“El amor es presentado como el opio de las mujeres”, dice la autora de “Carne”, una novela que cuestiona los mandatos de género

En su último libro, la argentina Tamara Rutinelli cuestiona la idea de que los cuerpos sean bienes de consumo y también la felicidad que prometen los discursos tradicionales sobre el amor.

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Con ritmo frenético, la escritora argentina Tamara Rutinelli aborda en su novela Carne, la historia de una joven que a partir de la narrativa impuesta por el patriarcado a través de generaciones, llega a autopercibirse como un bien de consumo, en una sociedad donde los mandatos construyen una violencia simbólica de la que las mujeres pocas veces pueden despegarse.

En esta obra, la protagonista, Clara, crece junto a su madre y su abuela, quienes la enfrentan a los mandatos sociales acerca de lo que las mujeres deben hacer en una sociedad que imprime en sus cuerpos el destino de ser madres y llegar vírgenes al matrimonio, borrando el deseo.

“El problema no son nunca los cuerpos, sino lo que se imprime sobre esos cuerpos, eso con lo que debemos lidiar para ser consideradas. En este contexto, reapropiarnos de nuestros cuerpos, renombrarnos, es vital”, sostiene Rutinelli. “Quería desplegar una memoria colectiva femenina. Trabajar con eso implica hacerse cargo de algo soterrado, amordazado, no tanto por tratarse de un secreto, sino por una naturalización que atenta contra la posibilidad de nombrar”, señala la autora de esta novela editada por Paradiso.

- “Carne” es una novela con un ritmo frenético, que refuerza la idea de violencia que se cuenta en la historia. ¿Cómo fue construir ese ritmo?

- El ritmo tiene que ver con el montaje, y ese montaje narrativo propone una escalada y una acumulación del sentido que actúa como apertura, el discurso como un mapa en el que podemos leer una lógica, una red en la que se inscribe la identidad. Quería desplegar una memoria colectiva femenina. Trabajar con eso implica hacerse cargo de algo soterrado, amordazado, no tanto por tratarse de un secreto, sino por una naturalización que atenta contra la posibilidad de nombrar. La respuesta a “¿qué es una mujer?” está minada. Una vez que ese mecanismo se destraba, lo que sale es un torrente. Cuando di con la forma, la escritura se materializó como urgencia.

- Lo corporal constituido desde la carne juega una centralidad simbólica en esta historia. ¿De qué situación o idea partió esta novela donde la violencia juega un rol central?

- Me interesaba la idea de devoración, que remite al consumo, tema central en una cultura patriarcal y capitalista. En última instancia, lo que se consumen son los cuerpos. Tiene que ver con la distribución de poder, y con el lugar de los cuerpos feminizados. Por otra parte, quería desacralizar, desespiritualizar conceptos como “amor”. En el libro se habla de canibalismo. Lo que sufre es la carne. Eso ya está en el cristianismo, en la Pasión de Cristo, en la iconografía religiosa, en el “come de mi carne, bebe de mi sangre” como metáfora del encuentro con lo divino. Existe una idea de que la unión con el otro se alcanza mediante su incorporación. De ahí la frase de San Juan de la Cruz: “Amada en el amado transformada”. Todo esto, que existe metaforizado en el discurso, se replica en nuestro modo de vincularnos con el mundo, y en particular, en nuestra idea del amor.

Rutinelli cuestiona estereotipos y mandatos.
Rutinelli cuestiona estereotipos y mandatos.

- A lo largo de la novela aparece una incomodidad de la protagonista con su cuerpo. ¿Por qué crees que en algunas mujeres se juega ese rechazo a lo biológico que nos constituye?

- Hay una reducción de lo biológico operado por la cultura. La “mujer” no es un hecho biológico sino cultural. Más allá de la idea de género, (Judith) Butler habla de asignación biopolítica. Por otra parte, las situaciones biológicas pueden ser variadas, según diversos factores. La violencia viene de la cultura, de la reducción a la idea de una corporalidad y una biología estándar, y por encima de eso, a una educación que hace que quienes partimos del rótulo “mujer”, experimentemos nuestras corporalidades con incomodidad. En esta incomodidad, no sólo existe un mandato ligado a la mirada masculina, a la valoración social asociada al deseo masculino, sino una forma de resistencia. La incomodidad es una tensión. El problema no son nunca los cuerpos, sino lo que se imprime sobre esos cuerpos, eso con lo que debemos lidiar para ser consideradas. En este contexto, reapropiarnos de nuestros cuerpos, renombrarnos, es vital.

- Clara está atrapada por un discurso teñido de lo patriarcal. ¿Hasta dónde se puede ir en contra de esos discursos que se escuchan desde la infancia?

