Alguien dijo que si hubiera un fondo secreto y común al alma de todo periodista bastaría asomarse a él para dar con un libro hecho de sueños.
Alguien escribió esta frase y soñó ese libro. Alguien que se había llamado Rodolfo Fogwill y luego, hasta su muerte en 2010, sólo Fogwill, “Fogwill a secas”. Así, con la frase del comienzo, arranca Urbana, una novela que el autor argentino escribió hace más de 20 años y que recién se publica en su país por estos días. Publicista, poeta, autor de la novela que profetizó la derrota de Malvinas -y del mito de que la escribió impulsado por 12 gramos de cocaína- Fogwill vuelve a conmover.
La nouvelle que ahora publica Blatt&Ríos se terminó de escribir en 2002. En ella, inversores que saben de vericuetos estatales para habilitaciones inmobiliarias inauguran un apart hotel en la apatía del verano poteño con cierta resistencia vecinal y una fiesta semimediática de estrellas de segunda, modelos desconocidas, empresarios que se mueven fuera de la foto y un personaje oscuro que termina de dar forma a una trama sencilla.
Son días de noticias sobre Fogwill: esta semana sus herederos donaron a la Biblioteca Nacional el Archivo Fogwill, más de quince cajas con manuscritos, fotografías, videos y documentos digitales que servirán para profundizar en su obra.
La novela
Revisando unos papeles, Fogwill encontró que tenía una novela empezada y decidió continuarla, en 2002 la terminó y la mandó a su editor en España, Claudio López Lamadrid, que dirigía lo que en su momento era Random House Mondadori para todo el mundo.
”Salió en España para la misma época que Runa en Interzona en Buenos Aires. Eso habrá hecho que no la publique enseguida acá, pero no sé qué pasó, algunos ejemplares circularon pero esta es la primera vez que la publicamos en Argentina”, cuenta el editor Damián Ríos.
Dice Urbana, como una premonición:
Sucede a veces que uno muere y al inventariar sus pertenencias en busca de esas cosas de las que se dice que “por ahora conviene no tirar”, aparece un objeto de tapas de cuero con el lomo sobrepujado en media caña e impreso en relieve dorado que hasta por su emplazamiento entre los mejores tomos de la biblioteca parece una edición especial y es apenas el Eterno Ejemplar, único resultado de tantos sueños que el muerto, en vida, fue desgranando en su tiempo libre, tal vez anticipando ese momento revelador:
– ¿Sabían que P había escrito un libro…?
– Nooooo…! ¡No te lo puedo creeeeer…!
– Sí creémelo! ¡Yo este mismo domingo voy a ponerme a leerlo…!
– Habría que llamar a alguien que entienda un poco para ver si no conviene hacer que lo publiquen. ¡A él le hubiera gustado tanto…! ¿Vamos a mirarlo…?
Sí, claro que vamos a mirarlo. ¿Cómo no hacerlo? Vamos a volver a mirar a Fogwill.
Fogwill “decía que la literatura no trafica con historias, lo que encanta de la literatura, lo bonito, a su entender, era la forma contar. Se ve en César Aira, en Hebe Uhart, en Ricardo Piglia, donde los argumentos no importan tanto como los modos. Es un trabajo contra la originalidad, contra otro tipo de escritura que en aquel momento tenía más vigencia y vendía muchísimo, como la de Abelardo Castillo o la de Soriano”, explica Ríos.
¿Qué es ese modo? La entonación, el procedimiento, el encare. Urbana tiene que ver con un Fogwill que ya escribió sus grandes libros -prácticamente no publicó cuentos posteriores a Urbana, y las novelas Los pichiciegos y Vivir afuera ya estaban publicadas.
”En ese sentido, cada novela suya es una forma de contar y en Urbana -cansado de personajes que se llamaran Pedro o Juan en las novelas de sus contemporáneos y ya en una etapa más madura, tratando de ver la manera de contar una historia-, desarrolla un argumento muy pequeño a partir de un procedimiento vinculado a no describir ni nombrar a los personajes”, indica el editor.
