ADVERTENCIA AL LECTOR. No, no se asusten: esta advertencia no implica que el lector vaya a ser atosigado con spoilers ni será esta una reseña que lo haga desistir de aventurarse en la lectura de Documento 1, la novela de François Blais (publicada originalmente en Quebec, Canada, en 2013 y que por primera vez tiene impresión en la Argentina a través de la editorial española Barret), sino que se le señalará las influencias que lo acompañarán durante la lectura de este texto.
No es elegante comenzar una reseña enumerando influencias de un libro, sin embargo, en esta oportunidad se trata de un deber moral que será cumplido. Dos vertientes reconocibles de la novela son la genial serie de los años noventa del siglo pasado llamada Seinfield y el cuento Bartleby, el escribiente, escrito a mediados del siglo XIX por el gran autor estadounidense Herman Melville. Aclaradas estas cuestiones (que serán desarrolladas), como el Dante, sólo queda recomendar al lector: “Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate” (algo así como ”Abandonen toda esperanza ustedes que entran”).
Los personajes centrales de la novela son Tess, sobre todo, y luego Jude, que conforman una lánguida pareja de treintañeros que vive en una localidad de Quebec, aquella zona francoparlante de Canadá. ¿A qué se dedican? Bueno, no es seguro que se podría llamar “ocupación”, pero Tess tiene un empleo en un local de la cadena de comida rápida Subway en el que debe tener listos los ingredientes de los sandwiches para cuando los pida la clientela. Tess, cuya voz es la narradora de gran parte de Documento 1, no es una apasionada de su trabajo, lo cual no impide que cumpla sus tareas con un salario mínimo. Jude, en cambio, de modo más honesto recibe mes a mes un cheque de la Seguridad Social por su condición de desempleado.
¿Son infelices? Pareciera ser que no: primero, porque se complementan grácilmente; luego, porque la pasan muy bien, a su modo. Los pasatiempos que desarrollan juntos se centran en viajes alrededor de las posibilidades que ofrece Google Maps y, mejor aún, Street View de Google. Estas herramientas permiten a los usuarios trasladarse a cualquier lugar del mundo tan sólo escribiendo el nombre en la barra del buscador y permiten transformar al mapa cibernético en un espacio de operaciones de incursión en sitios desconocidos. Otras herramientas como el sitio www.familywatchdog.us le brindan color a esos viajes sin moverse del escritorio: el sitio indica en el mapa de cada ciudad norteamericana el lugar donde viven personas con antecedentes de violencia sexual. La pareja hace inesperados descubrimientos con tal información. Tess y Jude prefieren realizar búsquedas temáticas. Por ejemplo: ciudades de nombres curiosos. Mientras van recorriendo las ciudades que se ajustan a su búsqueda, caen en Bird-in-Hand, en Pensilvania, Estados Unidos, y como quien no quiere la cosa, uno dice: “Deberíamos ir, de verdad”. Y la sugerencia se convierte en una misión.
Pero Tess y Jude no tienen auto, ni siquiera tienen los ahorros para darse una vacación de esa naturaleza y una escasa fuerza de voluntad (que reconocen). Sin embargo, un operario habitué de Subway que se enamora de Tess les brinda la idea de que podrían aplicar a un subsidio a la producción literaria y así viajar. ¿Qué podría salir mal? Bien, no adelantaremos nada ya que el texto que sería objeto del subsidio se convierte en una obsesión para Tess, en particular, y el lector se adentrará en la bitácora de lo que se convertirá, en definitiva, en un viaje literario.
La novela está atravesada por un humor oscuro y a la vez chispeante de punta a punta. Se manifiesta en la narración de los acontecimientos hechas por Tess pero aún más en lo que acontece alrededor de esos hechos, traducido en observaciones agudas sobre el mundo y sobre todo. Por ejemplo, se carga de un modo naif a una parte importante de los literatos de Quebec (una búsqueda en el amado Google de la pareja protagonista permite ver que los escritores que se mencionan existen o existieron); toma los consejos de un autor de libros con métodos para convertirse en escritor; da cuenta del recorrido del género de la literatura de viajes, y así. Pero sin perder de vista que este es un libro sobre nada.
Como la serie Seinfield, la premisa es que la narración no apunta a un principio, nudo y desenlace, sino que se va hilvanando al andar. ¡Y lo bien que le sale! Como se planteó, el argumento es mínimo, pero no se trata de una escritura minimalista (pasan cosas todo el tiempo, aunque quizás no sean hechos que obtengan el rango de la experiencia) dotada con un humor que (sépase desde ahora) puede hacer saltar la carcajada a un lector solitario en un bar. Probablemente, dados la “nada seinfeldiana” y el “preferiría no hacerlo bartlebyano”, no sea equivocado señalar que el motor de esta novela es la digresión, que siempre enriquece y, en este caso, abunda.
