía años y años y hasta hoy continúa porque tengo una relación tan intensa con él como escritor y con lo que hizo con la escritura: me parece que la idea de convertirlo en personaje se fue volviendo natural dentro de mí y entonces eso me llevó a imaginar cosas y me llevó a pensar en la situación de él, en los lugares donde él estuvo y que yo conozco también: fue algo más natural que calculado”.
Sí comienza con Borges empleado desde 1938 de la biblioteca municipal Miguel Cané ubicada en el barrio de Boedo. Es 27 de junio y se debe presentar en la Intendencia de la ciudad de Buenos Aires para recibir un apercibimiento por haber firmado una solicitada contra el gobierno que lleva a Juan Domingo Perón a la presidencia y a recibir como castigo el traslado de su puesto de bibliotecario al excéntrico cargo que él luego no aceptará, el de “Inspector de aves“.
Pero la novela es mucho más que eso. Dividida en tres partes, las primeras dos siguen al futuro célebre escritor en sus dudas sobre la relación amorosa con Estela Canto. Ella es su opuesto en lo ideológico y en sus costumbres: es comunista, liberal en sus relaciones sociales, emotivas y sexuales. A pesar de ello Borges se muestra perdidamente enamorado de esta joven, casi veinte años menor que él, con quien recorre la ciudad a pie durante horas como dos tortolitos tomados de la mano. Incluso cuando Estela le explicita que sus sentimientos no son recíprocos, él va a insistir y ella va aceptar con ciertas condiciones, como bien aparece en la novela. “No dudó un instante y le dijo que estaba dispuesta a hacer por él cualquier cosa que lo hiciera feliz.”
En esas caminatas dan vueltas por el Parque Lezama, la rambla sur de la Costanera – la tapa del libro cita una famosa foto de los dos sentados allí-, la zona de Constitución y el Bajo, una guía urbana de los lugares que el escritor recorrió en esos años donde la ciudad de Buenos Aires comenzaba a dejar de ser, de la mano del peronismo, una ciudad solo de antiguos compadritos y porteños.
Para el novelista “ese momento tan importante en la vida de Borges-su renuncia al nuevo trabajo, sus primeras conferencias de las que viviría gran parte de su vida- coincide con este vínculo tan extraño con Estela Canto. Pero yo creo que lo que más me interesaba de ese vínculo era la zona de perversión que tenía: el tipo de mujer, la diferencia de edad, de ideología, la belleza de ella, la pasión con la que ella se movía. Me parecía que ahí había algo para desarrollar que a mí me interesa y que en mis novelas siempre aparece; trabajar la dimensión del erotismo”.
Efectivamente, forma parte del estilo de Jarkowski el tratamiento del deseo y de los cuerpos sexualizados como mediadores de las desigualdades sociales, del goce, las frustraciones y, en clave fetichista, como mercancía necesaria para la supervivencia en una metrópoli como Buenos Aires. Esta modalidad, parte de sus preocupaciones estéticas e ideológicas, había sido planteada con magistral crudeza en su novela anterior, El trabajo (Tusquets, 2007), obra atravesada por la brutal crisis política y económica del 2001, aunque en su variante de explotación laboral de las mujeres. Aquí, en cambio, el sexo parece fruto más de la subjetividad de cada personaje enmarcado por el género; poco sensual del lado masculino, “torpe” según Canto, mientras que del lado femenino se presenta como una demostración de potencia y libertad sin prejuicios, un motivo de intensa emoción, vitalidad y alegría.
Borges, a su vez, está en un momento clave de su actividad literaria, en plena elaboración de lo que va ser su obra narrativa más significativa. Acaba de publicar Ficciones (1944) y está comenzando los relatos que formarán parte de El Aleph (1949) cuyo cuento homónimo dedicará justamente a Estela Canto. Quizás por ello esta zona del relato se sumerge en los pensamientos del cuentista, mientras le roba tiempo a su trabajo en la biblioteca y se retira a la terraza y el sótano del edificio de Carlos Calvo al 4300, para dedicarse a escribir con su cursiva minúscula en sus famosos cuadernos escolares cuadriculados. De este modo, “El muerto”, “El sur”, “El Aleph” se vuelven parte de la vida cotidiana del protagonista y al mismo tiempo nos permiten acceder de forma natural a las dudas y elucubraciones diarias del Borges escritor.
