Mis sueños son dos. Mi primer sueño es jugar en el Mundial y el segundo, ordenar mi biblioteca basado solo en los epígrafes de los libros. Quiero decir: empezar a clasificar los libros no por género u orden alfabético o geografía, sino, por ejemplo, por afinidad temática en los epígrafes o incluso, supongamos, según el uso del epígrafe de un mismo autor o autora. Momento: más desafiante aún, poder crear una enciclopedia de epígrafes.
Por ejemplo, el libro El corazón del daño de la escritora María Negroni (Random House, 2021) comienza con un epígrafe de Clarice Lispector: “Voy a crear lo que me sucedió”. Hermoso. En 2007, el poeta argentino Eduardo Mileo usó tres epígrafes de Lispector para su libro Poemas del sin trabajo (Ediciones en Danza).
El primero: “Estoy desorientada, sin comprender lo que me sucede y, sobre todo, lo que no me sucede”. El segundo: “Una casa de familia es aquella donde, además de mantenerse el fuego sagrado del amor bien encendido, se mantienen las ollas sobre el fuego”. Y un tercero: “Me rehúso a ser un hecho consumado”.
Los tres epígrafes que usó Mileo son del libro Revelación de un mundo, de Clarice Lispector. En efecto, ese libro —yo tengo la sexta edición de la editorial Adriana Hidalgo— es una máquina de hacer epígrafes. Por ejemplo, abro la página 11: “La actitud debe ser: no se pierde por esperar”. O la página 237: “Quien nunca robó no va a entenderme. Y quien nunca robó rosas, jamás podrá entenderme. Yo, de pequeña, robaba rosas”. En resumen, el libro de María Negroni y de Eduardo Mileo irían en la misma sección de la biblioteca.
Si serán fantásticos los epígrafes que un texto fundador de la literatura argentina empieza por un epígrafe mal citado. Tal como señala Ricardo Piglia en Respiración Artificial (Anagrama), la famosa frase “On ne tue point les idées” (”Las ideas no se matan”) que Sarmiento atribuye a Fourtol, es —dice Piglia, que a su vez dice Paul Groussac— de Volney. Leemos en la novela: “O sea, dice Renzi, que la literatura argentina se inicia escrita en francés, que es una cita falsa, equivocada”.
Qué deporte argentino crear mitos sobre citas falsas. La histórica frase maradoniana de chico — “Mi primer sueño es jugar en el Mundial. Y el segundo es salir campeón”— es en realidad un recorte del famoso reportaje. La frase sin editar es la siguiente: “Mis sueños son dos. Mi primer sueño es jugar en el Mundial. Y el segundo es salir campeón de octava y lo que siga en el campeonato este”.
De todos modos, como dice el poeta Wallace Stevens en Adagia (Zindo&Gafuri, 2014), “a la larga la verdad no tiene ninguna importancia”. Aquella cita de Maradona, ciertamente, falsa o no, puede funcionar como un epígrafe de su obra.
Los epígrafes son parte del concepto del libro, definen una idea, una dirección, un clima. Son una invitación a leer otros libros, a cruzar autores, a pensar sobre aquello que parece periférico en el libro, pero que está ahí, indeleble, como un rastro por hacerse. Aún más, al igual que Borges hizo conceptualmente con las enciclopedias —es decir, poder leer como literatura fluida aquello puesto ahí arbitrariamente de la A a la Z—, los epígrafes, en su unión, también pueden leerse como literatura entre libros.
Hay epígrafes que dan claves anticipatorias de lo que será el libro, como un spoiler alert sutilísimo. Por ejemplo: Plata quemada (Anagrama), de Piglia, usa una cita genial de Bertolt Brecht: “¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?”, que funciona como fundamento ideológico de esa crónica policial.
Eduardo Berti, en Una presencia ideal (Naviera Ilimitada, 2021), anticipa el tono con una cita de Marcel Proust de En busca del tiempo perdido: “La esperanza de ser aliviado le da valor para sufrir”. Se trata de un texto construido sobre las voces de una unidad de cuidados paliativos en un hospital francés. Allí, cuanto más arrecia la muerte, más se ostenta la vida.
Más: en la prosa ingobernada de Chamamé, de Leonardo Oyola (Random, 2017) leemos el fragmento de una película de 1990 que es el preámbulo del tono road movie del libro: “—Entendelo de una puta vez, ¡vos no sos Dios! —Entonces, ¿por qué no apretás el gatillo y vemos?”. Samanta Schweblin recurre al novelista Jesse Ball para la inquietante atmósfera de Distancia de rescate: “Por primera vez en mucho tiempo, bajó la vista y se miró las manos. Si han tenido esta experiencia, sabrán a qué me refiero”.
Hay un libro notable de 1995 de Irene Gruss llamado Sobre el asma (edición de la autora), dominante de palabras como asma, alma, aire, dolor, madre. Ella anota como epígrafe a J.J. Rousseau: “Poderes celestes, yo tenía un alma para el dolor; dadme otra para la felicidad”.
Otro: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Edhasa, edición 2017), de Philip K. Dick, citando a W.B. Yeats: “Sueña aún que pisa la hierba, caminando fantasmal entre el rocío, atravesado por mi alegre canto”. En Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, 2016), Mariana Enriquez elige dos, una de ellas es de Anne Sexton que escribe: “I am in my own mind. I am locked in the wrong house”. Traducimos: “Estoy en mi propia mente, encerrada en la casa equivocada”.
Hay libros con epígrafes sencillamente geniales. Pienso en Primavera negra, de Henry Miller (Edhasa, 2008). Es de Unamuno y no hay que decir más: “¿Soy como yo creo ser o como los demás creen que soy? Aquí es donde estas líneas se vuelven una confesión, en presencia de mi yo desconocido e incognoscible, desconocido e incognoscible para mí mismo. Aquí es donde creo la leyenda tras la cual me oculto”. Say no more.
En definitiva, como en Los Detectives Salvajes (Anagrama) —la vibrante novela del chileno Roberto Bolaño que persigue la historia de la ficcionada poeta Cesárea Tinajero— persigamos epígrafes en los libros, esa continuación de la literatura por otros medios.
Por cierto, este último tiene un epígrafe de Malcolm Lowry que preanuncia la fina ironía de esta obra maestra de Bolaño:
—¿Quiere usted la salvación de México? ¿Quiere que Cristo sea nuestro rey?
—No.
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