Todo lo que piensa una escritora mientras da de mamar

La israelí Tehila Hakimi vivirá cinco semanas en Buenos Aires participando de la Residencia de Escritores de Malba. En ese contexto leyó este texto que habla de qué nos hace la lectura pero también de todo lo que nos cambia la llegada de un bebé.

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Tehila Hakimi leyendo en Buenos
Tehila Hakimi leyendo en Buenos Aires, en la Biblioteca de Ediciones Ampersand. (Foto Fundacion Malba)

Cuando me pidieron que preparara una breve exposición sobre la historia secreta de mi biblioteca, pensé primero en contar dónde había empezado la lectura para mí, que no es el mismo lugar donde comenzó la escritura para mí, por supuesto.

Mucho antes de escribir ya estaba leyendo; leer es una etapa continua: puedo decir que casi siempre estoy leyendo, pero no siempre escribiendo, eso es seguro. En mi caso y –creo– en el de muchas escritoras y escritores, es difícil separar la lectura de la escritura, porque esta está muy estrechamente ligada a la lectura y no puede existir sin ella. Entonces, pensé en hablar acerca de dónde habían comenzado mis lecturas, dónde habían empezado realmente las lecturas atentas, el volver una y otra vez a un libro.

Pensé en hablar sobre el libro por el que tengo el nombre que tengo, o más precisamente, sobre el personaje por el que me pusieron mi nombre. Y sé que no a muchas personas les ponen el nombre de un personaje literario; quizá sí el de un familiar, o el de algún amigo querido que ya no está, pero no el nombre de un personaje de un libro. Y por Dios, qué personaje. Si tengo tiempo, quizá pueda contarles ambas historias, la de mi biblioteca y la de ella, Tehila (de S.Y Agnon), porque es una historia magnífica, y también es una historia sobre la escritura, sobre la lectura, sobre el hecho de que tenemos que ir a un lugar una y otra vez para encontrar lo que estamos buscando.

Sesde que nació mi hijo, de repente hay un bebé en cada cuento, poema o libro que escribo.

Tal vez de eso se trate mi charla hoy: del hecho de leer y, mientras leemos, encontrar algo que no sabíamos que estábamos buscando. Pero la mente se me va constantemente; sí, quiero contarles sobre mi biblioteca, y los secretos que guarda, pero hay un gatito que entra en mi conciencia, un gato chiquito y luego uno grande. Gato chico, gato grande, gato valiente, gato cobarde… mi bebé se ríe. Le encanta ese libro de Ami Rubinger: tiene apenas un año, pero ya da vuelta las páginas del libro; con sus dedos pequeñitos, tiernos, llega a la página que más le gusta y se ríe; a veces aplaude.

Ok, esperen, ya vuelvo a hacer foco: hace unos días, después de llegar a Buenos Aires, estaba charlando con mi amiga Yamila Begné, que es una escritora argentina extraordinaria, sobre escribir después de haber parido. Yamila tiene un bebé recién nacido, es una dulzura. Le contaba que desde que nació mi hijo, de repente hay un bebé en cada cuento, poema o libro que escribo, y que antes de que él naciera casi nunca había bebés en mis textos. Ahora, váyanse gato pequeño, gato grande, ¡todos los gatos! (gato alto, gato bajo, gato negro, gato blanco…).

Pienso en un texto breve y hermoso de Mary Ruefle, de su libro The Most Of It [La mayor parte]. Allí dice algo fantástico acerca de cuándo es el momento perfecto para leer, y sobre la lectura atenta y el no perderse partes del texto: “Estaba leyendo en la cama a la mañana, es algo que me gusta hacer, algo que trato de hacer cada treinta días, dos o tres horas, por lo general un domingo. Leer en la cama a la mañana no es lo mismo que leer en cualquier otro momento: ¡lo primero para hacer! La mente está despejada y consciente y atenta; a veces leemos algo que nos perderíamos en cualquier otro momento, en especial tarde, a la medianoche; ese es otro momento para leer y hay cosas que no nos perdemos a la medianoche, pero no son las cosas que no nos perdemos a la mañana. Entonces fue cuando la vi. Una mujer pasó con un pañuelo amarillo en la cabeza. Hace eso en un cuento de Albert Camus”.