Finalmente, la tercera parte está narrada por su protagonista femenina. El relato aquí toma de forma exclusiva la voz de la amada, quizás la versión final de los sucesos para la novela amorosa de otro Borges posible. Encerrada aparentemente en una institución de salud psiquiátrica, Canto es visitada por Borges y va recordando de a retazos momentos de su vida. Funciona, entonces, como una especie de memoria íntima, evocaciones donde Jarkowski, desde una escritura bien templada y sin estridencias, interactúa sin ceñirse a la letra con fuentes bibliográficas como el lúcido libro Borges a contraluz de Canto, la Autobiografía del propio Borges o el monumental Borges de Bioy Casares. Aparecen aquí entonces otros personajes del entorno del escritor como el excéntrico psiquiatra Cohen–Miller, su sofocante madre Leonor Acevedo, las escritoras Silvina y Victoria Ocampo y por supuesto su amigo Adolfo Bioy Casares.
Esta decisión, la de cederle a Estela Canto la primera persona, posibilita dos aspectos que funcionan como una conclusión de la novela no solo narrativa e ideológica sino también de apreciación crítica sobre la figura del escritor. Así, por un lado, se propone un erotismo más activo y luminoso en la narradora, durante su estadía veraniega en Uruguay, que contrasta con el que tiene con Borges. Son los momentos más desopilantes del relato, en particular cuando convive con sus amigos y con su hermano Patricio dentro de una colonia nudista, quizás un lúdico adelanto de lo que una década después serán los años ´60 en su aspecto de liberación sexual. Por otro lado, su voz permite emitir dentro de la ficción juicios de valor hacia Borges cercanos a los debates que luego se sucedieron dentro del mundo literario en los años posteriores a su consagración: “El que quiera escribir como él no será nadie, pero el que no se esfuerce por escribir tan bien como él tampoco será nadie. Para los que se dan cuenta de eso debe ser desesperante.”
Del mismo modo que William Faulkner se pregunta en el epígrafe de la novela si “existe un podría haber sido que es más cierto que la verdad”, Aníbal Jarkowski amplía, en su incisivo conocimiento de la vida y la obra de Jorge Luis Borges, una zona fértil para contarnos con libertad, imaginación y sutileza qué hace que un hombre haya llegado a ser lo que fue o qué hubiera pasado si no hubiera sido así.
Ese es el mundo y los senderos atractivos que propone este relato tanto para lectoras y lectores que conozcan a nuestro gran escritor como a los que no. Sí es, entonces, una novela en busca de un amor posible, una biografía apócrifa afín a la escritura borgeana; un mundo paralelo donde Jorge Luis Borges puede elegir, en unos días de junio de 1946, otra vida.
Si (Fragmento)
Monólogo de Estela Canto
Borges vino a verme.
Me trajo este cuaderno. Es increíble, pero no se me había ocurrido que podía escribir estando acá. Como si hubiera pensado que recién volvería a escribir cuando salga.
Contra lo que piensan los demás, que lo creen frío, cerebral, casi inhumano, es muy sensible y eso lo hace y lo hará sufrir.
Nadie parece darse cuenta de que es desdichado. En el fondo piensan que es un monstruo, aunque lo que él escribe nos expresa a todos mejor que nadie; sólo que no nos damos cuenta de las cosas hasta que las vemos escritas por él.
Los demás deben preguntarse cómo es posible que sepa cómo somos todos.
Sería más sencillo si en lugar de envidiarlo lo admiraran, como hago yo. Admiro su inteligencia. Que no sea nacionalista, liberal, católico ni estúpido. O frívolo, como soy yo.
Va a ser siempre pobre porque cree que es mejor que ser rico.
Eso también fastidia a los que lo rodean sin conocerlo. Con excepción de Silvina y Adolfito, que no lo admiran pero lo aprecian sin prejuicios porque no tuvieron que hacer nada para vivir sin trabajar.
Si nadie lo ignora, como harían con cualquier otro, es porque nadie sabe qué ocurrirá con él, hasta dónde será capaz de llegar.
Deben creer que no puede esperarse nada importante de alguien que vive una vida como la suya; sin embargo, basta con leer una sola página escrita por él, una cualquiera, para que sea evidente que es el mejor de todos. Pero no se dan cuenta porque no piensan, porque no quieren pensar.
El que quiera escribir como él no será nadie, pero el que no se esfuerce por escribir tan bien como él tampoco será nadie. Para los que se dan cuenta de eso debe ser desesperante.
Cualquiera que gana un premio sabe que no lo merece porque sus libros son mejores.
