Cómo leer “Los pasos perdidos”, una puerta de entrada magistral a los relatos breves

El escritor belga Étienne Verhasselt ofrece textos cortos con lo absurdo, la vida cotidiana y lo poético como temas. El autor recibió numerosos reconocimientos. Es la primera traducción al español.

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"Los pasos perdidos", de Étienne
"Los pasos perdidos", de Étienne Verhasselt, publicado por Añosluz editora

Con un estilo que funde el de Julio Cortázar, César Aira y Mario Levrero, el sello Añosluz editora acaba de traducir por primera vez al español Los pasos perdidos, obra del escritor belga Étienne Verhasselt. Este libro, el primero del autor, se inscribe dentro del género breve por tratarse de 41 relatos cortos -a veces muy cortos- en los que se entrecruzan lo fantástico, lo maravilloso, lo absurdo y lo poético.

A lo largo de sus 204 páginas, el libro invita a descubrir un nuevo autor, no tan difundido en América pero no por eso menos valioso. Con traducción de Ariel Dilon —que también tradujo al español a Mark Twain, Patricia Highsmith, Pierre Bourdieu, Michel Foucault y Alexandre Dumas, entre otros— Los pasos perdidos ofrece una literatura negra, ácida y especial a lo largo de sus microrrelatos.

Verhasselt maneja de un modo particular los tiempos y los espacios y lleva al lector a un punto para luego desubicar y dar golpes inesperados en la trama y en la velocidad de los relatos, cambiando la perspectiva y obligando a revisar todo lo leído. Con Los pasos perdidos, el escritor belga llega a la escena literaria hispanoparlante tras obtener varios galardones por esta obra, como el Premio Cornélus, de la Academia Real de Bélgica, y el Premio Magie de Littérature, del Festival Internacional del Libro en Transilvania, además de ser finalista del prestigioso premio Rossel.

"Los pasos perdidos", Étienne Verhasselt
"Los pasos perdidos", Étienne Verhasselt entrecruza lo fantástico, lo maravilloso, lo absurdo y lo poético.

Étienne Verhasselt nació en Bruselas en 1966. Tras estudiar diseño en la escuela superior de artes (ESA Saint-Luc) de su ciudad, realizó un máster en psicología clínica en la Universidad Libre de Bruselas. Actualmente trabaja en una comunidad terapéutica. Verhasselt siguió en el campo literario y en 2019 publicó su segunda colección de cuentos, L’Éternité, brève (algo así como La eternidad breve). El tercer volumen, Après l’Éternité (Después de la eternidad), se encuentra en preparación.

“Esta colección de cuentos nació de un deseo travieso y tenaz de contar historias extravagantes, de devolver a lo imaginario sus credenciales de nobleza: deleitarme en desmantelar lo real, en vapulearlo, en hacerlo objeto de burla, en triturarlo hasta dejarlo con las tripas al aire. En una palabra, las ganas, no de hacer que lo real exhalara su último aliento, sino de expurgarlo, en la medida de lo posible, de sí mismo, para sacar a la luz el oro que, sin saberlo, lleva oculto”, supo decir el escritor belga sobre su primer libro. Y abre la puerta a una literatura desconocida.

“Los pasos perdidos” (Fragmento)

El surco

Hasta donde alcanza la vista, un pedregal desierto. Bajo un sol de plomo, un hombre se arrastra en cuatro patas, sediento, abrasado, extenuado. Tres días ya que sigue el misterioso surco, sin beber nada, sin nada de comer. «¡Sigue la huella!», le ordenaron, antes de marcharse en su 4x4. ¿Quiénes son? ¿Por qué se lo llevaron y luego lo abandonaron en el medio de ninguna parte? Y esa huella, ¿adónde conduce? Todo esto no tiene ningún sentido, pero el surco es su única esperanza de no morir aquí.

Por tercera vez, la noche helada sucederá muy pronto al infierno del día y una vez más tiritará hasta la mañana siguiente. Imposible descansar o dormir: hace demasiado calor o demasiado frío. Siente que llega al final de sus fuerzas y su lengua está hinchada, le zumban los oídos. Conoce los síntomas, en pocas horas morirá de sed. Apenas si está consciente, prosigue como un autómata. Muy pronto el brasero del sol caerá del otro lado del horizonte y ya la luna viene a remplazarlo. Como ayer y anteayer, le parece que ha venido para que él no se aparte de su surco.