En este libro también hay un muerto que deja un libro póstumo. Hay familiares y conocidos que especulan con lo que pueda decir y dejar, financieramente, ese libro. Hay un narrador que cuestiona el arte del encuadernador, del lector, del escritor, que se detiene en el desarrollo de la “metáfora de chota”, utilizado el término en masculino, femenino y en un tercer género neutro, “para aludir a un objeto, para metaforizar una sensación difícil de exponer en un texto de divulgación o en un relato, para referir la expresión ‘choto’”, escribe Fogwill.
”Como no hay reglas, el arte del escritor vela por la mejor distribución de la justicia de las palabras. Idealmente, lograr que cada una de las palabras cargue algún resultado del vibrar unísono del todo: la armonía inconcebible, inaccesible”. Urbana es entonces, también, un libro sobre redistribución y sobre el dominio de la dosificación. Refiere doctrinas financieras. Habla del peronismo, de la globalización, de los automatismos y del lenguaje: “Por ejemplo usar la palabra ‘posible’ como sinónimo de ‘deseable’ o reemplazo de lo que siente como ‘debido’”, se lee.
Un libro literario sobre literatura, edición y comunicación: “la prensa exagera”, “los periodistas exageran y actúan como sabiendo que si no exagerasen perderían su empleo”, “para compensar tanto extremo, ha aparecido una promoción de periodistas que exageran mesura”, escribe el narrador.
Es también un libro sobre “el embuste y las supuestas disciplinas de periodismo y publicidad”, indica ese narrador, que es Fogwill, tan publicista, como sociólogo y escritor, tan ganador de la beca Guggenheim como del Premio Nacional de Literatura, tan arrendador de su voz para vender gaseosas defendiendo a los malos poetas como autor, durante la Guerra de Malvinas, de la icónica novela Los pichiciegos que describe los efectos de la Guerra de Malvinas en nuestra sociedad.
“Urbana” es además la tercera publicación de un ciclo de rescate de obra huérfana de Fogwill iniciado en 2018 por Blatt&Ríos con los relatos inéditos de “Memoria romana”, continuado en 2021 con los ensayos de Estados alterados y que prevé seguir a fin de año con el primer libro monográfico sobre la obra completa de Fogwill, a cargo de Ricardo Strafacce, quien por cada libro está escribiendo un capítulo crítico y contextualizando.
¿Cómo trabajan esos textos? “No se reformulan los inéditos salvo erratas evidentes. Se los trata de fechar a partir del conocimiento que tenemos de su obra. Cuando hay correcciones manuscritas se las incorpora. Cuando se trata de textos que no se pueda discutir con el autor, como en este caso, se es fiel al texto. Si no se puede descifrar o le faltan partes, no se publica”, concluye Ríos.
Embalsamadores, abstenerse
La donación de los papeles de Fogwill pasará a formar parte de una colección de archivos de personalidades en la que viene trabajando la Biblioteca desde hace años. Prometen que éste, en particular, será exhibido en una muestra que se hará en la institución.
Durante la firma del convenio de donación, el director de la Biblioteca Nacional Juan Sasturain, definió: “Fogwill es y será, por definición, inarchivable. Incluso sus presentes cosas lo son. Porque todo lo que la palabra ‘archivo’ connota en una primera resonancia -clausura, cierre e inventario para una memoria eventual, polvo y encierro- nada tiene que ver con él, con su literatura vivita y coleando, agresivamente incontrolable, inarchivable digo. Por eso en este acto memorable en que agradecemos el privilegio de recibir cosas en las que dejó su impronta y su huella, no podemos garantizar que no serán alteradas. Cada uno que se asome y las revuelva y se revuelva, las volverá a hacer crepitar con la lectura, sintiendo el cosquilleo de su mirada presente y socarrona. Y agradecerá que cada acercamiento sensible e inteligente las altere, las convierta en otra cosa. Cualquier cosa menos una tonta ficha, un impecable documento intacto, cualquier forma de erudición ortopédica. Embalsamadores, abstenerse. Estos archivos están vivos”.
Con información de Télam y Redacción Infobae Leamos
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