Quentin Bell, sobrino de Virginia Woolf, publicó la biografía de su tía en 1972, hace exactamente cincuenta años. Esta nueva edición que acaba de editar Lumen cuenta con el prólogo que él redactó en 1996 explicando las razones que lo llevaron a escribirla. Resulta que en 1964, a más de veinte años de la muerte de Virginia Woolf, hermana de su madre, la pintora Vanessa Bell, el autor de esta biografía fue convocado por Leonard Woolf, que por entonces contaba con cerca de ochenta y cuatro años. El viudo de la gran escritora inglesa comentó a su sobrino que había “gente dispuesta” a escribir la biografía de Virginia Woolf.
Bell agrega: Leonard “se veía en la obligación de invitarlos a almorzar para convencerles de que no lo hicieran, lo cual no dejaba de ser un fastidio… Acto seguido, me sugirió que fuera yo quien se ocupara del tema”. Luego de ese encuentro familiar y de un estrecharse de manos masculinas, el asunto quedó resuelto. Todo quedaría en familia: se escribiría la biografía autorizada de una escritora excepcional cuya vida tuvo detalles originales y, por qué no decirlo, situaciones conflictivas, algunas insólitas, y otras consideradas anómalas en su época.
En extremo consciente de estas peculiaridades, Leonard Woolf, un hombre inteligente y pragmático, que en vida de Virginia pudo ayudarla a superar muchas de sus crisis, al encomendar su biografía al sobrino disuadió, al menos por unos años, a los biógrafos interesados en indagar en esos asuntos. Se comprende su intento y también se celebra, ya que gracias a ello tenemos una biografía de Virginia Woolf con datos de primera mano, brindados por su sobrino, que la conoció y con quien se relacionó íntimamente.
Ahora bien, el tratamiento que Quentin Bell da a muchas cuestiones merece, para una mirada atenta, algunas observaciones. No es para menos, porque aunque nació en 1910 en el seno del vanguardista y liberal Grupo de Bloomsbury, debía tratar temas sensibles que involucraban a familia y amigos. Entre ellos se cuentan las relaciones abusivas que sufrió Virginia Woolf de parte de sus medio hermanos, George y Gerald; los trastornos mentales que la familia percibió, por primera vez, luego de la muerte de la madre; las características de su matrimonio, que nos han llevado a preguntarnos, en la actualidad, si fue una mujer héterosexual que experimentó relaciones lésbicas, o una lesbiana camuflada tras un matrimonio convencional. Finalmente, el acompañamiento de la familia en la última de sus crisis, que culminó con su suicidio, algo que a dos décadas de ocurrir todavía debía impactar fuertemente en todos ellos.
Virginia Woolf. Una biografía es un título sincero: se trata de “una biografía”, de “una” mirada e interpretación signada, como adelantamos, por lo que el entorno familiar estaba dispuesto a legar. Quentin Bell fue crítico e historiador de arte, también escultor, pintor, ceramista y escritor. Se desenvolvió en un campo en el que su familia lo venía haciendo desde, por lo menos, un par de siglos.
Inmerso en la tradición biográfica, autobiográfica y epistolar inglesa, uno de sus ancestros escribió sus memorias, destinadas a sus hijos. A partir de allí, la escritura fue fundamental para los hombres de la familia, relacionados con la política, con las universidades, con el periodismo. De hecho, el padre de Virginia Woolf, Leslie Stephen, fue director y redactó buena parte del Dictionary of National Biography (1885-1901), una serie de sesenta y tres volúmenes dedicados a las biografías de personalidades inglesas. Como informa en el prólogo Andreu Jaume, al escribir este libro Quentin Bell contaba “con una ingente bibliografía”. Se habían publicado cinco volúmenes de la autobiografía de Leonard Woolf, trabajos sobre el economista John Maynard Keynes, y estudios sobre Lytton Strachey, todos ellos miembros fundadores del Grupo de Bloomsbury.
Quentin Bell afirma que su propósito fue “puramente histórico”, y que su deseo consistió en presentar “hechos que se desconocían con anterioridad”. Y si bien cumple con ese objetivo, vale algún reparo o, al menos, una advertencia al lector en su propuesta de brindar “una descripción clara y verídica del carácter y desarrollo personal” de su tía.
Esto merece una explicación. Pero antes propongo una anécdota ilustrativa. En 1931, después de leer las memorias de William Rothenstein, en las que aparecía mencionada junto a su madre, abuela y hermanas, Virginia Woolf le preguntó a su cuñado, Clive Bell (padre del biógrafo): “¿Crees que todas las memorias sean tan mendaces como esta? Me refiero a cada uno de los hechos, todos de un solo lado” (“all on one side”).