El mejor momento para mí para leer es mientras amamanto, o mientras me saco leche, o ambos.

Ahora que vuelvo a ese breve fragmento de Mary Ruefle, quizá por décima vez, me sigue encantando, pero también me hace sentir frustración, envidia y –¿saben qué?– me molesta un poco. Primero, ¿dónde cuernos está el bebé en esa escena? ¡¿Tres horas en la cama, a la mañana?! Me río fuerte: no solo se necesita un cuarto propio para escribir, ¡ahora se necesitan tres horas tranquila y sola para leer! ¡En la cama! ¡A la mañana!

Te digo algo, querida Mary: yo tengo un cuarto propio, pero todo este último año, el mejor momento para mí para leer es mientras amamanto, o mientras me saco leche, o ambos.

Ahora un perro cruza mi conciencia. ¡Oh! ¡Es Pluto! El perro del kibutz Meggido; mi hijo Nuri lo ama, y es de una de mis poetas en lengua hebrea preferidas, Lea Goldberg, poeta brillante y también autora de literatura infantil. De los libros favoritos de mi hijo, es el primero que logro aprender de memoria y sin siquiera hacer ningún esfuerzo. A veces, cuando me despierto entre la medianoche y las primeras luces de la mañana para amamantar a mi hijo, Pluto pasa de repente por mi conciencia. Y hubo un período de unas semanas en que cuando llegábamos a una parte en especial, mi hijo se ponía muy triste, casi empezaba a llorar, ¡con lágrimas!

Es la parte de la historia cuando Pluto salta al agua, creyendo que allí hay un perro (él ve su propio reflejo), y en el agua se encuentra con un pez y el pez le dice: “¿Un perro en el agua? ¡No! ¡Esto no es bueno! Fuera del agua y a la orilla, mi amigo”.

Para mí también es importante escribir no solo sobre los libros que amo, sino también sobre la maternidad

En estas pocas líneas, mi hijo de algún modo sintió la melancolía de la voz excepcional de Goldberg, y acá es donde Goldberg y Ruefle de pronto se encuentran en la mente brillante de mi hijo, que escucha la literatura; escuchó tan atentamente que pudo ver a “la mujer con el pañuelo amarillo”, pero no la de la historia de Camus, sino la que yo me perdí justo acá, en la historia de Pluto de Goldberg. Pero por supuesto yo ya lo sabía: es el tema de la soledad, presente en la obra de Goldberg, la poeta que escribió algunos de los versos más maravillosos en hebreo:

Compartimos nuestro amor por muchas cosas

mientras mi soledad tocaba tu soledad.

Tel Aviv. La ciudad natal
Tel Aviv. La ciudad natal de Tehila Hakimi. (Foto REUTERS/Ilan Rosenberg)

Pluto se fue a dormir, mi hijo Nuri, también, y ahora tengo tiempo de volver a otra escritora que admiro, y no es ningún secreto: mi biblioteca tiene muchos libros pero pocos secretos, porque está bien organizada y enseguida se ve quiénes son mis escritores y escritoras preferidas, y una de ellas es Natalia Ginzburg.

Creo que tengo todos los libros de ella que fueron traducidos al hebreo; leo todas sus novelas y nouvelles, y la que más me conmovió es Y eso fue lo que pasó. Es brillante no solo porque el arma aparece en la primera escena –el personaje incluso dispara y mata–, sino porque hacernos saber el final no anula la emoción y la ansiedad de leer hasta la última palabra… una obra maestra. Es una novela corta sobre un mal matrimonio, un matrimonio dispar en el que todo salió mal, pero no solo eso: es sobre la posibilidad de elegir y también creo que es sobre la cuestión de qué es más brutal, seguir casada con alguien cuando sabés que no lo amás o amar y seguir casada con alguien cuando sabés que nunca te va a amar.

En los últimos años, los ensayos y la dramaturgia de Natalia Ginzburg llegaron al público en hebreo y así fue como leí Las pequeñas virtudes. Ahí me encontré con una Natalia Ginzburg diferente, la ensayista, y me di cuenta de que ella no solo tenía que tener un cuarto propio, sino que dejaba a sus hijos en el pueblo y se iba sola a la ciudad para escribir.