- Los discursos también pueden devorarnos. Cómo salir de esa boca es una pregunta que me hago. Hay que reflexionar sobre el deseo. La distinción entre lo genuino y lo impuesto me parece vaga, por no decir errónea. Pero hay un límite, y tiene que ver con la carne, con el sufrimiento. Soy optimista, pero los cambios profundos llevan generaciones. Clara es devorada por ese discurso de lo que es o debe ser una mujer, y no sale de ahí. Incluso cuando cree dar con una solución, no se libera, sobrevive. No me interesaba crear una utopía, ni una novela ejemplar, sino narrar un conflicto.

- El placer y el disfrute en general y el placer sexual en particular aparecen como vedados a la protagonista, aunque ella por momentos hace intentos por encontrarlo. ¿Buscaste trabajar con las contradicciones o con el mandato del cual Clara no puede escapar?

- Los mandatos construyen identidad, pero hay resistencia, por eso las identidades son inestables. Para Clara, el deseo de ser amada implica una tensión irresoluble. Su problema es que la felicidad que le prometen los discursos del amor no se verifica, no perdura, o si lo hace es entrelazada a distintas formas de violencia que, a diferencia de la madre, no soporta. Esas violencias forman parte de nuestra memoria colectiva. Clara pretende una paridad que no existe y que ella misma no puede sostener desde el lugar en el que se ubica, o del cual no sabe cómo correrse. La maternidad aparece como otro de los nudos por los que discurre esa memoria. Las contradicciones mueven la historia. Contradicciones y mandatos van de la mano.

- La soledad es un tema muy presente en la obra, tanto desde una madre que le dice que la soledad no es buena para una mujer, como por la soledad en la que está la protagonista. ¿Cómo se entronca esa cuestión en el ser mujer?

- El de la soledad es un tema fundamental. En la novela aparece demonizado, porque la idea del ser mujer pasa por el poder amar y ser amada por un hombre. Eso constituye valor. Al respecto, pienso que todavía nos queda muchísimo por recorrer. Amar es una experiencia sobrevaluada que esconde una enorme cantidad de sufrimiento y de mandatos sociales. Hay todo un discurso abstracto y espiritual que oculta o naturaliza relaciones de poder, cuerpos excluidos, la historia social y cultural de la pareja.

Por otro lado, subestima afectaciones que implican redes de socialización y contención más amplias y potenciadoras. ¿Qué diferencia hay entre frases como “el verdadero amor es...” y “el verdadero Dios es...”? Por no hablar de la infinidad de canciones, telenovelas, biografías de mujeres donde el amor aparece como eje del relato. Es una droga fuerte, algo constitutivo a nuestra identidad en una cultura patriarcal y heteronormativa, el opio de las mujeres. Y si tocamos el tema, se arma un revuelo. ¿Cuánta energía ponemos en nuestras parejas, en buscarlas, en pensarlas, en hablarlas? Quizás ya no consideremos que tenemos que casarnos, ni creamos en la media naranja, pero si miramos bien, enamorarnos y estar en pareja sigue siendo una experiencia central. Esto tiene que ver con la importancia política del vínculo entre amor y mujer. Nos cuesta pensarnos fuera de eso, porque el modelo alternativo que se propone es el del utilitarismo de los cuerpos, el de la explotación afectiva. Creo que hacernos una pregunta tan simple como “¿por qué nos emparejamos?” puede ser revelador.

- Hay un in crescendo en la historia relacionado con el desprecio de la protagonista hacia sí misma y también el desprecio o desvalorización del hombre. En ese cuestionamiento de los vínculos de pareja llega a pensar que el vínculo amoroso es imposible.

- En el discurso ideal que consume al personaje, el amor es una encerrona, una imposibilidad. En ese contexto, no se salva nadie. Hablar de hombre y mujeres es una generalización que sirve para determinar lugares de poder, porque la desigualdad de género es un hecho cultural e históricamente consumado. Creo que el vínculo amoroso es imposible como algo prístino, que el amor está empapado de poder y de todas las contradicciones de la cultura. El amor es el cariño, el cuidado del otro, el placer, pero también el horror y la violencia; depende de la educación sentimental que recibimos. Es lo que siente Clara por sus parejas, lo que sienten por ella, pero también es lo que nutre el vínculo entre madre e hija, entre amigas, con su abuela.

Quién es Tamara Rutinelli

♦ Nació en Argentina y es escritora.

♦ Asegura que su obra se compone de una memoria colectiva más que de una experiencia autobiográfica.

♦ Participó de grupos de estudio y de militancia feminista.

Fuente: Télam S.E.

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