En los últimos años escuchamos diferentes calificaciones de nuestra sociedad. Se habla de “sociedad del espectáculo”, “sociedad del cansancio”, “sociedad del cuidado”, y así cada pocos meses surge una nueva denominación que demuestra que no sabemos muy bien en qué mundo vivimos.
Confieso que, por su reiterada variación, este tipo de caracterizaciones me resultan un poco aburridas, quizá porque van de la mano de una percepción algo nostálgica –el mundo ya no es como antes. Por momentos, incluso pienso que se trata más de plantear cómo ya no son las cosas. Sin embargo, también tengo que decir que sentí algo diferente cuando leí “sociedad de la seducción” en el último ensayo traducido y publicado del sociólogo francés Gilles Lipovetsky.
De Lipovetsky no hay mucho que decir, porque lo poco que puedo decir es bastante y se resume en afirmar que es uno de los intelectuales más importantes de este tiempo algo difuso y que implicó el pasaje de un siglo a otro. Es conocido por libros ya clásicos como El crepúsculo del deber o La felicidad paradójica y creo que su principal mérito, entre la veintena (o más) de sus ensayos, es haber anticipado en los ‘80 un mundo que hoy es realidad. En su momento quizá no fue tenido muy cuenta, lo mismo que otro gran teórico del presente como lo fue Jean Baudrillard. Si hoy tuviera que elegir a los mejores pensadores de esta época, ellos estarían en la lista.
Gustar y emocionar es el libro en que me voy a detener particularmente, pero antes diré que la seducción es un tópico que recorre muchísimos de los ensayos de Lipovetsky y encontramos una indicación precisa en La era del vacío (de 1983). Allí leemos:
“La vida de las sociedades contemporáneas está dirigida desde ahora por una nueva estrategia que desbanca la primacía de las relaciones de producción en beneficio de una apoteosis de las relaciones de seducción.”
Querido lector, ¿usted se da cuenta de que Lipovetsky dijo esto en un mundo en el que todavía no existía la Internet ni las redes sociales y ni siquiera soñábamos con la inteligencia del teléfono portátil –desde el que quizá lee esta nota– que nos permite estar en contacto permanentemente? Ya en ese entonces, Lipovetsky previó el advenimiento de una etapa histórica en que el individualismo iría ganando terreno, en culturas que ya no privilegiarían la prohibición o las leyes morales, sino el esteticismo, la proyección narcisista en los objetos de diseño y en la relación con los semejantes. Un ejemplo simple: en el mundo de nuestros abuelos, si alguien quería ir a comprar un destapador, iba a encontrar uno solo; hoy no hay útil que escape a la personalización. Este es el mundo de Narciso, en el que todo el entorno se puede “tunear” como si fuera un espejo en que nos reflejamos.
Ahora bien, antes de pasar al nuevo libro de Lipovetsky, ya que antes mencioné a Baudrillard, no puedo dejar de mencionar que en 1981 escribió un breve ensayo que se tituló De la seducción, en que la tensión entre producción y seducción es explícita y se lee una afirmación como la siguiente:
“Hoy no hay nada menos seguro que el sexo, tras la liberación de su discurso. Hoy no hay nada menos seguro que el deseo, tras la proliferación de sus figuras. […] La fase de la liberación sexual es también la de su indeterminación. Ya no hay carencia, ya no hay prohibición, ya no hay límite […]. El espectro del deseo obsesiona a la realidad difunta del sexo. El sexo está en todos lados, salvo en la sexualidad.”
El párrafo es un poco complejo, pero la idea es simple: en nuestras sociedades el sexo dejó de ser algo íntimo y eventualmente oculto; vemos sexo por todos lados y pareciera que vivimos hiperexcitados, pero estamos atravesando una crisis del erotismo. El costo de la revolución sexual de la década del ‘60 del siglo pasado fue una particular apatía que le quitó a la sexualidad su dinamismo y así es que proliferan los especialistas que nos dicen cómo estimular nuestras zonas erógenas –pareciera que nos volvimos en instrumentos de placer y la sexualidad se volvió una técnica. Hoy no hay más que entrar a YouTube y ver cómo puede estar disponible un video en que alguien nos enseñe cómo hay que masturbarse…
Una de mis canciones favoritas –Everybody Knows, de Leonard Cohen– lo dice claramente: “Todo el mundo sabe que un hombre y una mujer desnudos son un brillante artefacto del pasado”. En el siglo XIX murió Dios, según Nietzsche. En el siglo XX murió el sexo, según Baudrillard (“la realidad difunta del sexo” dice la cita que propuse más arriba).