Los que esperan que me case con él deben pensar que soy un premio literario. No me conocen. Patricio es el único que me entiende cuando le digo que no estoy enamorada de Borges.
Yo lo admiro y él está enamorado de mí. No puedo culparme porque no lo hago por maldad.
A todo el mundo le pasa o le pasó algo así alguna vez, porque lo natural entre dos personas es el desencuentro. Sé de lo que estoy escribiendo. Amé a otros hombres para dejarlos o para que me dejaran, pero mientras estaba enamorada de ellos no me daba cuenta.
Es increíble que haya podido escribir tanto. Cuando abrí el cuaderno pensé que ni siquiera iba a poder sostener el lápiz que me prestaron, pero recién ahora empiezo a sentir que vuelven los temblores.
*
Es horrible no recordar nada de lo que hice hace apenas unos días, unas horas, y al revés, acordarme de cosas que pasaron hace meses, aunque me dicen que es lo normal.
Me doy cuenta de que estoy escribiendo por el miedo enorme que tengo de terminar olvidándome de toda mi vida.
Recuerdo que ayer Borges vino a verme, pero no recuerdo nada de lo que hablamos. Ni siquiera me acordaba de lo que escribí ayer hasta que recién lo leí.
Tal vez me preguntó por qué tengo enyesado el brazo o un tajo en la cabeza, aunque no creo. Seguro que lo pensó pero no creo que me preguntara esas cosas. O hablamos de que a él se le había ocurrido traerme un cuaderno y a mí todos estos días no se me había ocurrido que podía escribir.
Tal vez hablamos de cuando me fui a Uruguay a escribir la novela, pero la verdad es que no sé.
Sé que aquella vez hice bien en no avisarle que me iba. Estaba un poco harta de él y no se lo hubiera podido decir, como tampoco hubiera podido mentirle.
Supongo que se habrá imaginado que algo pasaba.
Apenas se enteró por mamá de dónde estaba le pidió la dirección y en vez de venir a buscarme empezó a escribirme postales. Como si se creyera que nunca más iba a volver y terminaría olvidándome del lugar donde vivo.
No leí más de dos o tres, hasta que me hartaron y empecé a guardarlas sin leerlas o las usaba como señaladores en los libros que estaba leyendo.
*
Irme a Uruguay fue la mejor decisión que se me pudo ocurrir. Durante esos tres meses fui tan feliz como cuando era chica y pasaba los veranos en la estancia.
Desde el primer día estuve desnuda y nada más me vestí las veces en que me tocó ir al pueblo para hacer las compras en el almacén.
Les debo esa felicidad a los primos y es una lástima que no haya podido escribir una novela mejor, porque se las hubiera dedicado. Si llego a corregirla y algún día se publica se las podría dedicar y sé que eso los pondría contentos, pero sería deshonesta. No les debo la novela sino haber sido tan feliz.
Apenas vacié la valija en mi cuarto, las primas me dijeron que se habían vestido para ir a buscarme a la estación porque en la casa todos estaban desnudos, aunque si me incomodaba podían ponerse algo encima cuando yo estuviera. Les dije que ni se les ocurriera hacer algo así y ahí mismo todas nos desnudamos y fuimos a la pileta, donde los demás estaban esperando para saber si tendrían que ir a vestirse.
Cuando me vieron todos me aplaudieron.
Si todo ese tiempo nos llevamos tan bien debió ser porque casi todos nos conocemos desde chicos y nos reencontrábamos después de años. Con las primas había estado desnuda muchísimas veces porque en ese entonces compartíamos los cuartos y nos bañábamos juntas, pero con los varones nunca ni con sus esposas, y aun así no hubo ningún problema.
No tuvieron necesidad de explicarme nada. Cuando a alguno de los primos se le ponía dura la verga hacíamos como si nada, y lo mismo ellos si a alguna de nosotras se nos daba por tocarnos.
De todos modos, y aunque muchísimas veces tuve ganas, no me acuerdo de haberme tocado en esos tres meses, ni siquiera estando sola en mi cuarto.
Quién es Aníbal Jarkowski
♦ Nació en 1960 en Lanús, Provincia de Buenos Aires.
♦ Es Licenciado en Letras de la Universidad de Buenos Aires. Docente en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, la carrera de Escritura Creativa de la UNTREF y el Colegio Paideia de Villa Crespo.
♦ Escribió las novelas Tres (1998), Rojo amor (2015) y El trabajo (2007)
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