Por eso, para mí también es importante escribir no solo sobre los libros que amo, sino también sobre la maternidad, y estoy escribiéndolo acá, en la Residencia de Escritores Malba, en un departamento que me dieron en Palermo, en Buenos Aires. Soy escritora y madre y gracias al MALBA puedo hablar aquí sobre mi pasión por la lectura, mientras mi compañero y mi bebé están bien, acá conmigo, no como Natalia Ginzburg, que tuvo que elegir.

Pero pienso que la lectura no termina ahí. Como escritora, poeta y autora de crítica literaria para diferentes diarios, para mí la lectura siempre tuvo que ver con el diálogo que genera, la posibilidad de una conversación, una conversación que es constante. Una buena lectura invita a un diálogo, con otros lectores, con amigos; es algo que acerca a las personas, las hace incluso enamorarse; crea una intimidad diferente, un vínculo secreto. Ahí es donde mi biblioteca tiene secretos, supongo, ahí donde un libro que amo de repente crea un vínculo con una persona que amo o que pronto amaré.

Uno de esos vínculos tiene que ver con mi amor por la obra de Natalia Ginzburg, porque ya hacía tiempo que la había leído, pero fue recién después de que conociera a Naama Tsal, editora de mi último libro (Company), cuando leí a Natalia Ginzburg bien. Naama me habló con tanta pasión del trabajo de la autora, compartiendo lo que pensaba conmigo, que después, leerla fue diferente; de algún modo y en un sentido más amplio fue diferente por la perspectiva que me había dado Naama. Naama fue una editora y escritora increíble, que falleció muy joven hace dos años; su último ensayo, The language who fell [La lengua que cayó], habla sobre lo que la escritura era para ella, y es tan diferente de lo que pensaba Mary Ruefle, pero aun así hay una conexión, porque entre las ideas de las dos, justo allí, puede empezar un diálogo:

“Creo que la literatura burguesa no existe, porque no existe ningún tipo de literatura que sea adecuada para acurrucarse y leer en el sofá. En el sofá nos apoltronamos con una historia, no con literatura. Porque la literatura no existe para contarnos historias: la literatura busca hacernos pensar sobre el modo en que nos contamos las historias. Y si el libro que tenemos entre las manos mientras nos acurrucamos en el sofá llega a ser literatura, entonces, el sofá ya no es un sofá. Detrás, debajo de donde estamos sentados, en la parte más cómoda y apoltronada, ahí de repente hay un agujero, un pozo profundo, y nos caemos.”

¡Ahora veo al grúfalo! ¿El grúfalo? ¿Quién no conoce el grúfalo?

Cuando mi hijo agarra ese libro, enseguida va a la página donde la mentira resulta ser la verdad. El pequeño ratón contó la historia de un monstruo imaginario para que no se lo comieran, ¡pero luego encuentra ese mismo monstruo en el bosque!

Mi hijo se ríe, ¡está tan feliz! Ese es un momento maravilloso del conocidísimo libro infantil de Julia Donaldson, porque es la historia sobre cómo una historia se vuelve realidad, y cómo una historia puede salvarnos la vida, bueno, la vida del ratón. Pero quiero usar el tiempo que tengo mientras mi bebé todavía duerme, el grúfalo se escapó ahora al bosque, y yo puedo volver al principio, adonde comencé.

La historia sobre Tehila de S.Y. Agnon.

Empieza así:

Había una anciana que vivía en Jerusalén y era la más hermosa que se hubiera visto. Era tan buena y sabia y afable y encantadora. La luz de sus ojos mostraba tolerancia y compasión, y las arrugas de sus mejillas, paz y bendiciones”.

Mis padres me pusieron Tehila por la Tehila de Agnon, y creo que esperaban que yo fuera tan sabia, buena y afable como ella, pero esto es solo la punta de la historia. Al crecer con este nombre, el personaje me siguió, flotaba siempre sobre mi cabeza como una nube, a veces oscura, y al principio, cuando leo la historia, me recuerdo pensando cómo es que pudieron ponerme el nombre de una anciana, y a veces pensaba que yo había nacido con ciento cuatro años, como ella, que había nacido vieja, sola.