Aquí alguien podría decir que murió el sexo heteronormado. Y es cierto, como lo es que la heteronorma –hoy tan criticada– fue la matriz en que se estableció un modo de entender la seducción que no se reduce a las relaciones heterosexuales. Por eso mejor es que comencemos a hablar de escena de seducción y no tanto de la condición (de género u orientación sexual) de los participantes. Además, es paradójico que Baudrillard diga que el sexo murió, en el mismo siglo en que se desarrolló el psicoanálisis. Sin embargo, este pensador es un buen lector de Freud y sabe que la acusación de pansexualismo (ver sexo en todos lados) no es lo propio del pensamiento freudiano. Freud quizás esté más cerca de Oscar Wilde cuando este dijera que “Todo tiene que ver con el sexo; menos el sexo, que tiene que ver con el poder”.
Este último punto nos lleva a una cuestión sumamente importante hoy, que es cómo muchas de las escenas habituales de seducción pasaron a interpretarse en términos de un poder ejercido. Sin duda nuestro código de seducción cambió y no es claro que nuestro erotismo se haya ampliado: las personas testimonian cada vez más de su dificultad para acercarse a los otros, del escarceo sin consecuencias, del deseo que apenas se muestra para confirmar a un deseante que, cuando obtiene su propósito (ya no la cama, sino que a veces alcanza con un like) huye y desaparece. Hoy tenemos un montón de términos en inglés (ghosting y compañía) como nuevo código amoroso. Hoy tenemos un código y todos somos un poco especialistas –psicólogos espontáneos, según los consejos que se dan y reciben en la virtualidad– en modalidades vinculares.
Para pensar este cambio de punto de vista en relación a la seducción, Lipovetsky dice lo siguiente:
“Tradicionalmente, la seducción se plantea como un instrumento destinado a hacer caer en la trampa al otro, un instrumento al servicio de un deseo malvado de poder y conquista. Seducir es engañar. Sin embargo, cómo ignorar el hecho de que antes de ser una estratagema, una técnica de engaño, la seducción es un estado emocional, una experiencia originaria y universal que se confunde con la sensación de atracción. […] La seducción es consustancial a lo vivo: antes de ser un artificio, un señuelo, una estrategia, es un dato inmediato de la experiencia sensitiva y afectiva.”
De este modo, la seducción perdió su condición de escena oculta y fue reemplazada por una codificación que permite interpretar los más diversos detalles. Ahora bien, ¿cuál es la erótica de la seducción? No necesariamente hay seducción cuando dos personas se ponen de acuerdo para mantener una relación sexual. La seducción, si es tal, está en otra parte –nunca es visible; o para recordar una frase de una conocida canción de Gustavo Cerati (que podría haber sido tomada del libro de Baudrillard): “Lo que seduce nunca suele estar donde se piensa”:
Esta idea es importante: la seducción se manifiesta en diversos actos cotidianos. Por ejemplo, se confirma en uno muy habitual: esperar. Por eso cuesta tanto. Los varones suelen ser especialmente ansiosos con la espera. Las mujeres, aunque quizá tampoco les guste, la llevan mejor. Me permito estas generalizaciones triviales, porque cuento con que nadie se ofenda y por su propia cuenta recuerde las excepciones. En todo caso, diría que a nadie le gusta esperar, porque a nadie le gusta la posición pasiva en la seducción. Por eso es posible hacerse esperar, llegar con demora, llegar cuando el otro ya está ahí.
A veces se dice que los varones esperan con mejor ánimo a una mujer, porque no los pasiviza, pero no soportan esperar un turno en un banco o en el dentista. También está la situación de aquellas mujeres que esperan, muchas veces, incluso activamente; logran algo que un varón jamás podría: hacer de la espera algo activo. De eso habla el refrán que dice: “El que se va sin que lo echen, vuelve sin que lo llamen”. No es que estas mujeres tengan más paciencia que los varones, sino que pueden vivir la espera de una forma más lúcida, salvo cuando sienten que se las hace esperar…
Esta breve disquisición sobre la espera muestra cómo la seducción implica roles en torno a la pasividad y la actividad antes que a la identidad y la orientación sexual. Que hablemos de varones y mujeres depende más de la forma histórica determinada, pero no es lo esencial.