Los personajes centrales tienen ese aire a Bartleby, esa actitud de “preferiría no hacerlo” y, como en el cuento de Melville, las dos líneas finales de la novela plantean también el arribo a cierta dimensión dramática. El muy reciente suicidio de François Blais, autor del texto en cuestión, redimensiona -quizás- una obra. Antihéroe y enfant terrible de las letras quebecquenses él mismo, sus personajes perdidos en una sociedad capitalista que no brinda espacio para el solo hecho de vivir encuentran, como en este caso, los ardides necesarios para no desvanecerse en el día tras día de armar un sandwich en una casa de comidas rápidas, por ejemplo.
Documento 1 –que se llama así en honor al nombre que automáticamente pone el programa Word a un nuevo archivo– es una novela que resplandece en la sencillez que emana y que viste a cada personaje que, incluso aquel canino, se incorpora a los afectos literarios del lector. Si para las grandes mayorías la literatura de Quebec es una incógnita, esta novela funge de muy buena presentación, a lo que hay que sumarle una tapa ilustrada de manera luminosa y que da pistas sobre la pareja, nunca intensa, que protagoniza esta hermosa aventura escritural.
“Documento 1″ (fragmento)
No sé que piensas tú, pero yo creo que está feo lo de ir por ahí regalando tu propio libro. Roza casi la grosería. Si escribes canciones o pintas cuadros, siempre puedes decir: “Escucha, te voy a tocar una canción que he compuesto” o “Ven, que te voy a enseñar mi cuadro” y, aunque tu canción no valga un duro o tu cuadro haga daño a la vista, no pasa nada, sólo habrás hecho perder unos minutos a tu víctima. Pero leer un libro lleva tiempo, y yo creo que tienes que estar patológicamente enamorado de ti mismo para imponerle a alguien que consagre cuatro o cinco horas de su vida a tu pequeño universo interior. Al menos, los libros de Sébastien no tienen muchas páginas. Eso fue lo que me dije mientras le daba las gracias por su delicada atención. En sesenta minutos, cronómetro en mano, estaría en paz con la producción literaria de mi pretendiente. “No estás obligada a leerlos, tranqui…”, dejó caer con un tono falsamente despegado. Pero se notaba a todas luces que viviría en una expectativa insoportable mientras no lo tranquilizara a propósito de su genio.
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Después de hacer dinero en la ruleta y recogernos unos instantes ante la tumba del señor Bird (si está muerto), o sacarnos una foto con él (si está vivo), levar anclas y hacernos de un tirón los quinientos kilómetros que separan French Lick de Knob Lick, un pueblucho tan insignificante que no sólo lo ignora completamente Google Maps, sino que a nadie se le ha ocurrido todavía publicar un artículo al respecto en Wikipedia (donde, sin embargo, sí les ha parecido lícito incluir información sobre temas como «El problema de la sexualidad entre el hombre y las sirenas en la literatura», «La bencedrina en la cultura popular», «Personajes de ficción con nueve dedos», «Palabras inglesas con Q no seguidas de U», «Síndrome de Cotard» –que padecen aquellas personas que se imaginan que no existen–, «Nombres de compuestos químicos que contengan palabras raras» –como el ácide angélico y la cadaverina–, «Mucofagia» –o ingestión de mucosidad–, «Síndrome de Rapunzel» –que es el de la gente que se come el pelo–, «La historia de Mary Toft, la mujer que decía haber parido conejos», «Personajes históricos que usaban gorros puntiagudos», «Leyendas urbanas relacionada con la franquicia McDonald’s», «El vegetarianismo de Adol Hitler», «Sexadores de pollos» –la peña entrenada para reconocer el sexo de los pollos», «Nils Olav, el pingüino coronel-en-jefe de la guardia real noruega», «Cerdos famosos de la historia», «Axinomancia» –o cómo leer el futuro con un hacha–, «La religión en la Antártida», «Profecías religiosas que no se han realizado», «Camaleones ficticios», etcétera).
Quién es François Blais
♦ Nació en Quebec en 1973 y murió el 14 de mayo de este año.
♦ Fue escritor, premiado por su obra literaria para niños y para adultos.
♦ Complementó su trabajo como escritor con el de traductor y el de sereno nocturno de un shopping.