Al principio cuando leía, no entendía la historia para nada: empezaba a leerla y paraba, una y otra vez. Me resistía a saber de ella, de mí, siendo tan chica, o quizás era este personaje Tehila, que me pedía que la soltara, que la dejara en paz, que me dejara en paz. Y después de un rato, me invitaba a volver y leerla de un lado a otro, como el movimiento de un péndulo. Entonces, después de leer y releer la historia una y otra vez, empecé a acercarme. Ahora sé que nunca la entendí profundamente hasta que la dejé por completo y luego volví; cada vez que la dejaba, que la soltaba, me ayudaba a retomar mi camino hacia la escritura. Cada vez que volvía, trataba de aprender, así como Tehila trataba de mostrarle al escritor la historia. Aprendí sobre la amabilidad y que la compasión nunca escatima en bendiciones. Y que entonces a veces debemos irnos y, al volver, podremos ver qué nos perdimos.

Y finalmente, la historia de Tehila nos dice algo clave sobre la lectura, como Mary Ruefle y Naama Tsal y mi dulce niño, y es que cuando terminamos de leer buena literatura, la historia no termina ahí: la lectura no termina cuando cerramos el libro. Porque debemos saber que siempre podemos volver a él, y cuando lo releemos, podemos encontrar eso que no habíamos visto antes, ese perro en el agua que busca a otro perro, que encuentra un pez, y que cada vez es un pez diferente; a veces nos hace reír, a veces nos hace llorar. Ese es el secreto.

Traducción: Alejandra Rogante

* Este texto fue leído en la actividad “Historia secreta de mi biblioteca” organizada por la editorial Ampersand en el marco de la Residencia de Escritores de Malba.

Quién es Tehila Hakimi

♦ Nació en Tel Aviv en 1973.

♦ Publicó los libros We’ll Work Tomorrow (colección de poemas, 2014), In the Water (novela gráfica con ilustraciones de Liron Cohen, 2016) y Company (nouvelle, 2018), así como numerosos cuentos y poemas en medios y revistas de todo el mundo.

♦ Es la séptima autora que participa de la Residencia de Escritores Malba (REM). Fue seleccionada a través de un comité honorario integrado por John M. Coetzee (escritor, Premio Nobel de Literatura, Sudáfrica); M. Soledad Costantini (directora, Malba Literatura); Gustavo Guerrero (editor, Gallimard, Francia); Christian Lund (director, Louisiana Literature Festival, Dinamarca) y Valerie Miles (editora, Granta en español, EEUU).

♦ Su cuento Infancia de naranjas, fue traducido al español por Valentina Sutovsky y publicado en la revista Granta en Español en marzo de 2019.

♦ Sus poemas y cuentos han sido traducidos al alemán, inglés, español, croata, rumano, chino, italiano y macedonio. Fue participante de la Beca del Programa Internacional de Escritura Fulbright 2018 en la Universidad de Iowa.

♦ Su primera colección de poesía (Trabajaremos mañana, 2014) recibió el Premio para poetas emergentes del Ministerio de Cultura de Israel 2014 y el Premio Bernstein de Literatura 2015.

♦ Recibió el Premio de Literatura de la Fundación Yehoshua Rabinowitz y el Premio Levi Eshkol 2018 para escritores hebreos.

Company fue su primera publicación en prosa. Su título en hebreo (Hevra) significa compañía –con su doble acepción (comercial y vincular). El libro trata del mundo del trabajo en el siglo XXI desde la perspectiva de una mujer.

Tehila Hakimi en Buenos Aires

Presentación y entrevista

El miércoles 22 de junio a las 19:00 la periodista Silvina Friera entrevistará a Tehila Hakimi sobre sus libros, los proyectos de escritura que va a desarrollar en la ciudad y sus intereses.

Entrada libre y gratuita hasta agotar la capacidad de la sala.

Biblioteca Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415.

Sobre la residencia de escritores de Malba

♦ Arrancó en 2018 y se interrumpió por la pandemia.

♦ Está dirigida a autores extranjeros.

♦ Busca favorecer el desarrollo artístico y profesional de los autores y promover el intercambio entre los invitados y los escritores y especialistas que residen en el país.

♦ Ofrece pasajes para el autor seleccionado, entre su ciudad de origen y Buenos Aires. También un departamento para su alojamiento y el desarollo de sus actividades durante la estadía y un estipendio para gastos diversos durante la duración del programa (5 semanas).

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