De repente, y por primera vez, la huella desvía su rumbo. El corazón del hombre bate frenéticamente, recupera el ánimo. Se detiene en seco, levanta la cabeza. ¿Llegará al final? Tiene tanta sed, está tan dolorido, ya no puede más, pero la esperanza renace en él, le vuelven las fuerzas. Vuelve a ponerse en marcha, más rápido, incluso si sus manos y sus rodillas, desolladas, le duelen insoportablemente. ¡Qué importa, con tal de que esto termine! Avanza febrilmente, escrutando la noche ante sí. Sus ojos registran desesperadamente la extensión lunar, y se diría que sonríe: sin duda una casa surgirá de la nada, hay árboles por allá, tal vez un oasis, ¿o acaso son más bien hombres? ¡Tiene que haber algo, cualquier cosa!

La caída es vertiginosa y se estrella al pie de la inmensa pared de roca con el estruendo sordo de sus huesos. Dentro de pocas horas, el sol despertará a la flor que dormía a unos pasos de sus pobres restos ensangrentados y de los de tantas otras víctimas. Graciosamente, desplegará uno tras otro cada uno de sus pétalos coloridos, mientras que sus raíces abrevarán en la sangre que él ha venido a ofrecerle y que comienza a bañarla. Al final del surco, una espléndida amapola de un rojo intenso.

Despedido

«¡Está despedido! ¡No lo quiero ver más, tome este cheque y desaparezca!» El jefe de estación se había mostrado firme. La compañía tenía la reputación de no tratar bien a sus empleados, pero había límites, en todo caso. ¿Por qué una partida en el acto, no podía aquello esperar al final de la misión? Es verdad que el contrato se terminaba dentro de ocho meses, pero siempre era posible un arreglo, un acuerdo que le hubiese evitado esta situación delicada. Lo había consultado con sus colegas: su caso era excepcional, jamás se había exigido la partida de nadie a esa altura de la misión. Era criminal. Se habría ahorrado de buena gana este lío: cómo anunciárselo a su mujer, estaban el alquiler, los niños, las deudas, ¿cómo hacer, sin esta paga providencial? Otra vez los esperaban meses, incluso años de vacas flacas. De vuelta iría a engrosar las filas del cuarenta por ciento de desempleados. Con semejante demanda de empleo, los raros contratos se hacían por un día y los empleadores echaban a su personal con el menor pretexto: el derecho laboral ya no era más que un recuerdo que los hacía sonreír sin ninguna vergüenza. Y él, que se había sacado la grande, que había logrado firmar por dos años en la compañía, ¡resulta que lo acababa de perder todo por un altercado con el capataz! Se mordía las manos, incluso si todo el mundo estaba de acuerdo en eso, el capataz era una basura que abusaba de su poder con tanta mayor facilidad puesto que tenía carta blanca para controlar a los hombres: trescientos muchachos lejos de sus hogares durante veinticuatro meses. ¡Y no tenía ningún empacho, nada de eso! Las vejaciones y humillaciones se multiplicaban sin parar. Pero en fin, aquello ya era cosa pasada, la cuestión ahora era pensar cómo salir adelante, e incluso si podría salir adelante.

Mientras se alejaba del dormitorio con sus magros efectos y se iba acercando a la salida, se devanaba los sesos. Por mucho que le diera vueltas a las cosas en todos los sentidos, llegaba siempre a la misma conclusión: la situación era catastrófica y no podía hacer nada. Además, para partir, debería servirse de materiales de la compañía, a los que no tenía derecho, sin lo cual estaba condenado, no iría a ninguna parte. Lo tenía anonadado que se lo conminara a largarse sin darle los medios para partir. La vida de un trabajador decididamente no valía nada, la compañía se podía permitir cualquier cosa. Entró en el vestuario y encontró el equipo que le era indispensable. Si todo salía bien, se lo devolvería a aquellos cerdos. Tal vez para la compañía eso no fuera nada, pero él sería honesto, tenía su dignidad. Una vez equipado, se presentó ante la puerta de acceso y, armado de todo su coraje, accionó el comando: la puerta se abrió instantáneamente y la cámara de despresurización lo expulsó a la noche intersideral.

Quién es Étienne Verhasselt

♦ Nació en Bruselas en 1966.

♦ Tras estudiar diseño en la escuela superior de artes (ESA Saint-Luc) de su ciudad, realizó un máster en psicología clínica.

♦ En 2018 fue finalista del prestigioso premio Rossel por Les Pas Perdus (Los pasos perdidos), su primer libro de cuentos. Por este libro también recibió el premio Cornélus de la Academia Real de Bélgica y el premio Magie de Littérature del Festival Internacional del Libro de Transilvania (Cluj, Rumania).

♦ En 2019 publicó su segunda colección de cuentos, L’Éternité, brève. Un tercer volumen, Après l’Éternité, se encuentra en preparación.

♦ Actualmente trabaja en una comunidad terapéutica.

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