De 1981 es otro antecedente del libro de Lipovetsky. Me refiero a Capitalismo de la seducción, de Michel Clouscard. En la sociedad capitalista contemporánea, el deseo hiperexcitado se muestra y se exhibe a expensas de los vínculos profundos. En la seducción el lazo con otro ya no está garantizado; sólo se trata de dos personas que quieren ser reconocidas como deseantes, en lugar de realizar un deseo. En efecto, hoy podríamos decir que todas las aplicaciones terminan siendo para citas, incluso en una red social ilusoriamente se nombra al otro en términos de amistad, cuando no se hace otra cosa que seducirse.
El capitalismo es la seducción generalizada y cada vez hay menos personas con quien hablar y compartir el peso de lo cotidiano. Hoy en día es más fácil tener sexo ocasional que pasar un buen rato en un café. Por eso Michel Foucault decía que lo que más incomoda a Occidente es la amistad, no el deseo. Y por cierto, ideas del estilo “recuperar la pasión” o “volver a encontrarse” en una pareja son propias de una sociedad que inventó el microondas. Cada sociedad ama según cómo elabora sus alimentos.
En otra época el pan se consumía fresco en el día, al día siguiente se lo hacía tostadas y luego budín de pan. El pan nunca se tiraba. Hoy en día se lo freeza y luego se lo recalienta en el microondas; así queda gomoso, y después se lo tira. Así son nuestros amores: recalentados y gomosos. Tal vez Netflix sea el microondas de las parejas del siglo XXI.
Ahora bien, llegados a este punto, cabe destacar que si la seducción no es vista solo como instancia de engaño es porque también colabora con la génesis de nuestros deseos, en este sentido, antes que una crítica de la sociedad de la seducción, la perspectiva sería más bien la de una reorientación. Lipovetsky lo dice de este modo:
“Concebir la seducción requiere pasar del punto de vista moral al punto de vista […] que utiliza Freud. […] Hay que repensar desde cero no solo las relaciones entre la seducción y el deseo, sino también la sociedad del gustar y emocionar. Esta, mal que le pese a sus detractores, no es el mal encarnado ni puede confundirse con una pura y simple empresa de manipulación de masas. [Es cierto que] la sociedad de la seducción, tal como funciona en la actualidad, no es un modelo sostenible ni un porvenir deseable. Son indispensables correcciones de mayor calado […] debe ser remediada, reorientada desarrollando contrapesos ambiciosos capaces de ofrecer seducciones más ricas que las que nos gobiernan en el día a día.”
De esta forma, se trataría de ir en contra de las seducciones anestésicas (de pantalla, consumistas, distractoras), pero no con el fin de criticar la seducción sino para recuperar su carácter constitutivo, ya que el arte de la atracción ocupa un lugar fundamental en los lazos sociales –profundamente en crisis en el mundo contemporáneo, como lo recuerda esa canción de Virus que decía: “Este mundo tan poco sensual que no pudo aliviarme”– y en los orígenes de la vida mental –por ejemplo, en las experiencias de cuidado del niño que pasa de la seducción de la caricia en el juego con su madre al placer de verse en la imagen en el espejo y reconocerse como uno e idéntico a sí mismo.
Este libro de Lipovetsky está recorrido por una tensión interna que, por un lado, es crítica de las formas mercantiles de la seducción que “emboba”, pero al mismo tiempo –por otro lado– insiste en la importancia de repropiar experiencias seductoras con fines creativos, porque en ellas se cuece nuestra sensibilidad y enriquecimiento personal.
En el mundo del siglo XXI proliferan las sensibilidades aplastadas, conformistas, sin espesor, porque la seducción solo fue pensada en términos morales y, en el pasaje a un nuevo código todo lo que viene de afuera es nocivo o malo, sin tener en cuenta que el ser humano necesita la afectación antes que el aislamiento. En este nuevo ensayo de Lipovetsky se discute también el futuro de nuestras sociedades, con una apuesta muy concreta:
“Incluso si la sociedad de seducción tal como funciona actualmente no nos da los medios para afrontar de forma satisfactoria los retos del porvenir y exige para ellos distintos contrapesos, no hay motivo para demonizar su reino. No se trata de construir un más allá radical de dicha sociedad, sino una sociedad de seducción que, liberada de la hegemonía de los valores materialistas y presentistas, sea compatible con el esfuerzo y el trabajo […]. Nuestra responsabilidad consiste en promover, en lugar de una seducción pasiva, una seducción aumentada, una seducción que impulse las pasiones ricas y buenas, aquellas que permiten el progreso de uno mismo, el enriquecimiento de las experiencias y las facultades humanas.”
Cerca de cumplir 80 años, Lipovetsky es de los críticos del presente que no deja de tener una visión esperanzadora y de confianza en el porvenir.
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