Lejos de acusar a Quentin Bell de mendacidad, podríamos preguntarnos si por su cercanía con su “sujeto” (como llama a Virginia Woolf), él estaba en condiciones de realizar, acorde con su deseo, “una descripción clara y verídica”. Y precisamente su cercanía y ciertos prejuicios familiares o visiones cristalizadas acerca de Virginia Woolf me llamaron la atención, hace casi veinte años, al leer por primera vez esta biografía. Sucede que al estar comprometido con la necesidad de transmitir una visión familiarmente consensuada de su tía, la de Bell, magnífica en algunos sentidos por ser material de primera mano, adolece de una visión “all on one side” (de un solo lado).
Que ella no haya sido discreta en sus cartas y diarios, y que se haya referido con ironía e incluso cierta crueldad a sus sobrinos y cuñado explicaría cierta parcialidad de Quentin Bell, quien en numerosas ocasiones tiende a explicar las acciones, pensamientos o reflexiones de Virginia Woolf como consecuencia de lo que llama su “locura”. Así, aunque reconoce “yo estaba demasiado unido a mi tía y de forma constante tenía que desconfiar de un afecto que fácilmente podía derivar en una pérdida de objetividad”, no se priva de diagnósticos categóricos: alude a las ocasiones en que ella “enloqueció” o a su “locura”.
También resalta que su constitución no era fuerte y que sentía una “divertida aunque resentida” curiosidad respecto a los “privilegiada sociedad masculina de Cambridge”. Asimismo, se refiere a sus supuestos “temeridad”, “pocos escrúpulos” y “capacidad mitómana”. Añade que “su conducta estaba inspirada solo por el deleite de complicar las cosas”; que sentía celos y envidia de su hermana; que le gustaba ser admirada pero “en realidad le repugnaba provocar cualquier sentimiento sexual en cualquier persona”. Además, cuando describe el histrionismo social de Virginia Woolf dice que “era ella y no la víctima quien daba risa cuando permitía que su fantasía se tomara libertades con la gente”.
Ahora bien, es probable que, al leer los diarios personales y cartas de su tía, Quentin Bell se haya sentido particularmente herido al constatar que ella no se privó de tomarse libertades al describirlo; y que también fue dura con su padre, Clive Bell, lo que repercutió el resentimiento de ambos. Tal vez por eso Quentin Bell dice que en sus diarios ella escribió “bajo la pasión del momento” aliviando “sus sentimientos con una ferocidad amarga”; y que sus críticas acerca de Clive “no deben tomarse demasiado en serio” ya que al fin y al cabo, ella era “una esnob”.
Dicho esto, se reconoce este libro como un “clásico” en su estilo. Esta edición está acompañada de bellas fotografías y, como en la primera edición, las citas no siempre van acompañadas de las referencias bibliográficas. Por una parte, porque así lo quiso su autor, por otra parte, todavía no se habían publicado los diarios, correspondencia y ensayos completos de Virginia Woolf.
Vale aclarar que, como todos sus biógrafos, Quentin Bell supo que Virginia Woolf osciló entre la tentación de darle categoría artística al género y afirmar que el biógrafo no posee “la imaginación del artista”. Para ella, “el biógrafo […] es un artesano, no un artista, y su obra no es una obra de arte, sino algo intermedio, encabalgado”. ¿Cuál sería su opinión acerca de la biografía escrita por su sobrino? Ella misma enfrentó el problema que plantea escribir sobre personas cercanas al redactar la de su amigo Roger Fry y experimentar la necesidad de eludir ciertas cuestiones relacionadas con su sexualidad, lo que la condujo a reflexionar: “He estado pensando en los censores…”.
De todas maneras, Virginia Woolf consideraba que “la fascinación que entraña la lectura de biografías es irresistible”. Así como ella no se resistía a esa fascinación, pese a los condicionamientos impuestos por el parentesco tratados líneas arriba, nosotros no nos resistimos a leer la biografía de Quentin Bell. Y esto es así aunque la existencia de aquellas y otras apreciaciones absolutamente subjetivas, si bien no desmerecen el trabajo del autor, relativicen la conceptualización de una persona brillante y compleja como fue Virginia Woolf. Ella misma advirtió, en ocasión de una “nueva vida de Shelley”, que “hay historias que cada generación debe contar de nuevo”, y también invitó a los lectores a estar atentos: “Vamos a buscar, quizá no tanto en lo escrito sino entrelíneas”.
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